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12 De miembro del Consejo Legislativo a miembro de la Orden del Imperio Británico

Al poco, Ganesh decidió mudarse a Puerto España. Le resultaba muy cansado viajar casi todos los días entre Puerto España y Fuente Grove. El Gobierno pagaba los gastos y merecía la pena, pero sabía que incluso si vivía en Puerto España podría seguir reclamando gastos de viaje, como los demás miembros del Consejo que vivían en el campo.

Swami y el chico fueron a despedirse. A Ganesh había llegado a caerle bien el chico: veía muchas cosas de sí mismo en él.

– Pero no te preocupes, sahib -dijo Swami-. La Asociación le está arreglando una cosilla. Un pequeña beca para viajar y aprender.

Beharry, la mooma de Suruj y su segundo hijo, Dipraj, ayudaron a hacer el equipaje. Más tarde llegaron Ramlogan y la Gran Eructadora.

La mooma de Suruj y Léela se abrazaron y lloraron, y Léela le regaló los heléchos de la galería de arriba.

– Los tendré siempre, hija. La Gran Eructadora dijo:

– Chicas, estáis actuando como si se fuera a casar alguien. Beharry se metió la mano debajo de la camiseta y se mordisqueó los labios.

– Ganesh tenía que marcharse. Ha cumplido su deber aquí y Dios le llama a otro sitio.

– Ojalá no hubiera pasado nada de esto -dijo Ganesh con súbita amargura-. ¡Ojalá no me hubiera hecho místico!

Beharry posó una mano en el hombro de Ganesh.

– Vamos, Ganesh, lo dices por decir. Lo sé, cuesta trabajo dejar un sitio después de once años, pero mira cómo está Fuente Grove. Carretera nueva. Yo, con tienda nueva. Fuente. El próximo año nos ponen la electricidad. Y todo gracias a ti.

Sacaron bolsas y cajas al patio.

Ganesh fue hasta el mango.

– Se nos olvidaba.

Arrancó el cartel de GANESH, místico.

– No lo tires -dijo Beharry-. Vamos a guardarlo en la tienda.

Ganesh y Léela subieron al taxi. Ramlogan dijo:

– Sahib , siempre he dicho que tú eres el radical de la familia.

– Ah, Léela, hija, cuídate -sollozó la mooma de Suruj-. Pareces tan cansada…

El taxi arrancó y empezaron los saludos con la mano. La Gran Eructadora eructó.

– Dipraj, lleva este cartel a casa y vuelve a ayudar a tu madre con los heléchos.

Léela agitó la mano y miró hacia atrás. La galería estaba vacía; las puertas y ventanas abiertas; en la balaustrada, los dos elefantes de piedra, con la mirada fija en direcciones opuestas.

Resultaría difícil decir con exactitud cuándo dejó Ganesh de ser místico. Incluso antes de mudarse a Puerto España empezó a absorberle más y más la política. Seguía ahuyentando algún que otro espíritu; pero ya había dejado de ejercer cuando vendió la casa de Fuente Grove a un joyero de Bombay y compró otra en el elegante barrio de St Clair de Puerto España. Para entonces ya había dejado de llevar dhoti y turbante.

Léela no le cogió el gusto a Puerto España. Viajaba bastante con la Gran Eructadora. Iba a ver con frecuencia a Soomintra y también a Ramlogan.

Pero Ganesh descubrió que Puerto España era un sitio agradable para un miembro del Consejo Legislativo. ¡Había dos buenas bibliotecas, y un montón de librerías! Se olvidó de la indología, la religión y la psicología y se compró gruesos libros de teoría política. Mantenía largas conversaciones con Indarsingh.

Al principio, Indarsingh estaba resentido.

– Gente curiosa, esta de Trinidad, chaval. Ni el menor respeto por las ideas. Sólo por las personalidades.

Pero se fue ablandando con el tiempo, y Ganesh y él empezaron a trabajar en una nueva teoría política.

– Se me ocurrió de golpe, chaval. Leyendo el libro de Louis Fischer sobre Gandhi. El socialhinduismo. Socialismo cum hinduismo. Cosa fina, chaval. Ya están las líneas generales, pero los detalles son muy liosos.

Hasta aquí la autobiografía, y el hombre en su vida privada.

Pero Ganesh se había convertido en una figura pública de gran importancia. Aparecía continuamente en los periódicos. Se daba detallada noticia de sus discursos dentro y fuera del Consejo Legislativo; no paraban de fotografiarle encabezando delegaciones de taxistas, barrenderos o pescaderos ofendidos a la Casa Roja, y siempre estaba dispuesto para una rueda de prensa o una carta al director. Todo lo que hacía o decía era noticia.

Era el terror del Consejo Legislativo.

Fue él quien inició la huelga de la salida en Trinidad y la popularizó como forma de protesta. La huelga no fue una súbita inspiración. Los comienzos fueron duros. Al principio, se limitaba a tumbarse de espaldas en la mesa del Consejo, negándose a moverse. Tenía que levantarle la policía. Estas actuaciones llamaron la atención de la gente, y Ganesh se hizo muy popular en el sur del Caribe en nada de tiempo. Su foto aparecía sin cesar en los periódicos. Después descubrió la salida. Al principio, se limitaba a salir; después, salía y concedía entrevistas a los reporteros en las escaleras de la Casa Roja, y por último salía, concedía entrevistas y se dirigía a la multitud de indigentes y desocupados desde el quiosco de música de Woodford Square. Muchas veces, el gobernador se pasaba la mano por la frente, todo preocupado, y decía: "Señor Ramsumair, ¿qué hemos hecho ahora para ofenderle? Por favor, no realice otra salida."

E invariablemente, un titular de periódico que anunciase la aprobación de un proyecto de ley iba acompañado de GANESH REALIZA UNA SALIDA. Más adelante lo acortaron, y el típico titular quedó así:

APROBADO PROYECTO DE LEY DE REPOBLACIÓN

Ganesh sale

Compusieron un calipso sobre él que fue la segunda charanga en el Carnaval de 1947:

Hay un señor en la oposición

Con estreñimiento de legislación

Hasta las leyes mueven el vientre

Pero este se guarda todo en su caletre.

Saltaba a la vista la referencia a Evacuación provechosa, pero incluso antes del calipso, Ganesh había empezado a avergonzarse de su carrera de místico. En frecuentes ocasiones se habían leído en voz alta párrafos de Lo que me dijo Dios en la Cámara del Consejo, y en noviembre de 1946, justo a los cuatro meses de haberlo publicado, retiró Los años de culpa, así como sus demás libros, y liquidó la Editorial Ganesh, S.A.

No cabe duda de que en aquella época Ganesh era el hombre más popular de Trinidad. Nunca asistió a un cóctel en el palacio de Gobierno. Tampoco a una cena. Siempre estaba dispuesto a presentar una petición al gobernador. Desenmascaraba un escándalo tras otro. Y también estaba siempre dispuesto a hacer un favor a la gente, ya fueran ricos o pobres. Sus honorarios por tales favores no eran altos. Siempre decía: "Déme lo que pueda." Algunos, como Primrose y el cristiano, tenían tarifas fijas, muy elevadas, asistían a todos los cócteles en el palacio de Gobierno y llevaban esmoquin. No se podía decir que ninguno de ellos representara realmente a su distrito. Aún más: el cristiano era dueño de la mayor parte del suyo, y Primrose se hizo tan rico que tuvieron que concederle título de sir.

En los informes del Departamento de Colonias se describía a Ganesh como agitador irresponsable y sin seguidores.

No tenía ni idea de que iba camino de ser nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico.

Así fue como ocurrió.

En septiembre de 1949, una huelga salvaje devastó varias fincas azucareras en el sur de Trinidad. Fue el acontecimiento más excitante desde los disturbios de 1937 en los campos petrolíferos. Los huelguistas quemaban plantaciones de caña, los policías pegaban a los huelguistas y escupían a quienes detenían. La prensa era un puro estallido de amenazas y respuestas a las amenazas. Había gran simpatía hacia los huelguistas, y muchas personas a las que no se les habría ocurrido ponerse en huelga pasaban en bicicleta junto a los piquetes y susurraban: "Ánimo, muchachos."

Ganesh estaba en Tobago por entonces, investigando el escándalo del Fondo de Ayuda a los Niños. Pronunció un ambiguo discurso sobre el asunto, pero el servicio de Negrograma propagó inmediatamente que tenía intención de mediar. Ganesh le dijo a un periodista de The Sentinel que iba a hacer cuanto pudiera para lograr una solución amistosa. Los plantadores negaron haber aceptado la presencia de un mediador. Ganesh escribió a The Sentinel diciendo que iba a mediar, les gustara o no a los plantadores.

En los días siguientes, Ganesh llegó a la cima de su popularidad.

No sabía nada sobre la huelga, salvo lo que había leído en los periódicos, y era la primera vez desde su elección que tenía que enfrentarse a una crisis en el sur de Trinidad. Hasta entonces se había dedicado fundamentalmente a desenmascarar escándalos ministeriales en Puerto España. Enfocó la huelga de un modo tan irreflexivo que quizá podamos ver una vez más la mano de la Providencia en su carrera, como él mismo diría más adelante.

Para empezar, fue al sur con traje. Se llevó libros, pero no religiosos; sólo los escritos de Tom Paine y John Stuart Mili y un grueso tomo de teoría política griega.

En cuanto llegó a Lorimer's Park, a unos kilómetros de San Fernando, donde le esperaban los huelguistas, notó que algo andaba mal. Eso dijo más adelante. Quizá fuera por la lluvia de la noche anterior. Las pancartas estaban todavía húmedas y las denuncias escritas en ellas parecían poco enérgicas. La hierba había desaparecido bajo el barro batido por los pies descalzos de los huelguistas.

El dirigente de los huelguistas, un hombre bajo y gordo con traje marrón de rayas, llevó a Ganesh hasta el estrado, que no consistía más que en dos jaulas de coches Morris; unas cajas más pequeñas servían de escalones. Estaba húmedo y embarrado. Ganesh fue presentado a los miembros del comité de huelga, unos seis, y el hombre del traje marrón se puso a trabajar inmediatamente. Gritó:

– ¡Hermanos y hermanas! ¿Sabéis por qué la bandera roja es roja?

Los reporteros de la policía garrapateaban concienzudamente en sus cuadernos.

– Que lo escriban -dijo el dirigente-. Que lo escriban en sus sucios cuadernillos negros, que no les tenemos miedo. A ver, decirme: ¿les tenemos miedo?

De la multitud salió un hombre bajo y robusto y se dirigió al estrado.

– Calla esa bocaza -dijo. El dirigente insistió.

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