Ya era tarde cuando John fue a la morgue. Le había pedido a su tía que se quedara con Tess, y luego habló con el comisario de policía, el antiguo jefe de Michael, para que ordenara la vista del cadáver.
John apenas se dio cuenta de la baja temperatura en el sótano mientras el ayudante del juez de instrucción lo conducía por el pasillo hasta una de las numerosas salas del depósito. Quitó el cerrojo del cajón B-4, segunda fila desde abajo, pero no lo abrió.
– Le daré unos minutos -dijo el ayudante, y salió de la sala para que John pudiera disfrutar de cierta intimidad.
John se quedó mirando el cajón.
Michael. Michael se encontraba en el cajón B-4.
John se inclinó, cogió con decisión el tirador y cerró los ojos. ¿Cómo puedes estar muerto? ¿Cómo es posible que hayas desaparecido?
La suya no siempre había sido una relación fácil, incluso en la infancia. Se llevaban poco más de un año, los dos rivales en los deportes y con las mujeres. Pero siempre habían sido amigos, incluso cuando se peleaban. John ingresó en el ejército, en el Comando Delta, y Mickey se hizo policía. Los dos habían heredado el estricto sentido de la justicia de su padre. Los dos observaban la misma compasión de su madre por las víctimas. Cuando el padre murió de un paro cardíaco a los cincuenta años, hicieron piña para cuidar de su madre y su hermana. Y cuando su madre murió al año siguiente, siguieron juntos. Fundaron la empresa. Cuidaban de Tess.
Claro que habían tenido puntos de desacuerdo. Jessica era uno de ellos, el más grave. John nunca había confiado en ella, pero Michael estaba seguro de que Jessica cambiaría. Unas cuantas peleas más, por esto o aquello. Pero cuando se peleaban, siempre se reconciliaban. Como una pareja en un buen matrimonio, no se acostaban enfadados.
Hasta la noche de ayer.
Un sollozo vacío escapó de su garganta y John se agachó junto al cajón. La última vez que había hablado con Michael estaba enfadado. Le había ganado en la maniobra, y Michael lo sabía. John siempre ganaba porque jugaba mejor. Sabía qué teclas pulsar y las pulsaba con acierto para conseguir la reacción que quería.
Y cuando el agente Peterson vio que Michael perdía los estribos, estuvo de acuerdo en que necesitaba una noche libre. Una planificación perfecta de los tiempos. Unos tiempos establecidos por John. Ahora Michael estaba muerto. Y él no podía decirle a su hermano que se había equivocado.
John abrió el cajón y un chorro de aire frío le dio en la cara. El olor ya familiar del producto químico mezclado con el olor de la muerte le embargó los sentidos. Había visto muchos cadáveres en su vida. En la morgue, en el campo de batalla, en la selva.
Pero ninguno era su hermano.
Los tres agujeros oscuros en el pecho de Michael contrastaban con la palidez azulina de su piel. El cuerpo parecía más pequeño tendido ahí en la plancha de acero. El pelo de Michael estaba humedecido por el frío gélido de la cámara. Llevaba el pelo demasiado largo, pero a Michael nunca le había gustado el corte militar que prefería John. Michael, siempre tan lleno de vida y de risas, siempre dispuesto a disfrutar con un buen chiste, ahora estaba muerto.
John no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima cayó sobre el cuello de Michael. Se llevó una mano a los ojos y los cerró con fuerza, reprimiendo el dolor agudo de la emoción. Respiró desde lo más hondo, a saltos, sintiendo una punzada en el pecho que le recordaba su tristeza.
– Michael, lo siento -dijo, con un hilo de voz-. Encontraré a tu asesino. Y te vengaré. Te lo prometo. No volveré a decepcionarte nunca más.
John la observaba en su sueño.
Estaba hecha un ovillo en la silla de su estudio. Según todos los indicios, Rowan no había salido de la habitación desde el día anterior. Su aspecto era de lo más vulnerable. Su larga cabellera le cubría el rostro, y tenía la cara apoyada en el brazo de la silla y las piernas plegadas. No parecía una postura demasiado cómoda. Incluso bajo la tenue luz que venía del salón, parecía demasiado pálida. Se preguntó si habría comido, y luego se preguntó si, en realidad, le importaba.
No le importaba. Ahora, no.
John miró su reloj. Eran las cinco y media. No había dormido más de una hora, y a las cuatro decidió que esa noche no dormiría. No podía sacarse de la cabeza la imagen de Michael ahí tendido, muerto ante sus ojos. Sin embargo, por algún extraño motivo, se sentía tranquilo. Ahora tenía un propósito, un objetivo. La venganza.
Acababa de relevar a Peterson y ahora preparaba café. Collins llamó para decirle que Peter O'Brien, el hermano de Rowan en Boston, no podría haber cometido ninguno de los asesinatos. Tenía una coartada bastante sólida, la misa diaria. John sospechaba que O'Brien no estaba implicado, sobre todo porque estaba vigilado por los federales. Aún así, insistió ante el director adjunto para que lo investigaran a él y a cualquiera que pudiera tener un motivo para perseguir a Rowan con esos procedimientos tan enfermizos dignos de un sádico.
Collins revisaba los expedientes del asesinato de los MacIntosh y prometió enviarle por fax los recortes de prensa, las fotos o cualquier cosa que pudiera servir, al cuartel general del FBI.
John hubiera preferido otra manera de hacer las cosas, pero horas de desvelo y de dar vueltas y más vueltas, de pasear y volver a sentarse, lo habían dejado frente a la única conclusión posible. Alguien que Rowan conocía bien había matado a Michael, y ese alguien había formado parte de la vida de ella hace veintitrés años.
Rowan tenía que mirar los informes, buscando algo que saltara a la vista y les permitiera dar con ese cabrón. Peterson dijo que traería a Adam Williams para que mirara las fotos. John estaba demasiado distraído para sentirse culpable, pero el aguijón del remordimiento no cesaba. El pobre chico no estaría tranquilo en la oficina del FBI mirando fotos de escenas de crímenes, pero él era el único que había visto al asesino, de eso estaba seguro. Era su mejor esperanza.
John carraspeó suavemente, cuidándose de no despertar a Rowan, pero ella se incorporó de un salto con la pistola en la mano. Él no se había dado cuenta de que dormía con la Glock debajo de la almohada.
– John -dijo, con voz espesa y adormecida. Se hundió lentamente en la silla para tranquilizarse.
– He preparado café.
– Gracias -dijo ella, asintiendo con la cabeza. Tosió para aclararse la garganta-. ¿Dónde está Quinn?
– Acabo de relevarlo.
Ella frunció el ceño cuando lo miró.
– Pensé que…
– Seguiré en el caso hasta que atrape al asesino de mi hermano. -Su voz sonaba dura, pero con las emociones a flor de piel.
– Supongo que lo de hacer footing hoy no será posible.
– Si quieres hacer footing , hacemos footing . -Se la quedó mirando, cuidándose de conservar un rostro inexpresivo.
– Necesito un minuto -dijo ella finalmente.
– Estaré en la cocina. -En cuanto ella cerró la puerta del estudio, John recuperó una respiración normal. No se había dado cuenta de lo tenso que estaba hablando con Rowan. Detestaba verla tan asustada, derrotada y con esa mirada vacía. Pero no podía pensar en ella, no podía estimarla y, desde luego, no podía preocuparse por ella.
Protegería su vida. Nada más y nada menos.
Porque si no fuera por él y sus malditas hormonas, además de su ridícula pelea con Michael, su hermano todavía estaría vivo. John había acusado a Michael de dejarse llevar por sus emociones, pero él había caído exactamente en lo mismo. No sólo se creía el único capaz de conseguir que Rowan soltara toda la verdad, había deseado no sólo su sinceridad sino también su cuerpo.
Rowan vio salir a John y ahogó un grito. Se tapó la boca con un intento vano de atrapar el sonido. No sabía cómo sería capaz de sostenerse durante el día, pero de alguna manera tenía que sosegarse.
¿Cómo podía perdonarse a sí misma? ¿Cómo la perdonaría John?
Subió a su habitación y se echó agua fría en la cara. Se quedó mirando su reflejo fantasmal en el espejo. ¿Era ella? Sus ojos azul claro eran más grises que de costumbre, vidriosos y faltos de vitalidad. Su piel tenía un tinte cetrino, el pelo un tono apagado y su aliento era horrible. Se cepilló los dientes dos veces, se lavó la cara con jabón y se peinó antes de recogerse el pelo.
En realidad, no tenía ganas de hacer footing , pero le parecía importante mantener el tipo delante de John. Si ella se venía abajo, él tendría una cosa más de que preocuparse. No quería que se inquietara por ella. Era una mujer madura, había vivido con dolor y culpa casi toda su vida. Un asesinato más no le haría flaquear. Se limitaría a guardarlo en esa cámara de su corazón donde conservaba los recuerdos de todos aquellos a cuya muerte había contribuido sin proponérselo.
Michael estaba en buena compañía.
Se apretó el puente de la nariz y respiró hondo un par de veces. Era una tontería salir a hacer footing , lo sabía. No había comido desde el viernes por la noche. Pero quizás ayudaría a mitigar el dolor.
John esperaba con ansias salir a hacer footing . Lo necesitaba. Cualquier cosa que neutralizara el dolor de su corazón. Empezarían con tres vueltas. Cuatro vueltas podrían combatir el dolor. Cinco vueltas podrían ahogarlo.
Pero sería un error cansarse tanto. Si alguien los vigilaba, sería el momento indicado para atacar.
John miró por la ventana de la cocina, pero sólo vio la pared de la casa vecina a la de Rowan, y unos veinticinco metros del acantilado reforzado entre los dos terrenos.
Ya iba por la tercera taza de café y se obligó a comer una tostada. Sabía a papel y ahora tenía un nudo en el estómago, pero le serviría para absorber la cafeína. Empezaba a sentirse un poco más humano.
Rowan entró en la cocina y se sirvió un vaso de agua. Tenía mejor aspecto que veinte minutos antes, pero todavía estaba pálida. Sus pequeñas gafas oscuras le tapaban los ojos. Parecía preparada. Rígida. Fría. Inexpresiva.
Un pensamiento preocupante cruzó por su cabeza. Rowan no era tan fría como él había creído al conocerla. Era una manera de ocultar sus sentimientos, como esas gafas que le servían para ocultar sus ojos. Tal vez todo lo sucedido le estaba afectando.
Maldita sea, eso a él no le importaba. Él tenía una misión que cumplir. Encontrar al asesino de Michael y proteger a Rowan del fuego cruzado. No tenía energías para ocuparse de los sentimientos de ella.