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– Se puso irracional -dijo Valerie-. Y cruel. Cometí un error minúsculo y se puso como una fiera, y empezó a gritarme delante de todo el mundo. Y sin darme cuenta me puse a contestarle en el mismo tono. Y me despidió.

– ¿Le gritaste?

– Últimamente he estado un poco alterada.

Sin coña. El mes pasado decidió que iba a intentar hacerse lesbiana y ahora le daba por gritar. ¿Qué sería lo próximo? ¿Darle una vuelta completa a la cabeza?

– ¿Y qué error cometiste?

– Tiré un poco de sopa. Eso fue todo. Se me cayó un poco de sopa.

– Era una de esas sopas instantáneas -dijo la abuela-. Una de esas que tienen fideos pequeñitos. Valerie la derramó encima de un ordenador, la sopa se coló por todas las aberturas y se cargó el sistema. Casi tienen que cerrar el banco.

Yo no quería que le pasara nada malo a Valerie. Pero no dejaba de ser agradable ver que la cagaba después de toda una vida de perfección.

– Me imagino que no habrás recordado nada nuevo de Evelyn -dije a Valerie-. Mary Alice dijo que Annie y ella eran amigas íntimas.

– Eran amigas del colegio -dijo Valerie-. No recuerdo haber visto nunca a Annie.

Miré a mi madre.

– Y tú, ¿conociste a Annie?

– Evelyn solía traerla por aquí cuando era más pequeña, pero dejaron de visitarnos hace un par de años, cuando Evelyn empezó a tener problemas. Y Annie nunca vino a casa con Mary Alice. Más aún, creo que Mary Alice nunca nos habló de Annie.

– Al menos nada que pudiéramos entender -dijo la abuela-. Puede que nos dijera algo en el idioma de los caballos.

Valerie, con aspecto deprimido, empujaba una galleta con el dedo por la mesa de la cocina. Si fuerano la deprimida, la galleta ya no existiría. Y ahora que lo pienso…

– ¿Te vas a comer esa galleta? -pregunté a Valerie.

– Seguro que los fideos esos eran como lombrices -dijo la abuela-. ¿Recordáis cuando Stephanie tuvo lombrices? El médico dijo que eran de la lechuga. Decía que no lavábamos bien la lechuga.

Me había olvidado de las lombrices. No era uno de los mejores recuerdos de mi infancia. Igual que el día que vomité espaguetis con albóndigas encima de Anthony Balderry.

Me acabé el refresco, me comí la galleta de Valerie y pasé a la casa de al lado para charlar con Mabel.

– ¿Alguna novedad? -pregunté a Mabel.

– Me han vuelto a llamar de la oficina de fianzas. ¿No se presentarán aquí y me echarán por las buenas, verdad?

– No. Tendrían que hacerlo por la vía judicial. Y la agencia de fianzas tiene buena reputación.

– No he sabido nada de Evelyn desde que se fue -dijo Mabel-. Y a estas alturas ya tendría que haber sabido algo.

Regresé al coche y marqué el número de Dotty.

– Soy Stephanie Plum -dije-. ¿Va todo bien?

– La mujer de la que me hablaste sigue sentada delante de mi casa. Incluso me he tomado el día libre porque me tiene aterrada. He llamado a la policía, pero me han dicho que no pueden hacer nada.

– ¿Tienes la tarjeta con mi número de busca?

– Sí.

– Llámame si quieres ir a ver a Evelyn. Te ayudaré a esquivar a Jeanne Ellen.

Corté la comunicación e hice un gesto de impotencia. ¿Qué más podía hacer?

El timbre del teléfono me hizo dar un brinco. Era Dotty que me devolvía la llamada.

– De acuerdo, necesito ayuda. No estoy diciendo que sepa dónde está escondida Evelyn. Sólo digo que necesito ir a un sitio y no quiero que me sigan.

– Entendido. Estoy a unos cuarenta y cinco minutos.

– Entra otra vez por la puerta de atrás.

Puede que después de todo Jeanne Ellen me estuviera haciendo un favor. Había puesto a Dotty en situación de necesitar mi ayuda. Raro, ¿eh?

Lo primero que hice fue pasarme por la oficina y recoger a Lula.

– Vamos a divertirnos -dijo-. Yo me encargo de distraer a Jeanne Ellen. Soy la reina de la distracción.

– Estupendo. Pero recuerda una cosa: nada de tiros.

– Tal vez una llanta -dijo Lula.

– Ni una llanta. Nada. Ni un solo disparo.

– Espero que te des cuenta de que eso dificulta en gran medida mi maniobra de distracción.

Lula llevaba las botas nuevas con una minifalda de tejido elástico y color amarillo limón. Me dio la impresión de que no le costaría mucho distraer a alguien.

– Este es el plan -dije cuando llegamos a South River-: voy a aparcar a una manzana de la casa de Dotty y vamos a entrar por detrás. Luego, tú puedes ocuparte de Jeanne Ellen mientras yo me llevo a Dotty adonde esté Evelyn.

Acortamos por los patios y llamé con un solo golpe a la puerta de la cocina.

Dotty abrió la puerta y sofocó un grito.

– Santo Dios -dijo-. No esperaba a… dos personas.

Lo que no esperaba era a una negra sobredimensionada reventando una diminuta minifalda amarilla.

– Ésta es mi socia Lula -dije-. Se le dan bien las labores de distracción.

– Te creo.

Dotty iba vestida con vaqueros y zapatillas de deporte. Tenía preparada una bolsa de alimentos encima de la mesa de la cocina y llevaba a un niño de dos años en brazos.

– Tengo un problema -dijo-. Una amiga mía se ha quedado sin nada de comida en casa y no puede salir a la compra. Y quiero llevarle estas cosas.

– ¿Jeanne Ellen está delante de la casa?

– Se ha ido hace unos diez minutos. Lo hace de vez en cuando. Se pasa horas ahí sentada y luego se marcha un rato; pero siempre regresa.

– ¿Por qué no le llevas la compra a tu amiga cuando se va Jeanne Ellen?

– Tú me dijiste que no lo hiciera. Tú dijiste que, aunque no la viera, me seguiría.

– Bien pensado. Bueno, éste es el plan: tú y yo nos escabulliremos por la parte de atrás e iremos en mi coche. Y Lula se llevará tu coche. Lula nos confirmará que no nos siguen y despistará a Jeanne Ellen si aparece.

– No me vale -dijo Dotty-. Tengo que ir sola. Y necesito que alguien se quede con los crios. La canguro me acaba de dar plantón. Voy a tener que ir yo sola por detrás y llevarme tu coche, mientras tú te ocupas de los niños. No tardaré mucho.

Lula y yo gritamos «no» al mismo tiempo.

– No es buena idea -dije-. Nosotras no cuidamos niños. La verdad es que no sabemos nada de niños -miré a Lula-. ¿Tú sabes algo de niños?

Lula sacudió la cabeza con energía.

– No sé nada de niños. Y tampoco quiero saber nada de niños.

– Si no le llevo esta comida a Evelyn, va a salir a comprarla ella misma. Si la reconocen tendrá que buscar otro escondite.

– Evelyn y Annie no pueden pasarse toda la vida escondidas -dije.

– Ya lo sé. Estoy intentando arreglar las cosas.

– ¿Hablando con Soder?

La sorpresa se reflejó con claridad en su cara.

– Tú también me has estado vigilando.

– Soder no parecía muy feliz. ¿De qué discutíais?

– No te lo puedo decir. Y tengo que irme. Por favor, dejad que me vaya.

– Quiero hablar con Evelyn por teléfono. Necesito saber que está bien. Si puedo hablar con ella por teléfono dejaré que te vayas. Y Lula y yo nos quedaremos de canguros.

– Alto ahí -dijo Lula-. A mí no me convence ese trato. Los crios me aterran.

– De acuerdo -dijo Dotty-. No creo que pase nada malo por que hables con Evelyn.

Fue al salón y marcó el número. Mantuvieron una breve conversación y Dotty regresó y me pasó el teléfono.

– Tu abuela está preocupada -dije a Evelyn-. Está preocupada por ti y por Annie.

– Dile que estamos bien. Y, por favor, deja de buscarnos. Lo único que haces es complicar más las cosas.

– No es por mí por quien tienes que preocuparte. Steven ha contratado a una investigadora privada que es muy buena.

– Ya me lo ha dicho Dotty.

– Me gustaría hablar contigo.

– No puedo. Primero tengo que arreglar las cosas.

– ¿Qué cosas?

– No puedo hablar de eso -y colgó.

Le di a Dotty las llaves de mi coche.

– Estate muy atenta a Jeanne Ellen. No dejes de mirar el retrovisor por si te sigue.

Dotty agarró la bolsa de la compra.

– No dejes que Scotty beba del retrete -dijo, y se marchó.

El niño estaba de pie en medio de la cocina, mirándonos a Lula y a mí como si no hubiera visto a un ser humano en su vida.

– ¿Tú crees que éste será Scotty? -preguntó Lula.

Una niña apareció en el pasillo que conducía a las habitaciones.

– Scotty es el perro -dijo-. Mi hermano se llama Oliver. ¿Y vosotras quiénes sois?

– Somos las canguros -dijo Lula.

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