Horas después del estreno de la película de Rowan, Michael entró en un club de North Hollywood con ganas de pelea.
Se arrimó a un taburete cerca del extremo de la barra y le hizo una seña con la cabeza al camarero.
– Un whisky doble. Y una cerveza.
Al fin y al cabo, eran sus horas de descanso, y ahora lo reemplazaba el traidor de su hermano. John le había comentado a Quinn, ese capullo arrogante, que Michael llevaba trabajando sin parar una semana entera, y Peterson se mostró de acuerdo en darle un día libre.
Y en dejar a John a solas con Rowan.
Bebió la mitad del vaso y dejó que el calor del alcohol le calentara hasta la fría boca de su estómago. Le lanzó una mirada rabiosa a una fulana que lo observaba muy interesada desde el otro extremo de la barra y se giró hacia el otro lado.
John se había atrevido a volver a mencionarle el tema de Jessica. Su hermano no tenía ni idea de lo que había sucedido entre él y Jessica. Si supiera, se enteraría de que había sido peor de lo que se imaginaba.
Jessica era una belleza. Pelo largo y negro, enormes ojos color chocolate. Los había contratado porque la acosaba su ex novio, y a Michael lo habían asignado a la tarea.
Jessica estaba muy agradecida por su ayuda ya que temía de verdad por su vida, así que Michael le dio el número de su móvil y le dijo que lo llamara cuando quisiera. Eso fue lo que ella hizo, y Michael acabó visitándola en su casa prácticamente todas las noches.
Acabaron en la cama, y Michael se enamoró. Ella lo necesitaba, se apoyaba en él, y él estaba muy contento de poder protegerla.
Pero Jessica no había sido sincera con él. Michael se dijo que era porque tenía miedo, aunque en el fondo sabía que ella lo utilizaba. Creía que Jessica lo amaba a su manera, pero la verdad era que ella lo necesitaba para algo más que protegerla de un acosador. El hombre que la acosaba no era su ex novio sino su ex marido, el jefe de una banda de delincuentes de poca monta.
Jessica acabó diciéndole a Michael que volver con su marido era la única manera de seguir viva. Michael intentó convencerla de que huyeran juntos, le dijo que podría protegerla, que podrían empezar una nueva vida en otro estado, con nuevas identidades, cualquier cosa. Lo que fuera con tal de no volver con su marido.
Sin embargo, fue precisamente lo que hizo Jessica. Y, dos años más tarde, su cuerpo fue encontrado flotando en un dique de drenaje en las montañas de San Gabriel.
Michael tragó el resto del whisky para ahogar los recuerdos.
Rowan no se parecía en nada a Jessica. Sí, lo necesitaba, y él estaría ahí para ella cuando fuera necesario. Sin embargo, los sentimientos que albergaba por Rowan eran mucho más profundos.
John se negaba en redondo a escucharlo. Lo había llevado aparte después del estreno, aprovechando que Rowan hablaba con su productora, Annette, y le había dicho que parecía cansado y que debería tomarse la noche libre. Él intentó explicarle que su deber era proteger a Rowan, y entonces John volvió a lanzarle a Jessica a la cara. No era la misma situación, pero John no lo entendía.
Y luego, John se había sacado ese truco de la manga. El FBI le había concedido un permiso de doce horas de descanso, pero él sabía que eran maniobras de John para volver a casa con Rowan.
Gilipollas.
Tomó un trago largo de cerveza. Suspiró y se pasó la mano por el pelo. Michael se daba cuenta de que quizá el gilipollas era él. Había llevado el conflicto con su hermano a extremos exagerados, dejando que su ego se interpusiera en la búsqueda de la verdad.
No era culpa de John. Él se había enamorado de verdad de Jessica. Se había enamorado. Podría haber asumido el papel de caballero andante pero, de alguna manera, con el tiempo había llegado a ser mucho más que eso. Él había pasado por alto la actuación de Jessica, todas las cosas sobre las que mentía, y todo porque la amaba.
Le debía una disculpa a John. Algunas de las cosas que le había dicho esa noche eran muy salidas de tono. Sobre todo a propósito de Rowan.
Por primera vez, cayó en la cuenta de que Rowan y Jessica no tenían nada en común. Apreciaba a Rowan, le gustaba de verdad… pero no estaba enamorado de ella. Quizá, con el tiempo… pero no era lo mismo. No era como con Jessica. Cuando vio a Rowan haciendo footing con John, tuvo la sensación de que entre ellos existía cierta camaradería, un estilo similar, una manera de ser independiente y algo más.
Cuando aquel caso se diera finalmente por cerrado, ¿podría vivir con el hecho de que John y Rowan tuvieran una relación? ¿Que Rowan se hubiera sentido atraída por John y no por él?
Puede que su ego lo pasara mal, pero él ya era mayorcito. Lo superaría. Lo primero que haría al día siguiente sería decirle a John… algo. Calmar las cosas. ¡Jo!, le era imposible estar enfadado con su hermano mucho tiempo.
Alguien se sentó en el taburete junto a él y el barman le sirvió un whisky de excelente marca.
– Parece que hubiera perdido a su mejor amigo -dijo el extraño-. ¿Le pago una copa?
Michael se encogió de hombros y miró al tipo. Traje y corbata, zapatos bien lustrados. Unos cuarenta años.
– Estoy bien, gracias -dijo, volviendo a su cerveza-. Sólo he tenido una discusión con mi hermano. Se me pasará.
El ejecutivo le hizo una seña al barman para que sirviera dos whiskys dobles. Michael sacudió la cabeza.
– Yo ya estoy.
– ¿Trabaja esta noche?
– No, tengo la noche libre.
– Entonces otra copa no le hará daño, ¿no cree?
Michael se lo pensó. No había tenido ni una sola noche de descanso en una semana. Pensó que una copa no le sentaría mal.
– Se agradece -dijo.
– Enfadado con el hermano, ¿eh? -preguntó el ejecutivo.
– Ya no -dijo Michael, negando con la cabeza.
Cuando el barman dejó las copas frente a ellos, Michael dijo «salute », y se tomó la mitad del whisky. No había cenado esa noche y pensó en lo que tenía en casa para prepararse algo. Nada. Vivía en casa de Rowan.
Acabó la copa y picó de un plato de nueces en la barra. Pensó en salir a la calle y comprar algo de comida rápida para llevar. La sola idea le revolvió el estómago. Pero a esa hora de la noche, no tenía demasiadas alternativas.
Michael pensó en pagarle una copa al ejecutivo antes de irse, pero cuando levantó la vista, el tipo había desaparecido. Él, desde luego, no necesitaba otra copa. Dos whiskys dobles y una cerveza con el estómago vacío no le sentarían bien.
Se puso de pie, dejó una propina y salió. Algo de comida rápida, y a casa. Su piso quedaba a sólo dos manzanas del bar, y por eso había escogido ese lugar. Luego dormiría las copas y estaría preparado para decirle a John que Rowan era toda suya. Siempre y cuando no le hiciera daño. Michael la apreciaba y John jugaba duro. En el trabajo y con las mujeres.
Michael tenía toda la intención de estar a la altura de sus responsabilidades como guardaespaldas, y aunque a John le debía una disculpa por algunas de las cosas que había dicho, su hermano tenía que entender que ese caso seguía siendo suyo, y que esta vez no se dejaría desplazar, por mucho que John pensara otra cosa. Luego echarían un pulso, al mejor de tres intentos, y el perdedor tendría que comprarle al ganador una caja de cervezas.
Rowan subió a su habitación a cambiarse en cuanto volvieron a la casa de la playa. John aprovechó para comprobar el perímetro de seguridad. Luego se quitó el esmoquin y se puso un pantalón vaquero y una camiseta negra.
Se puso a pensar en su encontronazo con Michael.
Había sido un golpe bajo meter a Peterson en el asunto, tenía que reconocerlo, pero Michael necesitaba una noche libre. Empezaba a perder la objetividad. Sin embargo, cuando John se lo dijo, tuvo la impresión de que Michael estaba a punto de arremeter contra él.
John lamentaba su papel en la discusión. No quería pelearse con su hermano. No quería recordarle una vez más a Jessica. Simplemente necesitaba estar un rato a solas con Rowan para conseguir que hablara, sabiendo que Rowan no diría ni una palabra sobre su pasado si estaba Michael allí protegiéndola.
John tenía que saber la verdad acerca de Lily MacIntosh y su padre. Ignoraba del todo cómo encajaba aquello con lo de ese loco que andaba por ahí suelto. Pero, de alguna manera, había una relación. Era lo único que tenía sentido.
Esperaba que Michael lo perdonara. Estaba seguro de que lo haría en cuanto se le pasara la rabia. Habían tenido discusiones peores en el pasado, pero cuando se trataba de cerrar filas, estaban siempre el uno junto al otro.
Cuando Rowan no había bajado después de transcurridos treinta minutos, John subió a su habitación y llamó a la puerta.
– Rowan, tenemos que hablar.
– Estoy cansada. Buenas noches.
– No te saldrás con la tuya tan fácilmente. Abre esta puerta o la echaré abajo.
– No te atreverías.
– Ten cuidado conmigo, Lily. -El corazón se le disparó. Era una apuesta arriesgada, pero tenía que conseguir que le abriera. Que confiara en él lo suficiente para contárselo todo.
No dijo más, y tampoco ella. Varios minutos después, oyó el clic del cerrojo. Se preparó mientras ella abría la puerta.
Rowan tenía el odio pintado en el rostro, la mandíbula tensa y el cuello palpitante. Tenía los puños muy apretados. Sin embargo, en los ojos no había odio. Sólo mostraban una emoción: dolor.
– Rowan -dijo John, y ella se le lanzó encima con los puños cerrados y empezó a golpearlo en el pecho.
– ¿Quién te lo ha dicho? ¿Quién? ¡Cabrón! ¡Cómo te atreves a invadir mi intimidad! ¿Cómo te atreves? -Acabó su frase con un sollozo y él la cogió por las muñecas y la hizo entrar en la habitación.
– Cuéntamelo todo.
– ¿Qué? ¿No lo sabes? -dijo ella, con un gesto de amargura-. Es evidente que has descubierto que me llamo Lily -dijo, y se apartó de él, dándole con el pelo en el rostro cuando se giró para ir hasta el otro extremo de la habitación. Se quedó mirando por la ventana. Afuera estaba totalmente oscuro. Él vio su reflejo en el vidrio, el dolor de su expresión de derrota, y sintió que el corazón se le aceleraba.
Odiaba hacerle eso, pero era la única alternativa.
– Sí -dijo con voz queda-. Te llamabas Lily Elizabeth MacIntosh y Roger Collins se convirtió en tu apoderado cuando tenías diez años. Naciste en Boston y tu padre todavía vive allí. -Por su reflejo en el vidrio, vio que abría desmesuradamente los ojos-. Y yo sé dónde está.