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Lo que más le dolía al doctor Xia era el chantaje emocional, especialmente el argumento de que el hecho de tomar a una ex concubina por esposa legítima perjudicaría la posición social de sus hijos. El doctor sabía que sus hijos perderían prestigio, y se sentía culpable por ello, pero sentía que debía anteponer a ello la felicidad de mi abuela. Si la tomaba en calidad de concubina, sería ella quien no sólo perdería prestigio sino que se convertiría en esclava de toda la familia. Ni siquiera su amor por ella bastaría para protegerla si no la tomaba por legítima esposa.

El doctor Xia imploró a su familia que respetaran los deseos de un anciano, pero tanto ellos como la sociedad adoptaron la actitud de que un deseo irresponsable no debía ser tolerado. Algunos incluso insinuaron que comenzaba a padecer senilidad. Otros le dijeron: «Ya tienes hijos, nietos e incluso un bisnieto; tienes una familia grande y próspera. ¿Qué más deseas? ¿Que necesidad tienes de casarte con ella?»

Las discusiones continuaron hasta hacerse interminables. Más y más parientes y amigos hicieron acto de presencia, todos ellos invitados por los hijos. Unánimemente, declararon que el matrimonio les parecía una idea desatinada. Por fin, descargaron su inquina sobre mi abuela. «¡Casarse de nuevo cuando el cadáver y los huesos de su primer marido aún están calientes!» «Esa mujer lo tiene todo planeado: rehúsa aceptar el concubinato con objeto de convertirse en tu esposa legítima. Si realmente te ama, ¿por qué no puede conformarse con ser tu concubina?» Entre otros proyectos que atribuían a mi abuela, afirmaban que había planeado la boda con el doctor Xia para conquistar el poder en la familia y luego maltratar a sus hijos y a sus nietos.

También insinuaron que pretendía hacerse con el dinero del doctor. Bajo toda aquella charla sobre la propiedad, la moralidad y los intereses del propio doctor Xia, discurría una serie de silenciosos cálculos acerca de su fortuna. Los parientes temían que mi abuela llegara a poner sus manos sobre la riqueza del doctor ya que, como esposa, habría de convertirse automáticamente en administradora de su hacienda.

El doctor Xia era un hombre rico. Poseía ochocientas hectáreas de terreno de labranza en el condado de Yixian, e incluso tenía algunas tierras al sur de la Gran Muralla. Su enorme casa de la ciudad se hallaba construida de ladrillos grises elegantemente silueteados con pintura blanca. Los techos eran encalados, y las habitaciones estaban empapeladas, por lo que las vigas y las junturas permanecían ocultas, lo que se consideraba una importante señal de prosperidad. Poseía asimismo una próspera consulta de medicina y una farmacia.

Cuando los familiares advirtieron que no iban a lograr nada, decidieron acudir directamente a mi abuela. Un día, la nuera que había sido su compañera de colegio acudió a visitarla. Después de tomar el té y de charlar de cosas sin importancia, la amiga se concentró en la misión que la había llevado allí. Mi abuela rompió a llorar y la tomó de la mano, un gesto íntimo habitual en ellas. ¿Qué haría ella en su situación?, preguntó. Al no obtener respuesta, insistió: «Sabes muy bien lo que significa ser una concubina. A ti no te gustaría serlo, ¿verdad? No sé si conoces una expresión de Confucio que dice: Jiang-xin-bi-xin. ¡Imagina que mi corazón fuera el tuyo!» A veces, la táctica de apelar a los preceptos de los sabios funcionaba mejor que una negativa directa.

La amiga regresó a su familia poseída por un gran sentimiento de culpabilidad, y notificó a todos su fracaso. Insinuó que le faltaba coraje para presionar más a mi abuela. Descubrió un aliado en De-gui, el segundo hijo del doctor Xia, quien ejercía como médico junto a su padre y por ello se hallaba más cercano a él que el resto de los hermanos. De-gui dijo que opinaba que debían permitir que se celebrara el matrimonio. El tercer hijo también comenzó a ablandarse cuando escuchó a su esposa describir el desconsuelo de mi abuela.

Los que más indignados se mostraban eran el hijo mayor y su mujer. Cuando ésta vio que los otros dos hermanos titubeaban, espetó a su marido:

– Por supuesto que no les importa. Tienen otros empleos, y ésa mujer no puede arrebatárselos. Pero, ¿y tú? Tú no eres más que el administrador de la hacienda del viejo, ¡y todo eso pasará a manos de ella y de su hija! ¿Qué será de mí y de mis hijos, pobres de nosotros? No tenemos nada a lo que recurrir. ¡Quizá sería mejor que nos muriéramos todos! ¡Quizá es eso lo que pretende tu padre! ¡Quizá debería suicidarme para hacerles a todos felices!

El discurso fue acompañado por grandes lamentos y copiosas lágrimas.

– Concédeme tan sólo hasta mañana -repuso su esposo en tono agitado.

Cuando el doctor Xia despertó a la mañana siguiente, halló a toda su familia, con excepción de De-gui (quince personas en total), arrodillada frente a su alcoba. En el momento en que hizo su aparición, su hijo mayor gritó!», «¡Kowtow!», y todos se postraron al unísono. A continuación, con voz temblorosa por la emoción, el hijo anunció:

– Padre, tus hijos, y toda tu familia, permaneceremos aquí postrados en kowtow frente a ti hasta la muerte o hasta que comiences a pensar en nosotros, tus familiares, y, sobre todo, en tu venerable persona.

El doctor Xia se enfureció tanto que su cuerpo comenzó a temblar. Ordenó a sus hijos que se pusieran en pie, pero antes de que nadie pudiera obedecer, el mayor habló de nuevo:

– No, padre, no nos moveremos. ¡No hasta que anules la boda!

El doctor Xia intentó razonar con él, pero el hijo continuó intimidándole con voz temblorosa. Finalmente, el doctor Xia, dijo:

– Sé lo que pensáis. No me queda mucho tiempo en este mundo. Si lo que os preocupa es el futuro comportamiento de vuestra madrastra, debo decir que no albergo duda alguna de que os tratará a todos muy bien. Sé que es una buena persona. Espero que comprendáis que no puedo ofreceros otra garantía que su carácter…

Al oír mencionar la palabra «carácter», el hijo mayor soltó un resoplido de desprecio:

– ¡Cómo puedes hablar de «carácter» tratándose de una concubina! ¡Para empezar, ninguna mujer decente hubiera aceptado convertirse en concubina!

A continuación, comenzó a insultar a mi abuela. Al oírlo, el doctor Xia no pudo controlarse. Alzó su bastón y comenzó a vapulear a su hijo.

Durante toda su vida, el doctor Xia había sido un modelo de calma y discreción. El resto de los miembros de la familia, aún de rodillas, contemplaban atónitos la escena. El bisnieto comenzó a chillar histéricamente. El hijo mayor se hallaba desconcertado, pero apenas tardó un segundo en recobrarse y en alzar de nuevo la voz, no sólo por el dolor físico sino por ver su orgullo herido a causa de verse apaleado frente a su familia. El doctor Xia, casi sin aliento por la ira y el esfuerzo, se detuvo. Inmediatamente, el hijo reanudó su sarta de insultos contra mi abuela. Su padre le gritó que se callara, y le golpeó con tanta, fuerza que el bastón se partió en dos.

El hijo ponderó su humillación y su dolor durante unos instantes. A continuación, extrajo una pistola y miró al doctor Xia frente a frente.

– Un súbdito leal puede servirse de su muerte para protestar ante su emperador, y un buen hijo debe hacer lo mismo frente a su padre. ¡Que mi muerte sea mi mejor protesta!

Se oyó un disparo. El hijo se tambaleó y, por fin, se derrumbó sobre el suelo. Se había disparado una bala en el abdomen.

Una carreta tirada por caballos le trasladó apresuradamente a un hospital cercano, donde murió al día siguiente. Probablemente, no había pretendido matarse, sino tan sólo llevar a cabo un gesto lo suficientemente dramático como para que su padre se viera obligado a ceder.

La muerte de su hijo sumió al doctor Xia en un profundo desconsuelo. Aunque exteriormente su aspecto era calmado como de costumbre, aquellos que le conocían podían advertir que su tranquilidad se hallaba impregnada de una profunda amargura. A partir de entonces, se mostró propenso a sufrir ataques de melancolía completamente ajenos a su tradicional imperturbabilidad.

Yixian hervía de indignación, rumores y acusaciones, lo que hizo que el doctor Xia -y, en especial, mi abuela- se sintieran personalmente responsables de su muerte. El doctor Xia quiso demostrar que no había de ser disuadido. Poco después del funeral por su primogénito, fijó una fecha para la boda. Advirtió a sus hijos que deberían mostrar el debido respeto a su nueva madre, y envió invitaciones a las personalidades de la ciudad. La costumbre exigía que todos acudieran y ofrecieran presentes. Asimismo, dijo a mi abuela que se preparara para una gran ceremonia. Ella, sin embargo, atemorizada por las acusaciones y el imprevisible efecto que pudieran tener en el doctor Xia, intentaba desesperadamente convencerse a sí misma de su inocencia. No obstante, experimentaba sobre todo una sensación de desafío. Consintió en la celebración del rito nupcial completo. El día de la boda, abandonó la casa de su padre en un lujoso carruaje al que acompañaba una procesión de músicos. De acuerdo con la costumbre manchú, su propia familia se encargó de alquilar un carruaje para que la transportara a lo largo de la mitad del trayecto que la separaba de su nueva casa, y el novio envió otro para cubrir el resto de la ruta. En el punto de encuentro, Yu-lin, su hermano de cinco años de edad, aguardó al pie de la carroza doblado sobre sí mismo, simbolizando con ello que la transportaba sobre sus espaldas hasta el carruaje del doctor Xia, proceso que repitió cuando llegaron a casa de éste. Una mujer no podía entrar por las buenas en la casa de un hombre, pues ello implicaría una grave pérdida de prestigio. Tenía que ser llevada al interior con objeto de denotar la debida reticencia.

Dos doncellas se encargaron de conducir a mi abuela a la estancia en la que debía celebrarse la ceremonia nupcial. El doctor Xia aguardaba frente a una mesa cubierta por un grueso tapete de seda bordada sobre la que descansaban las tablas del Cielo, la Tierra, el Emperador, los Antepasados y el Maestro. Lucía un sombrero decorado a modo de corona y adornado con un plumaje colgante en su parte posterior, e iba ataviado con una larga y amplia túnica bordada con mangas en forma de campana. Se trataba de una prenda tradicional manchú sumamente apropiada para la equitación y el arco, y derivada de los orígenes nómadas de los manchúes. Arrodillándose, realizó por cinco veces el kowtow frente a las tablas y, a continuación, penetró solo en la cámara nupcial.

A continuación, mi abuela -aún acompañada por sus dos asistentes- realizó cinco reverencias, llevándose cada vez la mano derecha al cabello en señal de saludo. No podía ejecutar el kowtow debido a lo complicado de su peinado. Hecho esto, siguió al doctor Xia al interior de la cámara nupcial y, una vez allí, se despojó del velo encarnado que cubría su cabeza. Las doncellas intercambiaron sendos jarrones vacíos en forma de cantimplora y partieron. El doctor Xia y mi abuela permanecieron sentados en silencio durante un rato y, por fin, el doctor Xia salió a saludar a los parientes e invitados. Durante varias horas, mi abuela se vio obligada a permanecer sola, sentada sobre el kang, frente a la ventana en la que aparecía un enorme recorte de papel rojo en el que se leía «doble felicidad». Esta costumbre se conocía con el nombre de «dejar que se asentara la felicidad», y simbolizaba la ausencia de turbación considerada cualidad esencial de cualquier mujer. Una vez que todos los invitados se hubieron marchado, un joven pariente del doctor Xia entró y tiró tres veces de la manga de mi abuela. Sólo entonces se le permitía descender del kang. Con la ayuda de dos asistentes, se despojó de su pesado atuendo bordado y se puso una sencilla túnica roja y unos pantalones del mismo color. Finalmente, se deshizo de su voluminoso peinado y de sus tintineantes joyas y se peinó con dos rizos sobre las orejas.

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