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6 El primer libro

No sintió nada, al principio.

Después se levantó bruscamente y le dio una patada al jarro de latón, derramando el agua por el suelo. Vio cómo el jarro rodaba hasta quedarse quieto, de costado.

– ¡Hale, que se vaya! -dijo en voz alta-. ¡Que se vaya! Pasó un rato sin parar de dar vueltas.

– Se va a enterar. No pienso escribir. Ni una palabra. Dio otra patada al jarro y se sorprendió al ver que salía un poco más de agua.

– Ya se arrepentirá y le dará vergüenza. Que se vaya. ¡Vamos, que decir que se viene aquí a vivir conmigo y ni siquiera puede tener niños, una cosa tan tonta como un niño! ¡Que la zurzan! ¡Que se vaya!

Fue al cuarto de estar y se puso a dar vueltas, por entre sus libros. Se paró y miró la pared. Al momento empezó a calcular si realmente habría podido colocar los veinticuatro metros de libros en estantes.

– Igualita que su padre. Ningún respeto por los libros. Sólo el dinero, el dinero.

Volvió a la cocina, recogió el jarro y fregó el suelo. Después se bañó, mientras entonaba cánticos religiosos con cierta vehemencia. De vez en cuando dejaba de cantar y soltaba tacos y gritaba: "¡Se va enterar! ¡Ni una palabra voy a escribir!"

Se vistió y fue a ver a Beharry.

– El gobernador tiene razón, ¿sabes? -dijo Beharry cuando le contó lo que había pasado- El problema con nosotros, los indios, es que educamos a los chicos y dejamos a las chicas apañárselas ellas solas. Así que, mira: tú eres más culto que Léela y yo más culto que la mooma de Suruj. Ahí está el verdadero problema. -La mooma de Suruj irrumpió en la tienda y en cuanto vio a Ganesh se echó a llorar, ocultándose el rostro con el velo. Intentó abrazarle desde el otro lado del mostrador; no lo consiguió y, todavía llorando, pasó por debajo hasta donde estaba Ganesh.

– No me lo cuentes -dijo entre sollozos, y le pasó un brazo por los hombros-. No tienes que contarme nada. Lo sé todo. Yo no pensaba que iba en serio, que si no, no la habría dejado. Pero hay que enfrentarse a esas cosas. Tienes que ser valiente, Ganesh. Así es la vida.

Le pegó un empujón a Beharry para sentarse en el taburete, y se echó a llorar, enjugándose los ojos con una punta del velo, mientras Beharry y Ganesh la observaban.

– Yo nunca dejaría al poopa de Suruj -dijo-. Jamás. Yo no tengo estudios.

Suruj apareció por la puerta.

– ¿Me llamabas, mamá?

– No, hijo. No te llamaba, pero ven aquí. -Suruj obedeció y su madre le apretó la cabeza contra sus rodillas-. ¿Crees que podría dejar a Suruj y a su poopa? -Soltó un breve chillido-. ¡Jamás!

Suruj dijo:

– ¿Me puedo ir, mamá?

– Sí, hijo. Anda, te vayas.

Cuando Suruj se marchó, la mujer se calmó un poco.

– Ese es el problema, es lo que pasa hoy día, con eso de educar a las chicas. Léela se pasa demasiado tiempo leyendo y escribiendo y no atiende a su marido. Y mira que se lo tengo yo dicho.

Frotándose la tripa y mirando pensativo al suelo, Beharry dijo:

– Yo es que lo veo así. Estas jóvenes no son como nosotros, ¿entiendes, Ganesh? Estas chicas piensan que casarse es como jugar a las cuatro esquinas. Correr de un lado a otro. A ellas les divierte. Quieren que vayas detrás de ellas…

– Tú no tuviste que venir detrás de mí, poopa de Suruj. -La mooma de Suruj estalló otra vez en llanto-. Yo no te voy a dejar. Yo soy así. Nunca dejaré a mi marido. No tengo suficientes estudios.

Beharry rodeó la cintura de su mujer con un brazo y miró a Ganesh, un poco avergonzado de tener que mostrar su cariño tan abiertamente.

– Eso no importa, ¿entiendes? Eso no importa. Vale, no tienes estudios, pero tienes sentido común, y de sobra. La mooma de Suruj dijo:

– A mí nadie se molestó en darme estudios, ¿sabes? Me sacaron del colegio cuando estaba en tercer grado. Siempre era la primera de la clase, pero me sacaron del colegio para casarme. ¿Conoces a Purshottam, el abogado de Chaguanas?

Ganesh negó con la cabeza.

– Pues Purshottam y yo estábamos juntos en tercer grado. Yo era siempre la primera de la clase, pero me sacaron del colegio para casarme. Mira, yo no tendré estudios, pero nunca te dejaría.

Ganesh dijo:

– No llores, maharaní. Eres una buena mujer.

Ella lloró un poquito más y se paró de repente.

– No te preocupes, Ganesh. Es que estas chicas de hoy día quieren jugar a las cuatro esquinas. Se escapan todo el rato, pero después cogen y vuelven. En fin, ¿qué piensas hacer, Ganesh? ¿Quién te va a cocinar y limpiar la casa?

Ganesh soltó una risita, animoso.

– Pues a mí es que estas cosas nunca me han preocupado. Estoy convencido, y si no que te lo diga el poopa de Suruj, de que las cosas siempre pasan para mejor.

Con la mano derecha bajo la camiseta, Beharry asintió y se mordisqueó los labios.

– Todo tiene una razón.

– Esa es mi filosofía -dijo Ganesh, alzando los brazos, expansivo-. No preocuparme.

– Vale -dijo la mooma de Suruj-. Comes filosofía en tu casa y te vienes a comer comida aquí.

Beharry continuó con sus pensamientos.

– Una mujer arrincona al hombre, o sea, un hombre como Ganesh. Porque ahora que Léela no está contigo, puedes empezar a escribir el libro, ¿no, Ganesh?

– No voy a escribir nada. No… voy a… escribir… ningún libro. -Se puso a dar vueltas por la tienda-. Ni que vuelva y me lo pida de rodillas.

La mooma de Suruj no daba crédito.

– ¿Que no vas a escribir el libro?

– No.

Y dio una patada a algo que había en el suelo.

Beharry dijo:

– No lo dices en serio, Ganesh.

– No estoy de broma. La mooma de Suruj dijo:

– Ni caso. Sólo quiere hacerse de rogar un poquito.

– Mira, Ganesh -dijo Beharry-. Lo que a ti te hace falta es un horario. Y oye una cosa, que yo no te estoy pidiendo nada. A mí no me vengas con eso de hacer el tonto y tirarlo todo por la borda. Ahora mismo te hago un horario, y si no lo mantienes, vamos a tener problemas, tú y yo. Te lo piensas. Tu libro, el libro tuyo.

– Con tu foto y tu nombre en letras bien grandes -añadió la mooma de Suruj.

– Y en imprenta y todo con esa máquina de escribir tan grande que me has contado.

Ganesh dejó de dar vueltas. La mooma de Suruj dijo:

– Ya está. Va a escribir el libro.

– Sabes lo de mis cuadernos, ¿no? -le dijo Ganesh a Beharry-. Bueno, pues estaba pensando si no sería buena idea empezar con eso, o sea imprimir una serie de cosas sobre la religión de varios autores y explicar lo que dicen.

– Una anteología -dijo Beharry, mordisqueándose los labios.

– Eso es. Una antología. ¿Qué te parece?

– A ver que piense.

Beharry se pasó una mano por la cabeza.

– Va a enseñar mucho a la gente -le alentó Ganesh.

– Es lo que estaba pensando. Que va a enseñar mucho a la gente. ¿Pero tú crees que la gente quiere aprender?

– ¿Cómo no van a querer aprender?

– Mira, Ganesh. Tienes que tener siempre en cuenta la clase de gente que hay en Trinidad. Nadie tiene tanta educación como tú. Es tu trabajo, y el mío, elevar el nivel de la gente, pero no les podemos meter prisa. Empiezas por poco y después les echas tu antología. Desde luego, es buena idea. Pero de momento, la dejes.

– Algo sencillo y fácil al principio, ¿eh? Beharry apoyó las manos en los muslos.

– Sí. Aquí, lo único que le gusta a la gente son los niños, y les tienes que enseñar como a los niños.

– ¿Como una cartilla?

Beharry se dio una palmada en los muslos y se mordisqueó los labios con furia.

– Eso es. Exactamente.

– Me lo dejes a mí, Beharry. Les voy a dar ese libro, y Trinidad lo pedirá a gritos.

– Así nos gusta oírte hablar a la mooma de Suruj y a mí.

Y en efecto, escribió el libro. Trabajó con ahínco durante más de cinco semanas, siguiendo el horario que le había marcado Beharry. Se levantaba a las cinco, ordeñaba la vaca en la semioscuridad y limpiaba el establo; se bañaba, hacía puja, cocinaba y comía; llevaba la vaca y la ternera a un pradillo. Hasta entonces nunca se había ocupado de una vaca y se quedó sorprendido al ver que un animal que parecía tan paciente, confiado y bondadoso necesitara tantas atenciones y tanta limpieza. Beharry y la mooma de Suruj le ayudaron con la vaca, y Beharry le ayudó en todas las etapas del libro. Ganesh dijo:

– Beharry, te voy a dedicar este libro.

Y también lo hizo. Trabajó en la dedicatoria incluso antes de haber terminado el libro.

– Ha sido la parte más difícil -dijo jocosamente, pero el resultado agradó incluso a la mooma de Suruj: Para Beharry, que preguntó por qué.

– Parece poesía -dijo la mujer.

– Parece un libro de verdad -dijo Beharry.

Por fin llegó el día en que Ganesh llevó el manuscrito a San Fernando. Se quedó en la calle, ante la Imprenta Eléctrica Élite, y miró la maquinaria del interior. Le daba un poco de vergüenza entrar y al mismo tiempo deseaba prolongar la emoción que sentía porque muy pronto, aquella máquina, magnífica y complicada, y el hombre adulto que la manejaba estarían dedicados a las palabras que él había escrito.

Al entrar vio a un hombre que no conocía ante la máquina. Basdeo estaba sentado a una mesa en una jaula de alambre llena de papelitos amarillos y rosa clavados en pinchos. Salió de la jaula.

– Recuerdo esa cara.

– Tú imprimiste mis invitaciones de boda, hace mucho tiempo.

– Ah, muy bonito. Con tantas invitaciones de boda como imprimo y a mí no me invita nadie. ¿Y qué me traes hoy? ¿Una revista? En Trinidad todo el mundo imprime revistas últimamente.

– Un libro.

Ganesh se inquietó al ver la despreocupación con que Basdeo, silbando entre dientes, hojeaba el manuscrito con sus mugrientos dedos.

– Pues escribes en un papel muy bonito, pero esto es un folleto. Y si me apuras un poco, un cuadernillo.

– No hace falta mucho para ver que no es un libro grande. Y tampoco hace falta mucho para saber que todos tenemos que empezar por algo pequeño. Como tú. Anda que la vieja máquina que tenías antes, y fíjate ahora, lo que tienes.

Basdeo no replicó. Se metió en la jaula y volvió a salir con un programa de cine y un lápiz rojo desmochado. Se puso serio, en plan de hombre de negocios e, inclinándose sobre una mesa ennegrecida, empezó a escribir cifras en el envés del programa, parándose de vez en cuando para soplar el polvo inexistente de la hoja o sacudirlo con la mano derecha.

20
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