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17 de noviembre, 10:00 a.m.
Un teléfono suena. La recepcionista descuelga el auricular.
– Groote International, buenos días… Yes, just a moment, please.
La muchacha pulsa el botón del intercomunicador.
– Mr. Bos, there's a call for you from Miss Myriam.
Karl Bos alza las cejas significativamente. Víctor lo mira expectante. Jan, que fuma y observa el paisaje por el ventanal, ni siquiera se vuelve.
– Hello? Yes…, yes… I understand, yes…(garabatea algo en un papel). Okay, we'll be there in a few minutes, but…
Y cuando expone su deseo de seguir en un segundo carro a Van Dongen, para su sorpresa ella le dice:
– No problem.
Bos cuelga y se levanta de un brinco, excitado. Mira sus apuntes.
– ¿Cómo va a ser la entrega? -pregunta Víctor.
– Muy simple, ya les explicaré.
Y Bos camina de prisa hacia un rincón. Se agacha, compone un código, abre la puerta y extrae la maleta. Víctor se le acerca para cogerla por la correa. Cuando tira de ella, la maleta rueda f cilmente. Los tres hombres se alejan en fila india por el lustroso embaldosado del pasillo, hasta el ascensor.
Mientras lo esperan, Bos suelta por fin lo que ya había demorado demasiado:
– Aceptan que vayamos en dos carros, siempre que tú conduzcas solo adelante -y le pone una mano en el pecho a Van Dongen-. Tienes que presentarte con la maleta en el lobby del Hotel Tritón dentro de veinte minutos. Habr un sobre a tu nombre en la recepción.
– Mejor salir por la puerta del subsuelo -propone Víctor, antes de pulsar un botón.
– Okay, let's go!
[10:05]
Alicia sale por la puerta principal del hotel, toma un pasillo a la derecha y se dirige hacia la piscina… Está disfrazada de gordita americana y lleva un pañuelo en la cabeza. De repente se detiene, echa un vistazo discreto hacia arriba, y hacia abajo, como si evaluara distancias. Saca del bolso una cajetilla de cigarros y aprovecha para dejar caer un tubo de témpera roja. Al agacharse para recogerlo traza rápidamente en el suelo un círculo rojo de 15 centímetros de di metro.
[10:20]
Víctor conduce con Karl Bos a su lado. Adelante avanza el carro de Van Dongen, que se estaciona en medio de otros dos carros. El de Víctor, queda en posición paralela al de Van Dongen. Entre ambos hay otros vehículos. Pero desde aquella explanada abierta, tienen excelente visibilidad hacia el hotel.
Ven a Van Dongen apearse, caminar hacia el maletero y abrirlo. Con binoculares, desde su ventana, también lo ve Alicia.
Un botones uniformado acude a ayudarlo con su pesada maleta.
Cuando Jan y el muchacho van subiendo los peldaños que conducen al lobby, Alicia deja los prism ticos sobre la cama y se prepara para cumplir su programa.
[10:27]
Jan Van Dongen y el botones llegan a la recepción. Tras una breve espera, una muchacha los atiende.
– Soy Van Dongen. Me anunciaron que hay un recado para mí.
Ella busca en una lista:
– Van Dongen… Sí, aquí tiene, señor.
Le entrega un sobre cerrado. Van Dongen lo coge y se aleja unos pasos por el lobby. Adentro hay un mensaje.
"Atraviese el Duty-Free Shop y salga del edificio del hotel. Siga por el pasillo que está a su derecha en dirección a la piscina. A partir de los baños de caballeros, comience a contar las baldosas. Deténgase en la baldosa número veintiséis, que tiene pintado un círculo rojo. Espere. Al cabo de unos instantes, un cartel le indicar cómo continuar."
[10:31]
Desde la perspectiva de su coche, Víctor y Bos ven a Van Dongen salir del Duty-Free Shop. Luego gira hacia la derecha y camina como buscando algo en el piso. Arrastra la maleta sobre sus rueditas, con una correa. Ahora lo ven detenerse. Víctor se come las uñas. A Karl Bos se le pinta la sorpresa en la cara cuando un cartel baja de repente, desde el tercer piso, y se detiene exactamente ante los ojos de Van Dongen.
– ¡Mira, mira, un cartel…! ¡Los hijos de puta, ahí est n! -y señala-: Viene de aquella ventana, del tercer piso ¿la ves?
Víctor observa atentamente. Se muestra perplejo.
Bos maldice. Tiene la nariz encendida, muy roja en la punta. A mordizcos ha hecho trizas el mocho de tabaco babeado que está fumando.
[10:32]
Se sobresalta un poco al ver el mensaje, que le queda exactamente a la altura de sus ojos. En grandes letras negras sobre fondo blanco, Van Dongen lee:
CUELGUE LA MALETA AQUI Y MARCHESE
POR DONDE VINO SIN MIRAR ATRAS.
Van Dongen ensarta el asa de la maleta en el enorme anzuelo donde viene sujeto el cartel. Da media vuelta y se aleja hacia el frente del hotel.
La maleta inicia un rápido ascenso hacia el tercer piso.
Algunos turistas que curiosean alrededor de la piscina asisten intrigados a la escena.
Víctor sigue comiéndose las uñas.
Bos, airado y estupefacto, contempla el final de la maniobra. De la ventana surge una mano que coge la maleta por la correa y la introduce en la habitación.
[10:34]
Alicia se apodera de la maleta y la coloca velozmente en el piso. La introduce en la maleta blanca que ubica sobre el carrito. La amarra firmemente con un el stico amarillo que tiene ganchos en la punta.
Desarma y embala los avíos de pesca, pero deja, según instrucciones de Víctor, la base, que le resultaría muy pesada, y los dos bloques de cemento.
Por fin se quita los guantes y sale al pasillo. Con toda calma se dirige hacia un extremo. Alicia sigue disfrazada de gordita gringa, y saluda en silencio, con una sonrisa tímida, a las dos personas que esperan el ascensor.
Van Dongen ha sentido deseos de vomitar y entró al baño. Y cuando atraviesa el lobby hacia la salida, Alicia distingue su narizota. Con sorprendente aplomo, muy segura de su disfraz, ella se detiene a encender un cigarrillo y lo ve salir por la puerta principal para dirigirse hacia el parking.
Lo ve incluso dirigirse, con gran lentitud, hacia el carro de Víctor.
– No me siento bien -declara al detenerse junto a la ventanilla de Bos, y se toca la frente. Se ve muy p lido.
– Vete un rato a la casa -le propone Bos-. ¿Quieres que te acompañe?
– No, no es para tanto. Necesito un sedante y descansar un poco. Nos vemos después del mediodía en la oficina.
[10:42]
Alicia se apea de un taxi en casa de su mam. El taxista la ayuda a bajar la maleta. Alicia ya no trae peluca ni el vestido holgado.
Margarita abre la puerta. El chofer deposita la maleta sobre el umbral de la sala. Alicia le da una propina y entra. Cuando coge la maleta para desplazarla al interior y poder cerrar la puerta, tiene que subir dos peldaños. El esfuerzo de cargar aquel peso la obliga a arquear mucho la cintura.
Margarita la mira con cierta alarma.
– ¿Y esa maleta tan pesada? ¿Qué cargas ahí, chica?
Alicia se esperaba esa pregunta y ya traía preparada la respuesta. Pero se tomó su tiempo.
Sacó sus cigarros, encendió uno, se sentó en una butaca y puso un pie encima de la maleta. Luego el otro, cruzado por encima.
Y con una mirada entre satisfecha y desafiante, a boca de jarro, le espetó:
– ¿Qué tú crees que puedo traer?
Una muda alarma persiste en los ojos inquisitivos de Margarita.
– No tengo la menor idea. Dime ya, niña…
– Si te lo digo no me lo más a creer… Adivina -y le regala una sonrisa triunfal.
Sin ninguna vacilación y mucho aplomo, Margarita adivina:
– ¿Tres millones de dólares?
La sorprendida es ahora Alicia:
– ¡Sí, Mami! Pero…¿cómo es posible? ¿de dónde sacas…?