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– Tess, no digas esas cosas -dijo Quinn, y le puso una mano en el hombro. Ella lo apartó con un gesto y avanzó un paso.

– Sí, lo sé.

Rowan no se había dado cuenta antes, pero ahora vio que Tess tenía los mismos ojos verdes de sus hermanos, sólo que un poco más claros. Eran muy parecidos. Tess. Michael. John. No podía pensar en John ni en lo que habían hecho la noche anterior. ¡Qué error más estúpido y egoísta! Un error que a Michael le había costado la vida. Michael debería haber estado allí, todavía vivo.

Pero si John hubiera vuelto a su piso, ¿acaso el asesino le habría tendido la trampa mortal a él?

Michael no se habría enfadado con su hermano por obligarlo a tomarse la noche libre. Enfrentado a John a causa de ella.

La conciencia de esa verdad casi le hizo tambalearse. Michael se había dado cuenta, o al menos intuido la tensión y la atracción que había entre ella y John. Estaba celoso. Se había peleado con su hermano a causa de ella , no sólo porque John insistiera en que descansara aquella noche.

Era culpa suya.

Alzó el mentón y, mirando a Tess, asintió.

– No te reprocho nada, Tess. Michael era un tipo excelente, y yo…

– ¡No digas eso! -chilló Tess y avanzó hacia Rowan con las manos apretadas a los lados-. ¡No hables de él! ¡Era mi hermano! ¡Perra! -Comenzó a golpear a Rowan con los puños y Rowan la dejó. Por dentro se sentía entumecida, muerta. ¿Tenía algún dolor que comunicar? El dolor de los golpes era como la agonía de la muerte, las pesadillas, la culpa que le atenazaba el alma con su puño hiriente.

– Tess, por favor. -Quinn se acercó a ellas e intentó suavemente que soltara a Rowan.

Se oyó un portazo en la entrada. Quinn desenfundó su arma y salió de la habitación a toda prisa. Un instante después, John irrumpió en el estudio con Quinn siguiéndole los pasos.

– ¡Tess! -John la cogió y le hizo girarse. Tess lloraba descontroladamente y comenzó a golpear a su hermano en el pecho. Él la agarró por las muñecas e intentó dominarla con gestos suaves-. Tess, cariño, para. Por favor, cariño, no sigas. -Hablaba con voz tranquila, calmándola, controlando la situación.

A Tess le tembló el labio inferior y tenía el rostro bañado en lágrimas. Al final, se dejó caer en sus brazos, sollozando.

John alcanzó a cruzar una mirada con Rowan antes de salir del estudio. La mezcla de dolor y rabia que Rowan vio en su expresión dura y angulosa fue como una puñalada.

Quinn se le acercó, le puso un brazo en el hombro y la ayudó a sentarse nuevamente en la silla.

– Rowan, no es culpa tuya. -Le acarició la espalda y le apartó el pelo de la cara-. No te culpes a ti misma.

Ella no respondió. ¿Qué podía decir? Las últimas dos semanas habían sido una larga e interminable pesadilla. ¿Acabaría de una vez? ¿La encontraría finalmente a ella para que pudiera tener un poco de paz?

La justicia.

No podía dejar que escapara. Cuando la encontrara, ¿acaso le contaría sus crímenes entusiasmado? ¿Buscaría sus halagos? ¿Su horror? ¿Su ira? Daba igual lo que él quisiera de ella, porque sólo estaba dispuesta a darle un balazo.

Pero primero tenía que confirmar que Roger había hecho lo que ella le había pedido.

– Rowan. Tess no decía nada de eso en serio. Está destrozada.

Rowan miró a Quinn. Su rostro atractivo traducía toda su tristeza y su inquietud.

– Protégela, Quinn. Cuando las personas se alteran, hacen tonterías. Y llama a la policía de Dallas y de Chicago, y al FBI. Asegúrate que entiendan la importancia de advertir a las prostitutas. Sobre todo a las chicas de alto vuelo.

– Ya nos hemos encargado de eso…

– ¡Vuelve a llamar! -exclamó Rowan, y se apretó el puente de la nariz. No servía de nada gritarle a Quinn. No era culpa suya.

– De acuerdo -dijo él, con voz queda-. Rowan, puede que te sorprenda, pero sé lo que hago. Hace quince años que trabajo como agente. Y Roger no ha descansado desde que esto comenzó.

– Lo sé, lo siento mucho. -Rowan lo tocó en el brazo-. Sólo que… -dijo, y gesticuló hacia la estantería donde guardaba los ejemplares de sus libros. Se acercó a ellos y se los quedó mirando.

– Sentía algo tan catártico al escribir estos libros, siempre consiguiendo que el bien triunfara sobre el mal, cuando los dos sabemos que los malos ganan a menudo. -Miró los títulos de la estantería. Crimen de oportunidad . Crimen de pasión . Crimen de claridad . Crimen de corrupción . Y su último libro, cuyo lanzamiento habían postergado hasta que atraparan a aquel miserable, Crimen de riesgo .

Le habían enviado como adelanto veinte ejemplares, pero ella sólo se había traído cinco a Malibú, por si necesitaba enviárselos a alguien. Le había dado uno a Adam…

Y quedaban tres en la estantería.

Se los quedó mirando fijamente, y de pronto se le aceleró el pulso. Quedan tres. Tenían que ser cuatro.

– Rowan… -alcanzó a decir Quinn.

– Ha estado aquí -dijo, con voz apenas audible.

– ¿Quién?

– El asesino. Ha estado aquí. Aquí mismo -dijo, y señaló la estantería-. Tiene el último libro. Podría matar en cualquier momento.

Faltaban tres días.

Se acercó a la ventana y miró hacia la oscuridad. Eran las tres de la madrugada y todo estaba muy, muy oscuro aquí en la costa. Él lo detestaba. Odiaba el mar, las mañanas frías y nebulosas y el aire salado. Verla a ella correr todas las puñeteras mañanas en aquel aire húmedo era algo que superaba su entendimiento, pero la verdad es que ella siempre había sido rara. Lo contrario de él.

Con una excepción. Ella sabía inventar unos procedimientos muy refinados para la puesta en escena de la muerte.

En Crimen de riesgo , el alter ego de Rowan, Dara Young, investiga el asesinato de una prostituta en Dallas, un crimen vinculado a una serie de asesinatos sin resolver en Chicago. Las víctimas son mutiladas y los órganos vitales son extraídos con precisión.

Él ya había estudiado los procedimientos básicos de cirugía, pero leía las mejores partes, los detalles de cada asesinato, tres veces para aprendérselas correctamente. Tal como Rowan lo había imaginado.

Se alejó de la ventana y cruzó el salón espacioso y apenas amueblado y subió a acostarse. Echó mano de un libro en su mesilla de noche y acarició la tapa. Crimen de riesgo . No estaría en las librerías hasta dentro de tres días, pero él había sustraído ese ejemplar bajo las narices mismas de Rowan hacía semanas. Semanas. Antes de que Doreen Rodríguez espirara su último aliento. Antes de que él acabara de diseñar cada golpe, antes de planear lo que le haría a Rowan.

Pero ahora sabía, y sería algo suculento. Muy, muy suculento.

Eso sí, primero, Riesgo . Dallas o Chicago. Chicago o Dallas. Hmmm. Pensar en volver a Texas lo ponía un poco nervioso, pero el desafío no dejaba de ser emocionante.

Chicago, Dallas. Dallas, Chicago. A él le daba igual. Alguna estúpida puta iba a morir con el vientre destripado, de una manera u otra.

Se recostó en la cama, desnudo y se tapó con el cálido edredón. Tenía que concentrarse seriamente en sus planes.

Se le estaba acabando el dinero. Era muy difícil que se cargara a la puta si no tenía el dinero para pagar un billete a Dallas. Robar no era, en verdad, lo suyo, pero cada ciertos meses asaltaba un par de tiendas y sacaba dinero suficiente para ir tirando. El truco estaba en escoger tiendas donde las mujeres estuvieran en el mostrador. Solían entregar el dinero sin rechistar y él abandonaba el local en menos de cinco minutos. Sólo una vez había tenido que matar.

Se ocuparía de sus finanzas al día siguiente, y pondría punto final a sus planes para la puta.

¿Cuánto sabían? Era evidente que sabían lo suficiente para mantener a Rowan bajo siete llaves.

Había varios federales cuidando de ella. Un par fuera de la casa, en un sedán que pretendía pasar inadvertido, y el turno cambiaba cada doce horas. Ella se mostraba muy amigable con uno de los agentes. Y el hermano del guardaespaldas. Ése le preocupaba un poco. Era un tipo esquivo, más difícil que el guardaespaldas que había matado. Era más bien como un federal curtido, un secreta.

No subestimaría al hermano. No, eso sería un error. Pero tenía tiempo. Una puta en el medio oeste y Rowan sería suya.

Sonrió antes de dormirse apaciblemente.


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