¡Qué tonta es Graciela! Se cree que me voy a creer todo lo que me cuenta, y si no sonaba el timbre del recreo ella seguía. Mañana quedó que en Música se sienta conmigo y me cuenta todo. Graciela y sus cuentos, no le di mucha bolilla y saliéndose del renglón en que estaba tomando el apunte dibuja una flecha que apunta a un cuadradito y en el cuadrado lo cierra y escribe «tengo una cosa que contarte», y ya sé, lo que tiene que contarme tiene pantalones, y el resto también lo sé, que «está loco por mí pero a mí me gusta más o menos». Sí, porque el padre tiene plata en el Banco ya se cree que la quieren todos. Se cree todo lo que le dicen. Ahora le pasó la locura por Adhemar, comprendo que guste a todas, con esas pestañas y ojos tan negros y el pelo rubio como un maizal, y ante todo no es un chiquitín, está en tercer año pero es tan serio como uno de 5°, pero… estoy casi segura de que Graciela ahora piensa en alguien cuyo nombre empieza con «H». Mejor dicho, Graciela y yo pensamos en esa «H». Esa mirada triste que busca una superficie queda donde apoyar una lágrima, su pecho es una fragua templada por el fuego del sufrimiento pero de ella brota y se escurre un diamante, una lágrima acrisolada e hirviente, una lágrima de hombre. Ha mucho que él perdió a su madre. En cambio Adhemar no creo que haya llorado jamás, dulce y educado tal vez porque su vida es sólo un panal, un castillo de miel, y si un día esas paredes se desploman me lo veo llorando como un niño sin atinar a nada; otra cosa muy distinta es la lágrima de un hombre.
Raro que «H» le guste a Graciela, pero a ella le basta con variar. Pobre hueca. Pero le vi el corazón, y allí tampoco tiene nada: «¿así que lo piantan al pelado?», fue su comentario ante el drama de un viejo maestro. Pobre mi director querido.
Mi cuñado apenas si me saludó hoy, ¿se habrá ofendido porque no no fui a la reunión del comité como prometí? Total el diputado por Matanzas iba a hablar y a último momento no fue.
¿Hace cuánto que yo no voy?… Bueno, desde el verano que no voy.
Martes 9 – Casals me salvó, pasó en Castellano y estuvo toda la hora casi en el frente, no se le terminaba la cuerda, que si no hoy seguro la Chancha me tomaba lección. Esther… ¿qué pasa… qué pasa??!! reacciona, desdichada, sabiendo muy bien que hoy era casi seguro que me tocaba a mí, con la beca en peligro, con mis sueños apilados, un palacio de barajas a merced del huracán de la desdicha. Papá se cree que estoy haciendo los deberes, y no se anima a prender la radio, en el dormitorio me muero de frío si me pongo quieta a escribir ¿esta cocina a leña nos une más que el amor familiar? y nadie pone la radio para que yo haga los deberes ¿y quién soy yo? la que estudia, la inteligente ¡la que no estudia!, un cuervo se les ha entrado en la casa no se han dado cuenta, todos en silencio, ¡y ya es más de las 10! ay mi padre, mi pobre padre, perdió el noticioso de las 10 ¡por mí!, con el brazo tronchado sujeta el diario y con la mano izquierda le da vuelta la página. Ahora que los pobres tenemos nuestro diario, sus múltiples páginas la expresión de nuestro líder, en una palabra encerrado el corazón de un pueblo… ¡Perón!, en un año que eres presidente no caben en las páginas de cada día de todos los meses de este año de periódicos las cosas que has hecho por nosotros… y sin embargo caben en tu corazón ¡juguetes para tus niños! todos los niños desvalidos del territorio nacional, ¡leyes para tus obreros! que no han de ser ya humillados, ¡auxilios para los cargados de años y los cargados de penurias! mi pobre padre, y su universo pequeño, de casa a la fábrica y de la fábrica a casa y un partido de barajas el sábado a la noche frente a una grapa: mi padre es un hombre de verdad y una grapa no pone más que un chispa en sus ojos, que un día aciago fueran transidos por el dolor…
Había una vez una inmensa fábrica y allí un capataz, el mejor que jamás hubiera. Sus manos manejaban las herramientas más pesadas y difíciles, pero él las doblegaba a su voluntad y reparaba una y todas las maquinarias del establecimiento, la inmensa forja de la que salen millones de metros de tela por día. Uno de esos días en que la producción de infinitos metros y yardas (también infinita es la perfidia del destino) se apilaba como de costumbre gracias a los esfuerzos de mi padre y su ojo alerta que no dejaba flaquear uno solo de esos herrajes… en un momento… tal vez absorbido por un algo que vio y le pareció funcionar mal, dejó por última vez reposar su mano derecha sobre el rollo asesino que se la tronchó, el rollo de las telas engomadas, el rollo que enamorado de esa mano fuerte se la llevó para siempre. Es una simple manija la que abre y cierra la puerta del ascensor, y mi padre ahora con su mano izquierda cierra y abre infinitas veces al día las rejas plegadizas del ascensor de la fábrica… «el Dardito lo podría hacer, con ocho años que tiene»… dice sonriendo mi padre, él que otrora dominara todo un ejército endiablado de pistones, tornos, tuercas, clavos, cremalleras organizadas en ejército de la industria, por el derrotero del progreso. Y vi que eran las 10 y no me di cuenta de decirle que prendiera la radio, y él se quedó callado, para que yo terminara mis deberes, los deberes que no hice. ¡Castígame, Dios mío! porque dentro mía anida un cuervo y ha caído la noche en mi alma, teñida por el negro de sus plumas.
Casals dice que estando pupilo lo mejor es estudiar para que se le pase más rápido el tiempo. Viendo pasar a Graciela me preguntó «¿quién te gusta más, mi primo o Adhemar?», y por eso antes de que Graciela me lo dijera ya confirmé yo de quién eran los pantalones de que ayer ella me empezó a hablar. Si sabe me mata. El sábado del campeonato intercolegial, «H» estaba sentado al lado mío, entre yo y Casals. De «H» sé que le gusta más ver un partido de fútbol que ese partido de volly perdido vergonzosamente por nuestro equipo representante, sé que va con Casals todos los domingos a una matinée de cine.
El primo de Casals, que se llama Héctor, la hache no se pronuncia, sabemos que está ahí esa pequeña letra, y nada más.
Hay en mí algo hoy, también, que no se pronuncia, pero está allí. Tal vez sea mejor no encontrarle un sonido. Callemos. Ese coche que pasa en este momento por mi vereda y agita las aguas del charco ya se va alejando, ya no lo oigo, ya no ha dejado más que un hueco en mis oídos, pertenece al pasado, un pasado en que se encuentra con una algarabía de voces juveniles vitoreando a un equipo de volly perdedor, y él no vitorea a nadie, lo sé ¡cuánto más le hubiese gustado un partido de fútbol! y su silencio, su voz que no vitorea, también dejó un hueco en mis oídos. Héctor, tienes una extraña sombra en la mirada ¿y eres silencioso como la primera letra de tu nombre? casi no me dirigiste la palabra, claro, pensaste que era una nena, con mis zapatos sin taco y mis zoquetes blancos, ¡qué ridicula me habrás encontrado!
Toda una grandota de catorce años vestida de nena, sí, y con soltarme las trenzas creí que estaba hermosa, la pavota, este pelacho suelto, parezco una india, eso es lo que parezco, y mi hermana qué se cree, estúpida, y se piensa que le voy a tener que estar agradecida toda la vida porque me mandó a comprar cinfcuenta centímetros de cinta nueva, ¡con quince centavos ¿qué se creyó? ¿que iba a quedar la mejor de todas? ¿no sabe lo que gastan esas mocosas en vestir? no se imagina siquiera esa ignorante que hay gente que para un vestido a la niña de la casa se gastan lo que nosotros gastamos para mantener la familia todo un mes. Todas tienen tacos bien altos, peinados de señorita y pollera ajustada. Mientras que yo por esa porquería de cinta de la que salta toda esta mata de pelo duro le tengo que andar diciendo gracias hasta el año que viene…
Cuando doblé por el pasillo para salir del gimnasio, Héctor estaba prendiendo un cigarrillo, callado, ¡él es tan grande, se aburrirá entre nosotras mocosas! Tiene diecinueve años, y miraba pensativo la vitrina con las copas de los campeonatos. Héctor, quiero cambiarte el nombre… Alberto, o Amadeo, o Adrián, o Adolfo, ¿no te das cuenta por qué porque así tu nombre va a empezar con «a», como alegría…