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8 Mas dificultades con ramlogan

Al cabo de un mes, Ganesh no podía atender a más clientes de los que atendía.

No se imaginaba que hubiera tantas personas en Trinidad con problemas espirituales. Pero lo que le sorprendía aún más era el alcance de sus poderes. Nadie conjuraba mejor que él a los malos espíritus, ni siquiera en Trinidad, donde había tantos que la gente había adquirido habilidad para enfrentarse a ellos. Nadie sabía atar mejor una casa, ceñirla, es decir, con lazos espirituales a prueba del espíritu más osado. Si se topaba con alguno especialmente rebelde, siempre tenía los libros que le había dado su tía. De modo que no eran nada para él: ni bolas de fuego, ni soucuyants ni loups-garoux.

Así ganó la mayor parte del dinero. Pero lo que realmente le gustaba era un problema que requiriese todos sus poderes intelectuales y espirituales. Como la Mujer Que No Podía Comer. Esa mujer notaba que la comida se le transformaba en agujas en la boca, que le sangraba. La curó. Y a Amante. Amante era todo un personaje en Trinidad. Le ponían su nombre a caballos de carreras y pichones, pero a sus amigos y familiares les avergonzaba que un ciclista de carreras de éxito se enamorase de su bicicleta y le hiciese el amor abiertamente de una forma muy curiosa. También a él le curó.

Así que el prestigio de Ganesh aumentó de tal modo que quienes iban a verle enfermos se marchaban sanos. A veces, ni siquiera él sabía por qué.

Tenía el prestigio asegurado por sus conocimientos. Sin ellos, fácilmente le habrían considerado un taumaturgo más de los muchos que plagaban Trinidad. Casi todos eran farsantes. Conocían un par de encantamientos ineficaces pero carecían de inteligencia y simpatía para nada más. Su método para atajar a los espíritus seguía siendo primitivo. Supuestamente, dar una patada brusca en la espalda a una persona poseída cogía al espíritu por sorpresa y lo expulsaba. Era por estos ignorantes por lo que la profesión tenía mala fama. Ganesh la elevó y dejó sin trabajo a los charlatanes. Cualquier hombre obeah estaba dispuesto a autoproclamarse místico, pero la gente de Trinidad sabía que Ganesh era el único místico auténtico de la isla.

Nunca se tenía la sensación de que fuera un farsante, ni podían negarse su cultura y sus conocimientos, con todos aquellos libros que poseía. Y no eran sólo los conocimientos de los libros. Podía hablar casi de cualquier tema. Por ejemplo, tenía sus opiniones sobre Hitler y sabía cómo acabar con la guerra en dos semanas. "Hay una manera", decía. "Sólo una. Y en catorce días, incluso trece, ¡zas!: ¡adiós guerra!" Pero la mantenía en secreto. Y también podía discutir sobre religión con sensatez. No era intolerante. Le interesaban tanto el cristianismo y el islam como el hinduismo. En el santuario, en el antiguo dormitorio, tenía dibujos de Jesús y María junto a Krisna y Visnú, y una media luna y una estrella que representaban el islam iconoclasta. "Todos tienen el mismo Dios", decía. Caía bien a cristianos y musulmanes, y dispuestos como siempre a aventurarse con nuevos dioses en sus oraciones, a los hindúes no les parecía mal.

Pero más que sus poderes, conocimientos o tolerancia, la gente admiraba su caridad. No cobraba unos honorarios fijos y aceptaba lo que le dieran. Cuando alguien se lamentaba de ser pobre y al mismo tiempo de que le perseguía un espíritu del mal, Ganesh se encargaba del espíritu y renunciaba a sus honorarios. La gente empezó a decir: "No es como los demás. Esos sólo van a por el dinero, pero Ganesh es un buen hombre."

Sabía escuchar. La gente le abría su alma y él no les hacía sentirse incómodos. Tenía una forma de hablar flexible. Con las personas sencillas hablaba en dialecto. Con quienes parecían pomposos, escépticos o decían: "Es la primera vez en mi vida que acudo a alguien como usted" hablaba con la mayor corrección posible, y su pausada pronunciación daba peso a sus palabras, y se ganaba su confianza.

De modo que a Fuente Grove llegaban clientes de todos los rincones de Trinidad. Al poco tuvo que derruir el cobertizo de los libros y levantar una carpa con techo de bambú para albergarlos. Llevaban sus tristezas a Fuente Grove, pero hacían que el pueblo pareciera animado. A pesar de la aflicción reflejada en sus rostros y actitudes, llevaban ropa de colores tan alegres como si fueran a una boda: velos, corpinos, faldas de un rosa, amarillo, azul o verde chillón.

El servicio de Negrograma sostenía que incluso la mujer del gobernador había ido a ver a Ganesh. Cuando le preguntaron sobre el particular, se puso serio y cambió de tema.

Los sábados y domingos descansaba. Los sábados y domingos iba a San Fernando y compraba libros por valor de unos veinte dólares, más de quince centímetros, y los domingos, por la costumbre, cogía los libros nuevos y subrayaba párrafos al azar, aunque ya no tenía tiempo para leerlos tan detenidamente como hubiera querido.

También los domingos, Beharry iba a su casa por la mañana, para charlar. Pero había experimentado un cambio. Parecía sentirse avergonzado ante Ganesh y no tan dispuesto para la conversación como antes. Se sentaba en la galería y se limitaba a mordisquearse los labios y a asentir a cuanto Ganesh decía.

Ahora que Ganesh había dejado de ir a casa de Beharry empezó a hacerlo Léela. Le había dado por llevar sari y parecía más delgada y frágil. Hablaba con la mooma de Suruj sobre el trabajo de Ganesh y sobre el cansancio que ella sentía.

En cuanto Léela se marchaba, la mooma de Suruj estallaba.

– ¿Pero la has oído, poopa de Suruj? ¿Has visto lo pronto que empiezan a presumir los indios? Eso, sí, no es él quien me molesta, sino ella. ¿No has oído todo eso que me ha contado, que si quiere tirar la casa y levantar otra? ¿Y esa bobada del sari? Toda la vida por ahí con corpiño y falda larga, ¿y ahora le da por el sari?

– Oye, que fue idea tuya que Ganesh se pusiera dhoti y turbante. A ver por qué no va a llevar Léela sari.

– No tienes vergüenza ninguna, poopa de Suruj. Te tratan como a un perro y encima los defiendes. Y además, una cosa es el dhoti de él y otra cosa el sari de Léela. ¿Y las demás tonterías que me ha soltado ahí sentada esa delgaducha? Que si estaba muy cansada y que si necesitaba vacaciones. ¿Pero es que alguna vez ha tenido vacaciones? ¿Y yo? ¿Y Ganesh? ¿Y tú? ¡Vacaciones! Venga a trabajar como una burra limpiando el establo y haciendo mil cosas que yo no haría ni loca, y nunca ha abierto la boca para decir que si el cansancio y las vacaciones. Lo que pasa es que se ve con un poco de dinero en el bolsillo y por eso le da por las tonterías, ¿entiendes?

– Oye, no está bien hablar así. Cualquiera que te oiga va a pensar que tienes envidia.

– ¿Quién, yo? ¿Yo envidia de ella? ¡Lo que tengo que aguantar de vieja! -Beharry desvió la mirada-. A ver, poopa de Suruj. ¿Por qué voy a tener envidia de una flaca que ni siquiera puede tener un hijo? A mí no se me ocurre dejar a mi marido ni abandonar mis obligaciones. No es de mí de quien te tienes que quejar. Son ellos los desagradecidos. -Guardó silencio y añadió solemnemente-: Recuerdo cómo recogimos a Ganesh y le ayudamos y le dimos de comer. Hicimos mil cosas por él. -Volvió a guardar silencio, antes de espetar-: ¿Y qué nos devuelve?

– Oye, no queríamos nada a cambio. Sólo cumplimos con nuestro deber.

– Mira lo que nos devuelve. Cansancio. Vacaciones.

– Sí, vale,

– No me haces caso, poopa de Suruj. Todos los domingos, de buena mañana, saltas de la cama y te vas corriendo a besarle los pies a ese hombre como si fuera un dios.

– Mira, Ganesh es un gran hombre y yo debo ir a verle. Si me trata mal, es cosa suya, no mía.

Y cuando Beharry iba a ver a Ganesh, decía:

– La mooma de Suruj no se encuentra bien esta mañana. Si no, habría venido. Pero manda recuerdos.

Lo que más satisfizo a Ganesh durante aquellos primeros meses místicos fue el éxito de sus Preguntas y respuestas.

Fue Basdeo, el impresor, quien descubrió las posibilidades. Fue a Fuente Grove un domingo por la mañana y se encontró a Ganesh y a Beharry sentados sobre unas mantas en la galería. Con dhoti y camiseta, Ganesh leía The Sentinel (entonces le llevaban el periódico a casa todos los días). Beharry tenía la mirada fija y se mordisqueaba los labios.

– Es lo que te dije -dijo Basdeo tras los saludos. Estaba algo más que un poco rechoncho y cuando se sentó cruzó las piernas con dificultad-. Todavía guardo el molde de tu libro, pandit. ¿Te acuerdas? Te dije que tenía una sensación especial contigo. Es un libro bueno de verdad, y en mi opinión, debería tener la oportunidad de leerlo más gente.

– Todavía me quedan más de novecientos ejemplares.

– Pues los vendes a dólar cada uno, pandit. La gente te los va a quitar de las manos, te lo digo yo. No hay de qué avergonzarse. Cuando los acabes, hago otra edición…

– Edición revisada -intervino Beharry, pero en voz muy baja, y Basdeo no le hizo caso.

– Otra edición, pandit. Cubierta de tela, sobrecubierta, papel más grueso, más ilustraciones.

– Edición de lujo -dijo Beharry.

– Exacto. Una bonita edición de lujo. ¿Qué te parece, sahib? Ganesh sonrió y dobló The Sentinel con sumo cuidado.

– ¿Cuánto va a sacar de esto la Imprenta Eléctrica Élite?

Basdeo no sonrió.

– Esta es la idea, sahib . Imprimo el libro a mi costa. En una edición de lujo bien grande. Traemos los libros aquí. Hasta entonces, tú no pagas ni un centavo. Vendes cada libro a dos dólares. Por cada uno te llevas un dólar. No tienes que mover ni un dedo. Y es un libro bueno y santo, sahib.

– ¿Y los demás vendedores? -preguntó Beharry. Basdeo se volvió hacia él con recelo.

– ¿Qué vendedores? Sólo el pandit y yo vamos a ocuparnos de los libros. Sólo Ganesh y yo, pandit, sahib. Beharry se mordisqueó los labios.

– Es buena idea, y un buen libro.

De modo que 101 preguntas y respuestas sobre la religión hindú fue el primer best seller de la historia editorial de Trinidad. La gente estaba dispuesta a pagarlo. Los simples lo compraban como amuleto; los pobres porque era lo mínimo que podían hacer por el pandit Ganesh, pero a la mayoría les interesaba de verdad. Sólo se vendía en Fuente Grove y ya no hacía falta la buena mano de Bissoon para las ventas.

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