Литмир - Электронная Библиотека

– Sí, hijo. Lo veo. Está cada vez más fina. Está muerta.

– ¿Lo ves, papá?

– Sí, Héctor. Lo veo.

Y madre e hijo se echaron a llorar, aliviados, mientras Ganesh continuaba con la salmodia y Léela se desplomaba en el suelo. Héctor gritaba:

– ¡Mamá, se ha marchado! ¡Se ha marchado!

Ganesh dejó de salmodiar. Se levantó y los llevó a la habitación de fuera. El aire estaba más fresco y la luz parecía deslumbrante. Era como entrar en un mundo nuevo.

– Señor Ganesh -dijo el padre de Héctor-. No sé qué podemos hacer para agradecérselo.

– Lo que quieran. Si quieren recompensarme, no diré que no, porque tengo que vivir de algo. Pero no quiero que se esfuercen. La madre de Héctor dijo:

– Pero ha salvado una vida.

– Es mi deber. Si quieren mandarme algo, pues bien. Pero no vayan por ahí hablando a la gente de mí. Este trabajo no te permite coger demasiadas cosas. Con un caso como este, a veces me quedo agotado durante una semana.

– Lo entiendo -dijo la mujer-. Pero no se preocupe. Vamos a mandarle cien dólares en cuanto lleguemos a casa. Se los merece.

Ganesh los despidió apresuradamente.

Cuando volvió a entrar en la pequeña habitación, la ventana estaba abierta y Léela descolgaba las cortinas.

– ¡Chica, no sabes lo que haces! -gritó-. Estás perdiendo el olfato. Ya vale, ¿me oyes? Esto es sólo el principio. Fíjate en lo que te digo: dentro de nada, esta casa se va a llenar de gente de toda Trinidad.

– Retiro todas las cosas malas que he dicho y he pensado de ti. Hoy me has hecho sentir pero que muy bien. Por mí, Soomintra puede quedarse con su tendero y su dinero. Pero una cosa: no me vuelvas a pedir que me suelte el pelo ni meterme en este lío.

– No lo vamos a hacer más. Sólo quería asegurarme esta vez. Les sienta bien, eso de oírme hablar en una lengua que no entienden. Pero la verdad es que no hace falta.

– ¿Sabes una cosa? Que yo vi la nube.

– La madre ve un diablo, el padre cuarenta diablillos, el chico una nube, y tú vas y dices que también has visto la nube. Mira, chica: diga lo que diga la mooma de Suruj sobre lo de la educación, a veces tiene su utilidad.

– ¡Pero bueno! ¡No me digas que ha sido un truco! Ganesh no dijo nada.

No apareció nada en los periódicos sobre este acontecimiento, pero al cabo de dos semanas toda Trinidad sabía de la existencia de Ganesh y sus poderes. La noticia se propagó gracias a la rumorología local, el servicio de Negrograma, eficaz y poco menos que clarividente. A medida que Negrograma divulgaba la noticia, se magnificaban los éxitos de Ganesh, y sus poderes alcanzaban la categoría de olímpicos.

Se presentó la Gran Eructadora, que había estado en Icacos, en un funeral, y se echó a llorar en el hombro de Ganesh.

– Al fin has descubierto para qué tienes mano -dijo.

Léela escribió a Ramlogan y a Soomintra.

Beharry fue a casa de Ganesh a presentar sus respetos y a solucionar lo de la pelea. Reconoció que ya no procedía que Ganesh fuera a la tienda a charlar.

– La mooma de Suruj estaba convencida desde el principio de que tenías poderes.

– También lo notaba yo. ¿Pero no es curioso que pensara desde hace tiempo que tengo mano para sanar?

– Pero si tienes más razón que un santo, hombre.

– ¿Qué quieres decir?

Beharry se mordisqueó los labios.

– Que eres el sanador místico.

28
{"b":"94167","o":1}