Литмир - Электронная Библиотека

– ¿Has leído El Periódico?

– Y La Vanguardia, y El País, y el Abc, y El Mundo…

– ¿Te has enterado?

– Si te refieres a lo de Robellades-hijo, estoy al tanto desde anoche a las dos de la mañana.

– ¿Y por qué no me has avisado?

– Te he estado llamando desde las cuatro y media hasta las seis, en total no menos de veinte veces. La próxima vez que despistes a la gente que contrato para que te siga haz al menos el favor de escuchar los mensajes del contestador automático. Tengo a la Guardia Civil de media España esperando ver pasar un Lotus a doscientos cincuenta kilómetros por hora.

– Lo siento, no tenía ni idea de lo que iba a pasar.

– No te apures, no volverás a escaparte tan fácilmente.

¿Habría contratado un McLaren con piloto incluido? Era perfectamente capaz. La cuestión es que desde la madrugada tenía el domicilio de Lady First custodiado, pero no le había dicho nada a ella por no alarmarla. Se había enterado del accidente a través de la vigilancia a la que tenía sometido a Robellades-padre. Ya se había comunicado con alguien del Ministerio de Interior (SP nunca explicita nombres) y podía considerarse que la pasma había tomado cartas en el asunto: discretamente, en plan Miralles, como si dijéramos: nada de rellenar formularios en la comisaría de distrito.

– Me ha contado Eusebia lo de la asistenta.

– Sí. Le he explicado la situación sin entrar en muchos detalles y le he dicho que podía tomarse unos días libres hasta que las cosas volvieran a la normalidad. Pero ha preferido despedirse. Ésta no es su guerra. Y yo me he quedado también más tranquilo, la verdad. Le he firmado un cheque y listo.

– ¿Y mamá?

– Sigue sin dirigirme la palabra. Por cierto, no estaría mal que vinieras a verla. Con Eusebia termina todas las conversaciones peleándose.

– Me pasaré en algún momento del día. ¿Os llevo algo?

– Nos traen todo lo que necesitamos.

– Bien. Oye: dile a los gorilas que han ido a casa de Gloria que se den a conocer. Ya ha leído lo de Robellades en el periódico, y estará más tranquila si sabe que tiene protección.

Creo que por primera vez en la vida, SP aceptó recibir instrucciones mías.

Bueno, visto que mi Señor Padre ya había montado el grueso de la defensa a su manera, ahora tocaba mover mis hilos. Busqué en la agenda el teléfono de John en Dublín y marqué. Los lunes por la mañana no tiene clase, así que el domingo por la noche forma parte de su güiquén. Su voz, como era de esperar, sonó a cierta modalidad de resaca-martillo:

– Come on, leave me alone, could you please? I'm hangovering, and I'm not for your ass hole of…

No le di tiempo a terminar de jurar. Traté de hacerle entender que algo gordo estaba pasando y acabó por dejarme hablar.

Traduzco:

– Escucha John: vas a callarte un momentito y vas a responder una a una a todas las preguntas que te haga, ¿vale? Venga: primera: ¿has recibido mi mail?

– ¿Qué mail?

– Vamos bien. En cuanto cuelgues haz el favor de enchufarte a la Red y mira el correo. Léete lo que te envío y después pásale el texto a alguien que sepa algo de literatura inglesa, quiero que me lo daten. ¿Tenéis en el campus a algún filólogo documentado, o todo el profesorado es igual que tú?

– Se lo puedo enviar a Woung. Ha vuelto a Hong Kong de vacaciones, pero tengo su dirección. Oye, se puede saber…

– Tú léete el texto y cuando acabes serás el primer interesado en saber de dónde ha salido. Otra cosa: necesito un hacker. El mejor que conozcas.

– ¿Un hacker?

– ¿Cómo se llamaba aquel grupo alemán que se metió en el ordenador central de la Interpol?

– Stinkend Soft?

– Eso, tienes amistad con uno de ellos, ¿no?

– Con Günter. Nos conocimos en una de esas movidas campestres que montan con otros grupos…

– Vale, servirá. Necesito que me averigüen todo lo relacionado con el dominio worm.com. Es la dirección de donde he sacado el texto que tienes que leer. Quiero saber en qué servidor están alojados, a qué se dedican y si fuera posible quisiera entrar en el mismísimo disco duro del sistema de origen. Y apunta esto -esperé a que buscara un boli y le deletreé «Jaume Guillamet 15»-. Es una dirección de Barcelona: me interesa mucho saber hasta qué punto está relacionada con el dominio que te he dado. ¿Podrás conseguir todo eso de los alemanes?

– Si les insisto puede que hagan algún esfuerzo, pero no será como con Woung. Esta gente sólo se mueve por diversión, si no les propones nada interesante no se inspiran.

– No te preocupes por eso, tengo la impresión de que se divertirán. Lo primero que tienes que hacer al colgar es ponerte en contacto con ellos, y lo segundo leerte el texto. Son setenta páginas, te doy tres horas. Tengo que salir de casa de aquí a un rato, ¿para cuándo podrás confirmarme que podemos contar con tu amigo Günter?

– No sé, puedo intentar citarlo en el chat del Metaphisical. Y también a Woung. ¿Digamos a las cinco…?

– ¿No puede ser antes?

– ¿Antes?: eres un cabrón de mierda: a Günter tengo que localizarlo en Berlín por teléfono, y es posible que no esté en casa…, y además me estás jodiendo con tus…

– John!

– ¡Qué!

– Gracias.

– Vete a tomar po'1 saco.

Lo último fue en gaélico y precedió inmediatamente al cataclong de colgar el teléfono.

Enseguida, preso de un ataque de hiperactividad, consulté en la cabecera de El Periódico y marqué en el teléfono uno de los números que encontré.

– Primera Plana, buenos díaaas.

– Buenos días. Quisiera cierta información adicional sobre una noticia que ha aparecido hoy de El Periódico de Catalunya…

– Un momento, por favor, le paso con redacción.

En redacción otra señorita me pasó con Cosas de la Vida y en Cosas de la Vida un tipo me puso con Sucesos. Al fin llegué a alguien que parecía saber algo por sí mismo, pero resultó ser de los impertinentes:

– De qué empresa llama.

– Bueno, llamo en mi propio nombre.

– ¿Y cuál es su propio nombre, si no es mucho pedir?

– Pablo Cabanillas.

– ¿Pariente del político?

– Nada que ver.

– ¿Pariente de alguien que valga la pena mencionar?

Hijo bastardo de tu puta madre y un auxiliar de la Quinta Flota, iba a decir, pero me contuve.

– Soy investigador privado, no tengo inconveniente en darle mi número de licencia si es necesario. La cuestión es que este accidente puede tener que ver con uno de mis clientes.

– Lo siento, licenciado, pero no facilitamos más infomación que la que se publica.

– Lo supongo, pero no espero que me digan nada que no pudiera averiguar yo mismo pasándome por el lugar del accidente, sólo pensé que el reportero que hubiera estado allí podría ahorrarme un poco de trabajo, nada más.

– No hacemos excepciones a la norma. Además, el redactor que cubrió la información no está en este momento.

Bah: a la mierda. Sólo uno de cada diez mil tíos es así, pero cuando uno da con él no hay nada que hacer. Y supuse que la Guardia Urbana aún iba a ser menos explícita, así que decidí adelantar otra de las vías de investigación posibles. Busqué el número del despacho de Robellades entre los papeles salidos de mi impresora y llamé. Contestó una voz distinta a la de la primera vez, una veinteañera.

– Buenos días, ¿con el señor Robellades-padre, por favor?

– ¿De parte de quién?

– Pablo Molucas, un cliente.

– Ah, sí: el señor Robellades dejó anoche un informe para usted. Tendrá que ausentarse durante un par de días a causa de un fallecimiento en la familia. No hay nadie más en la oficina, pero si no puede usted pasar a recogerlo puedo enviárselo con un mensajero, a menos que prefiera esperar unos días y comentarlo con el propio señor Robellades…

Le dije que estaba enterado de la muerte del chaval por el periódico y, después de preguntarle, me explicó que lo enterraban al día siguiente. Trasladarían el cuerpo a la capilla ardiente de Sancho de Ávila esa misma mañana. Le pedí también que me recordara la dirección de sus oficinas y quedé en que seguramente pasaría esa misma mañana a recoger el informe.

A lo visto, los del anatómico-forense habían dado por examinado el cadáver. ¿Qué podía concluirse de eso?: ni puta idea. Aproveché el momento de incertidumbre para hacerme el primer café, fumarme un porro de mil pelas, ducharme y vestirme. Pensé que la actividad me ayudaría a canalizar el mal rollo.

En la calle, el sol, la primavera redondeando su exposición final: aceras iluminadas como pasarelas de desfile, amas de casa fatigando mercados, grupos de oficinistas volviendo del desayuno, viejos ávidos de infrarrojos y palomas mutiladas comiendo guarrerías. Afortunadamente la generación Play Station estaba ya en el colegio y nadie daba po'1 saco con bicicletas y pelotas. Llegué al cruce de Guillamet y Travesera sin darme cuenta del camino que seguía, torciendo aquí y allá al capricho de las aceras en sombra.

Cuando llegué a la esquina del accidente, nada me pareció indicar que hubiera ocurrido un choque esa misma madrugada. Las vallas amarillas que formaban un pequeño paso protegido para los peatones se habían restituido, y la otra valla continua de chapa metálica que limitaba la excavación había sido reparada. Tuve que fijarme para identificar el lugar del golpe, pero una vez encontrado el primer indicio, los demás fueron apareciendo solos: el brillo del polvo de cristales sobre el asfalto, algún travesaño metálico deformado y, sobre todo, un largo frenazo que oscurecía el piso en un trazo curvo. La prolongación imaginaria de su trayectoria indicaba que el coche procedía de Guillamet y se había abierto demasiado al tomar la curva con Travesera. Se reconocían también evidencias de otro frenazo, de huella más fina y corta, que se detenía en seco poco antes de cortar oblicuamente al más largo. Eso sugería dos coches a toda hostia tratando de detenerse en plena curva: uno se lleva las vallas por delante y derriba el murete metálico; el otro se detiene poco antes, o quizá choca con el primero, a juzgar por el brillo de cristalitos amarillo auto.

Para salir de dudas quise ver si el vehículo caído mostraba alguna abolladura lateral, de modo que eché un vistazo al hueco de la excavación por encima del murete. La altura era tremenda, como de cuatro o cinco pisos, y no parecía fácil izar un coche desde el fondo, pero el coche ya no estaba allí. La única línea de investigación posible en estas circunstancias era seguir hacia atrás las huellas del frenazo y tratar de establecer dónde pudo iniciarse la persecución, si es que la hubo. El tráfico escaso en aquel tramo me permitió embocar Jaume Guillamet caminando por la calzada, atento al suelo. A menos de cincuenta metros por debajo del número 15 (justo al lado del taller de chapa y pintura) encontré otra huella de neumáticos: una arrancada furiosa, sin duda. Eso era lo que andaba buscando, pero no quise detenerme allí mucho tiempo y seguí caminando. Se me ocurrió entonces hacerme pasar por periodista y tratar de sacarle información a alguno de los vecinos que mencionaba El Periódico. Pero a la vista de los numerosos edificios desde donde era posible haber visto algo comprendí lo difícil que podía ser la labor de identificar a esos testigos. Y comprendí también lo absurdo de ponerme a investigar la muerte del detective que había contratado justamente para investigar por mí. Absurdo y acaso peligroso.

48
{"b":"88021","o":1}