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– Muy bien, empecemos con las preguntas: ¿cuándo vas a dejarnos salir de aquí?

– Digamos que eso depende del acuerdo al que lleguemos.

– Bien, pues acordemos: qué quieres de nosotros.

– Completa discreción.

– Oquey, seremos discretos. ¿Podemos marcharnos ya?

– Temo que necesito alguna garantía.

– Tienes nuestra palabra.

– No será suficiente. Entiéndeme: no tengo nada personal contra vosotros, pero no dependo de mí mismo, ya lo sabes.

Yo, aunque estaba aún en fase de lamer la goma del papel, no quise descolgarme del todo:

– Perdón: ¿alguien podría informarme de qué se está tratando?

El Exorcista abandonó la momentánea circunspección con que había estado hablando con The First y me dirigió su tono más grandilocuente:

– Ha entrado usted en la Fortaleza, señor Miralles: ha traspasado la frontera hacia un lugar en el que rigen otras leyes, y ése es un raro privilegio por el que generalmente ha de pagarse un precio.

Bonito, casi parecía un aforismo, pero a mí se me estaba empezando a agotar la paciencia.

– Mire, don Ignacio, perdone la franqueza pero si hay algo que no soporto son las adivinanzas. Partiendo de que no sé qué demonios es esa Fortaleza de la que habla, ¿puede decirme de forma inteligible por qué se nos retiene aquí?

Pareció rebuscar en su memoria hasta dar con un registro vulgar:

– Digamos que saben ustedes demasiado. ¿Le parece esto lo suficientemente inteligible?

– Va aprendiendo. Pero si eso es lo que le preocupa, sepa que yo no sé nada de nada: de hecho llevo una semana sin enterarme de qué está pasando.

– Siento contradecirle pero sabe usted más de lo que cree. Sabe que existe Worm, puede asociarlo a una dirección concreta de una ciudad concreta, y conoce al menos dos de las Puertas de la Fortaleza en Barcelona. Además puede identificar a varios miembros externos de la organización, incluido yo, que no soy exactamente un externo sino alguien que por razón de su jerarquía tiene cierta relevancia para Worm. Y toda esa información es suficiente para poner en peligro ochocientos años de discreta existencia. Creo que sabrá de qué le estoy hablando: recibimos su cuestionario vía web. Por cierto, espero que a sus amigos alemanes no les cause mucho contratiempo el virus de defensa que les enviamos. Nuestros técnicos tienen instrucciones de actuar con toda rotundidad en casos de ataque informático.

Una panda de locos bien pertrechada. Pero The First, unos pasos por delante de mí, quería acelerar la conversación a toda costa:

– De acuerdo, has dicho que tenías una propuesta que hacernos. Hazla.

El tipo se repantigó un poco en el sillón, nos miró alternativamente y, cuando ya no podíamos prestarle más atención, dijo:

– Uno de los tres tiene que quedarse con nosotros. Y tiene que ser Pablo.

Casi se me atraganta la bocanada de porro que mantenía en los pulmones, de modo que fue mi Estupendo Hermano el primero en expresar su desacuerdo:

– Ni hablar… ¿Por qué él?

El Exorcista hizo alarde de paciencia:

– Sebastián, por favor, sé sensato. Estás casado, tienes dos hijos y un negocio que regentar, hay un montón de personas que notan tu ausencia cada hora que pasa; tu padre es un hombre poderoso, tiene excelentes contactos, puede complicarnos mucho la vida. Y aparte de que tampoco nos conviene, no creo que prefieras que se quede vuestra amiga… Pablo es el único que puede desaparecer del mapa sin que nadie se extrañe demasiado: lo ha hecho antes, bastaría una postal sellada en el extranjero de vez en cuando para mantener a tu padre tranquilo.

– Perdone usted, pero me encuentro muy a gusto en el mapa y no pienso salirme de él, así que vaya pensando en otra cosa -intervine.

El tío se me quedó mirando con una cara que no le conocía:

– Creo que debería probar, Pablo… Quédese con nosotros, necesitamos hombres como usted.

Era la primera vez que alguien que no regentara un establecimiento de hostelería me decía una cosa así, y tengo que confesar que me sentí halagado, pero me resistí de todas formas.

– Le advierto que tengo poca predisposición a ingresar en ninguna secta. No me van las reglas.

– ¿Secta? -se sonrió-: nunca se me había ocurrido pensar en Worm como una secta -volvió a reclinarse en el trono-. Si no recuerdo mal lo que suele denominarse así cumple ciertos requisitos que no tienen ningún paralelo en nuestro caso. Nosotros no hacemos apología de nuestro modo de vida, al menos no de forma indiscriminada: casi podría decirse que nuestra manera de actuar es antipublicitaria. Nos interesan muy pocas personas, y a las pocas que nos interesan les ponemos bastante difícil la aproximación; usted es una excepción, se ha saltado el procedimiento normal. Tampoco tenemos un líder carismático. Yo, por ejemplo, ocupo un alto cargo, pero mi poder no es personal, he sido elegido por un consejo que, a su vez, está en constante renovación. Y cierto que un alto rango lleva aparejado algún privilegio, como el de este excelente champagne, pero ocurre lo mismo con cualquier directivo de una compañía multinacional. Por otro lado, todos nuestros recursos económicos provienen del exterior, de negocios que nada tienen que ver con el núcleo de la organización. Nuestros internos y nativos no tienen más obligación que la de observar la disciplina y ocuparse de sí mismos, y si hemos de contar con empleados externos remuneramos generosamente el servicio -hizo un gesto que incluía a las dos superhienas, impávidas-. Definitivamente no somos una secta, o no lo somos más que el Fútbol Club Barcelona, aunque como ellos somos también más que un club. Incluso más que una sociedad secreta. Casi diría que somos un mundo aparte. Y este otro plano de la realidad necesita pensadores tanto como los necesita el mundo que hasta ahora conocía usted, amigo Pablo.

– Pues sepa usted que yo pienso lo menos que puedo, y casi siempre a regañadientes.

El tío rió y compuso una expresión de inteligencia:

– No sea modesto… En los últimos días hemos seguido muy atentamente su teoría de la Realidad Inventada y nos ha sorprendido muy favorablemente. Creo que si de algo nos ha servido todo este embrollo ha sido para dar con usted. En general no solemos ocuparnos de la Red más que por razones de comunicación interna, pero a raíz de la conexión que estableció con nosotros bajo nombre falso nos pareció conveniente seguirle el rastro. No sólo comprendimos inmediatamente que era usted el hombre al que Sebastián había encargado investigar nuestra Puerta, sino que, casi por casualidad, también llegamos al Metaphisical Club, ¿no es así como se llama? Al principio no podíamos creer que quien escribía aquellas palabras no tuviera nada que ver con nosotros: las mismas conclusiones: casi literalmente las mismas palabras que llevaron a Geoffrey de Brun a fundar la Fortaleza y retirarse del mundo en la primavera del 1254. La diferencia quizá es que usted se apoya en ocho siglos más de pasado y nuestro fundador tuvo que salvar esa distancia solo. Pero aun así es una coincidencia realmente notable. Creo que puede ser usted feliz con nosotros, y desde luego muy útil para la organización. Estamos en condiciones de ofrecerle cualquier cosa que necesite para continuar con su trabajo.

– Lo dudo -dije. Ahora era The First el que no se enteraba de qué iba la conversación.

– ¿Por qué lo duda? Pruebe a pedir…

– Mire, no vale la pena. Para empezar, yo no tengo ningún trabajo que continuar. Tenga en cuenta que los metafísicos tenemos poco que hacer; de hecho por eso me gustó el oficio: nadie te paga pero tampoco tienes mucho trabajo, y el poco que hay casi nunca es urgente. Por otro lado ya le he dicho que no me van las reglas, me da igual si son las de Van Gaal o las de la Orden de Malta. Si ha leído usted mis intervenciones en el Metaphisical sabrá que, al margen de esos ocho siglos de tonterías acumuladas, tengo por costumbre hacer estrictamente lo que me viene en gana: ni más ni menos. Digamos que soy oso de espíritu, si usted me entiende.

– ¿Incluso cuando se le termina el crédito? Perdone, pero desde luego nuestra investigación no se ha limitado a seguirle la pista por la Red… Piense por un momento en un lugar en el que pudiera hacer lo que le antojara sin preocuparse del dinero. Aquí no lo usamos, no existe en La Fortaleza.

– Ya que está usted tan bien informado sabrá que la mitad del dinero de mi padre es mucho más de lo que necesito para mantenerme borracho durante los próximos quinientos años. Después ya veremos.

– ¿Conoce usted el contenido del testamento de su padre? Puede que después de todo no divida su fortuna a partes iguales.

– Da igual, la legítima sería también suficiente.

El tío fingió cejar por un momento:

– ¿Debo entender entonces que no acepta mi propuesta?

The First me tomó el relevo en el diálogo:

– Claro que no acepta.

– Bien. En ese caso no me queda más remedio que reteneros a los tres -dijo el tío, como si le diera mal rollo tener que tomar tal medida.

The First se rebotó:

– No seas ridículo, Ignacio: tú mismo has dicho que nos echarán de menos. Mi padre removerá cielo y tierra para encontrarnos, tarde o temprano dará con vosotros, lo sabes.

– Siempre podemos proporcionarle un par de cadáveres a los que llorar. Tres cadáveres, para ser exactos: sus dos queridos herederos y la amiga de uno de ellos. Un accidente lamentable: tres pasajeros apretados en el interior de un Lotus biplaza, alto contenido de alcohol en sangre, la música a todo volumen…

Me acordé del Corsa patas arriba en el hueco del parquin en construcción:

– El hijo de Robellades no tenía ni veinticinco años: es usted un cerdo, señor mío.

– ¿Quién es Robellades? -preguntó The First, pero ni el Exorcista ni yo nos entretuvimos en ponerlo en antecedentes.

– Antes de perder los modos, sepa que lo de Robellades fue un accidente auténtico, y lo lamenté tanto como usted. Estoy siendo completamente sincero, créame: había llegado demasiado lejos y quisimos actuar al respecto, pero teníamos planeada otra cosa. No somos asesinos.

– ¿Y lo de atar a éste en una silla y sacudirle el polvo también ha sido sin querer, o le han puesto la cara así los mosquitos?

– Con su hermano hemos tenido que llegar bastante más lejos de lo que acostumbramos. Es un hombre obstinado, no sabíamos hasta qué punto. Pero hemos tenido buen cuidado de no causarle ningún mal que no se remedie con un par de semanas de reposo. Piense, antes de juzgarnos tan severamente, que está en juego nuestra supervivencia, y recuerde que ustedes mismos han tratado de intimidar a uno de nuestros empleados amenazando con introducirle un objeto contundente por la nariz. Un… cepillo de dientes, si no me han informado mal -lo leyó de un papel que rondaba por su mesa.

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