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– Sólo queríamos asustarlo -dijo The First.

– ¿Quieres decir que la tortura psicológica deja de ser tortura? Eso por no hablar de los huesos que les habéis roto y de que hay un guardia en la enfermería con un testículo partido en dos mitades. No tienes más disculpa que nosotros, Sebastián, lo sabes muy bien. Todos hemos estado tratando de eludir un peligro que amenazaba nuestra supervivencia. Y nada de esto hubiera pasado si no te hubieras entrometido en nuestros asuntos. Sabes que Lali está con nosotros por propia voluntad, del mismo modo que Gloria no lo está, y no tenías ningún derecho a inmiscuirte. Quisiste salvar a su pesar a quien no necesitaba ser salvado, ése ha sido tu error. Y ahora no os estoy amenazando, simplemente os estoy ofreciendo la única posibilidad que veo de salvaros. Tómalo como una muestra de buena voluntad: sabes que quiero a tu mujer como a una hija, y sé que tú quieres a mi hija como a una mujer.

Al margen del trabalenguas final, el Exorcista debía de tener razón en acusar a The First de metomentodo, reconozco su estilo. Por otro lado pensé que aquel tipo podía perfectamente retenerme a la fuerza y dejar marchar a The First y a la Fina con la amenaza de hacer rodar mi cabeza si se iban de la lengua. Es decir: en realidad importaba poco que estuviéramos de acuerdo o no con su idea: tenía la sartén por el mango.

No dije nada porque de momento no me pareció buen rollo expresar semejante idea, pero en caso extremo me parecía mucho mejor eso que terminar nuestros días en las curvas de Garraf. Y visto de este punto de vista, lo mejor era aceptar directamente la proposición de quedarme; eso permitiría quizá negociar las condiciones.

– Bien, supongamos por un momento que aceptara quedarme aquí como rehén -empecé a decir.

– Ni hablar -interrumpió The First.

– Cállate un poco, ¿quieres?, estoy hablando con tu amigo.

– Bien: supongámoslo -dijo el Exorcista-. Pero empecemos por considerarlo, no un rehén, sino un invitado.

– Muy bien. Supongamos que me quedo como invitado: ¿en qué condiciones concretas se daría el caso?

– En las que usted prefiera. Podemos proporcionarle casi cualquier cosa que desee, ya se lo he dicho. ¿Qué cree que necesitaría para sentirse a gusto?

Pensé un poco y traté de hacer un recuerdo de mis bare necessities:

– A gusto, lo que se dice a gusto…, no sé… Comida abundante… Un litro diario de aguardiente o su equivalente en alcohol de baja graduación… Diez gramos de hachís semanales… Compañía femenina de vez en cuando (sólo con fines sexuales, naturalmente)… Una conexión a Internet… En fin…, y nada de horarios preestablecidos, soy alérgico a los despertadores.

Parecieron hacerle gracia mis exigencias.

– Es usted un hombre extraordinario, permítame decirlo. Estaría encantado de charlar más detenidamente con usted. Pero de momento puedo decirle que estoy en disposición de aceptar sus condiciones, con algún pequeño matiz. Puedo proporcionarle casi cualquier tipo de droga, alcohol incluido, pero la compañía tendrá que buscársela usted mismo, aunque verá que en la Fortaleza no le resultará difícil encontrarla. Nuestra población femenina en este enclave es de casi dos mil mujeres entre internas y nativas, y estoy seguro de que una buena parte de ellas estará interesada en usted. En cuanto a la conexión a Internet, es un raro privilegio aquí dentro, pero atendiendo a las circunstancias especiales de su caso no habrá inconveniente en facilitársela. Siempre bajo ciertas condiciones de control, por supuesto, comprenda que no podemos dejarle comunicarse indiscriminadamente. Me atrevo a adelantarle que podrá acceder a cualquier información que le interese pero, con toda seguridad, sus emisiones tendrían que superar un proceso de censura. Creo que eso será técnicamente posible. Y además, por supuesto, disfrutará de unas condiciones de higiene y salud adecuadas y de un espacio privado lo suficientemente amplio como para trabajar y descansar cómodamente. ¿Qué le parece?, ¿se le ocurre algo más?

Pensé con toda la concentración de que fui capaz tratando de no dejarme nada fundamental. -¿Podré ver la tele?

Volvió a sonreír. No sé qué coño le hacía tanta gracia.

– Lo siento pero eso no puedo concedérselo: es decir: a menos que se organice usted para verla a través de la Red.

The First me miraba con cara de «no sabes dónde te metes», pero a mí empezó a parecerme un lugar apetecible. De hecho no creo que yo mismo pudiera imaginar un paraíso más a mi gusto: en el jardín del Edén había una sola mujer, nada de alcohol y ni siquiera un triste transistor; eso por no hablar de Yahvé, que debía de ser como SP pero mucho peor, y encima omnisciente. Sólo me preocupaba lo de las «condiciones de higiene y salud» (¿me obligarían a ducharme cada día?), y sobre todo que fuera tan fácil encontrar compañía femenina en un lugar donde no circulaba el dinero. El lector fiel ya sabe cómo desconfío de las mujeres que no cobran por la jodienda. ¿Qué demonios podía interesarle de mí a una mujer de la Fortaleza?: algo sórdido, seguro.

En ese momento volvió la Fina del lavabo acompañada de la oficial, que sólo asomó un momento para abrir la puerta. Había cambiado la bata por uno de aquellos monos negros y ahora parecía un ángel de Charlie.

– ¿Me he perdido algo? Contestó el Exorcista:

– Sí: una copa de champagne. ¿Le apetece?

– Si está fresquito…

– ¿Y un pedacito de coca?

– ¿De frutas?

– De piñones.

– Bueno, pero sólo un pedacito que engorda horrores. Veo que estáis celebrando la verbena -se fijó en el ventanal abierto-: uh, qué bonito: han encendido los focos de Montjüich.

El Exorcista sirvió a la Fina y alzó la copa para formular un brindis:

– A su salud, Pablo, y por que el trato que hemos cerrado sea tan beneficioso para nosotros como va a serlo para usted.

Entonces también The First se levantó:

– Perdona, Ignacio, pero todavía no hemos cerrado ningún trato. Y si no te importa quisiera hablar unos minutos con mi hermano, a ser posible en privado.

– Desde luego. Comprendo que tengáis algunos asuntos particulares que zanjar. Puedo ofreceros mi sala de juntas. Mientras tanto quizá vuestra encantadora amiga quiera terminar su copa charlando conmigo.

A un gesto del Exorcista, la superhiena de la izquierda abrió una puerta corredera que pasaba desapercibida sobre el aplafonado de madera. The First se acercó al umbral con decisión y desde allí me hizo señal con la cabeza para que lo siguiera.

La sala a la que accedimos estaba amueblada con una mesa oval y su correspondiente veintena de sillas. Otro gran ventanal daba a los fuegos de la ciudad tras las lamas de una persiana metálica.

– ¿Estás loco? -dijo The First.

– Naturalmente -dije yo.

– No te están proponiendo unas vacaciones en el monasterio de Poblet, idiota, te están proponiendo que pases el resto de tu vida aquí dentro. ¿Te das cuenta de lo que significa eso?

– ¿Y qué?, si no acepto el trato estaré igualmente condenado de por vida a quedarme afuera.

– Haz el favor de no empezar con tus galimatías, ¿quieres?, y deja de fumar esa porquería, te está reblandeciendo el cerebro. Ahora mismo vamos a salir de esta habitación y le vamos a decir a Ignacio que no aceptamos el trato.

– Ah ¿sí?, ¿prefieres que nos despeñen a los tres en tu coche?

– Que lo intenten, te aseguro que antes de conseguirlo les vamos a dar guerra.

– Ya está: ya habló el Terrible Sven: ¿y la Fina qué?, listo, ¿vas a obligarla también a morir con la espada en alto? ¿Y tus hijos?, ¿cómo llegarán a tus hijos a ser tan pijos como tú si no estás con ellos para adiestrarlos?

Vaciló un momento y aproveché para reforzar mi razonamiento.

– Piensa un poco: si nos negamos a colaborar no vamos a escapar ni de milagro, todo lo más conseguiremos que nos maten con la sangre caliente. En cambio si aceptamos estaremos ganando tiempo, y desde fuera quizá puedas hacer algo para ayudarme a salir. ¿No te parece más fácil que sólo tenga que escapar uno de nosotros, planeando tranquilamente la fuga y contando con ayuda externa?

– Muy bien, entonces me quedo yo y tú sales con Josefina.

– Ya has oído lo que ha dicho tu amigo: no aceptará a nadie más que a mí.

– Veremos.

Cambié de táctica:

– Sebastián, joder: ¿no ves que me apetece probar?

Eso sí que lo sacó de sus casillas:

– ¿Probar?, ¿probar a qué?, ¿a meterte en un agujero?

– Ya estamos… Te has pasado toda la maldita vida tratándome como si me estuviera hundiendo en la miseria. Entérate de una vez de que estoy encantado con mi misería.

– Lo que tú estás es enfermo.

– Vale, pero no quiero curarme.

– No dices más que tonterías.

– Muy bien, pero por una vez en tu vida escúchalas porque no voy a repetirlas. No me interesa tu mundo ni me interesa tu gente. Puede que a veces le tome cariño a alguien, pero casi siempre es como tomarle cariño a una tortuga acuática: puedes observarla al sol de la terraza pero no puedes sentirte acompañado por ella, ¿me sigues? Yo no necesito a nadie; tú sí: tú necesitas un público que te admire, espejitos que reflejen las distintas facetas de tu grandeza: mujer, hijos, amante, padres, amigos, clientes, empleados, viajar en primera, ganar medallas, tocar a Debussy, conducir un Lotus, satisfacer sexualmente a las mujeres. Yo no: ¿y sabes por qué?, porque la única manera en que el común de la gente puede admirar es sólo una forma velada de envidia, y yo no quiero que me envidien: me da asco, me da vergüenza, me repatea, ¿te enteras? Y te voy a decir más: es posible que durante un tiempo sí estuviera enfermo: enfermo de soledad, como el Patito Feo, o como un neanderthal erguido y lampiño en un mundo de cromañones; tan enfermo que llegué incluso a recorrer el planeta tratando de encontrar al resto de los cisnes. Pero descubrí que no hay cisnes, apenas uno o dos por cada cien patos, lo mismo aquí que en Yakarta, y me costó aceptarlo pero terminé por hacerme a la idea. Desde entonces siento preferencia por aislarme de ese mundo que habéis inventado tan mal. ¿Qué me propones?: ¿sustituir la cerveza por el gimnasio, el Metaphisical por un coche llamativo, las putas por una esposa a la que sólo le interese como progenitor y una amante que me la chupe de vez en cuando para compensar? Gracias pero ya estoy hecho a lo mío, disfruto de la vida a mi manera y eso es mucho más de lo que puede decir la mayoría.

Parece que mi vehemencia estaba causando el efecto de hipnotizar a The First, que no tenía costumbre de oírme hablar en ese tono. ¿Dije lo que pensaba? ¿Me sinceré, por una vez, con mi Estupendo Hermano? Es difícil saberlo: lo que solemos llamar verdad es sólo una mentira más, pero mejor publicitada. Pongamos que dije lo que me pareció adecuado decir en aquel momento ante The First, y que así seguí durante un buen rato, hasta que me pareció que él empezaba a entender algo.

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