Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Bien, si después te sientes mejor y recuerdas más detalles, gr balos en otro casete -sugiere Van Dongen-. Cualquier insignificancia podría dar una pista.

– Sí, Jan tiene razón. Puede ser útil en caso de que la familia o el mismo Rieks decidan informar a la policía.

– Ojal no decidan eso -comenta Víctor, con la cabeza gacha, mir ndose las muñecas-. Sería terrible para Rieks…

Media hora después, Bos y Jan se llevan a Víctor. Sobre la marcha le insisten en que vea a un médico pero él se niega. Por fin lo dejan en su casa.

Al timón de su carro, Van Dongen se vuelve a mirar a Bos:

– ¿Cómo haremos para reunir tanto efectivo?

– Nosotros no podemos decidir nada hasta que Vincent Groote, Christina y el resto de la familia, oigan la grabación de Víctor.

– Sí -asiente Van Dongen-, creo que eso es lo primero.

Bos se queda un instante pensativo, saca su agenda electrónica y hace una anotación.

– Yo mismo voy a llevar el casete a Amsterdam. Ojal pueda conseguir un pasaje para mañana.

28

En una puerta, un pequeño letrero indica:

CIRURGÍA MAXILO-FACIAL CONSULTAS.

De bata blanca y con una varilla en la mano, un médico apunta hacia un perfil de Van Dongen, proyectado sobre una pantalla blanca.

– Y practicando una incisión frontal a 45 grados en la parte nterosuperior del tabique nasal, podríamos f cilmente formarle una nariz un poco aplastada, como de boxeador…

Acciona el proyector y aparece ahora un rostro tipo Belmondo, de frente y de perfil.

– Esta nariz, por ejemplo, juega muy bien con su entrecejo y el óvalo de su cara…

Y vuelve a la imagen del perfil de Van Dongen:

– Porque si cortamos aquí, luego aquí, y eliminamos este excedente carnoso…

A medida que el médico habla, Jan van Dongen lo escucha con creciente horror en la cara. Llega a un punto en que lo interrumpe. Alza ambas manos para taparse los oídos.

– Por favor, doctor, no siga… Le pido excusas, pero me enfermo de sólo oír…

– Ese es su gran problema -interviene Carmen-: le tiene terror a la operación…

– Yo puedo asegurarle que no va a sentir el mínimo dolor, ni siquiera después de la operación.

– Tampoco es por miedo al dolor. Es la simple idea de que me serruchen el tabique nasal. De sólo pensarlo, me siento muy mal…

– Mira como suda, Chucho -dice Carmen al médico, y saca un pañuelo para secar a Jan.

– Sí sí, ya veo; y se ha puesto muy p lido… ¿Siente algún mareo?

– No, mareo no, un poco de escalofríos…

– Déjeme decirle que yo he tenido pacientes capaces de sufrir los dolores más agudos, por evitar que se les aplique una simple inyección intrasmuscular. Personalmente, yo rechazo operar cuando existen fobias de este tipo, porque el miedo irracional es incontrolable, y en medio de una intervención, el paciente más robusto puede hacerte un paro cardíaco.

– Si yo no le tuviera tanto terror al cuchillo, hace 25 años que me habría operado… En mi adolescencia, mi familia trató de convencerme, pero era algo superior a mí…

– Si ese es el caso -dice el médico de pie y dirigiéndose a Carmen- no perdamos tiempo. Yo te aconsejo que antes de pensar en la operación, lo lleves a un psiquiatra. Quizá con un tratamiento adecuado, quiza mediante hipnosis previa, la operación no le sea tan traum tica…

29

Vestida con un camisón ultra corto y muy sexy, Alicia está tomando un jugo de naranja, apoyada contra el congelador donde se encuentra el cadáver de Groote.

Una mujer blanca, cincuentona, con cofia y delantal de camarera, está fregando los cristales de una ventana.

Alicia, se le acerca con un sobre de manila en la mano.

– Ay, Mariana, casi me olvido: Víctor me dejó esto para ti.

La mujer se quita los guantes y coge el sobre.

– Es tu sueldo y el del jardinero, más las vacaciones de los dos.

La mujer mira a Alicia, asombrada.

– Víctor quiere que las tomen a partir de hoy.

– ¿Ah, sí? ¿Y por qué ahora?

– Como yo me marcho unos días a Varadero y él sale en viaje de negocios esta noche, prestó la casa a unos amigos italianos…

– Sí, ya comprendo… Quieren correrse las juergas sin que nadie se entere…

Disconforme, retorna a sus cristales. Alicia la mira de reojo y sigue sorbiendo su jugo.

30

Van Dongen pone en el maletero del Chevrolet rojo de Víctor, el bolso de viaje de Karl Bos. Karl se sienta al lado de Víctor y se seca el sudor de la cara con un pañuelo.

Detrás, un carro toca el claxon. Hace calor. En las inmediaciones del aeropuerto hay un gran atasco. Autocares, taxis, coches particulares se entremezclan en caótico forcejeo por evadirse.

Sombreros de yarey, carretillas cargadas de maletas, ron a pico de botella, luctuosas despedidas, camisetas con la efigie del Che.

Víctor consigue zafarse del atasco y su coche se va alejando entre la muchedumbre.

– La familia pagar sin condiciones -comenta Bos, cuando el carro enfila por la Avenida de Rancho Boyeros…

– ¿Y la esposa de Rieks, qué dice? -inquiere Víctor.

– Estáde acuerdo. Y también la madre, que como siempre se mostró muy enérgica y prohíbe que intervenga la policía. Ella, el abogado de la familia y Vincent me recalcaron varias veces que debemos aceptar las condiciones de los secuestradores y pagar lo que sea.

– Yo creo que debemos pedirles una foto de Rieks, junto a un periódico del día. Tenemos que asegurarnos de que esté vivo.

– No, Jan: los Groote me han prohibido hacer eso. El dinero no les importa. Si a Rieks le ocurriera una desgracia, la esposa cobraría de todos modos un seguro por diez millones de dólares. Lo que quieren es no alarmar a los secuestradores, para no poner en peligro su vida.

– ¡Pero con pedirles una foto no corremos ningún riesgo! De todos modos, si se niegan, haremos como ellos digan. Pero si aceptan enviarnos la foto, yo me sentiré mucho más aliviado.

Karl Bos piensa unos instantes y hace un gesto de duda. Luego mira la hora y pide un celular.

Víctor le presta el suyo y Bos saluda en holandés a su mujer; luego en inglés a su secretaria, y le pide que fije una cita con un ingeniero cubano para el día siguiente.

Diez minutos después, el Chevrolet estaciona en el vecino barrio de Fontanar.

La negra, mujer de Bos, sale a recibirlo.

– Ok, gracias, nos reunimos dentro de dos horas en mi despacho.

A la reunión sólo asistieron Karl Bos, Van Dongen y Víctor, sin secretarias.

El primer punto, era decidir quien mediaría en la entrega del rescate. Víctor se anticipó a excusarse. Adujo estar todavía muy deprimido por lo que le había sucedido. En efecto, a sólo cinco días de haber sido atacado, aún persistían en su frente y muñecas las huellas de los hematomas. Se lo veía p lido, había perdido peso.

Van Dongen se propuso a sí mismo y Karl estuvo de acuerdo.

Víctor preguntó cómo iban a solucionar el problema del cash. Semejante suma creaba un serio problema. A petición de Bos, Vincent Groote ya había ordenado al Sr. De Greiff, de la sucursal caraqueña, enviar con un emisario los tres millones a Cuba. Y De Greiff se había comprometido a situarlo en La Habana, el 15 de noviembre.

Van Dongen insistió en su idea de pedir fotos de Groote con un periódico del día en la mano. Victor lo apoyó decididamente y Karl Bos terminó por aceptar.

23
{"b":"100382","o":1}