Ella se encontraba frente a la pintoresca casa blanca de dos plantas de estilo colonial, con el corazón desbocado, y la espalda bañada en sudor. Sentía la piel húmeda y pegajosa. ¿No estaría incubando alguna enfermedad?
La casa le era familiar, aunque ella nunca había estado en esa parte de Nashville. Le lanzó una mirada al agente de policía local Tom Krause, un veterano curtido que había trabajado con ella hacía dos años en otro caso de homicidio múltiple.
En esta parte del jardín crecían unos árboles ya viejos y grandes, plantados a intervalos regulares. Unos setos bien cuidados hacían de centinelas, marcando la parte baja de todas las ventanas, ahora cerradas, de cada una de las persianas de color rojo sangre. Las cintas amarillas de la policía en la escena del crimen destacaban en aquel sereno paisaje, un indicio siniestro de lo que le esperaba en el interior.
Rowan había visto cientos de escenas de crímenes. Había visto lo Peor que el hombre podía hacerle a sus congéneres. Siempre dueña de sus emociones, sabía sepultarlas en lo más profundo de sí misma, más allá de su alma. Sin embargo, esta vez le estaba costando mucho tomar distancias con la escena del crimen. Por algún motivo, este asesinato era diferente. Familiar.
Se detuvo en el vestíbulo de la impecable casa. Limpia, cómoda, muebles caros, maderas lustrosas. Reinaba una perturbación general asociada a la presencia policial pero, aparte de eso, la casa estaba perfectamente ordenada. El olor de un detergente con esencia de limón se mezclaba con ese olor a cobre que ella conocía demasiado bien, el olor metálico de la sangre ya insinuándose en su olfato, en su boca. Cerró los ojos y se armó de valor.
¿Por qué le costaba tanto seguir adelante?
– Agente Smith, ¿se encuentra bien?
La voz de Tom interrumpió su vacilación. Enseguida abrió los ojos y asintió con un gesto de la cabeza.
– Claro que sí, sólo estaba pensando. ¿Quiénes eran las víctimas?
Tom consultó su bloc de notas.
– Karl y Marlena Franklin y sus hijos. Se sospecha que los asesinatos precedieron a un suicidio, pero por ahora los técnicos sólo han inspeccionado la escena para fotografiarla.
Ella asintió con un gesto y siguió su inspección del lugar. La escalera empezaba en el vestíbulo, y subía en una elegante curva hacia la segunda planta. Distribuidas por la pared, había fotos de una familia conforme iba creciendo, dispuestas peldaño a peldaño y año tras año. La madre y el padre, de pelo oscuro y ojos azules. Juntos con un bebé. Juntos con un pequeño y un bebé. Con un pequeño y otro en su primer día de parvulario. Con dos pequeños y un bebé. Con dos niños mayores, otro que daba sus primeros pasos, y un bebé. Pelo castaño, ojos azules, una familia atractiva.
Con tres niños y la pequeña, todavía bebé.
En lo alto de la escalera se encontraba el último retrato de familia. Tres niños, el mayor de unos doce años. Una pequeña, de unos tres años, con coletas oscuras y cintas rojas en el pelo.
Coletas y cintas.
¡Corre! Fue su mente la que gritó, pero ella se sentía obligada a avanzar. Oía hablar a Tom, pero no escuchaba lo que decía.
¡Corre!
Tenía los pies clavados en aquella casa demasiado familiar.
En la primera habitación sólo había sangre en la cama. El hijo mayor, seguidor de los Packers, tenía trofeos en las estanterías y las paredes. Segunda habitación. Literas, más sangre. El olor y el sabor se le metían en los pulmones y tuvo una arcada.
– Rowan.
La voz venía de lejos. Ella se adelantó para apartarse de Tom.
– ¡Rowan!
Empujó la última puerta, sabiendo qué encontraría antes de abrirla.
La habitación de la pequeña, decorada con cortinas rosadas y blancas, llena de osos de peluche y muñecas. Alguien había dejado algo de comer en el suelo, junto con un juego de té del elefante Babar con sus invitados. Un oso de peluche, una jirafa y Babar tomando el té alrededor de la mesa. Era el juego del día anterior.
Una silla vacía, donde se habría sentado la pequeña.
Dani.
La pequeña quizá dormía. Habría dormido hasta que le arrebataron la vida. La sangre empapaba su edredón blanco. Dios mío, ¿Cómo podía haber tanta sangre en un cuerpo tan pequeño?
Coletas.
Dani.
Gritó.
John tomaba el café en el comedor escuchando lo que le contaba Michael acerca de la investigación de la policía y el papel del FBI. Menos de media hora antes, Rowan se había quedado dormida sobre el sofá en el salón contiguo. Cuando John la vio por primera vez, parecía agotada. Seguramente no había conseguido conciliar el sueño las últimas noches por culpa de la presión que el asesino ejercía sobre ella.
Rowan dejó escapar un gemido y él y Michael se levantaron al unísono. Se quedaron mirando un momento, John suspiró y volvió a sentarse.
– Es tu caso -dijo, aunque no estaba seguro de que su decisión fuera la más indicada. Michael se había ocupado de las medidas de seguridad como el profesional que John veía en él, pero cada vez que miraba a Rowan una suavidad se adueñaba de su rostro. Una expresión familiar, pensó John, de no hacía mucho, cuando Michael se había enamorado de Jessica Weston, la embustera.
Michael se acercó al sofá con paso cauto mientras Rowan daba vueltas en su sueño.
– Rowan -dijo, con voz queda.
De pronto, Rowan dejó escapar un grito y su cara se transformó en el vivo retrato del terror, mientras se debatía entre la pesadilla y la vigilia.
– ¡Rowan! ¡Rowan! ¡Despierte! -Michael se sentó detrás de ella y casi la cogió en su regazo; intentaba sujetarle los brazos que ella agitaba en el aire. Desde el otro lado de la sala, hasta John podía ver lo tensa que estaba, con los brazos atrapados y temblando, casi un abrazo en el vacío.
– ¡Dani, Dani! -gritó, sumida en su pesadilla.
– ¿Qué le pasa? -preguntó Tess, inquieta, y se incorporó del rincón de trabajo donde se había instalado con los ordenadores.
– Una pesadilla -dijo Michael, con voz grave.
¿Quién es Danny ?, pensó John, frunciendo el ceño. Observaba de brazos cruzados, aunque también se había incorporado.
Rowan se fue calmando con las palabras que Michael le susurraba al oído mientras la atraía hacia él, le acariciaba el pelo y se lo alisaba por la espalda. Rowan se sacudía con violentos sollozos, pero en absoluto silencio.
– Rowan…
– Lo siento, lo siento. -Se giró hacia el pecho de Michael y su sollozo apagado le llegó a John al corazón.
Pero John tenía que ir al fondo de ese asunto.
– ¿Quién es Danny? -preguntó, y su voz sonó más dura de lo que hubiera querido.
Ella levantó la cabeza y le lanzó una mirada llena de rabia, los ojos rojos con las lágrimas no derramadas.
John hizo caso omiso de las señas que Michael le hacía para que se callara. Había algo en todo aquello que era importante.
Rowan se apartó de Michael, buscó algo en la espalda y sacó la Glock de su funda. Comprobó la munición, devolvió el arma a la funda y se quedó parada en medio del salón. John vio que controlaba el terror de la pesadilla y al mismo tiempo concentraba toda su rabia en él. ¿Por qué? Sólo había hecho una pregunta evidente. Una pregunta que debería haber hecho Michael en lugar de estar ahí consolándola.
En el fondo de su corazón, John también quería abrazar a Rowan. Pero, a diferencia de su hermano, sabía dejar los sentimientos a un lado cuando había vidas en juego.
– Tengo que llamar a mi jefe. Mi ex jefe -se corrigió-. He tenido un recuerdo de un caso en que trabajé. Mi último caso. Me pregunto si no habrá algún tipo de conexión. -Rowan sacudió la cabeza y cerró los ojos-. No lo entiendo -dijo, como si hablara consigo misma-, pero ¿por qué, si no, soñaría con el asesinato de los Franklin ahora?
– ¿El asesinato de los Franklin? -inquirió John.
Ella abrió los ojos y lo miró.
– Un caso brutal, de asesinato y suicidio. O al menos eso pensamos en aquel momento. Había ciertas dudas, pero yo no participé en la investigación. Necesito estudiar el caso, pero no está en la caja de archivos que me ha traído Quinn.
John asintió con la cabeza. Observó que Rowan recuperaba la compostura a medida que volvía en sí. Era una persona muy diferente de la mujer que acababa de despertarse de una violenta pesadilla.
– ¿Quién es Danny? -volvió a preguntar-. ¿Una de las víctimas?
Ella miró a Michael, no a John, y en sus ojos se veía que intentaba protegerse del dolor que había visto hacía un momento. Rowan se encogió de hombros.
– Es otro caso. He pasado la mayor parte del día revisando fotos y notas sobre escenas de crímenes. No sé con qué estaba soñando.
Maldita sea. John sabía que estaba mintiendo. Había tenido una pesadilla con un tipo llamado Danny, quien quiera que fuera.
Intuyó que no era el momento de entrar en detalles. Quizá fuera verdad que lo tenía todo mezclado en sus recuerdos. Sin embargo, algo había ahí, algo que él tenía que desvelar. Quizá fuera algo que Rowan ni siquiera consideraba importante.
– Voy a llamar a Roger -anunció Rowan, y salió del salón sin volver la vista atrás.
Michael se acercó a su hermano y le hundió un dedo en el pecho.
– ¿Qué puñetas estabas haciendo? ¿La estabas interrogando? ¿No has visto que acababa de tener una pesadilla?
John se quedó boquiabierto.
– ¿No crees que tu reacción es un poco exagerada, Mickey? Hay algo oculto en la cabecita de la señora Smith, y ya es hora de que alguien se atreva a hacer las preguntas difíciles. ¡Jo!, creo que ni siquiera ella sabe lo que pasa. Pero tenemos que seguir, tenemos que llegar al fondo de este asunto. El FBI se está ocupando de esto porque ella es una ex agente, pero no están aquí en esta habitación, ¿no?
– Ya estás otra vez -dijo Michael, lo cual hizo parpadear a John.
– ¿Qué?
– Te estás adueñando de mi caso.
John alzó las dos manos, una rara señal exterior de frustración y se acercó de un par de zancadas a la ventana de vidrio oscuro que reflejaba la airada expresión de Michael y los ojos vigilantes de Tess. Aquella discusión no era nueva.
– No es que me adueñe de tu caso, Mickey -se explicó John, aunque en el fondo ardía en deseos de hacer precisamente eso. Los planes de Michael eran razonables, pero en opinión de John tardarían demasiado en llevarlos a cabo. Quizá Michael intentaba mimar a Rowan para que ella se confiara a él, pero John no se andaba por las ramas. Y esperaba que los demás tampoco lo hicieran.