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DÓNDE ESTÁ Bonnie? -preguntó la niña-. A Oliver y a mí siempre nos cuida Bonnie.

– Bonnie nos ha dado plantón -dijo Lula-. Por eso estamos nosotras.

– No quiero que seas mi canguro. Estás gorda.

– No estoy gorda. Soy una mujer con sustancia. Y será mejor que tengas cuidado con lo que dices, porque si dices cosas de ésas en primer grado, te echarán del colegio de una patada en el culo. Estoy segura de que en primero no consienten esa clase de lenguaje.

– Le voy a decir a mi madre que has dicho «culo». Cuando sepa que has dicho «culo» no te pagará. Y nunca más te llamará para que nos cuides.

– ¡Qué desgracia tan grande! -dijo Lula.

– Esta es Lula. Y yo soy Stephanie -dije a la niña-. ¿Tú cómo te llamas?

– Me llamo Amanda y tengo siete años. Y no me gustáis ninguna de las dos.

– Va a ser una maravilla cuando llegue a la edad de tener el síndrome premenstrual -dijo Lula.

– Tu mamá no tardará mucho -dije a Amanda-. ¿Qué te parece si ponemos la televisión?

– A Oliver no le gustaría -dijo Amanda.

– Oliver -dije-, ¿quieres ver la televisión?

Oliver sacudió la cabeza.

– No -gritó-. ¡No, no, no!

Y se puso a llorar. A pleno pulmón.

– Ahora sí que la has armado buena -dijo Lula-. ¿Por qué grita? Tía, no puedo oír ni mis pensamientos. Que alguien le calle.

Me agaché junto a él.

– Oye, chicarrón. ¿Qué te pasa?

– ¡No, no, no! -gritó con la cara roja como un ladrillo y contraída por la ira.

– Si sigue frunciendo el ceño de esa manera tendrán que ponerle Botox.

Le palpé la zona del pañal. No parecía húmeda. No tenía ninguna cuchara metida por la nariz. Ninguna extremidad parecía haber sido amputada.

– No sé qué le pasa -dije-. Yo sólo entiendo de hámsters.

– Pues a mí no me mires -dijo Lula-. Yo no tengo ni idea de niños. Nunca fui niña. Nací en un antro de consumo de crack. En mi barrio la opción de ser niño ni siquiera se tenía en cuenta.

– Tiene hambre -dijo Amanda-. Va a seguir llorando así hasta que le deis algo de comer.

Encontré una caja de galletas en un armario y le ofrecí una a Oliver.

– No -gritó, y le dio un manotazo a la galleta.

Un perro de aspecto cochambroso salió disparado desde el pasillo y se zampó la galleta antes de que tocara el suelo.

– Oliver no quiere comer galletas -dijo Amanda.

Lula se tapó las orejas con las manos.

– Si no deja de aullar me voy a quedar sorda. Me está levantando dolor de cabeza.

Saqué una botella de zumo de la nevera.

– ¿Quieres de esto? -pregunté.

– ¡No!

Lo intenté con un helado.

– ¡No!

– ¿Qué te parecería una pierna de cordero? -preguntó Lula-. Yo me comería una pierna de cordero.

A estas alturas, Oliver estaba tirado en el suelo boca arriba, pataleando sobre las baldosas.

– ¡No, no, no!

– Esto sí que es un berrinche en toda regla -dijo Lula-. Este crío necesita un poco de disciplina.

– Le voy a decir a mi madre que habéis hecho llorar a Oliver -amenazó Amanda.

– Oye, no me agobies -contesté-. Hago lo que puedo. Tú eres su hermana. Podrías ayudarme.

– Quiere un sandwich de queso a la plancha -replicó Amanda-. Es su comida favorita.

– Menos mal que no quería una pierna de cordero -dijo Lula-. No habríamos sabido cómo cocinarla.

Encontré una sartén, mantequilla y queso, y me puse a tostar el sandwich. Oliver seguía desgañitándose a pleno pulmón y ahora se le había añadido el perro, que aullaba dando vueltas alrededor de él.

El timbre de la puerta sonó y pensé que, con la suerte que estaba teniendo, probablemente sería Jeanne Ellen. Dejé que Lula se encargara del sandwich de queso y fui a abrir. Me equivocaba en cuanto a que fuera Jeanne Ellen, pero no respecto a mi suerte. Era Steven Soder.

– ¿Qué demonios es esto? -dijo-. ¿Qué estás haciendo tú aquí?

– De visita.

– ¿Dónde está Dotty? Tengo que hablar con ella.

– ¡Eh! -gritó Lula desde la cocina-. Necesito una opinión autorizada sobre este sandwich.

– ¿Quién es ésa? -quiso saber Soder-. No parece la voz de Dotty. Más bien parece la de la gorda que me atizó con el bolso.

– En este momento estamos ocupadas -dije-. Quizá podrías volver más tarde.

Pasó por mi lado flexionando sus músculos y entró en la cocina.

– ¡Tú! -gritó a Lula-. Te voy a matar.

– No hables así delante de la n-i-ñ-a -dijo Lula-. No se debe usar esa clase de lenguaje violento. Cuando llegan a la adolescencia les remueve un montón de mierda por dentro.

– No soy estúpida -dijo Amanda-. Sé deletrear. Y le voy a contar a mi madre que has dicho «mierda».

– Todo el mundo dice «mierda» -contestó Lula, y me miró a mí-. ¿Verdad que todo el mundo dice «mierda»? ¿Qué tiene de malo decir «mierda»?

El sandwich de queso fundido de la sartén tenía una pinta estupenda, así que lo saqué con una espátula, lo puse en un plato y se lo pasé a Oliver. El perro dejó de correr en círculos, robó el sandwich del plato y se lo comió de un bocado. Y Oliver volvió a su berrinche.

– Oliver tiene que comer en la mesa -dijo Amanda.

– En esta casa hay que recordar un montón de cosas -protestó Lula.

– Quiero hablar con Dotty -dijo Soder.

– Dotty no está aquí -grité por encima del llanto de Oliver-. Habla conmigo.

– Ni lo sueñes -respondió-. Y, por los clavos de Cristo, que alguien haga callar a ese crío.

– El perro se ha comido su sandwich -explicó Lula-. Y es culpa tuya por habernos distraído.

– Pues haz tu numerito de Tía Jemima* y prepárale otro sandwich -dijo Soder.

Los ojos de Lula se le salían de las órbitas.

* Aunt Jemima es una famosa marca de sirope y harina para hacer tortitas, y se caracteriza por el dibujo de una cocinera negra al más puro estilo tradicional. [N. del T.J

– ¿Tía Jemima, dices? ¿Has dicho tía Jemima? -se encaró con él hasta que su nariz estuvo a unos milímetros de la de Soder, con una mano en la cadera y con la otra sujetando fuertemente la sartén-. Escúchame, asqueroso fracasado del culo, será mejor que no me llames Tía Jemima, porque puedo darte Tía Jemima en la cara con esta sartén. Lo único que me contiene es que no quiero m-a-t-a-r-t-e delante de los e-n-a-n-o-s.

Entendía la postura de Lula, a pesar de que, al ser una mujer trabajadora blanca, mi perspectiva de Tía Jemima era completamente diferente. A mí, ese personaje sólo me traía buenos recuerdos, de humeantes tortitas chorreando sirope. Me encantaba Tía Jemima.

– Toc, toc -dijo Jeanne Ellen desde la puerta abierta-. ¿Puede añadirse uno más a esta fiesta?

Jeanne Ellen llevaba otra vez su modelo de cuero negro.

– ¡Ahí va! -dijo Amanda-. ¿Eres Catwoman?

– Michelle Pfeiffer era Catwoman -dijo Jeanne Ellen. Luego bajó la mirada a Oliver. Estaba de nuevo tumbado en el suelo, pataleando y gritando-. Basta -dijo Jeanne Ellen.

Oliver parpadeó dos veces y se metió el dedo pulgar en la boca.

Jeanne Ellen me sonrió.

– ¿De canguro?

– Pues sí.

– Qué bonito.

– Tu cliente está inmiscuyéndose -protesté.

– Te presento mis disculpas -dijo Jeanne Ellen-. Ya nos vamos.

Amanda, Oliver, Lula y yo nos quedamos quietos como estatuas hasta que la puerta se cerró detrás de Jeanne Ellen y Soder. Luego, Oliver se puso a llorar otra vez.

Lula intentó calmarle, pero sólo consiguió que Oliver gritara aun más. Así que le hicimos otro sandwich de queso a la plancha.

Oliver estaba acabándose el sandwich cuando regresó Dotty.

– ¿Qué tal todo? -preguntó.

Amanda miró a su madre. Luego nos miró detenidamente a Lula y a mí.

– Muy bien -dijo-. Me voy a ver la televisión.

– Steven Soder se ha pasado por aquí -dije.

A Dotty se le fue el color de la cara.

– ¿Ha estado aquí? ¿Soder ha venido aquí?

Alargó una mano hacia Oliver, en un protector gesto maternal. Retiró el pelo de la frente del niño.

– Espero que Oliver no os haya dado mucho la lata.

– Oliver se ha portado de maravilla -dije-. Tardamos un poco en descubrir que lo que quería era un sandwich de queso a la plancha, pero a partir de ahí se ha portado de maravilla.

– A veces ser madre separada puede llegar a desbordarte un poco -dijo Dotty-. Las responsabilidades. Y lo de estar sola. Cuando todo va bien no importa, pero a veces a una le gustaría que hubiera otro adulto en casa.

– Le tienes miedo a Soder.

– Es una persona horrible.

– Deberías contarme lo que está pasando. Podría ayudarte -al menos, esperaba poder ayudarla.

– Necesito pensármelo -dijo Dotty-. Te agradezco el ofrecimiento, pero necesito pensármelo.

– Me pasaré mañana por la mañana para ver si estás bien -dije-. Tal vez mañana podamos aclarar todo esto.

Lula y yo ya estábamos a medio camino de Trenton y ninguna de las dos había dicho una palabra.

– La vida se está volviendo cada vez más rara -dijo Lula por fin.

Aquella frase resumía en gran medida mis pensamientos. Supongo que había progresado un poco. Había hablado con Evelyn. Ya sabía que, por el momento, se encontraba en lugar seguro. Y sabía que no estaba demasiado lejos. Dotty había tardado en ir y volver menos de una hora.

Soder se estaba poniendo muy pesado, pero entendía su comportamiento. Era un capullo, pero también era un padre preocupado. Lo más probable era que Dotty estuviera negociando una especie de tregua entre Evelyn y Soder.

A la que no podía entender era a Jeanne Ellen. El hecho de que siguiera vigilando la casa me preocupaba. Ahora que Dotty conocía la existencia de Jeanne Ellen, permanecer al acecho parecía algo sin sentido. Entonces, ¿por qué seguía Jeanne Ellen enfrente de la casa de Dotty cuando nos fuimos? Era posible que Jeanne Ellen quisiera ejercer cierta presión acosándola. Intentar que Dotty capitulara a base de hacerle la vida insoportable. Había otra posibilidad, que parecía algo desatinada pero que había que tener en cuenta: la protección. Jeanne Ellen estaba allí como la escolta de la reina. Tal vez Jeanne Ellen estaba protegiendo el vínculo entre Evelyn y Annie. Esto me planteaba una serie de preguntas que no era capaz de contestar, tales como: ¿de quién protegía Jeanne Ellen a Dotty? ¿De Abruzzi?

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