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El taxi se detiene y supongo que hemos llegado, pero al mirar por la ventanilla veo una versión más lujosa del Hyatt Regency.

– ¿Esta es la China comunista? -me pregunto en voz alta. Miro a mi padre y meneo la cabeza-. Sospecho que nos hemos equivocado de hotel.

Me apresuro a sacar mi itinerario, los billetes y las reservas. Di instrucciones a mi agente de viajes para que eligiera un hotel de precio moderado, entre los treinta y los cuarenta dólares. Estoy segura de haberlo hecho. Pero en el itinerario figura el nombre de este establecimiento: Garden Hotel, Huanshi Dong Lu. Pues bien, será mejor que el agente esté dispuesto a pagar la diferencia de su bolsillo. No faltaría más.

El hotel es magnífico. Un botones con uniforme y gorro se acerca de inmediato y empieza a llevar nuestras maletas al vestíbulo. El interior del hotel es una orgía de tiendas y restaurantes encajados en granito y cristal. Más que sentirme impresionada, me preocupa el gasto, así como la idea que Aiyi va a hacerse de nosotros: pensará que los ricos norteamericanos no podemos prescindir de los lujos ni siquiera una noche.

Pero cuando me acerco a la recepción decidida a regatear por el error en la reserva, me confirman que nuestro alojamiento ya está pagado, a treinta y cuatro dólares cada habitación. Me siento avergonzada, mientras que Aiyi y los demás parecen encantados por nuestro entorno provisional. Lili mira con los ojos muy abiertos una tienda llena de vídeo-juegos.

Toda nuestra familia entra en un ascensor; el botones agita la mano y dice que se reunirá con nosotros en el piso dieciocho. En cuanto se cierran las puertas del ascensor, todos guardan silencio, y cuando vuelven a abrirse todos hablan a la vez, con un alivio evidente. Tengo la sensación de que Aiyi y los demás nunca han hecho un recorrido tan largo en ascensor.

Nuestras habitaciones son contiguas e idénticas. Las alfombras, cortinas y colchas son de color gris oscuro con un ligero tinte pardo. Hay un televisor en color con mando a distancia empotrado entre las dos camas gemelas. Las paredes y el suelo del baño son de mármol. Encuentro un bar con un pequeño frigorífico y un surtido de cerveza Heineken, Coca-Cola y Seven-Up, botellines de Johnnie Walker etiqueta roja, ron Bacardi y vodka Smirnoff, paquetes de M amp; M, anacardos tostados con miel y tabletas de chocolate Cadbury. Y una vez más digo en voz alta:

– ¿Esta es la China comunista? Mi padre entra en mi habitación.

– Han decidido que nos quedemos aquí -dice encogiéndose de hombros-. Dicen que será más cómodo y tendremos más tiempo para hablar.

– ¿Y la cena? -le pregunto.

Desde hace días imagino mi primer festín chino auténtico, un gran banquete con una de esas sopas humeantes vertida en medio melón ahuecado, pollo envuelto en arcilla, pato a la pequinesa, toda clase de manjares exóticos.

Mi padre coge la guía del servicio de habitaciones que está junto a una revista Travel amp; Leisure, pasa rápidamente las páginas y señala el menú.

– Esto es lo que quieren -me dice.

Así pues, está decidido. Esta noche cenaremos en nuestras habitaciones, con la familia, a base de hamburguesas, patatas fritas y tarta de manzana à la mode.

Aiyi y su familia curiosean en las tiendas mientras nosotros nos aseamos. El viaje en tren ha sido caluroso y estoy deseosa de ducharme y ponerme ropa limpia.

El champú proporcionado por el hotel tiene la consistencia y el color de la salsa hoisin, y pienso que esto es más apropiado: esto sí que es China. Me froto con la extraña sustancia el cabello húmedo.

De pie bajo la ducha, me doy cuenta de que ésta es la primera vez que estoy sola desde hace muchas horas, e incluso tengo la sensación de que han transcurrido días. Pero en vez de sentirme aliviada, la soledad me pesa. Pienso en lo que dijo mi madre, lo de que mis genes se activarían y me volvería china. Y me pregunto qué quiso decir exactamente.

Cuando murió mi madre, me planteé muchas cosas a las que no podía dar respuesta, forzándome así a aumentar mi aflicción. Era como si quisiera mantener mi pena, asegurarme de que mis sentimientos habían sido lo bastante profundos. Pero ahora me planteo las preguntas sobre todo porque quiero conocer las respuestas. ¿Cómo era aquel relleno a base de carne de cerdo que ella hacía y que tenía la textura del serrín? ¿Cómo se llamaban los tíos que murieron en Shanghai? ¿Qué había soñado durante tantos años acerca de sus otras hijas? Cada vez que se enfadaba conmigo, ¿pensaba realmente en ellas? ¿Deseaba que yo fuese una de ellas? ¿Lamentaba que no lo fuera?

***

A la una de la madrugada me despiertan unos golpes ligeros en la ventana. Me quedé dormida sin darme cuenta y ahora noto que mi cuerpo se despereza. Estoy sentada en el suelo, apoyada en una de las camas gemelas. Lili está tendida a mi lado. Los demás también duermen, tendidos en las camas y el suelo. Aiyi está sentada ante una mesita y parece muy somnolienta. Mi padre mira a través de la ventana y sus dedos tamborilean en el cristal. Antes de que me durmiera, mi padre le hablaba a Aiyi de su vida desde la última vez que la vio, le decía que había ido a la Universidad de Yenching, que luego se colocó en un periódico de Chungking, donde conoció a mi madre, una viuda joven, que luego fueron juntos a Shanghai con el propósito de encontrar la casa de la familia de mi madre, pero que allí no había nada. Finalmente viajaron a Cantón y desde allí a Hong Kong y Haiphong, donde embarcaron hacia San Francisco…

– Suyuan no me dijo que durante todos esos años intentaba encontrar a sus hijas -dice ahora en voz baja-. Naturalmente, no hablábamos nunca de las niñas. Yo suponía que se avergonzaba de haberlas dejado atrás.

– ¿Dónde las dejó? -pregunta Aiyi-. ¿Cómo las encontraron?

Ahora estoy despierta del todo, aunque conozco algunos fragmentos de esta historia que me contaron los amigos de mi madre.

– Ocurrió cuando los japoneses ocuparon Kweilin -dice mi padre.

– ¿Los japoneses en Kweilin? -replica Aiyi-. Eso debe de ser un error. No es posible. Los japoneses nunca ocuparon Kweilin.

– Sí, eso es lo que dijeron los periódicos. Lo sé porque en aquel entonces yo trabajaba para la agencia de noticias, y el Kuomintang nos indicaba a menudo lo que podíamos decir y lo que no. Pero sabíamos que los japoneses habían llegado a la provincia de Kwangsi. Según nuestras fuentes, habían tomado la línea férrea entre Wuchang y Cantón, y avanzaban tierra adentro, con mucha rapidez, hacia la capital provincial.

Aiyi parece asombrada.

– Si la gente no sabía eso, ¿cómo sabía Suyuan que los japoneses se acercaban?

– Se lo advirtió en secreto un oficial del Kuomintang -explica mi padre-. El marido de Suyuan también era oficial y todo el mundo sabía que los oficiales y sus familias serían los primeros ejecutados. Así pues, reunió algunas posesiones y, en plena noche, cogió a sus hijas y huyó a pie. Los bebés aún no tenían un año de edad.

– ¿Cómo pudo abandonar a los bebés! -suspira Aiyi-. Nuestra familia nunca había conocido la fortuna de tener unas gemelas. -Bosteza de nuevo y pregunta-: ¿Cómo se llamaban?

Aguzo el oído. Tenía la intención de dirigirme a ellas llamándolas sencillamente «hermana», pero ahora quiero saber cómo se pronuncian sus nombres.

– Tienen el apellido de su padre, Wang -dice mi padre-, y sus nombres son Chwun Yu y Chwun Hwa.

– ¿Qué significan esos nombres? -le pregunto.

– Oh, sí… -Mi padre traza unos caracteres imaginarios en el cristal de la ventana-. Uno significa «Lluvia de primavera» y el otro «Flor de primavera» -me explica en inglés-, porque nacieron en primavera y, naturalmente, la lluvia viene antes que la flor, en el mismo orden en que nacieron las niñas. Tu madre era muy poética, ¿no crees?

Hago un gesto de asentimiento y veo que Aiyi también mueve la cabeza, pero le cae y se queda en esa posición. Respira profunda y ruidosamente, dormida.

– ¿Y qué significa el nombre de mamá? -susurro.

Mi padre escribe más caracteres invisibles en el cristal.

– Suyuan… Tal como ella lo usaba significa «Deseo largamente acariciado». Es un nombre muy elegante, no tan ordinario como un nombre de flor. Mira este primer ideograma, que significa algo así como «Eternamente nunca olvidada». Pero hay otra manera de escribir «Suyuan», que suena exactamente igual, pero su significado es el contrario. -Su dedo traza otro ideograma-. La primera parte es igual, «nunca olvidada», pero la otra parte que completa la palabra significa «rencor largamente matenido». Tu madre se enfadaba conmigo cuando le decía que debería llamarse Rencor. -Mi padre me mira con los ojos humedecidos-. Ya ves que también yo soy bastante listo, ¿eh?

Asiento, lamentando no encontrar la manera de consolarlo.

– ¿Y mi nombre? -le pregunto-. ¿Qué significa Jing-mei?

– También tu nombre es especial -responde, y me asalta la duda de que exista en chino algún nombre que no sea especial-. Ese jing tiene un sentido de excelente, no sólo bueno, sino algo puro, esencial, de la mejor calidad. Jing es lo bueno que queda cuando quitas las impurezas de algo como el oro, el arroz o la sal, de modo que lo restante… es la esencia pura. En cuanto a Mei es el mei común, como en meimei, «hermana menor».

Pienso en lo que acaba de decirme. El deseo largamente acariciado de mi madre. Yo, la hermana menor a la que mi madre suponía la esencia de las otras. Me nutro de la antigua aflicción, pensando en lo decepcionada que debió de sentirse mi madre. La menuda Aiyi se mueve de repente, levanta la cabeza y la echa atrás, abriendo la boca como para responder a mi pregunta. Gruñe en sueños y se acurruca en la silla.

– Entonces, ¿por qué abandonó a los bebés en la carretera? -Necesito saberlo, porque ahora también yo me siento abandonada.

– Eso mismo me he preguntado yo durante mucho tiempo -responde mi padre-, pero luego leí esa carta de sus hijas que ahora viven en Shanghai, y hablé con tía Lindo y las demás. Y por fin lo supe. No hubo vergüenza alguna en lo que hizo, en absoluto.

– ¿Qué sucedió?

– Cuando tu madre huyó… -empieza a contarme.

– No, dímelo en chino -le interrumpo-. Puedo entenderlo, de veras.

Y él me habla, todavía de pie ante la ventana, contemplando la noche.

***

– Cuando tu madre huyó de Kweilin, caminó durante varios días, tratando de encontrar una carretera principal. Esperaba que la recogiera algún camión o una carreta, para llegar de esa manera a Chungking, donde estaba tu padre en su puesto de servicio.

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