A lo largo de los últimos tiempos, mi madre se había ido volviendo más y más antikuomintang. Los comunistas constituían la única alternativa que conocía, y se había visto particularmente atraída por sus promesas de poner fin a las injusticias cometidas con las mujeres. Hasta entonces, con quince años edad, nunca se había sentido preparada para adoptar un compromiso total. La noticia de la muerte del primo Hu terminó de decidirla, y resolvió unirse a los comunistas.