– El tercero, el que estoy esperando, si es niño, le voy a poner Motilal; si es niña, Kamala.
No podía existir mayor admiración por la familia Nehru.
Soomintra y sus hijos cada día parecían más fuera de lugar en Fourways. Ramlogan estaba aún más mugriento y la mugre de la tienda iba a la par. Al quedarse solo, parecía haber perdido todo interés por el mantenimiento de la casa. El hule de la mesa estaba gastado, arrugado y tenía un montón de cortes; la hamaca hecha con un saco de harina se había puesto parda, los calendarios chinos estaban llenos de cagadas de moscas. Los hijos de Soomintra cada día llevaban ropa más cara y más aparatosa y hacían más ruido, pero cuando andaban por allí, Ramlogan no tenía ojos para nadie más. No paraba de acariciarlos y mimarlos, pero muy pronto dejaron bien claro que consideraban demasiado elementales sus tentativas de mimarlos. Querían algo más que unos caramelos recubiertos de azúcar de uno de los tarros de la tienda. De modo que Ramlogan les dio piruletas. Soomintra estaba más rolliza y parecía más rica, y a Leela le costaban grandes esfuerzos no fijarse demasiado cuando su hermana doblaba el brazo derecho y las pulseras de oro tintineaban o cuando, con la licencia que concede la riqueza, se lamentaba de que estaba cansada y necesitaba vacaciones.
– Ya he tenido el tercero -dijo Soomintra en Navidad-. Quería escribir para decírtelo, pero ya sabes lo difícil que es.
– Sí, sé lo difícil que es.
– Es una niña, y le he puesto Kamala, como te dije. Ay, chica, pero si se me olvidaba: ¿y tu marido? No he visto ningún libro de los que escribe. Pero la verdad es que yo no leo gran cosa.
– Todavía no ha terminado el libro.
– Ah.
– Es un libro muy, muy grande.
Soomintra hizo tintinear las pulseras de oro y carraspeó al mismo tiempo, pero no escupió; en ello reconoció Leela otra afectación de los ricos.
– También el padre de Jawaharlal empezó a leer el otro día. Siempre está diciendo que si tuviera tiempo escribiría algo, pero con tanto trajín en la tienda el pobre no tiene tiempo. Supongo que Ganesh no estará tan ocupado, ¿eh?
– No te puedes hacer ni idea de la cantidad de gente que viene a verle como sanador. Si te enteras de alguien que quiere masaje o algo, dile lo de Ganesh. No es tan difícil llegar a Fuente Grove, ya sabes.
– Niña, ya sabes que haría cualquier cosa por ayudaros. Pero no tienes ni idea de la cantidad de gente que dice que es sanador. Esos les quitan el trabajo a quienes son buenos de verdad, como Ganesh. Pero esos chavales que les ha dado por ser sanadores, para mí que son una pandilla de vagos que no sirven para nada.
En el dormitorio, Kamala se puso a llorar, y el pequeño Jawaharlal, con un traje de marinero recién estrenado, entró y balbuceó:
– Mamá, Kamala se ha hecho pis.
– ¡Estos crios! -exclamó Soomintra, saliendo de la habitación a grandes zancadas-. ¡Ay, chica, no sabes la suerte que tienes de no tener ninguno, Léela!
Ramlogan entró desde la tienda con Sarojini sobre una cadera. Mientras chupaba una piruleta de limón, la niña investigaba con los dedos lo pegajosa que estaba.
– Lo he oído -dijo Ramlogan-. Soomintra no tiene mala intención. Se siente un poco rica y quiere presumir.
– Pero él va a escribir el libro, papá. Me lo ha dicho él mismo. No para de leer y escribir. Un día os lo enseñará a todos, ya verás.
– Sí, ya sé que va a escribir el libro. -Sarojini estaba pasándole la piruleta a Léela por la cabeza, que llevaba descubierta, y Ramlogan intentaba obligarla a que la dejara en paz, sin conseguirlo-. Venga, no llores, que Soomintra vuelve ahora mismo.
– ¡Ay, Léela! Le caes bien a Sarojini. La primera persona que le cae bien, así sin más ni más. ¡ Ay, ay, qué mala eres, niña! ¿Por qué juegas con el pelo de tu tía?
Ramlogan dejó a Sarojini por imposible.
– Es una monada, con un nombre muy mono -dijo Soomintra-. ¿Sabes que tenemos una familia famosa, Léela? El nombre de la nena es el de una mujer que escribe una poesía bien bonita, y encima tu marido, que está escribiendo un libro bien grande.
Ramlogan dijo:
– No, si pensándolo bien, creo que somos una buena familia. Eso sí, manteniendo el carácter y el sentido de los valores. Fijaros en mí. Vamos a suponer que la gente no me quiere y deja de venir a la tienda. ¿Eso me va a hacer daño? ¿Va a cambiar mi…?
– Vale, papá, pero tú tranquilo -le interrumpió Soomintra-. Vas a despertar a Kamala otra vez con esos pisotones y hablando tan alto.
– Bueno, pero la verdad es la verdad. Un hombre se siente a gusto rodeado por su familia y viéndolos felices. Lo que yo digo es que en toda familia tiene que haber un radical, y me siento orgulloso de tener a Ganesh.
– Así que eso dice Soomintra, ¿eh? -Ganesh intentaba mantener la calma-. ¿Y qué te esperabas? En lo único que piensan, ella y su padre, es en el dinero. No le importan nada los libros y esas cosas. Es la gente como esa la que se reía del señor Stewart, ¿sabes? ¡Y dicen que son hindúes! Mira, si yo estuviera en la India, me vendrían personas de todas partes, con comida, con ropa. Pero en Trinidad… ¡ En fin!
– Pero oye, tenemos que pensar en el dinero. Llegará un momento en que no nos quede ni un centavo.
– Mira, Léela. Vamos a verlo de una forma práctica. ¿Necesitas comida? Tienes un huertecito ahí atrás. ¿Necesitas leche? Tienes una vaca. ¿Necesitas un techo? Tienes una casa. ¿Qué más quieres? ¡Aj! Me haces hablar como tu padre.
– Para ti todo es estupendo. Tú no tienes que enfrentarte a ninguna hermana y ver cómo se ríen de ti.
– Léela, todo el que quiere escribir tiene que enfrentarse a eso: todo escritor tiene que sufrir la pobreza y la enfermedad.
– Pero tú no estás escribiendo nada, ¿no? Ganesh no replicó.
Siguió leyendo. Siguió tomando notas y haciendo cuadernos de notas. Y empezó a adquirir cierta sensibilidad hacia la tipografía. Aunque tenía casi todos los Penguin que se habían publicado, no le gustaban como libros porque la mayoría estaba impresa en el tipo "times", y según le dijo a Beharry, le parecía vulgar, "como de periódico". Las obras del señor Aldous Huxley sólo podía leerlas en "fournier"; aún más: consideraba ese tipo propiedad exclusiva del señor Huxley.
– Pero es justo el tipo de letra que quiero para mi libro -le dijo a Beharry un domingo.
– ¿Y tú te crees que tienen ese tipo en Trinidad? Si lo único que tienen es una cosa espantosa, como una pasta.
– Pero ese chico del que te he hablado, bueno, ese hombre que conozco, Basdeo, tiene una imprenta nueva. Es como una máquina de escribir grande.
– Lino-tipia. -Beharry se pasó la mano por la cabeza y se mordisqueó los labios-. Ahí se ve lo atrasada que está Trinidad. Cuando ves esas revistas americanas, ¿no piensas, ojalá se pudiera imprimir así en Trinidad?
Ganesh no pudo decir nada porque justo en aquel momento la mooma de Suruj asomó la cabeza por la puerta y entendió la indirecta: tenía que marcharse.
Encontró la comida dispuesta en la cocina, como de costumbre. Había un jarro de latón lleno de agua y un platito con chutney de coco recién hecho. Cuando terminó, levantó el plato de latón para lamerlo y encontró una breve nota debajo, en una de sus mejores hojas de papel azul claro.
No, puedo; vivir: aquí, y, aguantar; los, insultos, de, mi: familia!