David se puso al teléfono.
– ¿Anne?
Después del retraso de larga distancia, llegó la voz de Anne.
– ¿David Stark?
– Yo mismo.
– Quería disculparme por mi actitud durante el funeral de mi hermano. Creo que estábamos muy alterados. Pero al enterarnos de las circunstancias, al saber que la víctima tenía que ser usted… pues…
David escuchó impaciente mientras Anne seguía con sus disculpas. Lo único que quería era marcharse, pero esos segundos le dieron la oportunidad de hacerse una composición del lugar. ¿Dónde estaba Hu-lan? Hacía rato que estaba extrañamente callada. Observó la habitación. Henry seguía delante de la puerta, dispuesto a impedirles el paso si intentaban salir. Quo miraba nerviosa por la ventana. Hu-lan estaba hundida en un sillón y parecía adormilada; se la veía pálida y dos manchas rojas remarcaban los pómulos. Una nueva preocupación le recorrió, pero volvió a prestar atención a Anne.
– Creía que había acudido a usted en busca de ayuda y que había tenido mala suerte. Menudo karma, pensé. Vas a pedir ayuda y te matan. Por eso estuve tan grosera.
– No me pidió ayuda, yo lo había invitado a cenar. Necesitaba cierta información…
– Ahora lo sé, pero en aquel momento sólo pensaba en lo que Keith me había dicho. Ese día me telefoneó. Estábamos muy unidos y siempre que algo le preocupaba me llamaba. Lo noté inquieto y me comentó que iba a reunirse con un amigo, alguien con quien podía hablar. Había cenado con usted, así que supe que…
Igual que el día del funeral, David creyó que no tenía sentido destrozar los buenos recuerdos de la familia de Baxter.
– Sólo estuvimos cenando…
– Lo sé, lo sé. Intento decirle que cuando lo vi en el funeral, lo único que pensé era que usted no lo había ayudado. Yo le había aconsejado que fuera al FBI, pero se rió de mi ingenuidad. Dijo que no necesitaba al FBI sino al Departamento de Estado. Después me comentó que tenía amigos en la fiscalía que le aconsejarían. Pero usted no le dijo nada.
No era extraño que Keith tuviera un comportamiento tan peculiar esa noche. Estaba a punto de tirar por la borda su carrera acudiendo a los federales para delatar a su cliente.
– ¿Se trataba del asunto Knight? -preguntó David. Incluso a miles de kilómetros oyó el profundo suspiro de Anne.
– Era por su novia. La muchacha era china y quería traerla aquí. Pensaba pedir asilo político.
David no daba crédito a sus oídos.
– el día del funeral estaba furiosa con usted por no ayudarle, pero se trataba de otra persona que me presentaron allí.
En el funeral sólo había otra persona a la que Keith pudiera haber recurrido.
– Rob Butler -concluyó David.
– Exacto. Se presentó y dijo que había intentado hacer todo lo posible por mi hermano. ¿Usted cree que intentó ayudarle?
David retrocedió hasta su último encuentro con Rob y Madeleine. Les preguntó a bocajarro qué pensaban sobre la muerte de Keith. Ambos dijeron que creían que había sido una chapuza de los grupos mafiosos para matar a David. También preguntó si Keith estaba siendo investigado. De nuevo, tanto Rob como Madeleine contestaron que no. ¿Por qué Rob no mencionó a Miao-shan? (por fuerza tenía que ser Miao-shan). Si Keith pensaba que era posible pedir asilo político debía de ser porque la chica tenía algo que ofrecer a cambio; las pruebas del soborno Knight-Sun. ¿Rob le había mentido? ¿Por qué? Keith estaba muerto. La chica también, y sus documentos estaban en China. Sin pruebas no había caso. Y aún era más importante, ¿Keith había utilizado a Miao-shan para evitar arriesgarse él? Ofrece a la muchacha, se apodera de la información sobre Sun y no se ensucia las manos.
– ¿Oiga? ¿Sigue ahí? -preguntó Anne.
– Disculpe, estaba pensando. Tengo tantas cosas que preguntarle. -Vio a Quo mirando por la ventana. No parecía presa del pánico-. Aquí las cosas están un poco complicadas.
– Comprendo. Antes que nada, déjeme explicarle el verdadero motivo por el que lo he llamado. Mi hermano me envió unos papeles antes de morir. Estaban aquí cuando volvimos a Russell. No sé de qué se trata, pero añadió una nota‹: “Si me ocurriera algo…” ¿Se imagina lo que es encontrarse algo así en el correo? ¡Mi hermano estaba muerto! Era como encontrarse dentro de una película de terror.
– ¿Qué clase de documentos? -preguntó David, aunque ya lo sospechaba.
– Páginas y páginas de números. A mí no me dicen nada, pero en la nota escribió que se trataban de una clave.
¿Una clave? Miao-shan tenía su documentación. Sun la suya. Ahora resultaba que Keith también tenía la suya. ¿Podía ser una clave?
– Anne -David intentó sonar lo más convincente que pudo-, referente a esos papeles…
– Va a hablarme de la chica y de que Keith quería casarse con ella, ¿No? -No era ésa su intención, pero la dejó continuar-. Somos gente sencilla de Kansas -prosiguió Anne-. No vemos muchos asiáticos por aquí, pero si Keith estaba enamorado era asunto suyo. Recibiríamos a su Miau-miau con la mejor voluntad. Hasta su nombre nos resultaba exótico. Quiero decir que sabíamos que no se llamaba así, pero así le sonaba a mi padre y así la llamábamos. Bueno, ya se da cuenta de por qué creíamos que era mejor que vivieran en Los Ángeles. Alí hay toda clase de gente y no resultaría tan chocante.
David y Hu-lan sabían que Miao-shan mantenía un idilio con un estadounidense. Pensaban que era Aarón Rodgers, y tal vez tampoco podían descartarlo, pero quien importaba era Keith. Debió de conocerla durante sus habituales visitas a Knight International para ocuparse de la venta. ¿Keith y Miao-shan? ¿Por qué David no se había dado cuenta? Cuando Miles dijo que la novia de Keith no era de Los Ángeles, David dio por supuesto que era una chica de su ciudad natal. La imagen encajaba con lo que sabía de él. Incluso ahora le resultaba difícil imaginarse a su amigo, obeso y casi cuarentón, con una operaria china de dieciocho años. Por supuesto, esas cosas pasaban. Se las llamaba crisis de la mediana edad.
Una chica manipuladora como Miao-shan debió de ver a Keith como presa fácil y le utilizó para conseguir toda clase de regalos, como la ropa interior de fantasía, los vaqueros, el maquillaje y… De repente recordó el mareante olor dulzón en el funeral y lo que Hu-lan había dicho sobre la cama de Miao-shan.
– ¿Usa usted White Shoulders? -le preguntó a Anne.
– Sí, y mi madre también -contestó asombrada.
– Keith debió de perder la cabeza -se le escapó.
– Estaba muy enamorado, mis padres y yo no lo veíamos pero estábamos en contacto por teléfono y correo electrónico. Desde que era un adolescente y se volvió loco por Mary Ellen Sanders nunca había estado enamorado. Me llamaba para preguntarme qué podía regalarle. Y yo misma compré algunas cosas para ella. Ella debía de estar igual, ya que también le hacía todo tipo de regalos.
– Como los papeles -dijo David-. Anne ¿podría mandármelos por fax? ¿Tienen alguna agencia de fax en Russell?
– Puede que estemos en Kansas, pero tenemos fax -contestó Anne un poco indignada-. Espere un momento y se lo envío. Deme el número.
David lo hizo. Anne le dijo que dejaba el teléfono un momento y enseguida volvía. Oyó el ruido del auricular sobre lo que había supuesto sería un mostrador de cocina y comprendió, dada su mala información sobre Anne y su vida, que seguramente estaba en un despacho perfectamente equipado. Un minuto después la mujer volvió al aparato.
– No entra. Repita el número.
David lo repitió.
– Sí, es el que he marcado. Dos veces. Compruebe su aparato.
David miró el fax y parecía en orden. Quo se acercó desde la ventana y confirmó que estaba conectado y había papel. Al comprobar la línea palideció.
– Está cortada.
– ¡Necesitamos el fax! -exclamó David.
– Tengo un fax en mi ya sabe dónde -dijo Henry, señalando las paredes-. Yo puedo recibir su fax si viene conmigo a Taiyuan.
Henry no necesitaba recurrir a este tipo de chantaje. Si Anne tenía la clave, todo se aclararía. Era arriesgado, pero estaban en una situación en que todo era un riesgo.
– Deme el número -pidió David.
Henry lo hizo y David se lo transmitió a Anne.
– Dígale que espere un poco -indicó Henry-. Tengo que encontrar a mis hombres y conectar la electricidad antes de ponerlo en marcha.
David transmitió las instrucciones.
– No quisiera parecer melodramático, Anne, pero si nos ocurriera algo, haga el favor de entregar esos papeles a Rob Butler. Dígale que… Anne… ¿Anne?
Habían cortado.
David colgó e intentó mantener la calma. Sabía que el miedo le entorpecía pensar.
– Tenemos que irnos -dijo.
Recogieron sus pertenencias y se encaminaron hacia la puerta. David miró por encima del hombro. Había sido un despacho agradable y un hermoso intento por una nueva vida. Quo Xie-sheng estaba de nuevo en la ventana.
– ¿Señorita Quo? -dijo David.
Ella le miró y contestó:
– Váyanse.
– No sea insensata -le dijo Hu-lan.
Quo cruzó la habitación y le tomó a Hu-lan la mano sana.
– Tiene razón, no tengo por qué huir. No he hecho nada malo. Gracias, inspectora, por haberme dado el valor necesario. Le diré a mi padre que, como siempre, ha sido una buena amiga de al familia.
David quiso disuadirla, pero la determinación era dura como una piedra en los rasgos de la joven.
– Váyanse -repitió Quo, caminando hacia la ventana-. Cuando lleguen, les diré cualquier cosa.
Era una vana esperanza para aplazar lo inevitable. Con las líneas cortadas y la posible vigilancia del despacho, ya debían de conocer sus movimientos y cualquier intento sería inútil,.
– Buena suerte, Quo -dijo David, y salió cerrando la puerta.
Henry quería ir en su coche, pero Hu-lan se le adelantó y subieron al coche de Lo, ya que pensaba que la pequeña insignia en el capó podía proporcionarles cierta protección. Por otra parte, si las cámaras instaladas en los principales cruces estaban ya alertadas para buscarlos, sería muy fácil seguirles la pista. Hu-lan decidió que valía la pena arriesgarse.
Tan pronto estuvieron en el coche, Hu-lan le entregó su teléfono móvil a Henry. Este ordenó que sus hombres pusieran en marcha los dispositivos, confiando en que entendieran que tenían que llenar el depósito del avión y calentar motores para salir de la ciudad.