Durante el largo discurso la Gran Eructadora no eructó ni una sola vez.
– ¿Será la Coca-Cola? -le preguntó Ganesh.
– No. Me pasa cuando me embalo.
– ¿Pero cómo es posible que no se monte un jaleo con el fondo ese?
– Ay, hijo, no me digas que no conoces Trinidad. Cuando alguien da dinero, ¿tú crees que les importa adonde va a parar? Con abrir la boca y enseñar los dientes para la foto de los periódicos, se quedan tan contentos, ¿entiendes? Y además, ¿crees que quieren que se descubra una cosa así para que la gente se ría de ellos?
– Pues no está bien. Y no lo digo por ser místico y todo eso, pero creo que a quien lo ve desde fuera no le puede parecer bien.
– Lo mismo que pienso yo -dijo la Gran Eructadora.
Así que volvieron los miembros de la delegación, y en esta ocasión no se sentaron en la galería, sino a la mesa del cuarto de estar. Volvieron a mirar los dibujos de las paredes. Y una vez más, Léela celebró el ritual de sacar Coca-Cola del frigorífico y servirla en los vasos bonitos.
Swami iba vestido de blanco, como la primera vez, y llevaba la misma ristra de plumas y lápices en el bolsillo de la camisa, y la misma carta. Partap se había quitado el esparadrapo. El chico había desechado los pantalones cortos y optado por un traje de chaqueta cruzada de color marrón dos tallas mayor que la suya. Llevaba un número de la revista Time y otro de The New Stateman and Nation.
Partap dijo:
– Narayan es tan listo que parece tonto. Le tenemos cogido, pandit. Fíjate que se ha cambiado de nombre. Con los indios se llama Chandra Shekar Narayan.
– Y con los demás, Cyrus Stephen Narayan -añadió Swami. Léela llevó hojas de papel grandes y muchos lápices rojos. Ganesh dijo:
– He estado pensando lo que me dijisteis, y vamos a sacar nuestro propio periódico. Swami replicó:
– Es justo lo que va a hacer polvo a Narayan.
Ganesh trazó unas columnas en la hoja que tenía delante.
– Como con todo, hay que empezar por cosas pequeñas. El chico puso el Time y The New Statesman sobre la mesa.
– Estas revistas son pequeñas. Muy pequeñas. Swami soltó una carcajada. En la habitación de al lado sonaron como gargarismos.
– ¿Lo ves, sahib? El chico sabe hablar bien. Y, desde luego, es un escritor nato. Sabe mucho más que un montón de hombres hechos y derechos de aquí.
El chico repitió:
– Sí, son unas revistas muy pequeñas. Ganesh sonrió con simpatía.
– Va a costar, mucho, ¿sabes? Tenemos que empezar con algo pequeño y sencillo. Fíjate en tu tío Swami. Empezó con cosas pequeñas en las revistas.
Swami asintió con solemnidad.
– Y también Partap. Y yo. Todos empezamos con algo pequeño. Así que vamos a empezar con cuatro páginas.
– ¿Sólo cuatro páginas? -repitió el chico, malhumorado-. Pero hombre, si eso ni es una revista ni nada.
– Ya será más grande, hombre. Pero que bien grande.
– Vale, vale. -El chico separó con furia la silla de la mesa-. Adelante, hacer eso que llamáis revista. Pero yo no quiero saber nada.
Y se dedicó a su vaso de Coca-Cola.
– Primera página -anunció Ganesh-. Limpia. Nada de anuncios, salvo en el extremo inferior derecho.
– Yo siempre me he dicho que si alguna vez empezaba a sacar una revista, se la dedicaría a Mahatma Gandhi -dijo Partap con respeto-. Conozco a un chico que si le tratamos bien podía coger un troquel con la foto de Gandhi en la redacción de The Sentinel. Podíamos ponerla en primera página y ya encontraría yo algunas palabras o algo para acompañar.
Ganesh señaló el espacio para el homenaje.
– Pues eso ya está -dijo Swami.
– La primera página va a ser con venga de ataques, ataques. Eso me lo dejéis a mí. Estoy trabajando en un artículo para desenmascarar lo del Fondo para los Indigentes, y Léela está escribiendo algo sobre el trabajo social que está haciendo.
Swami estaba tan contento que intentó cruzar sus pantagruélicas piernas. La silla crujió y Ganesh le miró fijamente. Leela atravesó la habitación como una posesa.
– ¡Es que hay gente que parece que no ha visto mobiliarios en su vida! La próxima vez, voy a poner unos bancos. Partap se irguió como una vela y Swami sonrió. Sentado contra la pared, al lado del frigorífico, el chico dijo:
– Sí, la primera página ya está. Pero me digo yo: ¿qué va a pensar la gente cuando vea una dedicatoria en un lado de la página a Mahatma Gandhi y en el otro lado ataques y venga de ataques?
Swami respondió cortante:
– Tú a callarte, chico. Que por mucho que estés crecido y lleves pantalones largos, te cojo y te doy una buena azotaina, aquí mismo, delante del pandit. Y la próxima vez te quedas en casa y no te dejo tocar ni una revista de las que yo saco. Si no tienes otra cosa que decir que sarcasmos, pues vas y te callas.
– De acuerdo. Tú eres un hombre hecho y derecho y me haces callar. Pero a ver cómo pensáis llenar las otras tres páginas.
Ganesh no hizo caso de la discusión y siguió trazando columnas en las páginas interiores.
– Página dos.
Partap. tomó un sorbo de Coca-Cola.
– Página dos.
– Sí -dijo Swami-. Página dos. Partap chasqueó los dedos.
– ¡Anuncios!
– ¿La página dos llena de anuncios? ¿Veis lo que puede hacer la falta de experiencia?
– Unos cuantos anuncios -intercedió Ganesh.
– Eso quería decir -se defendió Partap.
– Cuatro columnas en la página dos. ¿Dos para anuncios? Partap asintió. Swami dijo:
– Así lo hacía yo.
– ¿Qué vais a poner en las dos columnas? Eso, el chico.
Swami se dio la vuelta con brusquedad en la silla, que volvió a crujir peligrosamente. El chico tenía el Time delante de la cara.
– ¿Y alguna cosita escrita por ti, pandit? -preguntó Partap.
– Oye, yo ya voy a escribir toda la primera página. Y no quiero que aparezca mi nombre en la revista. No quiero rebajarme al nivel de Narayan.
Swami dijo:
– Cultura, sahib. La página dos, cultura. Partap dijo:
– Sí, cultura.
Hubo un largo silencio, roto únicamente porque el chico pasaba las páginas de Time con un ruido innecesario.
Ganesh dio unos golpecitos sobre la mesa con el lápiz. Swami se llevó las manos a la barbilla y se apoyó en la mesa, empujándola hacia Ganesh. Partap se cruzó de brazos y frunció el ceño.
– ¿Coca-Cola? -preguntó Ganesh.
Swami y Partap asintieron distraídamente y Léela salió a hacer los honores.
– Tengo unas tazas de esmalte, si lo prefieren.
– No, así nos va bien -replicó Partap, sonriendo.
– Cine -dijo el chico, oculto tras el Time.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Swami ansiosamente.
– Críticas de películas -dijo Ganesh.
– Una idea de primera, lo de las críticas de películas -dijo Partap.
Swami se entusiasmó.
– Y en la misma página, anuncios de películas. De las empresas indias. Con cada crítica, un anuncio. Ganesh dio una palmada sobre la mesa.
– Exacto. El chico tarareaba.
Los tres hombres tomaron un poco de Coca-Cola con desenvoltura. Swami soltó una carcajada y siguió riéndose hasta que su silla crujió. El chico dijo en tono glacial:
– Página tres.
– Dos columnas más de anuncios -replicó Ganesh inmediatamente.
– Y un anuncio bien bueno y grande en toda la página cuatro -añadió Swami.
– Desde luego -dijo Ganesh-, pero ¿por qué te saltas tanto espacio?
Partap dijo:
– Sólo quedan dos columnas por llenar.
– Sí -replicó Swami con tristeza-. Dos más. El chico se acercó a la mesa y dijo:
– El editorial.
Le miraron con expresión inquisitiva.
– El artículo de fondo.
– ¡Ya está la revista! -exclamó Swami. Partap preguntó:
– ¿Y quién va a escribir ese artículo? Ganesh dijo:
– La gente conoce mi estilo. Eso es cosa vuestra. Yo me encargo sólo de la primera página.
– Un artículo serio, de religión, en la página tres -dijo el chico-, para compensar la primera que, o no he oído bien o va a ser de ataques y venga de ataques.
Swami dijo:
– Tengo yo que practicar un poco. En los viejos tiempos, bueno, me hacía un artículo de esos en media hora.
Partap preguntó, dubitativo:
– ¿Alguna cosita sobre los Paquetes Postales? El chico dijo:
– Un artículo serio y religioso. -Y añadió, dirigiéndose a Swami-: ¿Y ese que me enseñaste el otro día?
– ¿Cuál? -preguntó Swami, como si tal.
– El de lo de volar.
– Ah, esa cosilla. Sahib, el chico se refiere a unas palabrillas que escribí el otro día. Partap dijo:
– Ya me acuerdo. Lo que rechazó The New Stateman. Pero está bien. Demuestra que en la antigua India lo sabían todo sobre los aviones.
Ganesh dijo:
– ¡Hum! -Y añadió-: Muy bien. Pues lo ponemos. Swami dijo:
– Lo tengo que pulir un poquito. Partap dijo:
– Bueno, pues ya está todo. Intervino el chico:
– Os olvidáis de una cosa. El nombre.
Los hombres volvieron a quedarse pensativos.
Swami hizo tintinear el hielo en su vaso.
– Más vale decirlo ahora mismo, sahib . Yo soy así: nada de andarme con rodeos. Si no encontramos un buen nombre, la culpa es mía. Cuando era director de verdad los usé todos. The Mirror, The Herald, The Sentinel, The Tribune, The Mail, Todo, todo. Los tengo agotados. El no sé qué hindú y el no sé cuántos hindú.
Ganesh dijo:
– Algo sencillo.
Partap jugueteó con su vaso y masculló:
– Algo realmente sencillo. -Y sin darse cuenta soltó-: ¿The Hindú?
– ¡Serás idiota! -gritó Swami-. ¿No sabes que así se llama la revista de Narayan? Eres tan idiota que por eso trabajas en Correos, ¿no?
La silla chirrió contra el suelo y Léela salió corriendo, horrorizada. Vio a Partap de pie, pálido y tembloroso, con el vaso en la mano.
– ¡ Anda, vuelve a decirlo! -exclamó Partap-. Lo repites y ya verás si no te estampo este vaso en la cabeza. ¿Quién trabaja en Correos? ¿Un hombre como yo pegando sellos? Eso tú, que vas por ahí chupando… Bueno, no me voy a ensuciar la boca hablando contigo aquí.
Ganesh rodeó los hombros de Partap con un brazo mientras Léela le quitaba rápidamente el vaso de la mano y retiraba los demás vasos de la mesa.
Swami dijo:
– Venga, hombre, que era una broma. ¿Quién podría decir que trabajas en Correos? Sólo con verte se nota que eres de los Paquetes Postales. Lo llevas grabado, ¿verdad, chico?