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– ¿Lo ves? No se han dejado a nadie. Mira, Beharry, muchacho, con todas esas reuniones religiosas donde hablo, es que conozco a los indios de Trinidad como la palma de mi mano.

Pero después Narayan empezó a hacer el tonto. Envió cables a la India, a Mahatma Gandhi, al pandit Nehru y al Congreso Panindio, y otros para celebrar toda clase de aniversarios: centenarios, bicentenarios, tricentenarios. Y cada vez que enviaba un cable aparecía la noticia en The Trinidad Sentinel. Nada impedía a Ganesh enviar cables, pero en la India, donde no sabían quién era quién en Trinidad, ¿qué posibilidades tenía un cable firmado por GANESH, PANDIT MÍSTICO frente a otro firmado por NARAYAN, PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN HINDÚ DE TRINIDAD?

La delegación fue obra de Beharry.

Un domingo por la tarde se presentaron en la residencia de Ganesh dos hombres y un chico. Uno de ellos era alto, negro y gordo. Se parecía un poco a Ramlogan, sólo que iba vestido de blanco inmaculado; tenía una tripa tan grande que le colgaba por encima del cinturón de cuero negro, ocultándolo. Llevaba en el bolsillo de la camisa una carta y una ristra de lápices y plumas. El otro hombre era delgado, de piel blanca y guapo. El chico llevaba pantalones cortos y las mangas de la camisa abotonadas en las muñecas. Ganesh había visto varias veces a los hombres y sabía que eran organizadores. Al chico no le conocía.

Los miembros de la delegación se acomodaron en los sillones de la galería, y Ganesh le gritó a Léela que les sirviera Coca-Cola.

Los delegados miraron por las puertas de cristal del cuarto de estar y examinaron los dibujos y los dos grandes calendarios de Coca-Cola de las paredes.

Después vieron a Léela, delgada y elegante con su sari, abriendo el frigorífico. El hombre gordo le dio un codazo al chico, que estaba sentado a su lado en el sofá, y todos los miembros de la delegación dejaron de mirar.

El gordo fue a lo práctico.

– Sahib, no hemos venido aquí para andarnos con rodeos. Beharry y tu tía (una mujer muy, pero que muy agradable, sabib ) me han pedido que venga por la cantidad de experiencia que tengo en organizar reuniones religiosas y cosas así…

Llegaron las Coca-Colas. Cuatro botellas heladas en una bandeja con fondo de cristal. Léela suspiró.

– Un momento. Voy a por los vasos.

El hombre gordo miró las botellas. El delgado de piel blanca se tocó la tira de esparadrapo que llevaba sobre el ojo izquierdo. El chico miró las borlas de la chalina de Ganesh. Ganesh les sonrió a todos, uno por uno, y todos le devolvieron la sonrisa, menos el chico.

En otra bandeja con fondo de cristal Léela llevó unos vasos que parecían caros, muy bonitos, con arabescos en dorado, rojo y verde y bordeados de franjas doradas.

Los miembros de la delegación sujetaron los vasos con ambas manos.

Hubo un silencio embarazoso hasta que Ganesh le preguntó al gordo:

– ¿Qué haces últimamente, Swami?

Swami tomó un sorbo de Coca-Cola, un refinado sorbo liliputiense.

– Nada. Vivir, sahib.

– Nada más que vivir, ¿eh?

Ganesh sonrió.

Swami asintió y le devolvió la sonrisa.

– ¿Y a ti qué te ha pasado, Partap? ¿Te has cortado?

– Un pequeño accidente en Paquetes Postales -contestó Partap, tocando el esparadrapo.

Ganesh siempre se acordaba de aquel hombre como Partap el de los Paquetes Postales. Partap sacaba a colación lo de los Paquetes Postales en casi todas las conversaciones, y Ganesh sabía que para enfadarle sólo había que dejar caer que trabajaba en Correos. "Servicio de Paquetes Postales, si no te importa", decía en tono glacial.

Más silencio, y tres sorbitos de Coca-Cola.

Swami dejó el vaso sobre la mesa con decisión, pero sin intención de hacer ruido, y Léela se quedó junto a una de las puertas del cuarto de estar. Swami volvió a coger el vaso y sonrió.

– Sí, sahib -dijo muy animado-. No hemos venido aquí para andarnos con rodeos. Tú eres el único hombre con autoridad entre todos los indios de Trinidad para enfrentarte a Narayan. No nos parece bien cómo te ataca Narayan. Sahib, hemos venido hoy -Swami se puso solemne- para pedirte que crees tu propia asociación. Te nombramos presidente ahora mismo y -no tienes que ir muy lejos-, ya tienes tres presidentes suplentes, sentados tranquilamente frente a ti, tomando Coca-Cola.

– ¿Por qué os hace eso Narayan?

– Qué sé yo -replicó Partap con amargura-. Se ha metido de muy mala manera con mi familia, pandit, acusando a mi propio padre de soborno y corrupción en la Junta de la Carretera local. Y siempre me llama el de Correos, por puro desprecio. Yo escribo cartas pero él no las imprime.

– Y a mí me acusa de robar a los pobres. -Swami parecía dolido-. Sahib, ya pasan de dieciocho meses que me conoces. He organizado miles de reuniones religiosas para ti. ¿Va a robar a los pobres un hombre de mi posición, sahib?

Swami era pasante de un abogado de Couva.

– ¿Y qué le ha hecho Narayan al chico? Swami se echó a reír y tomó un buen trago de Coca-Cola. El chico miró su vaso.

– Todavía nada, sahib. Está aquí por la experiencia. La cara del chico se oscureció aún más, de vergüenza.

– Pero es un chaval bien listo, ¿sabes? -El chico frunció el ceño, mirando su vaso-. Es el hijo de mi hermana. Un genio, sahib. Sacó un sobresaliente a la primera en el Certificado de Cambridge.

Ganesh pensó en su aprobado, cuando tenía diecinueve años. Murmuró "Hum" y tomó el primer sorbo de Coca-Cola.

Partap añadió:

– Es que no está bien, sahib. Cada vez que abres The Sentinel te puedes apostar lo que quieras a que en la página tres sale que Narayan ha enviado cables de felicitación.

Ganesh tomó un largo trago de Coca-Cola.

Swami dijo:

– Tienes que hacer algo, sahib. Fundar una asociación. O sacar un periódico. En eso también tengo un montón de experiencia. Mira, sahib, cuando era joven, en los años veinte, no pasaba un solo año sin que Swami no sacara un periódico nuevo. Tuve que ir a Puerto España (cosas de la abogacía, ¿entiendes?) y fui al Registro Civil. Bueno, la cantidad de periódicos que sacaría yo… Pero he cambiado. Lo que yo digo es que sólo tienes que sacar un periódico cuando tienes una razón buena, buena de verdad.

Todos bebieron un poco de Coca-Cola.

– Pero ya está bien de hablar de mí mismo. Sahib, aquí este chiquito es un escritor nato. Bueno, es que si le oyes hablar en inglés, las palabras que utiliza… Bueno, así de largas. -Estiró el brazo derecho hasta que se le tensó la sisa de la camisa.

Ganesh miró al chico.

– Hoy está un poco avergonzado -dijo Swami.

– Pero no te creas -dijo Partap-. Se pasa todo el tiempo pensando.

Tomaron mucha más Coca-Cola y hablaron mucho más, pero Ganesh no se dejó convencer, aunque en los argumentos de aquellos hombres había muchas cosas que le atraían. Lo de sacar su propio periódico, por ejemplo, se le había pasado por la cabeza en repetidas ocasiones. Aún más: muchos domingos le gritaba a Leela que le llevara papel y lápices rojos y confeccionaba imitaciones de periódicos. Trazaba columnas, e indicaba cuáles se dedicarían a publicidad y cuáles a la instrucción. Pero se trataba de un placer íntimo, como el de hacer cuadernos.

Pero poco después ocurrieron dos cosas que le decidieron a actuar contra Narayan.

Podría decirse que la primera empezó en la redacción londinense de The Messenger. Acabó la guerra, y los periodistas se quedaron más o menos a verlas venir. The Messenger envió un corresponsal a América del Sur a cubrir una revolución que parecía prometedora. Teniendo en cuenta que la única historia con interés humano que consiguió allí fue la de una mujer de un club nocturno que le dijo: "Estás en la cama. Oyes bim, bam, bum. Dices: "Revolución", y te vuelves a dormir", al corresponsal le fue bien. Tras haber cubierto aquella revolución regresó a su país pasando por Para, Georgetown y Puerto España, y en los tres sitios descubrió crisis. Al parecer, los nativos de Trinidad planeaban una revuelta y los funcionarios británicos y sus esposas iban a los bailes con revólveres. El libelo era publicidad y gustó en Trinidad. A Ganesh le interesó más el análisis de la situación política del corresponsal, como apareció en The Trinidad Sentinel. Se describía a Narayan como presidente de la extremista Asociación Hindú. Narayan, "que me recibió en la sede de su partido", era el dirigente de la comunidad india. A Ganesh no le importó eso. No le importó la despectiva referencia a los fanáticos hindúes del sur de Trinidad. Pero le fastidió que el corresponsal se extendiera en detalles románticos al hablar de Narayan y describirle como "veterano periodista de calva incipiente, fumador empedernido" y muchas cosas más. Podía aguantar todos los insultos de Narayan. Allá Inglaterra si quería considerar a Narayan dirigente de los indios de Trinidad, pero que en Inglaterra se leyese y recordase que C. S. Narayan era un veterano periodista de calva incipiente y fumador empedernido, eso no lo podía soportar.

– Sé que no tiene lógica, Beharry, pero no lo puedo evitar. Beharry lo comprendía.

– Un hombre puede aguantar cosas grandes. Son las cosas pequeñas lo que te desarma.

– Tiene que pasar algo, y entonces iré a por Narayan. Beharry se mordisqueó los labios.

– Así me gusta oírte hablar, pandit.

A continuación, y muy oportunamente, la Gran Eructadora llevó grandes noticias.

– ¡Ay, Ganesh, la vergüenza! ¡La vergüenza que está trayendo a los indios ese Narayan! -Estaba tan afectada que sólo pudo eructar y pedir agua. Le dieron Coca-Cola, que le hizo regoldar entre eructo y eructo, y no estuvo comunicativa durante un rato-. Estoy harta de la Coca-Cola -dijo al fin-. No soy lo bastante moderna. La próxima vez, para mí sólo agua.

– ¿Qué vergüenza?

– Ay, hijo. El Fondo para el Hogar de los Indigentes. ¿No sabes que Narayan ha empezado con eso?

– El Pajarito lleva meses hablando de ello.

– ¡Hogar de los Indigentes! Ese hombre está comprando fincas con la misma rapidez con que se recauda el dinero. Y yo lo he descubierto por pura casualidad. No sé si sabes lo mal que lo está pasando Gowrie últimamente. Es una especie de pariente de Narayan. Así que, cuando me la encontré en la boda de Dollarie, se puso a llorar a moco tendido por el dinero, y yo le dije, digo: "Gowrie, ¿por qué no vas a ver a Narayan y le pides un algo? Tiene el fondo ese de los indigentes." Y me dice que no, que no puede hacer eso, que tiene su orgullo y que el fondo todavía está abierto. Pero la convencí, y cuando la vi ayer en el funeral de Daulatram, le pregunté: "¿Qué? ¿Le has pedido algo a Narayan?" Y me dice sí, que le ha pedido a Narayan. Y le digo: "¿Y qué?" Y me contó que Narayan se echó a llorar y se puso de mal genio, diciendo que todo el mundo se piensa que porque ha abierto un pequeño fondo es rico. Y que le dice, dice: "Si soy más pobre que tú, Gowrie. Mírame y dime: ¿cómo puedes pensar que soy rico? La semana pasada sin ir más lejos tuve que pagar catorce mil dólares por una finca entera. ¿Y de dónde voy a sacar todo ese dinero?" Y venga a llorar, y Gowrie dice que al final pensó que él le iba a pedir dinero.

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