Hay indicadores en los caminos, que señalan la ruta de las ciudades. Sólo esta mujer tiene que inmiscuirse en la vida de niños que deben aprender a caminar rítmicamente por la senda de su vida. ¡Tranquilicémonos un poco, antes de poder seguir por dentro de nosotros! Este lugar sigue siendo frío y boscoso. Huele a heno, a la paja para el animal que llevamos dentro. A menudo se ha ido de paseo en este lugar. Muchos han espumeado aquí -daría a cambio todo el sexo de su mujer, para cosechar aún más mujeres en el sitio en que lo han sembrado-, como si hubieran ganado una carrera de coches. O como si hubieran tenido algo que dar. Uno ha tirado un preservativo antes de dirigir sus pisadas de vuelta a casa. La mayoría no tiene ni idea de todo lo que se puede hacer con la enervante melodía del clítoris. Pero todos han leído las revistas pertinentes, que demuestran que la mujer tiene más que ofrecer de lo que originariamente se pensaba. ¡Por lo menos unos milímetros más!
El estudiante aprieta a la mujer contra él. Echando mano a su olla repleta, puede controlar el silbido que escapa por la válvula. No quisiera eyacular aún, pero tampoco querría haber esperado en vano. Con manos hábiles, pellizca a la mujer en la parte más indecorosa de su carne, blandamente asentada en su caja acolchada, para que tenga que abrir más las piernas. Hurga en su sexo somnoliento, lo retuerce en un embudo y lo suelta bruscamente con un chasquido. ¿No debería disculparse por tratarla peor que a su equipo de sonido? Le da una palmada en el trasero, para que se vuelva a poner de espaldas. Sin duda que después podrá dormir bien, como los seres que han trabajado honradamente, se han catado el uno al otro y han costado un tanto.
Con las manos aferradas a su cabello, el estudiante penetra rápidamente a la mujer, sin mirar al mundo, donde sólo los más bellos son cuidados y atendidos, con una parada para repostar cada dos mil kilómetros. La mira, para poder leer algo en su rostro deformado por su marido. Los hombres son capaces de desprenderse del mundo tanto como quieran, sólo para después volver a unirse con tanta mayor fuerza al grupo de viajeros al que se han sumado, sí, ellos pueden elegir, y quien los conozca sabe a qué nos referimos: al mundo de los hombres, que abarca a unas dos mil personas del deporte, la política, la economía, la cultura, un mundo en el que los demás fracasarán; pero ¿quién abraza apasionadamente a estos pequeños bocazas hinchados? ¿Y qué ve el estudiante, más allá de su prestancia física y su detestabilidad? La boca de la mujer, de la que fluyen chorros, y el suelo, desde el que su imagen le sonríe. Se entienden sin la protección de un servicio de orden o un preservativo, y ahora el hombre se gira a medias, para poder observar su duro sexo al entrar y salir. El estuche de la mujer gime, la hucha de cerdito ronca, está destinada a recibir, sólo para tener que devolverlo todo enseguida. En este acto, ambas cosas son igual de importantes, dígaselo al empresario moderno, que alzará las cejas con gesto de terror y levantará en alto a sus hijos para que no pisen la ira de los inferiores.
Lentamente se calman los espasmos de la mujer, que el hombre ha perseguido de este modo. Ha tenido su ración, y quizá reciba otra. ¡Tranquila! Ahora hablan sólo los sentidos, pero no los entendemos, porque bajo la superficie de nuestro asiento se han transformado en algo incomprensible.
El estudiante se desparrama en el comedero de animales. Ahora ven la noche, vestida de negro, romper por fin. Otros se dan la vuelta antes de haberse tumbado apasionados al lado del otro para pensar en personas de cuerpos más hermosos, que han visto retratadas en alguna revista. Cuando Michael se quitaba sus esquís, no contaba con que el deporte, esa infinita constante de nuestro mundo, con domicilio estable en el televisor, no cesa sólo porque uno ya se haya limpiado los zapatos. La vida entera es deporte, y su ropa nos anima. Todos nuestros parientes de menos de 90 años llevan pantalones de jogging y camisetas. El periódico del día siguiente ya está a la venta, para poder elogiar la velada desde el día anterior. Otros son más bellos y más listos que nosotros, y eso está escrito. Pero ¿qué pasa con aquellos a los que no se menciona, y con su pene bullente, pero no muy activo? ¿Adonde debe esta gente encaminar sus pequeños flujos? ¿Dónde está la cama a la que entren sedientos y de la que salgan consolados? En la tierra están juntos, todo el tiempo, con sus preocupaciones y sus lamentables órganos, pero, adonde deben echar el anticongelante que ha de protegerlos en invierno, para que su motor no se cale? ¿Dónde negocian con ellos mismos, y dejan al sindicato negociar con ellos? ¿Qué cuerpos aromáticos se apilan, cordilleras, en su camino hacia ser una res criada por sus manos, a la que aplicar el cuchillo, y una familia criada por sus manos a la que aplicar el batán? Porque los bullentes, que la mayoría de las veces tienen que ser también los más activos en el trabajo, no son meras piezas decorativas en nuestra vida, cogen sus miembros y quieren meterlos en algún sitio. No olvidemos que somos personas para alcanzar algo, meternos los unos en los otros, para que el átomo no venga a derruirnos.
Antes de que el minutero de la felicidad los acaricie, ya ha escapado de Michael un fluido, el amado bien de su casa. Nada más. Pero en la mujer, que quería vivir y obtener lo máximo, se han activado centrales no nucleares. Se ha abierto un manantial con el que soñaba en secreto desde hacía décadas. Tales ímpetus brotan del inmutable caballo que tira del cuerpo del hombre y es fustigado por atractivas mujeres, y alcanzan pronto hasta las ramificaciones más diminutas del ser femenino. Un incendio devastador. La mujer aprieta contra sí a este hombre como si hubiera brotado de ella. Grita. Pronto, totalmente infatuada por sus sensaciones, se irá y sembrará la cizaña en el pequeño reino de su casa, para que allí donde la semilla toque la tierra broten pequeñas mandragoras y otras plantas enanas en su obsequio. La mujer pertenece al amor. Ahora tendrá que volver una y otra vez a este hermoso parque de atracciones. Sólo, porque este joven ha sacado su badajo, entretanto ya casi inútil, y se despide con una seña hasta la próxima vez, su frente con el grano arriba a la derecha gana para Gerti una nueva significación, siempre necesitada de renovarse. En el futuro, estará sujeta a la rica armería que este experimentado seductor mantiene oculta tras la bragueta. Desde ahora, su alegría será habitar en Gerti. Pero el tiempo vuela, y pronto, en el momento oportuno -porque el verano, más allá de las montañas, sacude los abdómenes de mujeres y chicas tan tempestuosamente que quieren ser lustrados de continuo-, tendrá que buscar alojamiento en el café cantante de la ciudad, donde las veraneantes acuden en sordos enjambres plomizos, prestos a caer cuando llegue la noche. Para poder desfogarse, Michael tiene que revestirse de goma y hacer una selección entre las mujeres en ropa de esquí comprada por correspondencia, a por las que después se lanzará. Cuidadas bellezas naturales, espumoso natural y cuidado sexo natural, es lo que más le gusta, ¡los granos maquillados como los que él mismo tiene podrían espantarlo a kilómetros de distancia de un rostro desconocido!
Seguro que mañana, mucho antes de que abran, la pobre Gerti estará plantada ante el teléfono y lo importunará. Este Michael, si las señas que nos da -y que ha obtenido de diversas revistas ilustradas-, no mienten, es una imagen rubia sobre una pantalla de cine, en la que su aspecto es de haber estado largo tiempo al sol, con gel en los cabellos, sólo para llevar despacio nuestros dedos a nuestro propio sexo, a falta de otro mejor. Es y sigue siéndonos distante, incluso desde cerca. Le complace vivir en la noche y mantenerla viva. Este hombre no gusta de contenerse. También es difícil explicar el relámpago: En la edad madura, las mujeres somos empujadas detrás de la cerca para arreglos de fin de semana, ¡a una de nosotras la conseguirá antes de que tengamos que partir!
Conduzca con cuidado. ¡Quizá aún le quede algo que tales hombres puedan necesitar!
Los animales comienzan a dormir, y Gerti ha arrancado el placer de sí, ha atizado esa pequeña chispa de un mechero de bolsillo, pero ¿de dónde viene la corriente de aire? ¿De ese agujero en forma de corazón? ¿De otro corazón amante? En invierno esquían, en verano llegan mucho más lejos, a la amable luz a la que juegan al tenis, nadan, se desnudan por otras razones o pueden desbordar otros nidos de pasión. Si los sentidos de las mujeres se equivocan un día, se puede estar seguro de que yerrarán también en otras cuestiones, son capaces de cualquier asquerosidad. Esta mujer odia su sexo, del que hace poco que salió.
Los más sencillos callan pronto tras sus jardincillos. Pero esta mujer ya grita por la imagen divina de Michael, que le ha sido anunciada por fotos que se le parecen. Antes, él viajaba veloz por los Alpes. Ahora ella grita y arrastra el chasis de su cuerpo en todas direcciones. La pendiente es pronunciada, pero la inteligente ama de casa planea ya, tumbada, entre gemidos y contracciones, el siguiente encuentro con este héroe, que debe dar sombra a los días cálidos y calentar los fríos. ¿Cuándo podrán encontrarse sin que la pesada sombra del marido de Gerti caiga sobre ellos? ¿Qué pasa con las mujeres? El imperecedero retrato de sus placeres les importa más que el original perecedero, que tendrán que exponer tarde o temprano a la competencia de la vida, cuando, febrilmente encadenadas a su cuerpo, deban mostrarse en público en la pastelería, con un vestido nuevo y un hombre nuevo. Quieren contemplar la imagen del amado, ese hermoso rostro, en el silencio de la pocilga conyugal, apretadas a alguien que de vez en cuando se refugia pesadamente en ellas para no tener que mirarse a sí mismo todo el tiempo. Toda imagen descansa mejor en la memoria que la vida misma, y, abandonadas, hojeamos ociosamente nuestras hojas sonoras y nos sacamos los recuerdos de entre los dedos de los pies: ¡Qué hermoso fue abrirse un día de par en par! Gerti puede incluso cocerse al piano, y presentar al marido sus panecillos recién hechos. Y los niños cantan traialá.
Nos merecemos todo lo que podemos soportar.
En las praderas hace frío. Los inconscientes piensan poco a poco en marcharse a dormir, para perderse por completo. Gerti se aferra a Michael, puede mirar hasta el confín del mundo y no encuentra a nadie como él. Este joven ha podido ilustrarse ya muchas veces en la escuela de la vida, y hay otros ya que se rigen por su aspecto y sus gustos, que siempre rastrean la mercancía auténtica entre las claras falsificaciones. Aquí la mayoría de las casas cuelga inclinadas sobre sus pilastras. Con sus últimas fuerzas, los establos de los animales pequeños se aferran a las paredes. Los que sin duda han oído algo acerca del amor, pero han dejado de llevar a cabo la correspondiente adquisición de bienes, tienen ahora que avergonzarse ante su propia pantalla, en la que un hombre acaba de perder el juego en el que se jugaba el recuerdo que deseaba dejar a sus seguidores y espectadores en sus sillones de televisión favoritos. Sea como sea: tienen el poder de retener la imagen en la memoria o tirarla peñas abajo. Yo no sé, ¿he apretado el gatillo erróneo en el arma del ojo o he tomado el desvío equivocado en el reino de los sentidos?