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HISTORIA Y HERMENÉUTICA

– «… Estos treinta años o más que he pasado entre los dioses y las diosas exóticos, bárbaros, irreductibles; nutriéndome de mitos, obsesionado por los símbolos, arrullado y hechizado por tantas imágenes que hasta mí llegaban desde aquellos mundos sumergidos, me parecen hoy como las etapas de una larga iniciación. A cada una de esas figuras divinas, a cada uno de esos símbolos o mitos va unido un peligro que he afrontado o superado. Cuántas veces estuve a punto de "perderme", de extraviarme en aquel l aberinto en que corría el peligro de ser muerto, esterilizado. "emasculado" (p or una de aquellas terribles diosas madres, quizá). Una serie infinita de aventuras intelectuales, y digo 'aventuras' en su sentido primario de riesgo existencial. No fueron únicamente los 'conocimientos' lenta y tranquilamente adquiridos en los libros, sino aún más los encuentros, las tensiones y las tentaciones. Ahora me doy cuenta perfecta de todos los peligros que esquivé durante aquella larga 'búsqueda', y ante todo del peligro que significaba el olvido de que yo me había propuesto un fin, que me dirigía hacia algo, que aspiraba a llegar a un 'centro'».

Esta confidencia corresponde al 10 de noviembre de 1959, en su Diario. Todo queda un tanto velado, enigmático. ¿Podría hablar hoy con mayor claridad?

– El espíritu corre un riesgo cuando trata de penetrar el sentido profundo de una de esas creaciones mitológicas o religiosas que son otras tantas expresiones existenciales del hombre en el mundo. Del hombre: de un cazador primitivo, de un labrador del Asia oriental, de un pescador de Oceanía. En el esfuero hermenéutico que desarrolla el historiador de las religiones, el fenomenólogo, por entender desde dentro la situación de ese hombre, hay siempre un riesgo: no sólo el de dispersarse, sino también el de sentirse fascinado por la magia de un chamán, los poderes de un yogui, la exaltación de un miembro de cualquier sociedad orgiástica. No me refiero a que pueda sentirse la tentación de hacerse yogui, chamán, guerrero o exaltado, sino a que se tiene el sentimiento de hallarse inmerso en unas situaciones existenciales extrañas al hombre occidental, que además le resultan peligrosas. Este contacto con unas formas exóticas capaces de obsesionarnos, de tentarnos, supone un peligro de orden psíquico. Por eso he comparado tal búsqueda a un largo viaje por el laberinto; es una especie de prueba iniciática. El esfuerzo necesario para entender el canibalismo, por ejemplo; en efecto, el hombre no se vuelve caníbal por instinto, sino como consecuencia de una teología y de una mitología. Es algo que, junto con una serie infinita de situaciones del hombre en el mundo, ha de revivir el historiador de las religiones si es que aspira a entenderlas.

Cuando el hombre tuvo conciencia de su modo de ser en el mundo, así como de las responsabilidades vinculadas a ese ser en el mundo, se tomó una decisión que luego resultaría trágica. Pienso en la invención de la agricultura, no la de los cereales en el Próximo Oriente, sino la de los tubérculos en la zona tropical. La concepción de aquellas poblaciones es que la planta nutricia es fruto de un asesinato primordial. Un ser divino fue muerto, descuartizado, y los fragmentos de su cuerpo dieron origen a unas plantas hasta entonces desconocidas, especialmente a los tubérculos, que desde entonces constituyen el principal alimento de los humanos. Sin embargo, para asegurar la cosecha siguiente, hay que repetir ritualmente el primer asesinato. De ahí el sacrificio humano, el canibalismo y otros ritos a veces crueles. El hombre ha apren-dido no sólo que su condición le exige matar para vivir, sino que además ha asumido la responsabilidad de la vegetación, de su pe-rennidad, y por ello mismo ha asumido el sacrificio humano y el canibalismo. Esta concepción trágica que durante milenios mantuvo una parte de la humanidad, según la cual la vida queda asegurada mediante la muerte, cuando no se trata únicamente de describirla en un estudio antropológico, sino de comprenderla además existencialmente, supone comprometerse en una experiencia que a su vez resulta trágica. El historiador y fenomenólogo de las religiones no se sitúa ante estos mitos y estos ritos como ante objetos externos, como serían una inscripción que ha de descifrar o una institución que tiene que analizar. Para entender desde dentro ese mundo hay que vivirlo. Es como un actor que entra en sus papeles, que los asume. Hay a veces tanta diferencia entre nuestro mundo ordinario y ese otro mundo arcaico que hasta la propia personalidad puede entrar en el juego.

– ¿Se trata a la vez de la propia Identidad y de la afirmación de las propias razones frente a las potencias terribles de l o irracional?

– Su fórmula es exacta. Es bien sabido, por ejemplo -y hasta los freudianos lo dicen-, que el psiquiatra compromete su propia razón por frecuentar la enfermedad mental. Lo mismo cabe decir del historiador de las religiones. Lo que estudia le afecta profundamente. Los fenómenos religiosos expresan situaciones existenciales. Se participa en el fenómeno que se trata de descifrar, como si se tratara de un palimpsesto, de la propia genealogía, de la propia historia. Es mi historia. Y en todo ello, efectivamente, va envuelta la potencia de lo irracional… El historiador de las religiones, por tanto, ambiciona conocer y por ello mismo comprender las raíces de su cultura, de su mismo ser. Al precio de un largo esfuerzo de anamnesis deberá terminar por recordar su propia historia, es decir, la historia del espíritu humano. Mediante la anamnesis, el historiador de las religiones rehace en cierto modo la Fenomenología del espíritu. Pero Hegel se ocupó únicamente de dos o tres culturas, mientras que el historiador de las religiones se ve obligado a estudiar y entender la historia del espíritu en su totalidad, a partir del Paleolítico. Se trata, por consiguiente, de una historia verdaderamente universal del espíritu. Creo que el historiador de las religiones ve mejor que los demás investigadores la continuidad de las distintas etapas del espíritu humano y, finalmente, la unidad profunda y fundamental del espíritu. De este modo se revela la condición misma del hombre De ahí que me parezca decisiva la aportación del historiador de las religiones, que descubre la unidad de la condición humana, y ello precisamente en un mundo moderno que está en trance de «planetarizarse».

– Ha hablado de «tentaciones…» Pero, si recordamos las «tentaciones» de san Antonio en el Bosco, por ejemplo, se trata de unas «tentaciones» extrañas, ya que los objetos de la tentación no nos «tientan»; otras, en cambio, son apariciones espantosas… ¿En qué sentido quiere decir que se sintió «tentado» durante su anamnesis como historiador de las religiones?

– Cuando se llega a comprender la coherencia y hasta la nobleza, la belleza de la mitología y diríamos incluso de la teología que sirve de base al canibalismo… Cuando se llega a entender que no se trata de un comportamiento animal sino de un acto humano, que es el hombre, como ser libre capaz de tomar una decisión en el mundo, el que ha decidido matar y comer a su prójimo, si bien inconscientemente, el espíritu siente la tentación de esa enorme libertad que acaba de descubrir: se puede matar, ser caníbal, sin perder la «dignidad humana»… Del mismo modo, cuando se estudian los ritos orgiásticos y se llega a captar su extraordinaria coherencia: se inicia la orgía, y quedan suprimidas todas las reglas, el incesto y la agresividad ya son lícitos, todos los valores quedan invertidos… Y el sentido de este rito es que regenera el mundo. Ante este descubrimiento se sienten deseos de gritar de gozo, como Nietzsche ante su descubrimiento del eterno retorno. Pues también ahí resuena una invitación a la libertad total. Es inevitable pensar entonces: ¡qué libertad extraordinaria, qué creatividad se puede alcanzar como fruto de esas libertades! Exactamente igual que la tribu indonesia después de la gran orgía de fin de año que recrea un mundo regenerado henchido de fuerza. Para mí, un occidental moderno, esto significa que siempre puedo comenzar de nuevo mi vida y, por consiguiente, asegurar mi creatividad… En este sentido se puede hablar de tentaciones.

Pero hay además peligros de orden luciferino. Cuando se llega a comprender que un hombre cree posible cambiar el mundo como resultado de una meditación y de ciertos ritos; cuando se trata de saber por qué motivos se siente tan seguro de que podrá convertirse realmente en dueño del mundo o al menos de su aldea… También en esto se experimenta la tentación de la libertad absoluta, es decir la supresión de la condición humana. El hombre es un ser limitado, condicionado, mientras que la libertad de un dios, de un antepasado mítico o del espíritu carece de cuerpo mortal. Se trata de verdaderas tentaciones. P ero no quiero dar a entender en modo alguno que un historiador de las religiones pueda sentirse tentado por el canibalismo, por la orgía o por el incesto.

– Acaba de hablar de canibalismo y de incesto, pero ha insistido sobre todo en el canibalismo. ¿Es esta, a su juicio, la clave trágica del hombre?

– El incesto, la abolición temporal de todas las leyes, es un fenómeno que aparece en muchas culturas que desconocen el canibalismo. El canibalismo y la decisión de garantizar mediante el sacrificio humano la fecundidad o incluso la vida del mundo son, a mi entender, situaciones extremas.

– Escuchándole me acuerdo de Pasolini, obsesionado por el festín caníbal, en su obra. Festín que, en Porcherie, significa la Ultima Cena…

– Pasolini se sentía fascinado por el problema de una regresión no al salvajismo animal, sino a otro grado cultural. El canibalismo no tiene realmente importancia sino cuando es ritual, cuando está integrado en la sociedad. Por otra parte, es natural que un cristiano, al reflexionar sobre el significado de los sacramentos, termine por decirse: también yo soy caníbal… Otro italiano, P apini, creo que en su Diario, advertía que la misa no es la conmemoración, sino la actualización de un sacrificio humano: estos hombres matan de nuevo al hombre-dios y luego comen su carne y beben su sangre.

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