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– Bobby siempre sentía un placer especial haciendo daño a la gente. Física y emocionalmente -dijo Peter-. Yo era demasiado pequeño para entender por qué tenía esa rabia y ese odio tan arraigados, pero sabía lo bastante para mantenerme lo más lejos posible de él.

– Creo que Bobby manipulaba a Papá desde hacía tiempo. Quizá nunca pensó que él mataría a Mamá, y sólo quería causar problemas por puro placer. Pero a Papá le ocurrió algo y perdió la cabeza.

Rowan apartó el plato.

– O puede que sólo intente justificarlo.

– Porque golpeaba a Mamá.

Ella lo miró, sorprendida.

– ¿Tú lo sabías? Nunca dijiste nada.

Un profundo pesar asomó en la mirada de Peter.

– Lo sabía, pero no lo entendía. Yo tenía siete años cuando ella murió. Solía oír cómo reñían, no los veía. Excepto los moretones, que sí los veía -dijo, y respiró hondo-. Mamá decidió quedarse a su lado. Eso hace que todo sea más difícil de asimilar.

Una lágrima rodó por la mejilla de Rowan, y se la secó.

– Tendrías que haber hablado conmigo. Quizá podríamos habernos ayudado el uno al otro.

– Quizá, si hubiéramos sido mayores. Y hubiésemos estado juntos. Pero cuando a mí me adoptó O'Brien y Roger te acogió en su casa, ya no nos veíamos. Y luego…, el tiempo. El tiempo es muy cruel, Rowan. Yo he lidiado con mi pasado lo mejor que he podido, y estoy en paz con ello. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Excepto intentar ayudarte. Pero tú nunca has dejado entrar a nadie. -Peter miró a John-. Al menos, así ha sido durante mucho tiempo.

Rowan miró de reojo a John. Se adivinaba la tensión en su rostro, aunque la miraba a ella con simpatía. Y algo más. Algo que los unía. Fue como si el corazón se le hubiera parado cuando cayó en la cuenta de que, en muy poco tiempo, John había llegado a formar parte importante de su vida. Y ella sin percatarse.

No era un pensamiento del todo tranquilizador.

– ¿Por qué los O'Brien no adoptaron a Rowan? -preguntó John, mirando a uno y a otro.

Peter guardó silencio un rato largo.

– Eran momentos difíciles para los dos. Eran buenas personas, pero dos niños traumatizados eran difíciles para cualquiera. La tía Karen, la hermana de nuestra madre, se negó a aceptarnos. Rowan y yo le oímos que nos llamaba la «semilla del diablo».

Rowan nunca olvidaría eso. Le recordaba siempre de dónde venía. De las entrañas del diablo.

– Nuestros abuelos ya estaban viejos -explicó ella, con voz queda-. Estuvimos con ellos una semana, pero yo no se lo puse nada fácil.

– ¿Quién podría recriminártelo? -dijo Peter, como en un arranque, y en su voz vibraba una ira profunda-. ¿Cuándo dejarás de culpabilizarte? ¿Qué podrías haber hecho tú, una niña, para que nuestro padre no matara a Mamá a puñaladas? ¿Qué podrías haber hecho para proteger a Dani? Hiciste todo lo que pudiste. Me salvaste la vida.

Ella ahogó un sollozo, y Peter le cogió la mano con fuerza.

– Tienes que dejar ir el pasado.

– Lo sé -murmuró ella-. Pero no podré hasta que detengan a Bobby. Anda por ahí, suelto, matando a gente para llegar hasta mí. Por favor, ten cuidado, Peter. Si descubre que todavía estás vivo, irá a por ti.

– Yo estoy preparado, Rowan. Estoy en paz. La pregunta es ¿lo estás tú también?

Después de despedirse de Peter, John acompañó a Rowan a su habitación. Él ocupaba la habitación contigua, y se aseguró de dejar la puerta abierta por si ella corría algún peligro. Dudaba que Bobby supiera dónde se encontraban, pero si contaba con ayuda o tenía acceso ilegal a los datos de las líneas aéreas, le sería posible conocer su destino.

John no podía dormir. Se quedó tendido de espaldas mirando el techo de la habitación, mientras la tenue luz de la calle proyectaba sombras en las paredes. Pensaba en todo lo que había dicho Peter. En la frustración y la culpa que sentía Rowan. Eso lo entendía. Él mismo era víctima de una profunda frustración y culpa.

Añoraba a Michael. El miércoles era su funeral y no quería asistir. Detestaba los funerales. Había estado en demasiadas exequias en sus casi cuarenta años. Su madre. Su padre. Los colegas. Y los criminales.

Denny.

Se había despedido de Michael en la morgue, cara a cara. Cerró los ojos y vio el cuerpo frío e inerte de su hermano sobre la plancha de acero.

Pero, al final, asistiría. Tenía que hacerlo. Por Tess. Por Michael.

Percibió un leve movimiento en la habitación de Rowan y abandonó en silencio la cama, con la pistola en la mano.

– Soy yo -dijo Rowan, cuando él cruzó el umbral. Su pelo largo y casi blanco le caía por la espalda y brillaba en la oscuridad. Llevaba puesta una camiseta larga que apenas le llegaba a los muslos. Sus piernas largas y bien torneadas estaban desnudas.

John se relajó y dejó la pistola a un lado.

– ¿Todo va bien?

Ella asintió con la cabeza.

– Es que… ¿Puedo dormir contigo esta noche?

Eran las palabras de una niña, pero la voz era ronca y seductora. Su cuerpo respondió al instante.

– ¿Estás segura?

Ella se le acercó y le puso una mano en el pecho. Sus labios estaban a escasos centímetros de la cara de John.

– Sí, John. Estoy segura.

Rowan no había estado segura de demasiadas cosas en su vida, sobre todo desde que había renunciado al FBI pero, en ese momento y lugar, sabía con certeza que necesitaba a John. Era más que una necesidad. Era el deseo más profundo que jamás había sentido por un hombre.

¿Cómo era posible que algo tan poderoso, tan acertado, sucediera tan deprisa?

– Rowan. -La voz de John era grave, teñida por el deseo. Se quedó quieto, temblando ante esas manos de Rowan que descansaban sobre su pecho ancho y musculoso.

Ella no podía imaginar otro lugar donde quisiera estar. Con John.

Le besó el pecho, y el calor de él se derramó por sus labios, pasó por la garganta, le llegó hasta el fondo del alma. Su respiración se volvió entrecortada cuando entendió que sus sentimientos hacia John eran más penetrantes de lo que había imaginado. Quería gritar contra toda aquella injusticia que podría acabar con su vida. O con la vida de John.

Dios mío, no. John, no. No podría vivir consigo misma si él moría protegiéndola.

– ¿Qué pasa? -inquirió él, mientras ella le dejaba un reguero de besos en el pecho y seguía por el hombro.

Él era demasiado perspicaz. Ella no dijo palabra, sólo siguió besándolo. No quería hablar. Sólo quería sentir.

Él dio un paso atrás y, con un dedo, la obligó a alzar el mentón.

– Háblame.

Pero ella no podía hablar de eso. No de sus miedos, ni podía hablar de lo que su corazón le pedía a gritos.

No podía decirlo. Todas las personas que ella amaba morían.

– Hazme el amor -dijo, y le rozó los labios.

– Row…

– Shh -murmuró ella en sus labios, y lo llevó suavemente hacia la cama.

Él vaciló sólo un momento antes de entregarse a su abrazo. Como un interruptor, pasó de las caricias suaves a una pasión desatada. Ella recorría su cuerpo robusto de arriba abajo, como si no pudiera dejar de tocarlo. Como si fuera la última vez, tenía que tocarlo por todas partes, desde su pelo corto hasta sus hombros, hasta llegar a la cicatriz que iba desde la mitad del muslo hasta la rodilla.

Su boca siguió por el pecho hasta su vientre. Él se estremeció, y la agarró por el pelo. Ella le besó el ombligo, le lamió el vientre terso hasta llegar a la pelvis, y sus manos buscaron su miembro, duro y grande, y se lo metió en la boca. Él gimió, y ella lo engulló hasta lo más hondo.

El sudor y un tórrido deseo masculino le embargaron los sentidos. Jamás la había sentido tan apasionada, tan deseable.

– Row… an. -La levantó, la apartó de su lado y se montó sobre ella-. Me estás volviendo loco.

Se hundió en ella. En sus labios, buscándola con la lengua. Pecho contra pecho, pelvis contra pelvis. Se hundió cómodamente en ella, hasta arrancarle un largo gemido desde lo profundo de sus entrañas.

No tardaron en encontrar el ritmo. Rápido, duro, intenso. Ella deseaba acercarse más y más a él. Él la estrechó con más fuerza, se hundió más hondo, hasta precipitarse juntos hacia el orgasmo, agarrados el uno al otro, casi enloquecidos. Como si fuera la última vez.

No. No podía ser la última vez. No podía perderlo ahora que había encontrado a alguien que encajaba tan bien en su atormentada vida.

A menos que…

No quería pensar en los sentimientos de John, pero tenía que hacerlo. Él la consolaba, se preocupaba por ella, la amaba… esa noche. Esta noche era de ellos. Mañana… quizá. Pero ¿para siempre?

Era incapaz de imaginar el para siempre. Nunca había habido un para siempre en su vida, y era una necedad pensar que podía convivir con este hombre complejo y duro y de alma tan generosa.

Respiró profundamente e intentó echarse a un lado.

– No tan rápido. -John se aclaró la garganta. Si Rowan creía que volvería a su cama, se las tendría que ver con él.

John se deslizó al centro de la cama y atrajo a Rowan hacia él. Cubrió los cuerpos desnudos y sudorosos con la sábana. No recordaba haberse quitado los pantalones ni haberle quitado la camiseta a ella. Quizá lo había hecho todo ella.

John disfrutaba de la intimidad que compartían, pero ella se apartó al cabo de un rato, como si no quisiera entregarse a aquel cálido bienestar. Como si fuera sólo cuestión de sexo.

No era sólo sexo. Y no lo había sido desde la primera noche que hicieron el amor. ¿Sólo habían pasado tres días?

La besó en la frente, y sintió que Rowan se tensaba.

– ¿Qué ocurre?

– Nada -dijo ella, demasiado rápido, y lo besó en el cuello. Él ya conocía su manera de ser. Intentaba distraerlo para no hablar. Para evitar sus preguntas.

Pero esta vez no sería así.

– Cuéntame.

Ella no respondió y pasó un largo minuto. Y luego, con voz suave y queda, como una brisa de primavera, murmuró.

– Todas las personas que amo acaban muriendo.

A él se le encogió el corazón. Quería darle confianza, costara lo que costara, pero ella no lo aceptaba. No después de todo lo que había vivido.

Tendría que demostrárselo.

– Bobby caerá. -Ella se acurrucó contra él, pero su piel se volvió fría. John había dicho algo equivocado-. Lo siento, Rowan, no quise…

– No, tienes razón, caerá. Es sólo una cuestión de tiempo. Y de muerte.

– No dejaré que te ocurra nada malo. Tú lo sabes.

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