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Sí, sí, se lo confiesa a sí mismo que la desea a Carla, un animal como los otros había resultado ser Johann, y quiere ya correr a su encuentro, y se incorpora, con decisión, algo le dice que todo marchará bien, que ella lo aceptará tal como es y lo amará posiblemente tanto como él la ama. Johann mira el ramaje y hacia arriba el cielo azul y hacia abajo el cielo reflejado en el lago en el cual también se refleja inevitablemente él mismo, y se vuelve a detestar con más fuerza que antes todavía, él quisiera ser ese estudiante que vio bajo la glorieta, bello y fuerte, para no dudar de que Carla lo va a amar, y en ese momento se oyen pasos y Johann se cubre rápidamente como puede, espía por entre el follaje y ve que son el estudiante y su amada que pasan a pocos pasos de allí, dirigiéndose a algún solitario y apacible rincón del bosque.

El estudiante, alentado por un poco de alcohol, ya le habrá confesado a la compañera todo su amor, y ahora no hay duda de que buscan un lugar donde estarán solos. Johann piensa y piensa cómo hará el estudiante para reparar el mal que le pueda acarrear a la inocente, ¿qué le dirá para convencerla de que no se está aprovechando para después de pocos encuentros abandonarla y burlarse con sus amigos? ¿qué hará el estudiante para que ella se dé cuenta de que la quiere físicamente porque así se lo impone la naturaleza? él tiene que inclinarse ante la naturaleza, cuando en realidad lo que querría es acurrucarse junto a ella y tomarle la mano para impedir que se levante a buscar florcitas del bosque, el estudiante está acurrucado junto a ella y teme que ella se levante incauta a recoger florcitas silvestres y que se interne en el bosque donde hay tantos peligros, y puede haber animales feroces y hambrientos, entonces la tiene tomada de la mano y ie pide que le cuente cualquier cosa, y a lo mejor hablarán de los valses de Johann que ahora son conocidos en toda Viena y el estudiante quiere que su amada le diga cuál es el vals que más le gusta y ella por ese milagro que es el amor, elige justamente el que más le gusta al estudiante. Es la felicidad más grande saber que lo que le gusta a uno le gusta también al otro y no van a tener nunca un desacuerdo en esta vida, y menos aun en la otra vida, en que el amor los transformará en criaturas del éter de visita a la Vía Láctea, o si lo prefieren al llegar el verano tal vez se remontarán a las cuatro estrellas pálidas de la Cruz del Sur.

«¡Johann!», se oye una voz que llama a Johann y no es otra que Carla, quien ya se ha cambiado de ropa y lo busca. Juntos toman refrescos en la glorieta y la orquesta por ser ya la tarde ejecuta uno tras otro los valses de Johann sin saber que el compositor está presente en el local y Carla bajo las glicinas las canta con su voz que es realmente única y el aire se llena de melodías, las ondas sonoras se van llevando los estribillos, uno detrás del otro, los cuales quién sabe dónde irán, y donde lleguen llegarán cargados de perfume de glicinas.

Oscurece, y debido a que el sol se va poniendo, se empieza a sentir un poco de frío y la pareja que ha dejado los abrigos en el aposento entra a buscarlos, quieren salir a caminar bajo la luna y por lo tanto necesitarán alguna prenda de lana. Pero se encuentran con una sorpresa, la dueña tan diligente y buena comerciante ha encendido el hogar del cuarto tan bonito y de ese modo los está incitando a quedarse y pasar la noche también allí en la hostería.

No encienden la luz al entrar, el fuego ilumina tenue pero cálidamente la pieza, ya estaban sintiendo escalofríos afuera pero aquí adentro una dulce tibieza embalsama el aire, Carla estira el brazo para tomar su abrigo y Johann hace lo propio, pero de repente sus miradas se cruzan, dan un paso el uno hacia el otro, y otro más y se aproximan de la mano a la chimenea. Entonces acercan las palmas a las llamas para casi tocar esas especies de mariposas vibrantes que brotan de los leños y Johann se arrodilla ante Carla y Carla se arrodilla junto a Johann.

Ella se siente por fin despertar de una pesadilla, no tiene más alrededor a seres brutales y sedientos de escarnio, y tampoco tiene más que estudiar tantas horas para mantener su voz dentro de una técnica perfecta, todo eso quedó atrás, precisamente como en una pesadilla, y ahora su mirada fuego pasa a ese ser que tanto la quiere, y que se lo ha dicho con la excusa de escribir letras para valses. Lo mira y qué bello se lo ve alumbrado por esas llamas doradas, nunca lo había visto así, esas espaldas fuertes y dos brazos robustos que estarán siempre listos para defenderla, qué alivio saber que no tiene ya nada más que temer, y las llamas hacen lucir más negros que nunca los ojos y pestañas de él, mientras que sobre el cabello le arrojan reflejos dorados, ahora los cabellos del joven parecen dorados como un maizal. Lo cual significa que está ocurriendo una especie de milagro de amor.

Y Carla lo abraza sin poder ceñirle entero el tan ancho tórax ¿y qué palabras podrían expresar lo que los ojos negros de él?, ella lo mira y no tiene por qué preguntarle si la quiere bien o mal, porque en los ojos la maldad se traiciona a sí misma y se reflejan en el iris los filamentos en cortocircuito de la mezquindad, lo cual nunca sucede en los ojos de él, al contrario: porque tiene ojos de bueno.

Carla se acurruca en esos brazos fuertes y mira las llamas del fuego, pero no, prefiere mirarlo a él, en los ojos. Entonces se echa sobre la alfombra espesa y lo mira y Carla de todos modos ve las llamas reflejadas en las pupilas negras y algo más, como una chispa, que a diferencia de todas las chispas no se extingue, brilla inmutable esa chispa en los ojos renegridos, y Carla se aventura a pensar que es el alma de él que se ha asomado para contemplar las llamas de la chimenea. Carla ha tenido la suerte de estar ahí junto al fuego, y el alma de él la está mirando.

Sí, Carla se adormece para emprender juntos el viaje peligroso a que él la invita y es como si se durmiera en los brazos de él, dentro de instantes dormida empezará a soñar, y ella está segura de que él no la va a abandonar después, tan segura como si él se lo hubiese jurado delante de diez jueces, y se acurruca contra él, más todavía, llena de impaciencia pues ya quiere saber qué sueño le tocará soñar esa noche, y ya duerme profundamente. Ambos tienen el mismo sueño, que visitan juntos las estrellas de una constelación más allá de los planetas como Júpiter y Marte pero que están al alcance de sus cuerpos. Sus cuerpos son uno solo, un muchacho fuerte surca los aires con sus cabellos de maizal al viento y Carla de a ratos teme desprenderse de sus brazos y por eso le ha pedido que la mire de tanto en tanto para poder tranquilizarse viendo que él está tranquilo, mirándolo en las pupilas. Las pupilas de él, las cuales son inmensas, porque en ellas ya no se reflejan más las llamas de la chimenea sino el cosmos entero en la noche oscura que él va surcando en su vuelo.

Pero la pobre Carla está tan acostumbrada a no ser feliz, que dormida, sueña que durante el viaje se duerme y sueña que está soñando otra cosa: que él toma rumbo a las luces más lejanas de todas, las Galaxias, estrellas pulverizadas más frías que el hielo, de solo mirarlas hacen temblar por el frío que emanan, y a Carla repentinamente le ataca miedo, y le pide cambiar de rumbo, de vuelta a la Cruz del Sur, y se resiste a que él siga hacia lo lejos, y trata de volverlo hacia la Cruz del Sur, por lo cual en ese forcejeo, sin querer, se desprende ie los brazos de él, estira las manos y apenas llega a rozarlo con las yemas de los dedos, y él trata de alcanzarla pero por alguna razón desconocida en la zona de las Galaxias, los cuerpos se separan, y se alejan, poco a poco ya están lejos que no oyen lo que se dicen, Carla trata de mirarle el color de los ojos, y ya no se le distingue, se repite a sí misma que eran negros, negros, negros, paira no olvidarse, y piensa en la nariz, el corte de la cara, para tenerlo aunque sea en la memoria, ya no lo puede tocar, no lo oye, no lo huele, apenas si lo ve, aunque algo en la boca le dura del dulzor de tantos besos, ¿y la sonrisa cómo era? ¿cómo se desplegaban sus labios al sonreír? ¡no se acuerda! ¿los ojos parecían de chino al sonreír? ¿sí o no? ¿se le marcaban hoyuelos en las mejillas? ¡no se acuerda! Ella en el viaje no tenía más fuerzas, tendría que haberle pedido que la cargara al hombro como si estuviera muerta, y así habrían proseguido el vuelo, ella posiblemente se habría muerto y él la habría llevado al hombro, un peso muerto, y al irse disecando con el tiempo pesaría cada vez menos y se le adheriría a las espaldas, como un cuero de oveja, él por la eternidad continuaría dominando el espacio, con un cuero de oveja pegado a él como su propia piel. Pero ni siquiera eso fue posible y Carla perdida en las Galaxias lo vuelve a mirar a la distancia y ya sólo ve una silueta indefinida y es el mundo que se agranda más y más porque él se empequeñece, hasta ser solo un punto en el espacio.

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