– ¿Consigue preservar su vida personal, su vida de escritor y su vida de investigador?
– Sí, porque el curso prevé una interrupción de las clases y un «período de lectura» para el estudiante. Además, durante el segundo trimestre de invierno doy únicamente un seminario. Entonces puedo ocuparme de sus propios trabajos. Pero como sabe, cuando me doy cuenta de que puedo ayudar a alguien, renuncio de buena gana a mi trabajo o dedico al trabajo algo más de tiempo por la noche o por la mañana. Hago un esfuerzo. Pienso que esto es importante. Si veo que alguien escucha, pero no pone mucho interés, le propongo la lectura de algunos libros, míos o de otros autores, es igual.
– Finalmente, ¿qué se siente más, profesor o gurú?
– Siempre se corre el riesgo, sobre todo en América, y más aún en la costa del Pacífico, al menos en algunos casos, de que le tomen a uno por un gurú. Un año daba yo un curso en la Univer sidad de Santa Bárbara sobre las religiones indias, desde el Rig-Veda hasta la Bhagavad-Gita. Terminado el curso, los estudiantes venían a verme, me consideraban un gurú capaz de darles la solución para su vida interior. Entonces les decía yo: «No se confundan. Aquí soy el profesor, no un gurú. Puedo ayudarles, pero sólo como profesor. Aquí quiero únicamente presentarles las cosas tal como yo creo que son».
– ¿Cómo ve y en qué situación le parece que se encuentra esa juventud americana a la que conoce tan de cerca y para la que la religión no es muchas veces una simple materia de estudio?
– Lo que he visto en Chicago y en Santa Bárbara es apasionante. En América, la historia de las religiones es una disciplina que se ha puesto de moda, no sólo entre los estudiantes, que, como decía Maritain, son «analfabetos desde el punto de visto religioso», sino también entre quienes sienten alguna curiosidad por la religión de otros pueblos: el hinduismo, el budismo, las religiones arcaicas y primitivas. El chamanismo es objeto casi de una verdadera manía. Pintores, gente del teatro se interesan por este tema, y también muchos jóvenes; piensan que sus drogas les preparan para comprender la experiencia chamánica. Entre estos estudiantes, algunos han encontrado el absoluto en una secta efímera como Meher Baba, Hare Krishna, Jesús Freaks, algunas sectas zen… No les animo, pero tampoco critico su elección, pues me dicen: «Antes yo me drogaba, vivía como una larva, no creía en nada, estuve a punto de suicidarme dos veces, por poco me matan un día que estaba drogado, pero ahora he encontrado el absoluto». No les digo que ese «absoluto» no es de la mejor calidad, ya que, de momento, ese joven que estaba inmerso en el caos, en el puro nihilismo, que respiraba una agresividad peligrosa para la colectividad ha encontrado algo. Ocurre a veces que a partir de ese «absoluto», que frecuentemente no pasa de ser un pseudo absoluto, el joven se encuentra a sí mismo y quizá más tarde lea las Upa-nishads, el maestro Eckart o la Cábala, hasta encontrar una verdad personal. Raras veces he encontrado un estudiante que haya pasado del vacío religioso y de un desequilibrio casi neurótico a una postura religiosa bien articulada: cristianismo, judaísmo, budismo, Islam. No, siempre hay de por medio una pseudomorfosis, alguna cosa fácil, barata, poco auténtica, al menos para lo demás, puesto que para ellos mismos es el absoluto, la salvación. La segunda etapa los lleva a una forma más equilibrada, más rica de sentido.
– El otro día me dijo que la ruptura con el monoteísmo y con el ateísmo, que es la otra cara de la moneda, se realizaba en esta juventud por dos caminos, uno el de la «religión n atural», la «religión cósmica», y el otro, el de las «religiones orientales».
– Sí… Al principio se trata de una reacción casi instintiva contra el establishment, contra sus padres por consiguiente. Sus padres frecuentan la sinagoga, la catedral o la iglesia baptista; lo que ocurre entonces es que se rechaza totalmente ésta religión, esta tradición religiosa. Ya no les interesa. Imposible convencerles de que lean la menor cosa. Un día viene a verme un estudiante judío: el judaísmo no tiene sentido alguno, me dice, es un fósil. Sin embargo, ha encontrado la revelación en un gurú, en un yogui que llevaba en la ciudad algunas semanas. Yo le pregunté: «¿Qué conoce del judaísmo?» No conocía nada, no había leído ni siquiera un salmo, un profeta, nada. No digo nada de la Cábala. Traté entonces de convencerle: «Lea algún texto de su propia tradición. Entonces podrá superarla o abandonarla». No, no quería nada de aquello que para él carecía de sentido. Ya lo ve, esta es la actitud de una generación de jóvenes que lo rechaza todo en bloque: sistema, comportamientos y valores de sus padres, tradición religiosa. Pues bien, para una parte de esta juventud, contestataria, las gnosis extremo-orientales, especialmente el yoga y el zen, tienen un extraordinario poder de fascinación. Estoy seguro de que ello les sirve de ayuda. Cuando llega una misión de Rama-krishna, siempre hay algún swami que les ayuda a leer algunos libros. A veces no se contentan con leer los libros que tratan del chamanismo americano, sino que se van a pasar una parte de sus vacaciones en alguna tribu.
¿Qué pasa con la juventud americana? No soy capaz de decirlo. En los centros de estudio todo el mundo dice que la droga ha perdido gran parte de su seducción. Hoy se acude a la «meditación», a todo tipo de meditación; el mayor éxito corresponde a la «meditación trascendental». Creo que son instrumentos capaces de prestarles alguna ayuda al principio; luego encontrarán los maestros y los medios de una realización más articulada. E incluso si abandonan su experiencia «californiana» y se convierten en funcionarios, conductores, profesores, creo que se habrán enriquecido con ella.
– La prensa se complace en hablar de sectas y cismas. Ayer, Manson y Moon. Hoy, en Francia, la querella de los i ntegristas. Me gustaría saber qué piensa de esta «actualidad r eligiosa» y también del «movimiento hippy», que conoció muy de cerca.
– Por lo que respecta a la Iglesia católica, es evidente que no se trata sólo de una crisis de autoridad sino también de una crisis dé las viejas estructuras, litúrgicas y teológicas. No creo que haya llegado el fin de la Iglesia, sino quízá el de una cierta Iglesia cristiana. Creo que será una crisis creadora y que después de pruebas y controversias aparecerán algunas cosas más interesantes, más vivas, más significativas. Pero no es posible anticipar nada.
En cuanto a las sectas, como siempre ocurre, estos movimientos están en condiciones excepcionales para revelar algo nuevo y positivo. Pero, a mi modo de ver, lo más importante de todo es el fenómeno hippy, pues nos ha permitido tener la prueba de que una generación joven, descendiente de diez generaciones cristianas. protestantes o católicas, ha descubierto la dimensión religiosa de la vida cósmica, de la desnudez y de la sexualidad. Protesto contra quienes consideran que la tendencia a la sexualidad y a la orgía de los hippies forma parte del movimiento de liberación sexual que cunde en el mundo entero. En su caso se trata sobre todo de lo que podríamos llamar la «desnudez paradisiaca» y de la unión sexual como rito. Han descubierto el sentido profundo, religioso, de la vida. Después de esta experiencia, se han liberado de toda clase de supersticiones religiosas, filosóficas, sociológicas. Ahora son libres. Han redescubierto la dimensión de la sacralidad cósmica, experiencia anulada desde hacía mucho tiempo, desde los tiempos del Antiguo Testamento. Recuerde con cuanta indignación y con cuánto dolor se pronunciaban los profetas contra el culto de Baal y de Belit, cuando lo cierto es que era aquélla una religión de estructura cósmica que poseía una inmensa grandeza. Era la manifestación de la sacralidad del mundo, a través de una diosa a través de la hierogamia, a través de la orgía. Aquellas experiencias religiosas fueron desvalorizadas por el monoteísmo mosaico, y sobre todo por los profetas. Después de Moisés y los profetas ya no tenía sentido alguno retornar a una religiosidad de tipo cósmico. Pues bien, en América hemos asistido al redescubrimiento de una experiencia religiosa que ya creíamos completamente periclitada en su aspecto colectivo, «religioso», a pesar incluso de que los mismos hippies no la llamaban así. Trataron de recuperar, con toda la fuerza que da la desesperación, la sacralidad de la vida total. Ha sido una reacción contra la falta de sentido de la vida urbana, contra esta desacralización del mundo de que adolece la ciudad americana. No podían entender que una Iglesia establecida tuviera algún valor religioso; para ellos representaba el establishment. Pero hicieron este descubrimiento y se salvaron.
Descubrieron las fuentes sagradas de la vida, la importancia religiosa de la vida.
– ¿Qué presiente para el futuro por lo que se refiere a la cuestión religiosa? ¿Se siente cerca de Malraux, que resumía así su pensamiento: «Habrá un siglo XXI religioso o no lo habrá en absoluto»?
– No es posible hacer ninguna predicción. La libertad del espíritu es tal que no es posible anticiparla. Si he hablado del movimiento hippy, ha sido porque es un ejemplo de nuestra creatividad imprevisible e inagotable. Quizá desaparezca un día este movimiento, si no es que ya ha desaparecido. Quizá llegue a politizarse por completo o, por el contrario, pierda toda su importancia. Lo cierto es, en todo caso, que de vez en cuando surgen experiencias inesperadas.
Lo que hace aún más difícil cualquier predicción en este terreno es el hecho de que ciertas formas «religiosas» pueden pasar desapercibidas en cuanto tales. Puede haber una creación tan nueva que al principio, e incluso durante siglos, nadie la considere creación religiosa. Por ejemplo, es posible que determinados movimientos, aparentemente políticos preparen o incluso expresen ya el deseo de una cierta libertad profunda; se trataría de movimientos transpolíticos o que podrían convertirse en tales, pero sin que nadie llegara a advertirlo a causa de su lenguaje absolutamente nuevo. Piense en el cristianismo. En Roma se acusaba a los cristianos de ser ateos porque se negaban a acudir a los templos o a rendir homenaje a los dioses mediante el sacrificio. ¡No respetaban el establishment! Los romanos aceptaban el culto de cualquier dios: Sarapis lo mismo que Yahvé, Attis igual que Júpiter. Pero había que venerar a tales dioses. Los cristianos no los veneraban y, en consecuencia, eran considerados ateos, ¡El ateísmo cristiano! Porque no se reconocía el valor religioso de su comportamiento. No es posible hacer ninguna predicción. Pero no creo que puedan desaparecer ciertas revelaciones primordiales. Incluso en la civilización más tecnificada, hay siempre algo que no puede cambiar, porque sigue habiendo día y noche, invierno y verano, incluso en una ciudad sin árboles, quedan el cielo y los astros, siempre se pueden ver la luna y las estrellas. Mientras haya día y noche, verano e invierno, creo que no podrá cambiar el hombre. Estamos integrados, sin quererlo, en este ritmo cósmico. Se puede cambiar de valores -los valores religiosos de los agricultores, como el verano, la noche, la sementera… ya no son nuestros valores-, pero siempre quedará el ritmo luz-tinieblas, noche-día. Hasta el hombre más irreligioso vive inmerso en ese ritmo cósmico y lo advierte en su propia existencia: la vida diurna y el descanso con sus sueños. Porque siempre se soñará. Nosotros, por supuesto, estamos condicionados por las estructuras económicas y sociales; también las expresiones de la experiencia religiosa están condicionadas por el lenguaje y la sociedad, por los intereses, pero nosotros asumimos esta condición humana aquí, en el cosmos en que hay unos ritmos y unos ciclos que nos vienen dados. Asumimos nuestra condición humana a partir de esta situación fundamental. Y a este «hombre fundamental» se le puede llamar «hombre religioso», sean cuales fueren las apariencias, porque se trata del significado de la vida. De lo que estoy seguro es de que las formas futuras de la experiencia religiosa serán completamente distintas de las que ya conocemos en el cristianismo, en el judaismo, en el Islam, que ya están fosilizadas, desvirtuadas, vacías de sentido. Estoy seguro de que habrá otras expresiones. ¿Cuáles? No puedo decirlo. La gran sorpresa es siempre la libertad del espíritu, su creatividad.