Литмир - Электронная Библиотека

Capítulo 12

Rowan se puso un sencillo vestido negro largo y un collar de perlas. No quería hacer alarde de elegancia para ese estreno. Ni siquiera tenía ganas de ir. Sin embargo, Roger tenía razón en una cosa. Aunque era posible que aquel cabrón optara por alguna otra variante si le hacía falta, no sería su estilo lanzar una bomba en el cine.

Aún así, sentía el estómago revuelto y no había podido comer nada en todo el día. Antes de vestirse, tomó un vaso de leche para calmar el vientre, aunque ahora lo sentía como un gran bulto en las entrañas. Ojalá sobreviviera a la velada sin vomitarlo todo.

Normalmente, tenía un estómago muy a prueba de bombas. Pero aquellas circunstancias difícilmente podían calificarse de normales.

Cuando salió a hacer footing esa mañana con Michael, había echado de menos a John. No era que Michael no le pareciera apto como guardaespaldas. Michael era más que competente, aunque Rowan se sentía algo incómoda porque se percataba de que se la quedaba mirando cuando pensaba que ella no se daba cuenta.

John se parecía más a ella. Cuando miraba a John, o lo escuchaba hablar, tenía la sensación de que él sentía lo mismo que ella. No era sólo una cuestión de hacer justicia. Michael había sido poli y se comportaba como tal. Creía en la justicia. Pero John entendía el verdadero sentido de la justicia, sobre todo para las víctimas que no podían hacer oír su voz.

Hacer justicia no era siempre sinónimo de prisión.

Era más que eso. John tenía una visión única del mundo y muy particular. Después de hablar con Roger la noche anterior, había hecho unas cuantas discretas llamadas para enterarse de más cosas acerca de John Flynn. Rowan no se dejaba impresionar fácilmente, pero sintió una especie de orgullo, que no entendía demasiado bien, al descubrir que John era uno de los buenos, aunque algunos en el gobierno consideraran que no del todo políticamente correcto. La justicia era lo más importante para John. Rowan casi se sentía culpable por haber dejado el FBI. La justicia también había sido lo más importante para ella.

Pero ahora, lo único que importaba era sobrevivir.

John había vivido situaciones difíciles, incluso una temporada en una cárcel de América del Sur, y nunca se había venido abajo. Decidió cambiar de jefe y sustituyó al gobierno por sí mismo, y luego siguió luchando por la justicia. Aquello era admirable, y Rowan lamentaba no haber sido capaz de hacer lo mismo cuatro años antes.

Pero en esa época pensaba que se volvería loca.

No podía dejar de preguntarse por el pasado de John. ¿Qué hacía en el Comando Delta? ¿Y después? Roger le había dicho que John era un ex agente de la DEA convertido en consultor independiente. ¿Por qué lo había dejado? ¿Para fundar una empresa con Michael? ¿O había otras razones, más profundas y privadas? Todo lo que había averiguado sobre John le intrigaba. Quería saber más.

Rara vez había sentido tanta curiosidad como ahora. Rowan no se acercaba a las personas porque eso implicaba que les cobraría cariño. Y si empezaba a cobrarles cariño, podía llegar demasiado lejos.

Temía haber cruzado ya el primer umbral con John. Le había cogido cariño.

Cuando bajó las escaleras, John y Michael estaban en el vestíbulo hablando con Quinn. Los tres hombres de esmoquin, los tres sumamente atractivos.

John vio como lo miraba. Ella sintió que le faltaba el aliento y, por una fracción de segundo, experimentó algo que iba más allá de una relación profesional.

Él frunció el ceño. También lo había sentido.

Y luego Michael se colocó a su lado y ella sintió la tensión entre los dos hermanos.

Lo último que quería era causar un conflicto en la familia. Al volver John de América del Sur, ella se había fijado en el discreto afecto que se tenían. Ellos seguirían siendo una familia durante mucho tiempo después de que ese caso se resolviera, cuando ella fuera sólo un lejano recuerdo.

– Rowan -dijo Michael, y le tocó el brazo.

Quinn los interrumpió.

– Ha habido otra víctima. Melissa Jane Acker, veinticuatro años, pelo castaño, secuestrada por un sujeto desconocido en la estación de metro de Falls Church. La han violado y estrangulado.

Rowan intentó sustraerse al dolor, pero la golpeó con tal fuerza que casi perdió el equilibrio.

– ¿Cuándo? -inquirió con voz apagada.

– Anoche. La mujer no fue a trabajar por la mañana y su jefe llamó a su piso, pero no contestaron. La madre fue a verla para saber si estaba bien, y la encontró. -Quinn guardó silencio un momento, y luego dijo, con voz más suave-: Lo siento.

Rowan cerró los ojos. Sintió que Michael le tocaba el brazo, intentando apoyarla, darle ánimos. Era una presencia que la consolaba y, en ese momento, apreció su gesto. John la miraba como si la acusara. O quizá fuera su imaginación. Puedes confiar en mí , le había dicho él, al ver su reacción ante los lirios. Pero ¿podía confiar realmente?

¿Cómo era posible que su pasado tuviera algo que ver con lo que estaba sucediendo? Ni siquiera Roger pensaba que su temor estaba justificado. Él, más que nadie, debería saberlo. Él había estado presente, había luchado para que se hiciera justicia por Dani y por todas las demás víctimas.

Pero, maldita sea, el miedo hervía en su interior, y amenazaba con salir a la superficie. Aunque su temor no estuviera justificado, eso no quería decir que no fuera real. ¿Cuánto tiempo podría controlarlo?

– No estás obligada a ir -dijo Michael-. Nadie te lo reprochará.

Rowan miró el semblante preocupado de Michael y luego vio la intensa mirada de rabia de John. Los dos esperaban una respuesta, pero daba la impresión de que John esperaba algo más.

– Voy a ir -anunció Rowan-. Si él está pendiente de mi reacción y yo no voy, sabrá que me ha tocado. No puedo dejar que vea que estoy… preocupada. -Estuvo a punto de decir «asustada». Pero no tenía la menor intención de reconocerlo ante ninguno de esos tres hombres.

John sonrió, casi imperceptiblemente, pero Rowan sintió que aprobaba su decisión.

– El lugar está vigilado. Peterson me lo ha enseñado hoy y está limpio.

– Tenemos perros adiestrados en la búsqueda de explosivos que lo están revisando todo en este momento -dijo Quinn-, y tú entrarás por la puerta de atrás.

– ¿Por atrás? Si está mirando, no me verá.

Quinn miró a Michael con cara de preocupado.

– Es por los periodistas, Rowan. Pensamos que no te gustaría enfrentarte a algunas de las preguntas que te puedan hacer.

Maldita sea, no quería entrar por la puerta grande pero tampoco quería que el asesino supiera que estaba asustada.

– No pienso escabullirme como un conejo asustado. Entraré por la puerta grande.

– ¿Crees que es una decisión acertada? Los reporteros no serán nada amables. -Michael la miraba con una mezcla de preocupación y otra cosa, algo más personal. Rowan desvió rápidamente la mirada. La protección emocional de Michael le convenía para evitar la intensidad de John, pero no quería que Michael pensara que ella buscaba algo más que una muleta. Sencillamente estaba ahí y ella la usaba. ¿Acaso era tan superficial?

– Estoy acostumbrada a los reporteros agresivos -dijo, separándose un paso de Michael. Él le quitó la mano de la espalda y por fin Rowan pudo respirar tranquila. Había tomado la decisión correcta, lo sabía. Separarse, no servirse de la fuerza que Michael le ofrecía. No sería justo con él-. Quisiera saber más acerca de este último asesinato. ¿Hay pruebas? ¿Ha cometido algún error?

Quinn le tocó el hombro.

– Olivia dirige el equipo que recogerá las pruebas -dijo-. Se ha ofrecido voluntaria.

Rowan se sintió fatal. No había llamado a Olivia ni a Miranda para contarles lo que estaba pasando. Lo haría al día siguiente.

– No sabía que hacía trabajo de campo.

– No hace trabajo de campo, pero tiene autorización. Roger ha dado el visto bueno y yo la prefiero a ella para procesar las pruebas. Si el asesino se ha dejado algo suyo, Olivia lo encontrará.

– ¿Quién es Olivia? -preguntó John.

– Nos licenciamos juntas en la academia. -Rowan le lanzó una mirada a Quinn y él se giró, con la mandíbula tensa. Sigue siendo un tema delicado, pensó-. Olivia ahora dirige el laboratorio de pruebas en Quántico.

– John nos ha dicho que quizá tu amigo Adam Williams haya visto al sospechoso -dijo Quinn-. El dueño del puesto le dio una descripción, pero es muy vaga.

– Me lo ha dicho. -John la llamó después de llevar a Adam al estudio y le contó lo que había averiguado. Por desgracia, aquella vaga descripción no le despertaba ningún recuerdo. Podría haber sido cualquiera.

– ¿Adam se ha puesto con el experto en retratos robot? -preguntó, aunque no tenía grandes esperanzas.

John dijo que no con la cabeza.

– Lo intentó. No tenía suficientes detalles. Quizá serviría de algo tener una foto del sospechoso, pero incluso así, yo no me fiaría de la memoria de Adam.

– Pero si era él -intervino Quinn-, y si anoche estuvo en Washington, eso significa que tiene que haber tomado un vuelo en algún momento después de la una de la tarde del miércoles, y llegado en algún momento antes de las cinco de la tarde del jueves, hora del Este. Eso nos da un margen más amplio -dijo. Se había entusiasmado mientras hablaba-. Colleen está revisando las líneas aéreas y buscando en las bases de datos a un hombre que viaja solo de Los Ángeles o Burbank al National Airport o al de Dulles. Podremos ver los vídeos de las cámaras de seguridad y, si tenemos suerte, conseguiremos un plano nítido.

Rowan sintió el corazón en la garganta. Ésta podría ser la oportunidad que esperaban. Puede que hubiera cometido su primer error. ¿Podría reconocerlo? ¿Sería alguien de su entorno? ¿Alguien de quien ella había sospechado, un pariente, un admirador? ¿Un amigo? La idea le hacía temblar. Tenía pocos amigos, y esa traición le dolería.

No podía ser un amigo. ¿Acaso no sería capaz de verlo en sus ojos?

– Quizás os convenga ampliar la búsqueda a San Diego, al condado de Orange y a Ontario -dijo-. Es un tipo inteligente. No hará lo que nosotros esperamos. Y hay que comparar con los vuelos de vuelta. No necesariamente desde el mismo aeropuerto, pero esta noche no estará lejos. Querrá observar, estará pendiente. Para ver si me ha afectado. Es una intuición.

Maldita sea, qué bella era.

John sintió que se tensaba en cuanto la vio bajar las escaleras con ese sencillo vestido negro que le ceñía el cuerpo delgado y atlético. Su pelo largo y rubio le caía como seda líquida por la espalda, y el collar de perlas le acariciaba el cuello desnudo como la mano de un amante. Se preguntó si su piel sería tan suave como parecía, si su duro interior de hielo se fundiría cuando el hombre indicado la tocara en el lugar indicado.

35
{"b":"97332","o":1}