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– No puedo.

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– Siempre fue buen mozo, un artista de cine.

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– Del campo al pueblo y del pueblo al campo, pero nunca se lo veía acompañando a alguna, él andaba siempre solo con un amigo, no era compañero de las chicas. Y sin embargo, de tanto en tanto se corría la voz de que había alguna loca por él que se quería matar o meter de monja, y hasta chicas con novio…

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– Que lo tenés encerrado, porque no sale a ninguna parte y está enfrascado en sus negocios.

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– Si no querés saber quiénes eran, me callo. Tantos años hace ya: con Jáuregui yo de novia tenía una ilusión.

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– Los años de diferencia. Pero me daba todos los gustos: cuando venía a visitarme a Bragado no había un día que no fuésemos a tomar el copetín a la confitería, yo tomaba un poco de cerveza porque a mis hermanos no les gustaba que tomara vermouth. Y Jáuregui era de pocas palabras.

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– Que empezaría a contarme sus cosas cuando nos casáramos y tuviéramos más confianza.

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– Apenas si me pintaba los labios ¿me entendés lo que te digo?

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– En invierno. Cuando llegamos a Vallejos hacía un frío loco, teníamos una estufita que apenas si calentaba un poco la pieza. ¡Qué frío hacía para desvestirse! Y Jáuregui cómo se aprovechó, y yo ahí que no sabía nada, como un ángel.

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– ¿Vos te desnudabas delante de tus hermanas? -Yo nunca.

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– De novios él me había tocado toda pero pasando la mano por debajo de la ropa, que no es lo mismo que te toquen sin nada. Es tan feo estar desnuda, que se ven todos los defectos.

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– Con la luz apagada. Pero soy tan blanca que se me ve toda, y una vez que me retiró las sábanas yo me tapaba con las manos y después me agarró las manos y no hubo nada que hacer, tener que desvestirme en la pieza con un hombre, y no hubo quien lo calmara, yo nunca había visto a una persona perder el control así. A Jáuregui de novios yo lo había besado y besado nada más, viste a los gatos cuando les echas agua se ponen como locos y los pelos se les revuelven todos. Jáuregui no era la misma persona, estaba todo desgreñado.

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– Vos a todo que sí, porque te prometía dejarte ir a La Plata.

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– ¿Y para el casamiento de tu hermana?

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– Esa vez no te habrán dado permiso en el hospital, pero todas las otras veces que no viajaste fue por Berto, por el capricho del señor Berto.

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– Por los líos para llenar los papeles de la sucesión de Jáu-regui.

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– Y se murió, y a mí si me preguntan cosas de él no sabría contestar nada, nada más que me llenó de cuernos y yo cada vez que me daba cuenta de esas tramoyas… daba gracias al cielo. ¿Qué podía saber yo de los datos que me pedía el abogado?

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– Pedir todo por carta a mi cuñada, que entendía todo al revés ¿cómo no me iba a dar cuenta de la cajera? ¿desde cuándo una hora todas las noches para hacer la caja? Yo lo mismo cenaba con mi chico y después le recalentaba la cena a él, aunque pusiera cara de perro, que la comida estaba medio pasada.

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– No, vos te morirías.

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– Con el malhumor que le tenés que.aguantar. Yo lo mismo no dejaba de arreglarme, me sacaba el trapo de la cabeza y el delantal y si era a la tarde me iba a tomar un mate a tu casa, vestida regia, impecable: te veo levantarte de la siesta toda ilusionada con los ojos hinchados de dormir.

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– ¡La noticia de que Berto te dejaba ir a La Plata ese invierno!

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– Empezaba a temblar yo antes que vos, créeme.

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– De esa forma no hay modo de pelearse, yo no me le podía callar a Jáuregui, yo siempre contestaba.

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– ¿En el hospital ganabas más que en la farmacia?

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– Me preguntaban todo porque sabían que yo les buscaba la vuelta, a ésas sin frente o a las de cara larga, para que el turbante las favoreciera.

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– ¿Cuántos cumpliste? -¿Qué te regaló? -¿Por qué?

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– No, al negocio venían pocos, nada más que Ramos, el representante de las telas, qué encanto de hombre. Y el peón que le cargaba las telas, un urso que me hacía acordar de Jáuregui.

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– Porque no hablaba.

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– Mita, qué ilusión me hice con Ramos…

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– Un poco joven para mí, pero tan fino, tan educado, unos modales… que ni una niña. ¡Y sabía de todo!, de modas sabía más que todas las del negocio y nos traía él las últimas novedades.

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– Enseguida. Me contaba de las cosas que veía en el teatro Colón, unas danzas clásicas divinas.

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– No fui por tonta, quería estrenar un traje de terciopelo negro que después no me lo hice. Me decía que yo le resultaba tan interesante, quería que le contase todo.

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– De Jáuregui y todo, todo, con detalles.

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– Desde la primera noche. Y de las costumbres de Jáuregui. Se ve que me quería excitar, porque otro día me pidió que se lo repitiera todo de nuevo… ahí yo creí que iba a aprovechar para proponerme algo, y ya me empezaba a dar asco… pera no, no sé qué le habrá pasado. Yo nunca había hablado con un hombre de esas cosas.

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– Yo, un día en la tienda. Le agarré la mano. Y al Colón hubiese ido lo mismo sin el vestido de terciopelo, hubiese ido sencilla.

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– No la movió, pero no me apretó la mía. A mí el peón me hacía acordar a Jáuregui, la dueña se dio cuenta y para hacerse la graciosa una mañana que el urso estaba entrando unas piezas de tela empezó a contar que a mí me gustaba Ramos.

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– Pero era un hombre con el que se podía hablar.

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– Se me partían las piernas de cansancio.

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– A media tarde. Las chicas del taller hacen un mate cocido, y cuando podía me lo iba a tomar, las chicas se lo toman ni bien hecho porque plantan la costura cuando quieren, pero yo si estaba adelante con dientas tenía que aguantarme. Al principio a las chicas del taller les contaba mis cosas, pero después no. Las piernas se te parten de estar parada, a eso de las seis: qué larga se hace la tarde, con esa taza en la mano, sentada en un banquito del taller, además de como cansa la espalda coser las chicas no tenían más que el banquito sin respaldo, yo que había tenido mi casa… ¿vos crees que la dueña no podía comprar otras sillas? y en invierno a esa hora es noche cerrada. En verano vaya y pase, porque salís de día y te parece que todavía hay tiempo para hacer algo de bueno, pero en invierno a la hora del mate ya es noche cerrada y a la salida con el frío y sin plata para gastar ¿dónde vas a ir? Al principio les contaba mis cosas a las chicas del taller, pero de tonta que era.

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– Las más jóvenes, y encima sin educación, que se creen divinas y a las más grandes nos ven como cualquier cosa. Pero yo he hecho mucho méritos en la vida, y ni bien cuento algo de mi vida la gente para la oreja.

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– Me oigo y me parece que estoy contando una película, Mita, no todos tienen al hijo como lo tengo yo, que no le falta nada.

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– Que estaba en Jardín de Infantes, si sabían que estaba en el bachillerato me daban por lo menos cuarenta años.

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– Nadie sabía que el negocio de Jáuregui había sido bazar, porque entonces se creen que yo despachaba detrás del mostrador; nunca trabajé yo hasta que entré en esa casa de modas.

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– Que tenía estancia, que después se murió mi marido y los abogados me comieron todo.

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– También a ellas se les va a acabar la juventud. Y yo después me tomaba el mate callada. «Están bien en esos bancos, no las defienda» me dice un día la dueña, «que son unas chusmas, a usted la llaman la estanciera y se matan de risa». No todas las madres pueden mandar al hijo a un buen colegio, con un sueldo de vendedora.

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– El sueldo íntegro al colegio. Total yo en la pensión pagaba poco y lo sacaba del Banco.

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– No, Mita, las penas se acabaron, por suerte ahora en Hollywood Cosméticos es distinto, con la libertad que tengo.

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