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EL MITO Y LA ESCRITURA

MITO, LITERATURA, SABIDURÍA

– Queneau le pidió que escribiera un capítulo sobre las literaturas orales para la Encyclopédie de la Pléiade. Fue buena idea, en efecto, dirigirse, para este dominio, a un historiador de los mitos y de los folklores. Con ese mismo ánimo ha abordado la literatura oral y el universo de los mitos. El 21 de agosto de 1964 dice en su Diario: «Cada vez que intento hablar de las literaturas orales, debería empezar por recordar que esas creaciones no reflejan ni las realidades exteriores (geografía, costumbres, instituciones, etc.) ni los acontecimientos históricos, sino los dra mas, las tensiones y las esperanzas del hombre, sus valores y sus significaciones, en una palabra, la vida espiritual concreta, t al como se realiza en la cultura».

– Pienso, en efecto, que si se quiere comprender la literatura oral, lo primero de todo es recuperar el universo de significaciones que le sirve de fuente.

– Mito, literatura: en su obra, estos términos no se relacionan únicamente desde el punto de vista de la historia. Pensando en su trabajo como historiador de las religiones, el 15 de diciembre de 1960 escribe: «En el fondo, lo que vengo haciendo desde hace más de quince años no es cosa totalmente ajena a la literatura. Podría ser que mis investigaciones fueran consideradas un día como tentativas de recuperar las fuentes olvidadas de la inspiración literaria».

– Es bien sabido que la literatura, oral o escrita, es hija de la mitología y heredera de sus funciones: narrar las aventuras, contar cuanto de significativo ha ocurrido en el mundo. Pero, ¿por qué es tan importante saber lo que pasa, lo que le ocurre a la marquesa que torna el té a las cinco? Pienso que toda narración, incluso de un hecho ordinario, prolonga las grandes historias narradas por los mitos que explican cómo ha accedido al ser este mundo y por qué nuestra condición es tal como hoy la conocemos. Pienso que el interés por la narración forma parte de nuestro modo de ser en el mundo. Responde a la necesidad en que nos hallamos de entender lo que ha ocurrido, lo que han hecho los hombres, lo que pueden hacer: los peligros, las aventuras, las pruebas de toda clase. No somos como piedras, inmóviles, ni como flores o insectos, cuya vida está trazada de antemano. Nosotros somos seres para la aventura. El hombre nunca podrá renunciar a que le narren historias.

– Alguna vez ha comparado los mitos australianos con el Ulises de Joyce. El 7 de marzo de 1963 escribe: «Nos sorprende y nos admira, igual que a los australianos, que Léopold Bloom se detenga y pida una cerveza en una taberna» ¿Quiere decir esto que, para tomar conciencia de sí mismo, el hombre necesita un espejo, una huella, una palabra y que, en definitiva, el mundo no es real para él sino a través de la imaginación?

– Sí… Llegamos a ser nosotros mismos cuando escuchamos narrar nuestra historia.

– La literatura asume las funciones del mito. ¿Puede decirse que éste muere y que aquélla nace con la invención de la escritura?

– Digamos ante todo que con este nacimiento de la literatura aparecen las religiones del Libro. Sin embargo, para responderle, diría que con la literatura lo único que quizá desaparece es el universo evidente del mito. Piense en los relatos novelescos de la Edad Media, por ejemplo, en la búsqueda del Grial. Lo cierto es que el mito se prolonga en la escritura. La escritora no destruye la creatividad mítica.

– Hace un momento hablaba de la importancia del relato y, en su Diario, se muestra extremadamente severo con una parte de la literatura y del arte modernos. Coloca en la misma categoría el nihilismo filosófico, el anarquismo político o moral y el arte no signijicante.

– Lo no significante me parece antihumano por excelencia.

Ser hombre es lo mismo que buscar la significación, el valor; inventarlo, proyectarlo, reinventarlo. De ahí que el triunfo de lo no significante, en algunos sectores del arte moderno, me parezca una rebelión contra el hombre. Todo es sequedad, esterilización. Y un tedio enorme. Acepto la esterilidad, el tedio, la monotonía, pero sólo como ejercicio espiritual, como preparación para una contemplación mística. En este caso, todo ello adquiere un sentido. Pero proponer lo no significativo como objeto de «contemplación» y de fruición estética, es cosa que no acepto, algo contra lo que me sublevo. Comprendo que muchas veces se trata de un grito de alarma lanzado por ciertos artistas contra la insignificancia de la existencia moderna. Pero repetir hasta el infinito ese mensaje y acrecentar lo no significante es algo cuyo interés no alcanzo a ver.

– También rechaza la fealdad en el arte. Pienso en lo que dice de Francés Bacon, por ejemplo.

– Entiendo muy bien por qué ha elegido la fealdad como objeto de su creación plástica. Pero al mismo tiempo me resisto a esa fealdad justamente porque la vemos en todas partes, en torno a nosotros, ahora más que nunca… ¿Por qué añadir fealdad a esa fealdad universal en la que cada día nos vemos un poco más inmersos?

– -Si la literatura, al apartarse del relato, ha prescindido muchas veces de alg o que l e parece esencial al hombre, el cinemató grafo, por el contrario, quizá haya sido para el hombre moderno uno de los lugares privilegiados del mito.

– Creo, en efecto, que el cinematógrafo encierra aún esa enorme posibilidad de narrar un mito y de camuflarlo maravillosamente, no sólo en lo profano, sino incluso en cosas casi degradadas o degradantes. El arte del cinematógrafo trabaja tan estupendamente con el símbolo que incluso éste no llega a verse, pero se le presiente enseguida.

– ¿En qué jumes y en qué realizadores piensa sobre todo?

– Voy muy poco al cine desde hace algunos años y no podría responderle como sería preciso. Digamos, sin embargo, Los Clowns, de Fellini. En un filme como éste veo las inmensas posibilidades que tiene el cinematógrafo de reactualizar los grandes temas míticos y de emplear ciertos símbolos mayores bajo formas poco habituales.

– No cuesta trabajo adivinar qué libros se llevaría para leer en una isla desierta. Sin embargo, díganos cuáles serían.

– Algunas novelas de Balzac, algunas de Dostoievski… El segundo Fausto y la autobiografía de Goethe… La biografía de Milarepa y sus poemas, en que hay algo más que poesía: magia y fascinación… Shakespeare, por supuesto… Novalis y algunos romáticos alemanes. Y Dante por encima de todo. Le digo lo que me viene de pronto a la memoria. Habría además otros, por supuesto.

– No cita la Biblia. ¿La lee únicamente como historiador de las religiones?

– Me gusta enormemente el Eclesiastés. Y tengo también, como cualquiera, mis salmos preferidos. Me gusta todo el Nuevo Testamento. Nuestros contemporáneos prefieren ordinariamente el Evangelio de san Juan; a mí me gustan los cuatro evangelios

y algunas epístolas de san Pablo. El Apocalipsis me interesa como documento, pero no es uno de mis libros favoritos, ya que se conocen otros apocalipsis, iranios, judíos, griegos… Bien entendido que hay diversas lecturas posibles de la Biblia. Está la de un cristiano, la del creyente, o más bien la de quien trata de recordarse a sí mismo que tiene que ser creyente, cristiano, algo de lo que uno se olvida todos los días. Está también la lectura que hace el historiador. Y hay otra lectura, la de quien reconoce en la Bi blia un grande y bellísimo modelo de escritura.

– Una nota de su Diario nos lo muestra como lector asiduo de la Bhagavad-Gita.

– Es uno de los grandes libros que me han formado. En él encuentro siempre una significación nueva, profunda. Es un libro muy consolador, porque, como sabe, en él revela Krishna a Arjuna todas las posibilidades de salvarse, es decir de encontrar un sentido a su existencia… Por mi parte, creo que es la clave de bóveda del hinduismo, la síntesis del espíritu indio y de todos sus caminos, de todas sus filosofías, de todas sus técnicas de salvación. El gran problema era éste: para «salvarse» -en el sentido indio- y liberarse de este mundo maligno, ¿es preciso abandonar la vida, la sociedad, retirarse a los bosques como los rishis de las Upanishads, como los yoguis? ¿Hay que dedicarse exclusivamente a la devoción mística? No, Krishna revela que todos, a partir de cualquier profesión, pueden llegar hasta él, encontrar el sentido de la existencia,

salvarse de esta nada de ilusiones y de pruebas… Todas las vocaciones pueden llevar a la salvación. No son tan sólo los místicos, los yoguis o los filósofos los que conocerán la liberación, sino también el hombre de acción, el que permanece en el mundo, pero a condición de actuar en él conforme al modelo revelado por Krishna. Decía que se trata de un libro consolador, pero es al mismo tiempo la justificación que se da a la existencia de la historia. Se repite constantemente que el espíritu indio se desentiende de la historia. Es cierto, pero no en la Bhagavad-Gita. Arjuna se hallaba dispuesto, la gran batalla estaba a punto de comenzar, y Arjuna dudaba, pues sabía que iba a matar, a cometer, por tanto, un pecado mortal. Entonces le revela Krishna que todo puede ser distinto con tal de que no persiga un objetivo personal, con tal de que no mate por odio, por deseo de provecho o para sentirse un héroe… Todo puede ser distinto si acepta la lucha como una cosa impersonal, como algo que se hace en nombre del dios, en nombre de Krishna y -según esta fórmula extraordinaria- si «renuncia al fruto de sus actos». En la guerra, «renunciar al fruto de sus actos» es renunciar al fruto del sacrificio que se realiza al matar o al ser muerto, como si se hiciera una ofrenda en cierto modo ritual al dios. De este modo es posible salvarse del ciclo infernal de Karma; nuestros actos no son ya la semilla de otros actos. Ya conoce, en efecto, la doctrina del karma sobre la causalidad universal: cuanto hacemos tendrá más tarde un efecto; todo gesto sirve de preparación a otro gesto… Pues bien, si en plena actividad, incluso guerrera, no piensa ya en sí el hombre, si abandona el «fruto de su acto», queda suprimido ese ciclo infernal de causa y efecto.

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