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También los otros recorren este camino hacia la Muerte. Se acompañan un rato mutuamente, respiran hondo ante la puerta para que les abran. Y allí vienen aún más personas, caídas mutuamente en las ramas más débiles, para enlazar sus miembros. Para estar juntos si tienen que enfrentarse con el capataz. ¡Se tiene que poder hacer algo! Crecer y multiplicarse sería un buen comienzo si uno se pudiera hundir en el surco que la fábrica hace cada día. Y de entre el botín los propietarios eligen lo mejor que han visto cada año en las playas de Rímini y Carola, donde usted, floreciendo exuberante, se ha hundido bajo los cascotes de sus breves amigos.

El director de esta fábrica arrastra a su mujer de vuelta al coche, para reducir la corta pausa laboral con más actividad aún. Provenientes de su emisora, en los oídos de ella resuenan palabras de amor, y ella las recibe pataleando y balbuceando, como las parejas de enamorados sin equipo estéreo que escuchan su música de baile pasada la medianoche. La ventana, en cuya sección vemos uno de esos abigarrados trajes de jogging -igual que los que van a llenarse a los locales, sólo que más pequeño y mínimo-, se mantiene tercamente iluminada. El joven se estira las mangas, cerradas por un puño trenzado, y mira fijamente a esas personas insípidas, completas no obstante en su género, si se tienen en cuenta sus ingresos procedentes de la fábrica humana y su influencia sobre la política del Parlamento regional. ¡Qué estupendo es cantar con los ricos y no tener que pertenecer al coro de su fábrica! ¡Aprender sus costumbres, pero no tener que estar de pie en sus campos y cortarse el pelo en la época de la cosecha! Como pesados toros, los dos coches pacen juntos delante de la casa, y ahora a uno de los animales se le saca parte de las vísceras. La puerta se abre, la lucecita se enciende. Se envían palabras cariñosas a la patria de Gerti. Este padre de familia no ha venido para castigar, sino para consolar y tomar nuevamente posesión, resplandece como una ciudad detrás de sus puertas. No tiene más deseo que su mujer, que le basta, al contrario que a otros, que no pueden dejar de ser sobrios, de cantar y decir qué foto prefieren en los establecimientos pertinentes. ¡Qué activos son en sus explotaciones sexuales, una vez que termina el trabajo! Y fíjese lo que han pescado, estos rodaballos en un estanque de carpas: me parece que a veces la Naturaleza no tiene compasión. El director depende de su mujer, sus amplios callejones le son familiares. Y mientras el silencioso vecino de detrás de la ventana sigue colgando en el aire con su querido catálogo de motocicletas, el director arroja a Gerti sobre los asientos delanteros (antes ha tenido que pulsar un botón, no diré cuál), le sube el vestido a la cabeza y abre violentamente sus nalgas, para poder entrar enseguida en su interior, saltando ese burdo e incompetente dique. Delicadas, las manos amasan los pechos, la lengua silba cordial en oído. Esto ya se ha hecho a menudo, porque una casa gusta de construirse junto a la otra, no para apoyar al vecino, sino para atormentarlo. Sin duda es un poco incómodo, el verano está lejos, la calle apartada, los animales están sabrosos, y todo va a parar a los locales previstos, o por menos no lejos de la diana en la huchita. Como en sueños, este oleaje puede romper y tomar asiento en su apostadero en mitad de la Naturaleza. Por debajo, a la luz del brillo de los prismáticos, los miembros enlazados van de acá para allá entre el trabajo, el dinero y los poderosos, que no gustan de estar solos. Constantemente tienen que acostarse los unos sobre los otros e invertir los unos en los otros. La actividad de los hombres comienza con nuevos objetivos, el clima es frío, y cada vez que el director saca un poco su fornido rabo lanza una vigorosa mirada a su silencioso admirador de la ventana. Para hacerlo, no tiene que torcerse mucho. ¡Quizá ahora el joven también se eche mano! Me parece que lo hará realmente. De cintura para abajo, todos los hombres somos iguales. Es decir, que somos de nuestras mujeres y nos dejamos coger la mano en la calle, sin resistirnos, sin destino. ¡Cojamos sitio! Michael tiene la mano en la parte delantera de sus pantalones de jogging, creo yo, y llena por completo su ropa. El vestido de Gerti ya ha sido totalmente desabotonado y las tetas han saltado fuera, ¡con perdón! Da igual que también salgan los aires del director, en lo más íntimo él tiene en cuenta la solemnidad y la calidad, le perdonamos. Boca abajo, la mujer es presionada contra la tapicería del coche, como si un ligero sueño se ocultara en las sombras del cuero. Sus piernas cuelgan, a derecha e izquierda, por la puerta abierta. ¡Y su marido, ese rugiente nativo al que hemos entregado nuestra patria para que haga papel con ella (de todas formas, los árboles estaban condenados a una fuerte tonsura), se encuentra más en casa aquí de lo que nosotros podríamos estar nunca! Escucho cómo este pájaro grita al cantar. Hace sitio a Gerti y le introduce brutalmente algunos de sus cariñosos dedos. Le habla amablemente, le describe los futuros encuentros que puede ganar. Después, vuelve a caer con estrépito en su agujero. Se retira brevemente y palpa su cetro: ya lo vemos, sus pasos son ilimitados y desmesurados. La mujer es ahora examinada por un perito que prueba sus fuerzas bajo el capó del motor y vuelve a enviar a su pequeño vendedor, más aún, le acompaña personalmente, vamos a columpiar al niño y después cerrar bien detrás de él.

Hace mucho que los secretos de Gerti han sido aireados, sus puertas más cerradas están abiertas, ahora se le golpea en el trasero y en las caderas, así se saluda entre amigos, y así no nos equivocamos. También con el camión de la lengua entra el director, ¿quién nos lo indica? Algunos jóvenes del pueblo han instalado su puesto ante los posters de mujeres desnudas, y esperan ser tenidos en cuenta cuando se repartan los puestos. Quieren cobrar, pero no pagar. Sus mujeres les ayudan con su inmortalidad y con la alta tasa de mortalidad de su trabajo. Pero el director recorre solo su ardiente camino. Todo el mundo conoce su chorro aún joven. Ahora la mujer tiene que soportarlo, mezclada sin orden con él, en su culo, seguro que hay otros senderos, y mejor construidos. Mientras los otros hombres están a merced de la enfermedad, este Señor se sirve con serenidad de su propio mostrador, del que también, de la vecindad, procede su niño. No hay nada que temer, aquí su miembro descansa seguro. Ahora el animal excitado aún trota dentro de la mujer, a la que ha sido llevado para crecer. El ternerillo se deja coger fácilmente en la cadena que ha roto. Y allí se queda, hasta que termina de disparar. La mujer ya está duramente marcada por la persistencia de los familiares pasos. No importa, para todo hay una buena crema y un buen regalo en metálico. Quien lubrica viaja mejor.

Y pronto crecerá la hierba fresca para que el hombre pueda arrancarla.

Vaya un grupo divino, que pronto tendrá que irse a descansar. Ambos se amenazan cuerpo a cuerpo. Lamentándose por ciertos deslices, el director cae flojamente sobre su mujer, que estaba tan bien preparada. Ha explotado a fondo su valiosísima y recomendable región, en la que tardará en crecer la hierba. Su río sale furioso de él, y entretanto sus dioses y jefes de personal toman con violencia lo suyo de los siervos que les son presentados en bandeja de oro. Escoja usted también de entre muchas la mejor, y vea: ¡ya la tiene en casa, llámela su preciosa media naranja y póngala a fregar y limpiar y sudar!

Por esta vez, el director ha sido válido y ha hecho feliz a su mujer. Pero mañana podrá volver a desbordarse, a disparar desde las caderas y comprarse cualquier billete, quién sabe hacia donde. Sea como sea, la mujer sigue estando guardada y codiciada, los senderos pueden ir en todas direcciones, hay tantos caminos que recorrer: al teatro, al concierto, al abono de la ópera, allí se pueden degustar las cosas que el director le alcanza a una lloriqueando, y volverlas a empaquetar. Ahora la ha vuelto de espaldas, y se inclina ante su rostro. Un hilillo de baba cae, y así a la mujer, como a un suave y cansado lactante, se le sirve en los labios el panecillo de carne con salsa. Mmmmm, muy bien. El marido desea que recoja lo que ha traído de la cocina para emerger y descongelar. Primero la orilla, después el mástil, así se instala el orden hasta en los menores pliegues, al fin y al cabo habrá que conducir, y cuidar la tapicería, con su espuma activa. Y después Gerti aún tiene que cubrir de besos el saco peludo, que no salga mal. Como una serpiente, el director destroza el vestido a su mujer, de un solo golpe, pero al mismo tiempo le susurra que mañana tendrá dos nuevos a cambio. El vestido es arrancado con fuerza por delante. El cuerpo de Gerti es cubierto de besos, desde una favorable altura, y vuelto a sujetar con el cinturón a su asiento, donde permanece quieto y no devuelve ninguna de las miradas que recibe. El director despedaza también la ropa interior de Gerti, y desnuda toda su ruinosa fachada; pronto, aunque sea fuera, fuera del gastado maletín, aparecerá un amable verdor, ¡sólo uno o dos meses más de invierno! El viento de la marcha y los pocos hombres que vuelven a casa deben contemplar tranquilamente el edificio a cuya cálida sombra el director se ha revolcado. La mujer no se parece a ninguna actriz de cine, por lo menos ninguna que yo conozca. Silencio. Michael espía por la ventana y se esfuerza en crecer nuevamente para sacar de sí lo mejor, lo máximo. No todos los hombres tienen un hermoso sexo que ofrecer para poderse entretener con él. Para el director la fidelidad es innata, una cuestión de decoro. Somos el rebaño de la casa, y calentamos al señor cuando es necesaria

El joven, pensando en los innumerables amigos a los que va a contar su aventura, se mete bajo el chorro de la ducha, demasiado fuerte. Sus sentidos están con él, y se tienden en el suelo como perros a dormir en sus felpudos. Quizá luego pase por allí su chica, mientras fuera los esclavos cogen violentamente lo que les corresponde. Ha tenido la condescendencia de mirar a una mujer madura, y ahora va a descansar, este muchacho de mundo. Creo que seguirá durmiendo cuando mañana temprano los pobres suban al autobús hacia la Muerte y, con sus propiedades, se salgan de madre y se rompan la cabeza.

Como si hubieran dado la vida a cambio de sus coches, el director y su mujer van juntas a casa, la una protegida del otro, pasando de una situación a otra. Esta gente puede follar sin temor en cualquier parte, sus actos son reparados una y otra vez por el amor y por sus queridas señoras de la limpieza. Los empleados descansan, el sonido de sus despertadores pronto los hará levantar. Silencioso, el coche despeja la llanura. Las montañas guardarán reposo hasta que, mañana, el sol vuelva a ser repartido por el jefe de turismo, para alegría de los deportistas. Así, la pareja de directores vuelve a casa en su gran balsa, por la carretera general, como Dios manda, y a velocidad moderada. Hace poco que ambos han asido sus cuerpos para bombear combustible, las fuentes salpicaban en torno a ellos, sí, los ricos se refrescan cuando quieren. En las casitas no se oye ruido alguno, porque en ellas hay que pagar a cuenta el dinero de la gasolina. Como máximo reina la violencia, antes de que mañana en la fábrica estos hijos de pobre sean nuevamente administrados, y sus mujeres chapotean todo el día en los barnices del sexo fuerte. El amor es fresco como una fruta cuando está en el frasco, pero ¿en qué se convierte dentro de nosotros?

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