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– La filosofía es mi trabajo. Hoy es domingo… Ramlogan se encogió de hombros.

– A ti no te hacen falta los taxis, sahib.

– Te sorprendería saber cuánto tiempo libre tengo últimamente. ¿Y si llegamos a un acuerdo ahora mismo, eh? Ramlogan se puso muy triste.

– ¿Por qué quieres dejarme en la miseria, sahib? ¿Por qué quieres hacerme desgraciado a mi edad? ¿Por qué te metes con un pobre viejo inculto que no sabe ni dónde tiene la mano derecha?

Ganesh frunció el ceño.

– Sahib, no te estaba devolviendo la faena.

– ¿Cómo que devolviendo? ¿Qué faena me tenías que devolver? Cualquiera que pase por la calle en esta tarde calurosa de domingo y te oiga dirá que yo te he hecho una faena.

Ramlogan apoyó las manos en el mostrador.

– Sahib, sabes que me estás enfadando. Yo no soy como otros, ¿sabes? Ya sé que eres místico, pero no te metas conmigo, porque cuando me enfado, a saber qué soy capaz de hacer.

Ganesh se quedó esperando.

– De no ser mi yerno, sabes que te echaría de aquí a patadas.

– Ramlogan, ¿no estás un poco harto de hacerte el listo, con lo viejo que eres?

Ramlogan dio un golpazo en el mostrador.

– Cuando me robaste en tu boda, no tuvimos estas tonterías místicas. Mira, te largues de aquí si no quieres ponerme de mal genio. Y además, es una carretera del Gobierno y todo el mundo puede llevar un taxi a Fuente Grove. Ganesh, como intentes algo, te saco en los periódicos, ¿entendido?

– ¿Que me sacas en los periódicos?

– Tú me sacaste a mí en los periódicos una vez, ¿no te acuerdas? Pero te aseguro que para ti no va a ser agradable. ¡Dios mío, lo que te he tenido que aguantar! Y sólo por estar casado con esa hija mía. Si entraras en razón, podríamos sentarnos tranquilamente, abrir una lata de salmón y hablar. Pero eres demasiado avaricioso. Quieres ser tú quien roba a la gente.

– Lo que quiero es hacerte un favor, Ramlogan. Te voy a dar dinero por los taxis. Si compro otros, ¿crees que vas a encontrar a alguien para conducir los tuyos desde Princes Town y San Fernando a Fuente Grove? Tú me dirás.

Ramlogan se puso insultante. Ganesh se limitó a sonreír. Después, ya demasiado tarde, Ramlogan apeló a la bondad de Ganesh. Ganesh se limitó a sonreír.

Ramlogan acabó por vender.

Pero cuando Ganesh estaba a punto de marcharse, estalló.

– ¡Muy bien, Ganesh, me dejas en la miseria! Pero que te andes con cuidado. Ya verás si no te saco en los periódicos y le cuento a todo el mundo quién eres.

Ganesh se montó en su taxi.

– ¡Ganesh! -gritó Ramlogan-. ¡Es la guerra!

Ganesh podría haberse hecho cargo de los taxis como parte del servicio al público y no cobrar nada, pero Léela se opuso y tuvo que ceder. Al fin y al cabo, era idea de Léela. Cobraba cuatro chelines por el trayecto desde Princes Town y San Fernando hasta Fuente Grove, y si bien era un poco más de lo que debería haber sido, se debía al mal estado de las carreteras. De todos modos, la tarifa era más barata que la de Ramlogan, y los clientes lo agradecían.

Léela intentó restar importancia a las amenazas de Ramlogan.

– Mira, se está haciendo viejo, y no tiene gran cosa por lo que vivir. No hagas caso de todo lo que dice. No va en serio.

Pero Ramlogan cumplió su palabra.

Un domingo en que la Gran Eructadora había ido a Fuente Grove, se presentó Beharry con una revista.

– Pandit, ¿has visto lo que dicen de ti en los periódicos?

Le dio la revista a Ganesh. Era un desastre de publicación llamada The Hindú, atrozmente impresa en el papel más barato. Los anuncios ocupaban la mayor parte del espacio, pero había un montón de citas en hindi de las escrituras en los sitios sobrantes, viejas notas de prensa del Departamento de Información sobre los Recursos de Guerra británicos, repetidos llamamientos de "Lea The Hindú" y una columna propia, de cotilleo, titulada Nos lo ha contado un pajarito . Beharry le pidió a Ganesh que se fijara en esa sección.

– Lo ha traído la mooma de Suruj de Tunapuna. Dice que tendrías que ver el lío que está armando.

Había un artículo que empezaba de la siguiente manera: "Un pajarito nos ha contado que el así llamado místico del sur de Trinidad se dedica a conducir taxis. El Pajarito también nos ha soplado al oído que el susodicho y así llamado místico participó en un fraude a las gentes de Trinidad en un asunto relacionado con cierto instituto cultural, por así llamarlo…"

Ganesh le dio la revista a la Gran Eructadora:

– El padre de Léela -dijo. La Gran Eructadora replicó:

– Por eso he venido, hijo. La gente no para de hablar de esto. Te llaman el Hombre de Negocios de Dios. Pero tú no te preocupes, Ganesh. Todo el mundo sabe que Narayan, el director, te tiene envidia. Él también se cree místico.

– Sí, pandit. La mooma de Suruj dice que Narayan ha ido a Tunapuna y le va contando a la gente que con un poquito de práctica él podría ser tan bueno como tú en lo de la mística.

La Gran Eructadora dijo:

– Es lo que pasa con los indios de aquí. No soportan ver que a otro indio le va bien.

– No estoy preocupado -dijo Ganesh.

Y era verdad. Pero la gente recordaba ciertas cosas de The Hindú, como que tacharan a Ganesh de Hombre de Negocios de Dios, y esa acusación fue repitiéndose entre personas que no tenían ni idea. Ganesh no tenía mentalidad mercantil. Es más, detestaba los negocios. Lo del servicio de taxis era cosa de Léela. Lo mismo que el restaurante, algo que difícilmente podía considerarse una idea comercial. Los clientes tenían que esperar tanto tiempo cuando iban a ver a Ganesh que era cuestión de simple consideración ofrecerles comida. De modo que Léela levantó una gran carpa de bambú junto a la casa donde daba de comer a la gente, y como Fuente Grove estaba tan lejos de cualquier otro pueblo, tenía que cobrar un poco más.

Y después empezó el lío con la tienda de Beharry.

Para comprender el asunto de la tienda de Beharry -algunas personas lo convirtieron en auténtico escándalo-, hay que recordar que los clientes de Ganesh llevaban muchos años acostumbrados a farsantes que les hacían quemar alcanfor y grasa de manteca, azúcar y arroz, y sacrificar gallos y cabras. A Ganesh no le servían de gran cosa esos estúpidos rituales, pero descubrió que a sus clientes les encantaban, sobre todo a las mujeres, de modo que empezó a ordenarles que quemaran ciertas cosas dos o tres veces al día. Los clientes llevaban los ingredientes y le rogaban que los ofreciera en su nombre, y a veces incluso le pagaban por ello.

No le sorprendió demasiado que, un domingo por la mañana, Beharry le dijera:

– Pandit, la mooma de Suruj y yo nos paramos a veces a pensar y nos preocupa lo que te trae la gente. Son pobres, y no saben si lo que compran es bueno o malo, si está limpio o no. Y sé que a muchos tenderos no les importa vender algo en malas condiciones.

Léela dijo:

– Sí que es verdad. La mooma de Suruj me ha contado que lleva preocupada por eso mucho tiempo. Ganesh sonrió.

– Mucho se preocupa la mooma de Suruj últimamente, ¿no?

– Sí, pandit. Sabía que me ibas a entender. Esos pobres no tienen tu nivel de educación, y de ti depende que compren las cosas como es debido, en una tienda como es debido.

Léela dijo:

– Yo pienso que a los pobres les gustaría comprar las cosas aquí mismo, en Fuente Grove.

– Entonces, maharaní, ¿por qué no las tienes en tu casa?

– No quedaría bien, Beharry. La gente va a pensar que les tomamos el pelo. ¿Y en tu tienda? La mooma de Suruj dice que no sería mucho más trabajo. Es más, me parece a mí que la mooma de Suruj y tú sois las personas más adecuadas para encargarse de eso. Y además, yo estoy tan cansada últimamente…

– Trabajas demasiado, maharaní. ¿Por qué no descansas un poco?

Ganesh dijo:

– Beharry, eres muy amable por ayudarme así.

De modo que los clientes empezaron a comprar los ingredientes para las ofrendas sólo en la tienda de Beharry. "Las cosas no son baratas allí", les decía Ganesh. "Pero es el único sitio de toda Trinidad donde sabes lo que compras."

Casi todo lo que vendía Beharry llegaba a casa de Ganesh. Una buena cantidad se utilizaba para los rituales. "E incluso eso es un desperdicio de buena comida", decía Ganesh. Léela empleaba el resto en el restaurante.

"A los pobres quiero darles sólo lo mejor", decía.

Fuente Grove prosperó. El Ministerio de Obras Públicas reconoció su existencia y rehízo el firme de la carretera. Instalaron en la aldea el primer depósito de suministro de agua. Situado frente a la tienda de Beharry, al otro lado de la carretera, pasó a ser el lugar de encuentro de las mujeres, y los niños jugaban desnudos bajo el caño.

Beharry también prosperó. Mandaron interno a Suruj al Naparima College de San Fernando. La mooma de Suruj se quedó embarazada del cuarto hijo y le contó a Léela los planes que tenía para renovar la tienda.

Y Ganesh prosperó. Derribó su casa, siguió con el restaurante y levantó una mansión. En Fuente Grove nunca se había visto cosa igual. Tenía dos plantas; los muros eran de bloques de cemento; según el servicio de Negrograma, tenía más de cien ventanas, y si llegaba a oídos del gobernador habría problemas, porque sólo el palacio del Gobierno podía tener cien ventanas. Llegó un arquitecto indio de la Guayana Británica y le construyó un templo de estilo hindú a Ganesh. Para compensar el gasto de tanta edificación, Ganesh se vio obligado a cobrar la entrada al templo. Se contrató a un rotulista profesional de San Fernando para que rehiciese el cartel de GANESH, místico. En la parte superior escribió, en hindi: Paz a todos vosotros, y debajo: Aquí se puede disfrutar de consuelo y solaz espirituales a cualquier hora de cualquier día salvo sábados y domingos. No obstante, se lamenta no poder atender peticiones de ayuda económica. En inglés.

Léela se hacía más refinada cada día. Iba con frecuencia a San Fernando a ver a Soomintra, y a comprar. Volvía con saris caros y un montón de pesadas joyas. Pero el cambio más importante fue su forma de hablar inglés. Adoptó un acento muy suyo, suavizando todos los sonidos vocálicos fuertes; la gramática que empleaba no le debía nada a nadie, entre otras cosas una conjugación sumamente personal de los verbos ser y estar. Le dijo a la mooma de Suruj:

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