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– Los de la OJE sí, pero los de Acción Católica no tienen uniformes.

– ¿Pero a que cantan himnos y marcan el paso? -Si se apuntara a Acción Católica lo llevarían a la playa y aprendería a nadar -intercede mi madre.

– ¿Y si se ahoga? ¿No has visto cuánta gente se ahoga en las playas y en los ríos desde que empezó la moda de los veraneos? Con lo torpe que es éste, es capaz de ahogarse hasta en una bañera. -No será en la que tenemos nosotros.

– Y qué falta nos hace, pudiendo usar la ducha que instaló tu hermano Pedro…

El padre Peter me deja libros y luego me cita en su cuarto o en su despacho para comentarlos.}Diario de Daniel},}Fe y compromiso},}Los curas comunistas},}El Evangelio y el ateo},}Una chabola en Bilbao}.

Libros de jóvenes que viven profundas crisis existenciales que yo no acabo de entender salvo en su parte de obsesión erótica o que abandonan todas las comodidades para}darse a los demás}, o para irse a trabajar a las minas o al campo, lo cual entiendo menos todavía, porque a lo que yo aspiro es exactamente a lo contrario, abandonar el campo y disfrutar de esas comodidades de las que sólo tengo noticia gracias a mi tía Lola y a las revistas ilustradas que encuentro en su casa.

El padre Peter dice que estoy muy cerca del principio de mi camino, pero que todavía tengo que encontrarlo.

Que lo que importa no es adónde se quiere ir sino el camino por el que se avanza. Que la palabra vocación significa llamada, y que yo he de permanecer atento para escuchar una voz.

La voz de Dios, que va a exigirme compromiso y entrega, renuncia a mí mismo, decisión de dar, de darme a los otros. En el joven hay una inspiración de ideal, una dimensión de anhelo que la sociedad no reconoce, y eso despierta su rebeldía y la incomprensión de los adultos. ¿No fueron rebeldes los profetas del Antiguo Testamento? ¿No fue Jesucristo el primer revolucionario? Esos jóvenes que se dejan barba y pelo largo y caminan descalzos por las calles de París o de San Francisco y se congregan en medio de un valle para escuchar a los conjuntos de música moderna como se congregaban hace dos mil años otros jóvenes inquietos en torno a Jesús, ¿no están esperando a oír de nuevo, en el lenguaje de hoy, el sermón de las Bienaventuranzas?}Los jóvenes de esta historia son inquietos, indisciplinados, incisivos, llevan el cabello largo y los pies descalzos}, dice la contraportada de un libro que me dejó el padre Peter. Yo me imagino que me gustaría también ser inquieto, indisciplinado, incisivo, y no tan obediente como soy, y llevar el cabello largo, y no con este corte rústico que me hace el peluquero de mi padre. Lo que no acabo de entender bien es lo de los pies descalzos, que me recuerdan a los penitentes más extremos de la Semana Santa.}Estos jóvenes se pronuncian por el amor libre, en contra de la violencia, pero se esconden de la verdad humana}. Cuando confiesa, el padre Peter no impone padrenuestros o avemarías como penitencia: es uno mismo quien tiene que crear su propia oración, quien tiene que planteársela como una sincera conversación con Dios, y más que palabras repetidas de memoria y quizás no sentidas con el corazón lo que Jesucristo nos pide son pequeños gestos de compromiso con los otros. La masturbación, que muchos consideran sólo un pecado contra la pureza, es sobre todo un acto de egoísmo, porque nos encierra en nosotros justo cuando el propósito de ese sano impulso es tender lazos generosos hacia esa}comunión de la carne} que queda santificada porque es una}comunión del espíritu}.

En los libros que me presta el padre Peter hay muchas frases en cursiva, y otras que han sido subrayadas con lápiz por él, y aunque yo las leo en voz alta y me esfuerzo por entenderlas nunca estoy seguro de lo que quieren decir. También él, cuando habla, parece que dijera algunas frases o algunas palabras en cursiva, y a veces tiene un cuaderno abierto delante y dibuja en él gráficos con flechas y signos que yo miro moviendo despacio la cabeza, porque están pensados para explicar más claramente las cosas. Yo le pregunto por qué Dios permite que sufran los inocentes, por qué eligió a Judas y no a otro de los discípulos para traicionar a Cristo, sabiendo que lo condenaba a la desesperación y al suicidio, y por lo tanto al Infierno. ¿Qué pecados han cometido los niños de Biafra para morirse de hambre y de enfermedad nada más nacer, para ser decapitados junto a sus madres o incluso arrancados de sus vientres y aplastados contra el suelo? Si yo voy al Cielo y mi padre o mi madre o alguien muy querido por mí van al Infierno, ¿cómo podré disfrutar de la felicidad eterna, sabiendo que ellos sufren y que van a seguir haciéndolo por toda la Eternidad? Me siento audaz haciendo estas preguntas, casi malvado, casi hereje. ¿Cómo se concilia el relato bíblico de la Creación en seis días con las pruebas abrumadoras que confirman la verdad científica de la teoría de la Evolución? A diferencia de los otros curas del colegio, el padre Peter sonríe siempre y habla como un amigo, pasándole a veces a uno el brazo por el hombro, sobre todo en esos largos paseos por los corredores o por el patio que él prefiere a la formalidad del confesonario.

La Biblia, y menos el Génesis, no ha de ser entendida como un relato literal: igual que Cristo hablaba en parábolas, para ser entendido por las gentes sencillas a las que dirigía su mensaje, la Biblia nos propone metáforas que la razón del Hombre no siempre sabe interpretar. ¿Interpretamos siempre correctamente el lenguaje de los poetas, el de los niños, incluso el de las personas más próximas? El padre Peter me promete que me dejará pronto un libro sobre las investigaciones paleontológicas de Teilhard de Chardin, y me pregunta con una sonrisa si me apetece confesarme:

allí mismo, en su despacho, como en una conversación entre amigos, sin más trámite litúrgico que ponerse la estola. Yo me confesaba con el padre Peter, pero empezó a darme tanta vergüenza que mi pecado fuera siempre el mismo, y que tuvieran tan poca eficacia el dolor de corazón, los propósitos de enmienda, hasta las conversaciones personalizadas con Dios, que poco a poco dejé de}acercarme al sacramento}, como él dice. Un día, casi al final del curso, me dijo que me quedara en el aula al terminar la clase y mientras recogía de la mesa sus cuadernos y sus diapositivas -el padre Peter usa diapositivas para las clases de Geografía y también para las charlas religiosas- me preguntó si me pasaba algo, si tenía alguna preocupación, alguna duda que no me atreviera a confiar a nadie. La confesión, la comunión son alimentos del espíritu, y uno se debilita y pierde las defensas si se priva demasiado tiempo de ellos, igual que si no toma bocado y no bebe agua. Cerrarse de par en par a los otros, como una casa a oscuras y bajo llave, ¿no es privarse del alimento más necesario de todos? Comulgar significa compartir: eucaristía es encuentro. Se puede recibir la hostia sagrada en la boca y sin embargo no estar participando de la comunión, porque el alma se mantiene cerrada.

En su despacho, el padre Peter buscó unos libros en la estantería, y me dijo que los leyera despacio, tomando notas, subrayando si me apetecía.

– Te los lees y cuando los termines te pasas tranquilamente por el colegio y charlamos sobre ellos. No hay prisa. Yo voy a quedarme aquí todo el verano.

La verdad es que no he leído los libros, que nada más abrirlos me han producido un aburrimiento invencible.

Prefiero}El origen de las especies}, o}El viaje del Beagle}, o}El mono desnudo}, con sus excitantes descripciones zoológicas de los cuerpos masculino y femenino, de los episodios de la excitación y el cortejo y la consumación sexual, que me hacen encerrarme en el retrete cada vez que los leo y olvidar mis propósitos de pureza. Devolverle hoy sus libros de palabrería teológica y sentimentalismo cristiano al padre Peter es un pretexto improvisado para no ir a la huerta de mi padre. Pero lo cierto es que hasta hace poco esos mismos libros me despertaban emociones religiosas, me aliviaban la angustia y la culpabilidad, incluso me inculcaban como una vaga inquietud de hacerme sacerdote o misionero, de darme a los demás sin esperar la compensación de mi egoísmo.

En el kiosco de la plaza del General Orduña cuelgan los periódicos del día anterior con titulares en letras enormes. La velocidad del viaje a la Luna se mide en pies por segundo pero los periódicos de Madrid llegan a Mágina con uno o dos días de retraso, dependiendo de la lentitud y de las averías del tren correo o del autobús de línea. "Comienza en cabo Kennedy la era espacial; el hombre: un día salió del paraíso y hoy sale de su valle de lágrimas en busca de no se sabe bien qué; el astronauta Aldrin consulta a su director espiritual desde la nave Apolo". Yo subo hacia el colegio, en la mañana fresca, con los libros del padre Peter bajo el brazo, con el aburrimiento anticipado de la conversación que mantendré con él. Al repetir la caminata por las mismas calles por las que crucé la ciudad cada mañana durante todo el curso, con la cabeza baja y la pesada cartera en una mano, con una melancolía opresiva que ahora se me ha vuelto remota, tengo de pronto la sensación de que ha pasado mucho tiempo desde que terminaron las clases y los exámenes, hace menos de un mes. Veo el edificio familiar a lo lejos y es como si volviera a visitar lugares donde vivió alguien que lleva mi nombre y comparte mis recuerdos pero que ya no tiene nada que ver conmigo.

El Colegio Salesiano Santo Domingo Savio está en un descampado a las afueras de la ciudad, hacia el norte, junto a la salida de la carretera de Madrid. Las últimas casas se acaban, más allá de la estación de los tranvías que van hacia el valle del Guadalquivir, y en el espacio llano y árido se alzan unos cuantos árboles solitarios y tres edificios que sólo tienen en común su aislamiento, y un aire entre industrial y carcelario, muros largos de piedra encalada que recuerdan al cementerio no muy lejano.

Cada uno de los tres edificios parece erigido para indicar el máximo de distancia hacia los otros y resaltar la amplitud desierta que lo rodea, y que ya no pertenece a la ciudad, pero tampoco al campo, una tierra de nadie entre las últimas casas y las primeras avanzadillas rectas de los olivares.

Hay una ermita parcialmente en ruinas, una fundición, el bloque largo y opaco del colegio, con sus filas de ventanas estrechas e iguales y un torreón en el ángulo sudoeste que confirma la severidad penitenciaria de su arquitectura.}Tu mole escurialense}, dice el himno del colegio, letra y música del Padre Prefecto, don Severino, que es también el director del coro, y nos inculca cada tarde cantos gregorianos y estrofas marciales:

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