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– ¿Lo sabe la gente de Phillips, MacKenzie amp; Stout?

Hu-lan se encogió de hombros.

– ¿Y es una Princesa Roja?-preguntó David.

– Sí, por dos partes. Su abuelo estuvo en la Larga Marcha y su padre ha hecho millones en su cargo en el gobierno.

– ¿Entonces sabe quién soy?

Hu-lan sonrió y asintió.

– ¿Entonces sabía perfectamente que no necesitaba un apartamento?

– Ah… eso no lo sé. Puede que nos haya puesto a prueba. -Se inclinó para coger una uva y, al hacerlo, se le abrió la bata dejando a la vista la curva de sus pechos-. No sería mala idea que cogieras un apartamento pequeño para evitar habladurías.

– ¿Sería mejor para ti?

Hu-lan cerró los ojos y se imaginó diferentes situaciones.

– Coge un apartamento -le respondió al abrirlos-, pero vivirás aquí.

– Me enseñó un sitio en el Capital Mansión.

Hu-lan meneó la cabeza y rió.

– Eso es porque ella vive allí, como vivían Guang Henglai y Cao Hua. Está muy de moda entre los jóvenes.

– Pues no pienso ir.

– No, claro que no. Conozco un buen sitio para ti. No es muy lujoso pero está cerca. Mañana iremos a verlo.

– De acuerdo, pero no pienso pagar un ojo de la cara.

Hu-lan sonrió.

– No pagas tú sino la empresa.

– Aun así, no me gusta que me traten como a un imbécil.

– Hagas lo que hagas te tratarán como extranjero.

– ¿Y eso significa que me timen?

David le contó lo que le pedían por una línea de fax.

– No está tan mal. Piensa que hasta hace un par de años los extranjeros sólo podían mandar faxes durante el día, porque los funcionarios que vigilaban las líneas acababan de trabajar a las cinco.

– Pero eso ya no es así, ¿verdad? -preguntó.

– No, ya no. Ahora tenemos gente que trabaja toda la noche.

– ¿Es imposible que controlen cada fax!

Hu-lan se encogió de hombros y la bata se le abrió un poco más.

– Cree lo que quieras. -Cogió otra uva y se la puso en la boca de David-. Si te parece injusto, piensa en lo que tú, o mejor dicho el bufete, tendría que pagar a tu señorita Quo.

Pero David no respondió porque sintió una súbita agitación en la entrepierna. Hu-lan trazó lánguidamente una línea con el dedo húmedo por el pecho hasta el borde de la sábana de algodón y continuó con voz ronca:

– Un intérprete normal gana unos setecientos dólares al mes, seiscientos treinta de los cuales se quedan en la agencia estatal. Después tienes que buscar a alguien como tu señorita Quo, una Princesa Roja, con muy buenas conexiones. Phillips, MacKenzie amp; Stout probablemente le está pagando cien mil dólares al año.

Pero David ya había oído bastante. Le cubrió la boca con la suya y continuaron con una conversación mucho más íntima.

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