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– Bobby volvió a verte con él. Te dije que no te acercaras a él, pero tú no obedeciste.

Bobby. Rowan ahogó un grito y sintió una mano en el hombro. John. Compartiendo su fuerza con ella. Respiró hondo.

– Bobby quiere hacerle daño a Lily. Por favor, ayúdame a detenerlo.

Su padre sacudió la cabeza muy lentamente hacia atrás y adelante.

– Bobby mató a nuestros hijos, Beth. Lily está muerta.

– No, no estoy muerta, pa… Robert. Lily está viva. Bobby quiere matarla.

Su padre volvió a sacudir lentamente la cabeza. Habló con una voz arrogante, como un niño.

– Es como si estuviera muerta. Bobby me lo dijo.

Rowan quería gritar, golpearlo, sacudirlo hasta que dijera algo que tuviera sentido.

Probó con todo lo que se le venía a la cabeza, pero su padre no volvió a hablar. Se quedó ahí sentado, mirándola con ojos ausentes, con sus ojos que veían y no veían. Sacudía la cabeza, atrás y adelante, hasta que Rowan no pudo más. Se incorporó y salió disparada hacia la puerta. Estaba cerrada, y no pudo salir. Golpeó la puerta con los puños, hasta que se acercó John y le puso el brazo sobre los hombros. El doctor Christopher los dejó salir.

El médico estaba emocionado.

– Jamás pensé que vendría a visitarlo, pero le ha ayudado a dar un paso muy importante. Increíble. -El doctor Christopher se balanceaba sobre los talones-. ¿Vendrá de nuevo? Podemos trabajar juntos para sacarlo de su postración mental. Es la primera vez que veo la posibilidad de llegar a él.

Rowan se lo quedó mirando, boquiabierta, con los ojos muy abiertos.

– ¿Me está hablando en serio? Espero que se pudra en el infierno.

El médico frunció el ceño y parpadeó.

– Es un enfermo mental, señorita Smith. No sabía qué hacía cuando mató a su madre.

– Yo no creo eso. Espero que esté sufriendo en ese mundo que se ha creado. Siempre golpeaba a mi madre. La golpeaba hasta dejarle moretones y hacerla sangrar. Ella se quedaba a su lado porque decía que lo amaba -dijo, con una sonrisa amarga-. Y ahora está muerta. Él la mató. Espero que cuando finalmente muera se queme en el infierno. -Calló y se quedó mirando al médico con expresión desafiante.

– Nunca pensé que hubiera peor castigo que la muerte. Pero quizá sí lo hay.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó John, mientras esperaban una mesa en el restaurante del hotel.

Después de dejar Bellevue, se dirigieron a las oficinas del FBI, donde Collins había establecido un cuartel de operaciones provisional para coordinarse con Los Ángeles y Washington. La prioridad número uno era distribuir la foto de Bobby MacIntosh al personal de las líneas aéreas en todo el país. Después del once de septiembre, se había creado un mecanismo precisamente con ese fin, aunque su eficacia dependía de los funcionarios locales.

Después de que Rowan le contó a Collins lo que había dicho su padre, se encerró en sí misma. John no podía culparla. Él también habría querido estar a solas después de una experiencia como ésa. Ahora estaban solos. Collins se había retirado a su habitación, aunque John dudaba que pudiera conciliar el sueño. La culpa era un poderoso elemento para mantenerse insomne.

– Estoy bien -dijo Rowan.

– Sabes que puedes hablar conmigo, ¿no?

Ella lo miró como intrigada, y John frunció el ceño. ¿Acaso no confiaba en él? ¿Después de todo lo que habían vivido juntos?

Sin embargo, él la había tratado como un trapo después de la muerte de Michael el viernes por la noche.

El viernes. Habían pasado tres noches, setenta y dos horas desde que Michael muriera acribillado. Y John estaba allí, en un elegante restaurante de Boston con la mujer de la que se había enamorado su hermano.

– ¿John? -preguntó Rowan, preocupada.

Él no tenía ganas de hablar de Michael, pero ella tenía derecho a saber qué pensaba.

– No te culpo por la muerte de Michael. Por favor, créeme. No estaba en mis cabales, y dije cosas que no quería decir. Me he pasado de la raya.

Ella asimiló sus palabras y John la vio sacudir lentamente la cabeza.

– Puede que no me culpes, pero eso no quita que siga siendo culpa mía.

– Rowan, tú ni siquiera sabías que el asesino era tu hermano. Tenías toda la razón del mundo para pensar que estaba muerto.

A Rowan se le llenaron los ojos de lágrimas, que no llegaron a derramarse.

– No puedo creer que Roger me haya ocultado esto tanto tiempo.

Una camarera se les acercó.

– Su mesa está lista -avisó-. Para tres.

– Gracias -dijo John, y asintió con la cabeza.

– ¿A quién esperamos? Espero que no sea Roger. No… no puedo estar con él en este momento.

– No es Roger. Es Peter.

Rowan lo miró con expresión de sorpresa.

– ¿Peter? Pero se supone que tiene que seguirse manteniendo en el anonimato. ¿Qué pasará si…?

Él le selló los labios con el dedo.

– Rowan, Roger me ha dado su número y lo he llamado. Quiere verte. Creo que te haría bien, sobre todo después de lo que has vivido hoy.

La indecisión que se adivinaba en su rostro era palpable. Quería a su hermano, pero temía por él.

– Tiene una escolta del FBI, si eso te hace sentir mejor.

– Un poco -confesó ella.

Se sentaron a la mesa y Rowan no dejaba de girar la cabeza buscando a su hermano.

Respiró hondo y, cuando habló, su voz era tensa.

– John, llegué a apreciar mucho a Michael. Me gustaba. Lamento mucho que ya no esté.

– No sigas. -Su voz era más ruda de lo que hubiera deseado-. Yo no te culpo, Rowan. Tienes que dejar de culparte.

John respiró largo y profundo. Tenía los puños apretados y los relajó lentamente, intentando aliviar la tensión acumulada desde la muerte de Michael. Era culpa suya más que de nadie.

No quería gritarle a Rowan, pero tenía que hacerle entender.

– Soy tan responsable como tú del hecho de que Michael estuviera donde estaba. No debería haber insistido en que se fuera a casa esa noche. Me porté como un egoísta, y lo criticaba por su manera de llevar el caso. -Vaya, costaba decirlo con palabras, pero ya lo había dicho.

– ¿Quien es Jessica?

John frunció el ceño ante el inesperado giro de la conversación.

– Una mujer con la que Michael tuvo una relación.

– Un día oí que tú y Tess decíais que yo era una segunda Jessica. ¿Qué queríais decir con eso?

John se quedó pensativo. No podía contárselo todo sin traicionar a Michael en algún sentido, pero no quería mentirle. No podía mentirle. Optó por una versión ligera de la verdad.

– Michael era poli, y le tocó ocuparse del caso. El ex de Jessica la acosaba. Un matón de la mafia del tres al cuarto. Michael le ayudó, y siguió viéndola. La cosa no funcionó. Jessica volvió con su tipo, y él la acabó matando. -Guardó silencio y luego añadió-: Michael tenía una debilidad por las damiselas en apuros.

– A mí difícilmente se me podría llamar una damisela en apuros -dijo ella y, cuando bajó la mirada, John no pudo verle la cara. Ya era bastante difícil con todas aquellas barreras que se había impuesto a sí misma, pero si no podía verle los ojos, no podía saber en qué pensaba.

– No, pero eres una mujer guapa y necesitabas que alguien se ocupara de ti -dijo él, con voz suave. Estiró la mano para coger la de Rowan-. Rowan, yo no me recuperaré tan fácilmente del golpe que significa la muerte de Michael. Fue culpa mía que estuviera solo. No pensé… nadie pensó… que Bobby iría a por él. -Alzó la mano que tenía libre cuando ella hizo ademán de interrumpirle-. Sin embargo -siguió-, lo superaré, con tiempo y a mi manera.

Ella asintió, y en sus bellos ojos se atisbaba la comprensión.

– Rowan -dijo una voz a sus espaldas.

Rowan sintió que John se ponía tenso. Le soltó la mano y se levantó.

– Peter -murmuró ella, y se giró para saludar a su hermano pequeño.

Peter llevaba un jersey por encima de su alzacuellos de clérigo, y en sus ojos grises asomaba un brillo de inquietud. Le ofreció los brazos y ella se entregó a su cálido saludo, respirando su olor seguro y familiar, apoyando la mejilla en su pecho. Peter era bastante alto, más alto que John, y más bien delgado.

Dio un paso atrás y lo miró de arriba abajo. En las incipientes arrugas del rostro plácido y bello de su hermano se veía claramente su inquietud. Su pelo oscuro ya tenía algunas canas, aquí y allá. Sólo tenía treinta años. ¿De dónde habían salido esas canas? Le acarició la cara.

– Me alegro tanto de verte. -Y era toda la verdad. Era más que alegría, era casi como una curación.

Él la besó en la frente, dio un paso atrás y le tendió la mano a John, que se había puesto de pie y asumido su talante de guardaespaldas, situándose al lado de Rowan, un poco por detrás.

– ¿John Flynn?

– Sí, padre.

Peter sonrió, y en su sonrisa había un toque de humor.

– Con llamarme Peter, basta. Gracias por su llamada.

John asintió con la cabeza y lo invitó a sentarse. Cuando estuvieron instalados, la camarera recogió el pedido y se fue.

– ¿Qué te ha dicho John? -preguntó Rowan, rompiendo un incómodo silencio. Tanto Peter como John parecían medirse con la mirada. Rowan se sintió rara.

– Supongo que debería preguntar lo que no me dijo -dijo Peter-. ¿Por qué habéis venido a Boston?

Rowan entrecerró los ojos.

– Para ver a nuestro padre.

– ¿Qué? -El impacto emocional en la voz grave de Peter sorprendió a Rowan-. Pero, pensé que tú… -balbuceó, y guardó silencio-. ¿Por qué?

– Bobby está vivo -dijo ella, con voz queda-. Está vivo y ha matado a varias personas. Él es el asesino, Peter.

Rowan le contó a Peter todo lo que sabía, de principio a fin. Le contó lo de los asesinatos, los lirios, las coletas, las mentiras de Roger. Llegó la comida y a todos les costó mucho empezar; nadie tenía ánimos para comer.

Cuando Rowan terminó su relato, Peter se volvió hacia John.

– Lamento mucho la muerte de su hermano.

– Gracias. -A Rowan le pareció que John contestaba con cierta rudeza, pero ¿qué otra cosa podía esperar? Acababa de contarle a Peter cómo Bobby había asesinado a Michael.

– ¿Papá ha hablado? Qué extraño -dijo Peter, y bebió un trago de agua.

Rowan asintió.

– A mí también me lo parece. Sabes, no dejo de darle vueltas en mi cabeza a lo que me dijo. Bobby le contó que Mamá estaba con alguien. ¿Fue Bobby el que montó toda la tragedia? ¿Quería provocar problemas entre Papá y Mamá? No lo entiendo.

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