El sábado, el primer día completo que David y Hu-lan pasaban juntos, el inspector Lo los llevó a un edificio cerca de la casa. El apartamento para despacho era sencillo, de paredes blancas y mobiliario sobrio. Había teléfono, copiadora, fax y televisor y tenía vistas panorámicas sobre Pekín. David vio los patios del Hutong (el barrio) de Hu-lan y ahora suyo. A lo lejos se extendía el brillante muro rojo de la Ciudad Prohibida. Después de examinar la oficina, subieron cuatro pisos por ascensor para ver un apartamento totalmente amueblado y con vistas espectaculares. Cuando llegó la señorita Quo, mantuvo una animada conversación con Hu-lan en mandarín, hasta que al fin ésta pasó otra vez al inglés.
– Bueno, está todo arreglado. El abogado Stark estará aquí el martes a las nueve.
El domingo y el lunes se quedaron en casa. Mientras Hu-lan trajinaba con sus cosas, David siguió familiarizándose con el papeleo de Tartan-Knight y la lista de posibles clientes que le había dado Miles Stout. El martes 15 de julio ambos se levantaron con el ruido de la compañía de Yan Ge. David se duchó y afeitó, y se puso un ligero traje de verano. Cuando apareció en al cocina, U-lan estaba removiendo un pote de con gee. David desayunó y tuvo que marcharse, como todavía no había resuelto lo del chofer, el inspector Lo se ocupó de llevarlo a su nueva oficina.
En ese momento Hu-lan tendría que haberse duchado, vestido e ido en bicicleta al Ministerio de Seguridad Pública. Pero no lo hizo, sino que se metió de nuevo en la cama, volvió a dormirse y despertó poco antes del mediodía. Después cogió la bicicleta, fue a la oficina de David y lo sacó a almorzar.
Esa tarde fue al mercado al aire libre, compró verduras, jengibre, ajo, judías negras saladas y un poco de cerdo fresco, y volvió a casa para preparar la cena. Cuando David regresó, le preguntó cómo le había ido el día.
Por la mañana se había reunido con el representante de un hotel que estaba en pleito con unas bodegas de California por el envío de una partida de Chardonnay. A continuación tuvo una cita con un estadounidense que se presentó con su socio chino. Tenían une empresa de confección de ropa de piel de cerdo para mujer. Durante cinco años el negocio había funcionado sin problemas y los productos tenían un mercado en aumento en Estados Unidos. Lamentablemente, el curtidor se había relacionado con unos tipos muy turbios, y ahora toda la empresa era objeto de una investigación por parte del gobierno. El estadounidense, en concreto, estaba muy preocupado por sus derechos. ¿Podía David hacer algo para ayudarlos?
A las cinco menos cuarto, David y la señorita Quo salieron de la oficina, y el inspector Lo los llevó al complejo Zhongnanhai, al lado de la Ciudad Prohibida, para encontrarse con el gobernador Sun Gao, miembro del Comité Central en representación de la provincia de Shanxi. Mientras el coche avanzaba entre el tráfico, la señorita Quo repasó el itinerario de David de su visita a Knight International. El jueves se reuniría en privado con os directivos estadounidenses de la fábrica y los Knight, padre e hijo. El viernes se reuniría con el gobernador Sun y otros vips, como llamaba Quo a Randall Craig y el equipo de Tartan. El sábado, tras una ceremonia en el complejo fabril Knight, volverían a Pekín en dos aviones privados de la compañía para asistir a una serie de banquetes y reuniones con altos ejecutivos de Knight y Tartan, miembros del gobierno chino. Miles Stout también acudiría. El banquete del domingo por la noche culminaría con la firma de los documentos finales.
Cuando llegaron al complejo Zhongnanhai, la señorita Quo abrió la marcha hasta el pequeño despacho que el gobernador usaba cuando estaba en Pekín. Hizo las presentaciones y se ocupó de traducir las conversaciones. Por la calidad de la tela y el corte, David supo que el traje diplomático azul marino a rayas de Sun estaba hecho en Hong Kong o Londres. A pesar de esa apariencia de sofisticación, Sun parecía cerca de los setenta; la tez rubicunda y la fuerza del apretón de manos daban fe de una vida al aire libre dedicaba mayormente al trabajo físico.
Los dos hombres se sentaron en unas mullidas sillas de terciopelo burdeos, mientras la señorita Quo lo hacía en una silla de respaldo recto, ligeramente a la izquierda de David. Durante los siguientes minutos la chica habló en mandarín. David sólo reconocía algunas palabras -baba y cha- y comprendió que estaban intercambiando cumplidos sobre el padre de Quo y negociando la cuestión siempre importante de si los invitados tomarían o no té. Cuando la conversación tocó a su fin, Sun sirvió tres tazas de té y empezó a hablar con voz serena y segura, deteniéndose de vez en cuando para que Quo tradujese. Durante los siguientes veinte minutos, mientras hablaba en términos elogiosos de los atributos de su provincia, no apartó la mirada de David. En otras circunstancias, David se hubiera sentido irritado por semejante examen, pero Sun tenía modales cálidos. Era una persona muy realista y, si la traducción de Quo era correcta, muy directa.
– El gobernador desea que sepa que ha animado a muchas empresas extranjeras a instalarse en su provincia -dijo la señorita Quo cuando Sun acabó con sus comentarios-. Cada vez es más fácil llegar allí. En Shanxi ha construido una nueva autopista, lo que pone a Taiyuan sólo a cinco horas de Pekín en coche o autobús, y a poco minutos en avión. Cree que es importante que usted sepa que él cree que dentro de diez años su provincia será la número uno en inversiones económicas en el interior.
– ¿Y cuál es el plan del gobernador para lograr sus objetivos?
La señorita Quo tradujo con vacilación la pregunta y escuchó la respuesta de Sun en mandarín.
– Como usted sabe, China está en un período de grandes cambios. El gran líder Deng Xiao-ping nos animó a profundizar la reforma económica.
– Hacernos ricos es glorioso -citó David.
– Exactamente -asintió la señorita Quo-. Pero hay algunas cosas que no quiere ver cambiar. Desde su muerte, nuestro país puede avanzar en alguno de esos programas. Eso es lo que el gobernador Sun está promoviendo aquí en Pekín así como en Shanxi. Históricamente, dice, los cambios sólo pueden venir del campo. Ha propuesto el sistema de una persona-un voto para las elecciones locales que estarían abiertas por igual a candidatos del partido y de fuera del partido. Ha trabajado muy duro para abolir la economía que se come el arroz.
Ante la mirada perpleja de David, Quo le explicó:
– Es una frase usada por el primer ministro Zhu Rong-ji. Significa que quiere recortar la burocracia de nuestro país, que tan a menudo fomenta la corrupción. El gobernador Sun apoya estas nuevas ideas y cree que con el tiempo aportarán más libertad al pueblo chino, mayor prosperidad y mejores relaciones con nuestros hermanos de Occidente.
– Todo esto es muy interesante -dijo David-, pero ¿para qué me ha invitado el gobernador?
La señorita Quo no se molestó en ocultar su disgusto.
– Es una pregunta muy atrevida.
– No se preocupe, señorita Quo -dijo Sun en un inglés casi perfecto.
David había caído en una de las trampas más viejas de los juegos chinos. Por supuesto que ese hombre hablaba inglés.
– Pensé que era apropiado conocernos antes de vernos en Knight International -dijo Sun-. Tengo el mayor de los respetos por el señor Knight y el señor Craig. Henry Knight es un viejo amigo, mientras que el señor Craig es un nuevo amigo. Por lo tanto, creo que es bueno que nos hagamos amigos. De esta forma se allana el terreno de los negocios.
– Estoy de acuerdo -dijo David.
Sun le ofreció un platillo de pipas de sandía.
– Pero debo admitir que tengo lo que usted probablemente llamaría segundas intenciones para reunirme hoy con usted -continuó Sun-. Como muchos de los que en China leemos los periódicos o miramos la televisión, estoy al tanto del gran trabajo que hizo por nuestro país a principios de este año. Pero ambos sabemos que no todo salió en las noticias. Me perdonará al falta de modestia si le digo que he tenido el enorme privilegio de participar en conversaciones con los más altos miembros de nuestro gobierno, que están perfectamente enterados de la auténtica naturaleza de su obra. Ha honrado usted a nuestra nación, gracias a desenmascarar la corrupción en nuestro gobierno, así como en el suyo.
David estaba en el país más poblado del mundo, pero se sentía como en un pequeño pueblo donde todo el mundo sabe todo de los demás. Pero antes de que pudiera decir nada, Sun continuó.
– Yo también estoy muy preocupado por la corrupción. Como ha observado el primer ministro Zhu, el cobro de comisiones ilegales siembra el descontento en el pueblo. De modo que, como diría usted, los dos estamos en la misma onda. Creo que dos personas de mentalidad tan parecida deberían trabajar unidas. Me haría un honor si me aceptara como cliente.
– ¿Está usted en apuros? -preguntó el abogado que había en David.
Hubo un silencio incómodo y David vio la mirada de desaprobación de la señorita Quo. Sun rió con ganas.
– Alguna gente dice que la brusquedad es el peor rasgo de los estadounidenses. En China nunca haríamos una pregunta tan directa. Bueno, quizá si nos conociéramos desde hace diez mil años y nos hubiéramos reunido todos los días durante diez mil semanas, entonces quizá mostraríamos esa debilidad. Pero en realidad es una característica de su pueblo que me gusta. Usted habla con franqueza,. Eso lo hace muy vulnerable, pero debo reconocer que también muy estimulante. -Los comentarios eran condescendientes, pero la afabilidad de Sun limó las asperezas-. Respondiendo a su pregunta -continuó el gobernador-, no, no estoy en apuros. Pero la gente puede necesitar abogados por muchos motivos.
– No soy experto en derecho chino -dijo David-. Sería mejor que contratara un bufete local.
– Ve, señorita Quo, otra vez nos dice lo que piensa sin tapujos -comentó Sun.
Quo bajó la mirada con modestia, contenta de que su nuevo jefe le hubiera caído en gracia a un hombre tan poderoso.
– No necesito a ningún experto en derecho chino -dijo Sun-. Como la señorita Quo le ha explicado, actúo en nombre de mi provincia y mi papis cuando vienen a visitarnos las compañías extranjeras he promovido activamente las inversiones extranjeras en Shanxi. Comprenderá que hasta hace muy poco no hacíamos muchos negocios por contrato. Cuando el gobierno es propietario de cada tienda, fábrica o granja, no son muy necesarios. Por tanto, en China tenemos muchos problemas con los forasteros para negociar. Supongo que a los extranjeros les gustará negociar con alguien que comprende su sistema. Lo que le propongo es que me represente, tanto como individuo, ya que tengo muchas inversiones propias, como en nombre de la provincia de Shanxi.