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– Un hombre fino, que hable bien, y si ella cae, que la haga sentir como una dama, y que la reciba como se debe.
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– Una robe de chambre de seda, en una pieza perfumada, o algo así.
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– Tendrás razón que es muy inteligente, no tenía nada y se está haciendo de una posición. En casa éramos muchos pero a él que no lo hicieran estudiar fue una pena, teniendo un hermano grande que ganaba plata a montones, bien que lo podría haber hecho estudiar.
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– Sí, pero vos estudiaste y él no. Yo me quise morir cuando vi lo lejos que estaba Estados Unidos de Inglaterra, yo creía que Londres era la parte más chic, pero más cerca.
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– Si le digo blanco él ya está pensando en que es negro, desconfiado como él solo, piensa que tiro la chancleta en las giras, y ahora que está ganando bien ¿por qué está tan nervioso?…
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– Desarmaban el motor del auto y lo volvían a armar. Mi nene no manejaba porque no alcanzaba a los pedales, pero Jáurequi ya le había enseñado a manejar.
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– Con el único que se entendía Jáuregui.
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– Jáuregui le enseñó a desarmar el motor y lo armaban y desarmaban.
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– Cuando sea grande no va a tener auto.
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– ¿Cómo voy a hacer para comprárselo? Si Jáuregui viviera se lo prestaría. Armaban y desarmaban el motor ellos dos pero lo mismo tenían que llevarlo al taller.
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– Los chicos son así, la hermana de Jáuregui al nene le traía siempre juguetes pero nunca se encariñó cpn ella el nene, pero con el padre y el muchacho del taller de al lado se volvía loco. Y el muchacho del taller le dejaba tocar todo, la caja de las herramientas, como vos le dejás al Toto las revistas, y los carreteles de hilo, pero se me ponía a la miseria de grasa de autos.
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– Claro que no tiene tiempo de nada, siempre en su escritorio, enfrascado en sus negocios, charlando con los empleados ¿vos no crees que están todo, el día hablando de mujeres? ¿de qué otra cosa te crees que hablan si no de eso?
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– Viajando por toda la república, aunque eso sí, es un poco solo, estar siempre viajando, una mujer sola.
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– El momento en que una querría charlar un poco. En Mendoza a esa hora cae el frío, por más sol que haya habido durante el día, el clima de montaña.
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– Se anda regio con un saquito cualquiera, porque además de que una se está moviendo con su trabajo, hay un sol fuerte que te da ese calorcito. Pero al atardecer hay que abrigarse muchísimo y no se ve un alma por la calle.
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– Por suerte el nene en Buenos Aires tiene calefacción central en el internado, que es lo primero que tiene que tener un colegio de categoría, por las horas que pasa quieto haciendo sus deberes: ahí no tengo que estar yo gritándole, aprenden lo que es disciplina.
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– Siempre en los mejores hoteles. Por orden de Hollywood Cosméticos.
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– Son de hilo bordadas. El piso encerado que te refleja. A veces hablo sola, se creerán que estoy loca, a veces te hablo a vos, cualquier cosa: «Sentí Mita qué perfume tiene esta cera» o te pregunto «¿te gustan las sábanas almidonadas?»
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– Te invitan a ese copetín y ya estoy harta de las mismas tretas.
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– Casarme no. Tendría que conocer muy bien a ese hombre, muy inteligente, del tipo de Ramos, que me enseñe, y de danzas clásicas, porque no quiero morirme ignorante. Que sepa de todo.
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– Casi me voy. Cuando me vino a abrir el Toto ya estaba cansada de tocarte el timbre, y ni bien golpeé en el vidrio se me aparece el Toto blanco del susto, y pensé «¡estará muy enfermo alguien, Dios mío!» pero nada, viene a decirme en puntas de pie que Berto estaba durmiendo la siesta, que no hiciera ruido.
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– ¿Y si viene un telegrama cuando el timbre está desconectado?
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– ¿Le. tiene terror? Y me quedé con él hasta que te levantaste, él estaba calladito a armar casitas porque los juguetes que tiene el Toto no los tiene otro chico en Vallejos, y yo en Buenos Aires he visto el precio de esos juguetes.
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– Carísimos. No sé si Berto te dirá lo que le cuestan. -Jáuregui no me decía nada de nada. -En Tucumán, en la última gira.
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– Tremendo, de esos hombres raros, muy ocupados, de pocas palabras, atacadísimo de dolores de cabeza, de ese tipo de hombre que le gusta estar en silencio al lado tuyo con las manos agarradas.
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– No, conoce a todo lo mejor de Tucumán, de la mesa de la confitería se levantaba mil veces a llamar por teléfono o a saludar a alguno que pasaba por la vereda.
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– Loco por mí, decía. Decía que nunca había visto una silueta como la mía.
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– Una madriguera en las afueras de la ciudad. Me lo pedía de rodillas, yo ni loca hubiese ido.
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– ¿Quedaría mal de rojo?
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– Encaprichado con que te compraras la tela verde turquesa ¡ni lo dejaba hablar al vendedor de la tienda!
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– Mejor que no, porque te entusiasmaba para que compraras cualquier cosa ¡marrón oscuro! sabés cómo son los vendedores.
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– Desde la cocina con mis panqueques ya se oía que se acercaba la tormenta: «mami, cómprate el verde turquesa que es el más lindo, mami» y Berto que no y no ¡qué hombre más nervioso!
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– ¡Y éste seguía! «papi: mami se tiene que comprar esa tela» y Berto que explotó.
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– Te aseguro que no fue culpa mía, era buen candidato y se me escapó: pero al final resultó una porquería. En Tucumán tiene mala fama.
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– No, porque con otra se había portado mal.
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– No, una mujer regia, muy interesante, mucho mejor que él.
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– Por tener una debilidad, y al tercer día que lo conoció… le aflojó.
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– Exacto, un chalecito muy lindo por las afueras, y la convidó con un cognac y no había dicho dos palabras que ya le echó las manos encima, ni se puso robe de chambre ni nada.
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– No sé, da otra sensación de respeto. En una vidriera vi unas de una tela de brocato hermosas… Y me decía ella que a la media hora él se despertó de ese sueño que les viene, ya se levantó que se quería ir, que tenía que hacer, de mal humor.
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– ¡Porque le vinieron ganas de quedarse! de dormir ahí toda la noche y no volver al hotel (viajaba como yo), que quería ver con tranquilidad las cortinas, con un trabajo muy lindo de las indias del norte, y el quillango chileno, y estar ahí como en su casa, ella misma me lo contó.
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– Con todos los detalles, pero él no la dejó. Y ella le insistió y él se puso seco que al final tuvo que confesarle que el chalet no era de él, de un amigo.
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– Porque por la calle no la saludó más. Pero Mita, a Jauregui yo no se lo hubiese permitido, que pegase un puñetazo en la mesa e hiciera llorar al chico porque insistía que te comprases esa tela que es la última moda, que siempre tenés que estar con esos vestidos de vieja porque perdóname, pero es ropa demasiado seria. Y antigua.
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– Un chico se asusta con esos gritos, y el puñetazo y el plato roto.
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– No digo que te pongas un vestido rojo fuego o el famoso verde turquesa, porque no es para tu tipo, pero lo mismo si yo hubiese estado en la mesa me ponía a defender al Toto, que él lo único que quería era ver a la madre bien vestida, como una artista.
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– Yo no tendría que ser tonta por la calle.
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– Porque así después hablando puede uno llegar a entenderse, y los dos pueden gustarse. A veces hay que ser viva y hacerles ver que una aceptaría.
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– Y no hay que volver al hotel tan temprano.
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– No te vayas a creer que yo fui tan tonta alguna vez.
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– ¿Pensaste que sí? Confesalo.
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– Ya después pierden el interés y no quieren hablar: porque te hayan visto sin ropa creen que ya saben todo de vos, ya no vales nada, ni que fueras un vestido pasado de moda.