– Tendría conflicto de intereses para representarlo en cualquier trato con Tartan -respondió David.
– Bueno, eso es sólo un negocio, pero mi tarea consiste en atraer otras compañías extranjeras a Shanxi.
– Si lo represento, estaré al tanto de muchos aspectos de sus negocios. Puede que haya cosas que no quiere que sepa Tartan y viceversa.
– Se supone que los abogados son discretos.
– La discreción no es problema. Muchos clientes prefieren estar seguros de que no exista ni la más remota posibilidad de que sus asuntos no sean completamente privados, que el producto del trabajo no esté donde no deba ni se archive donde no corresponda, que no haya nadie en la oficina que pueda fisgonear en lo que no debe saber.
– Lo que me está diciendo, abogado Stark, me hace dudar de usted y de Phillips, MacKenzie…
– Somos escrupulosos con nuestro trabajo, pero los accidentes existen. Por no mencionar…
Sun, al ver que David vacilaba, acabó por él:
– Que está usted en China y que por tanto no puede garantizar absoluta confidencialidad.
David levantó las manos y se rindió a la evidencia.
– Además -añadió-, ¿qué pasa si dentro de cinco años hay algún desacuerdo entre usted y Tartan?
– No lo habrá -respondió Sun.
– Pero ¿qué si lo hubiera? -insistió David-, ¿No le gustaría saber que sus asuntos han estado siempre completamente seguros?
– Los dos trabajamos por los mismos fines. No hay conflictos ni los habrá nunca.
– Sin embargo, si los hubiera yo tendría que elegir a qué cliente represento. Y me temo que sería Tartan.
– Porque es un cliente más grande que yo.
– Y porque mi bufete hace más tiempo que trabaja para Tartan.
– A mí me va bien.
– Entonces déjeme llamar al bufete y a Tartan a ver lo que piensan. En cuanto sepa algo, volveré con la respuesta y un documento de renuncia que tendrá que firmar.
El gobernador Sun se puso de pie para dar por terminada la reunión. Estrechó la mano de David y le dijo mirándolo a los ojos:
– En cuanto tenga usted el documento de renuncia, le mandaré un informe de mis actividades. -Acompañó a David y la señorita Quo a la puerta y añadió bajando la cabeza-: Si necesita algo antes de que nos veamos esta semana, llame por favor a Amy Gao, mi ayudante. -Y dirigió su atención a una delegación de empresarios que lo esperaba en el vestíbulo.
– Es muy bonito escuchar los problemas de la gente y después tratar de ayudarlos -le dijo David a Hu-lan esa noche-. Esta tarde hice un par de llamadas y resolví el problema con la bodega. La cuestión de la ropa de piel de cerdo será un poco más difícil, pero la señorita Quo ya ha hecho el borrador de un par de cartas a la gente apropiada, según ella. Esperemos que la semana próxima podamos tener algunas entrevistas después de la firma del acuerdo Knight y esa pobre gente de la piel pueda volver a su fábrica sin problemas.
Hu-lan pensó que David aún tenía mucho que aprender sobre cómo funcionaban las cosas en China.
Se reservaba la noticia de su reunión con el gobernador para el final. Hu-lan escuchó cada detalle tratando de descubrir los habituales matices chinos que a David se le habrían escapado. Los dos rieron cuando le contó lo de la autopista Pekín-Taiyuan.
– ¿Cómo iba a saber que existía?-preguntó Hu-lan burlonamente horrorizada de las innecesarias penurias por las que había pasado con aquellos dos trenes, mientras pensaba al mismo tiempo en lo lejos que habían quedado, de esta vida tan cambiante, Su-chee y todos los que había conocido en Da Shui.
Se rieron más cuando David llegó a la parte en que Sun habla perfectamente inglés.-
– Tendría que haberme dado cuenta -dijo David-. ¡Pero si me di cuenta!
– ¿entonces?
– ¿Jet lag? -conjeturó. Volvieron a reírse y añadió-: Gracias.
– ¿Por qué?
– Por Sun. Que te caiga un cliente así es un golpe maestro. Sé que te lo debo a ti.
– Pero si no he hecho nada.
– ¿NO es amigo tuyo o forma parte de la red de la Princesa Roja?
– No lo conozco. Lo vi en el funeral de Deng. Es un hombre poderoso, David. Muy importante.
– ¿Entonces cómo…?
– Como dijo Sun, tu fama te precede. Además, la señorita Quo tiene unas relaciones excelentes.
David reflexionó.
– Todo ese discurso a favor de la democracia y el capitalismo, ¿no es peligroso? -preguntó al fin.
– Hace un año, o incluso hace tres meses, te habría dicho que sí. Pero Deng ha muerto. Mira quién gobierna el país ahora. El presidente Jian Ze-ming está tratando que Estados Unidos vuelva a ser amigo de China, no enemigo. Zhu Rong-ji, cuando era alcalde de Shanghai, volvió a darle importancia mundial a la ciudad. Ahora que es primer ministro espera hacer lo mismo con el país. No sé mucho sobre Sun, salvo que está tratando de hacer por su provincia lo que Zhu hizo por Shanghai. No hace falta ser matemático para sumar dos más dos. Actualmente, Sun es uno de los ciento setenta y cinco miembros del Comité Central. La gente dice que está compitiendo por convertirse en uno de los diecisiete miembros del Politburó. De allí, quizá pase a ser uno de los cinco integrantes del Comité Permanente. También es posible que se salte todos esos pasos y vaya directamente a la cima. Dentro de diez, veinte años, puede lograrlo.
– Te cae bien.
Hu-lan se encogió de hombros.
– NO lo conozco personalmente, pero me gusta lo que dice. Será un cliente estupendo para ti.
– No lo sé -comentó David. Hu-lan lo miró burlonamente, y él continuó-: No sé muy bien cómo van las cosas aquí. No entiendo la política, pero voy por la calle y veo capitalismo. Vengo a casa y me hablas del gobierno del Partido Comunista. Me cuesta combinar ambas ideas.
– No tienes por qué hacerlo. Escucha lo que te ha dicho: quiere tu ayuda para trabajar con extranjeros, porque sus ritos son diferentes. Te lo ha dicho, pero tú no lo has oído. En China las negociaciones comerciales son intrincadas. ¿Se ofrecerá té? ¿Se aceptará? ¿Quién se sentará en qué sitio de la mesa? ¿Quién entrará primero en la sala? Se intercambian cumplidos de lo más efusivos, pero nunca se aceptan. No se puede decir lo que uno quiere ni lo que está dispuesto a ofrecer. El contrato “final” nunca es el último. La víspera de la firma o justo antes del gran banquete, siempre quedan cuestiones pendientes de resolver. Las negociaciones pueden durar meses, años a veces. Esto se aplica tanto a los negocios como a las relaciones personales, y es absolutamente contrario al estilo estadounidense. Si me dices que Sun quiere que lo ayudes a abrirse camino entre todo eso, me cae aún mejor.
– Pero es un político, Hu-lan.
– No un político cualquiera. Es un prohombre. Si necesita ayuda, deberías dársela. Eso es o que mejores sabes hacer: ayudar a los que están en el lado del bien.
A David no le gustaba mezclarse en política, pero si Hu-lan pensaba que Sun era una buena persona, entonces no podía negarse a ayudar porque, como ella había dicho, era lo que mejor se le daba. Trató de explicarle el meollo de la cuestión.
– A mí no me importa si un cliente es grande o no. Hoy, por ejemplo, disfruté hablando con esa gente que fabrica ropa de piel. Me alegró que con un par de llamadas quizá se resolviera el problema o, al menos, se avanzara un poco. Pero un político es diferente. Ignoro lo complejos que puedan ser sus asuntos. Me preocupa la integridad. Me preocupa que haya cosas que quizá no entienda. Me preocupan cuáles puedan ser los problemas de Sun y por qué no los mencionó con franqueza. Porque debe de tener alguno, de lo contrario no me habría llamado. A pesar de todo, como abogado puedo examinar sus problemas y llevarlo por el buen camino, pero… -Su mente se perdió en el pasado-. Recuerdo que una vez vi un cuadro de un naufragio. Había un faro y el haz que se reflejaba en el agua, pero no había evitado que el barco chocara contra las rocas. Así es como veo lo que hago, Hu-lan. Tengo la sensación de que la luz puede orientarme en la oscuridad y hasta conozco las aguas, pero si aparece una corriente por sorpresa o desciende la niebla, entonces la lógica y la experiencia no bastan para evitar el desastre.
El miércoles los despertó, como siempre, el ruido de la compañía de Yan Ge. David dijo que quería ir a verla. Se vistieron y al cabo de unos minutos salieron al callejón. Hu-lan, junto a David, vio los bailarines de otra forma. Qué bonitos eran sus trajes pintorescos. Qué maravilla era ver a toda esa gente mayor, como la señora Zhang y la señora Ri, con las caras sonrientes y sus movimientos delicados. Hasta la música, que en otros momentos le parecía tan estruendosa y poco armónica, ahora le resultaba alegre y festiva. Y a su lado estaba David. Iba con ropa informal: pantalones caqui, camisa con el cuello abierto y mocasines. Tenía el cuerpo relajado mientras se apoyaba despreocupadamente contra la pared de la casa de la familia Liu. Se acercó más a él, que le pasó el brazo por los hombros. Se sentía prudentemente feliz.
No obstante, David era un extranjero y lo vecinos de Hu-lan estaban al tanto de su presencia desde la noche de su llegada al Hutong. Así que cuando la señora Zhang, directora del Comité Vecinal, llamó a la puerta una hora después de que la compañía se dispersara, Hu-lan ya estaba preparada para recibirla.
La acompañó al jardín, donde David hablaba por teléfono con Miles sobre el gobernador Sun, explicándole todos los puntos conflictivos.
– Miles, tengo que dejarte -dijo David al verlas-, pero si recibes el documento de renuncia de Tartan mándamelo por fax lo antes posible. Si puedo, me gustaría representar a Sun.
Colgó y cogió la nudosa mano de la señora Zhang para estrecharla suavemente.
La visitante tomó un ruidoso sobro de té de crisantemo y dijo en chino:
– Ha vuelto el extranjero. Ya veo que lleva aquí cinco días.
– Sí, tía -asintió Hu-lan.
– Sospecho que piensa quedarse más tiempo.
– Eso espero -respondió Hu-lan.
– Aún no has venido a pedirme un permiso de boda.
Hu-lan miró a David, que intentaba parecer interesado pero no tenía ni idea de lo que hablaban.
– No tenemos planes de boda.
– Este hombre es el padre de tu hijo -afirmó la señora Zhang.
– Usted sabe que sí.
La señora Zhang gruñó y miró directamente a David. Se inclinó y, como si se tratara de una confidencia, le dijo:
– Una gota de orina puede echar a perder el pozo de todos. A la gente de nuestro vecindario no le gustaría que pasara algo así. Nuestro ciudadanos son buenas personas. No queremos problemas con los de arriba.