– A ver: ¿cómo quieres que me crea tus historias de buscadores de oro si vas contando películas de indios por todas partes?
– Qué manía tenéis todos con distinguir entre verdad y mentira; no lo entenderé nunca.
Aquí empezó una sesión filosófica de media hora que no vale la pena transcribir. Bastará decir que nos dio tiempo a pedir otra ronda de güisqui y Vichoff y que la Fina, entre el vino de la cena el chupito de marc de champán y los dos pelotazos de Cardhu, empezaba a estar achispada. En un momento se hicieron las dos en el reloj de la barra y pensé que había llegado el momento de ponerse a trabajar antes de que el pozo se helara.
– Oye, Fina, tengo que marcharme. Ya sabes lo que hay.
– ¿Ya-aaaa? Nooo-o, va-aaa, ahora no tengo ganas irme a casa… Te acompaño; todos los detectives tiene ayudante, ¿no?
– Si va a ser muy aburrido… Probablemente me pase la noche sentado en el coche.
– Bueno, así no te dormirás. Nos llevamos algo de beber, ponemos la radio y nos montamos un guateque en el Lotus, ¿vale?
Lo pensé brevemente. Era completamente descabellado, pero conociendo a la Fina era probable que me 11evara un par de horas dejarla en casa. Cuando quiere es la reina del sabotaje, hubiera encontrado mil maneras de entretener la despedida. Además, qué demonios, tampoco yo tenía ganas de encerrarme a solas en un coche, por mucho que fuera el de James Bond, así que puse cara de transigir a regañadientes y me fui para la barra en busca de Luigi.
– Oye: necesito que me vendas la botella de Cardhu y de vodka que me guardaste en el congelador y una bolsa hielo. Pago al contado.
– ¿Queeé, estás loco?: ¿y qué quieres que te cobre?
– No sé: lo que cobrarías si me vendieras las botellas de copa en copa.
– Ya: treinta mil pelas…
– Bueno. Las tengo. Aprovecha.
Se volvió y salió de la barra hacia la trastienda, renegando entre dientes. Al poco volvía con la botella de Vodka. Tomó también de la estantería la de güisqui y me las planto, en la barra reprimiendo un resoplido que acabó saliéndole por la nariz.
– Mañana tráeme dos iguales, al menos tan llenas como están éstas.
– Vale. Necesito también una bolsa de hielo y dos vasos.
_¿Y de dónde quieres que saque una bolsa con hielo?, ¿te has creído que esto es una gasolinera?
– Joder, tío, pues mete un buen puñao de cubitos en una bolsa cualquiera, que se te ha de explicar todo. Y cóbrate las diez mil pelas de anoche y lo que te debo de ahora.
– De ahora y de ayer por la mañana, ¿te acuerdas?, me dejaste a deber un cortao y un Ducados.
La memoria del Luigi es prodigiosa.
Salimos de allí con una bolsa con las bebidas y nos encaminamos hacia la Bestia. A la Fina se le despertó otra vez la vena tierna y se empeñó en abrazarme. Peligro. Pensé que convenía actuar con cierta rudeza. «Joder, Fina, qué enganchosa estás hoy.» Volvió a darme un manotazo y se separó de mí en un ampuloso simulacro de enfado. Subimos al coche y rodamos en silencio por Jaume Guillamet hasta superar la casa del 15. Giré Travesera a la izquierda y paré en doble fila a unos metros de la esquina.
– Espera aquí un momento, vuelvo en dos minutos.
– ¿Adónde vas?
– A mear.
Salí del coche y me dirigí a la bocacalle; volví la esquina y caminé hacia la casa con las manos en los bolsillos, como el que ha quedado con alguien y se mueve sin rumbo tratando de acortar la espera. No había luces en la casa, o en cualquier caso las ventanas selladas impedían que se vieran desde la calle. Me detuve un momento cerca de la puerta del jardín repitiendo el número del zapato desatado y miré hacia el poste donde, como siempre, colgaba el trapito rojo. Después sencillamente me levanté, desaté el trapito sin apresurarme en exceso, me lo metí en el bolsillo, me di media vuelta de regreso al coche.
En cuanto superé la esquina y quedó a mi vista la estampa trasera de la Bestia con los intermitentes encendidos, me llegó también el sonido amortiguado del Do-do Da-da-da de Police, que debía de estar sonando a pastilla en el interior. La silueta de algo que se movía como un teleñeco de lado a lado del asiento me confirmo que la Fina debía de estar ya disfrutando de los efectos último güisqui.
– ¿Estás loca?, ¿sabes qué hora es?
– De du-du-du, de da-da-da, tiro riro riro raaa: chán l, de du-du-du…
– ¡Fina, por Dios, que están las ventanillas abiertas!
Bajé el volumen en cuanto estuve adentro. A la Fina le dio por ponerse graciosa, falseando una voz de pija redomada.
– Huy, chico, desde que tienes dinero te has vuelto considerado… De du-du-du, de da-da-da…
Ahora cantaba en un susurro paródico, sin parar de moverse como el monstruo de las galletas. Arranque el motor con intención de bajar por la siguiente travesía.
– Fina, si no te comportas me vas a estropear el plan, son cincuenta mil pelas.
– Usted perdone, caballero: no se volverá a repetir…,
Cambió bruscamente de actitud, se puso muy seria, manipuló la radio hasta dar con una emisora de música clásica. Sonaba una pieza barroca, solemne hasta basta, y se puso a dirigir el cuarteto con una batuta imaginaria y cara de éxtasis religioso. A mí me dio la risa y debía de ser lo que andaba buscando, porque dejó de fingir que comandaba la murga y me pellizcó un moflete «.lJuuuuuy, mi niño grandote!». «Fina, por favor, compórtate.» No hubo manera, le basta descubrir que una cosa me molesta para repetirla hasta la exasperación. Decidí concentrarme en lo mío esperando que se aburriese de darme pellizcos. Subiendo por Jaume Guillamet no vi huecos para aparcar, pero a unos cincuenta metros de la casa, en la acera de enfrente, un par de vados permanentes marcaban la entrada a un taller de reparación de automóviles; chapa y pintura, decía el cartel. Acomodé la Bestia allí; era poco probable que nadie quisiera pintar su coche a las dos de la mañana. Desde ese punto se controlaba la entrada a la casa, y la distancia y la penumbra entre farolas garantizaba la discreción de nuestra presencia aunque a la Fina le diera por cantar, cosa que suele hacer al llegar a la fase C de las borracheras. De momento había vuelto a una emisora pop que proponía una especie de rigui moderno.
– ¿Ya hemos llegado? Pensaba que haríamos unas cuantas carreras con la Bestia Negra a toda leche fiuuuuung… a ver: ¿dónde está lo que tenemos que vigilar?
Señalé.
– ¿La casa del jardincillo? ¡Si está hecha una ruina!
– Precisamente. ¿Sabes lo que se podría sacar construyendo un edificio de viviendas en ese solar? Calcula: seis plantas a dos pisos por rellano, por cuarenta millones cada piso. ¿Doce por cuarenta?…: cuatrocientos ochenta kilos.
– Pues a mí me gusta más así, con su jardincito y sus arbolitos.
– ¿No dices que está hecha una ruina?
– Si-í, pero se podría arreglar un poco, ¿no?… Bueno, qué: ¿nos tomamos una copita? ¿Qué quieres?
– Pásame la botella de vodka.
– ¿Así, a morro? Pues yo me voy a tomar un whiskito en vaso largo, con su hielo y su todo…
Se puso tres cubitos en un vaso y lo lleno de güisqui hasta cubrirlos completamente. Un doble en toda regla. Yo traté de beber directamente de la botella, pero en que el dosificador dificultaba la salida del chorro y que, el techo bajísimo de la Bestia impedía empinar el codo terminé por servirme también en un vaso con un par de cubitos. Empezó a sonar en la radio el Can you see her? versión de Mike Hammer. Siempre me pone tierno esa canción, y eso es peligroso teniendo a la Fina al lado, así que por si acaso apuré el vaso de vodka de un trago. El vodka ablanda el corazón, pero también ablanda la polla, que era lo que más convenía conservar fláccido en aquel momento, de modo que volví a servirme un buen chorro de antiafrodisíaco y seguí mamando a chupitos cortos.
– Oye, Pablo: tú y yo nos llevamos bien, ¿verdad?
Cielo santo: ataque aéreo.
– ¿Qué quieres decir exactamente con «nos lleva bien»?
– Pues… que nos reímos… y lo pasamos bien…, no Por ejemplo: con mi marido no puedo sentarme en un coche a las dos de la mañana a beber whisky.
– Porque tu marido es una persona normal.
– ¿Normal? ¿Te parece normal que me deje en casa y tenga que llamarte para no quedarme sola?
– Pues ya ves: ahora estás conmigo no porque lo mejor que con él sino porque te ha dejado sola.
– No me líes, no es eso lo que quería decir. Huy: mira: canción de Grease.
En efecto, los de la radio habían pasado sin transición del Mike Hammer al Summer love de la Olivia y., Travolta. Pero eso no fue suficiente para despistarla:
– ¿Sabes?, creo que si tú y yo nos hubiéramos casado ahora seríamos un matrimonio normal, con nuestro pisito, y un par de niños… Estoy segura de que seríamos felices.
– No digas tonterías, Fina. Eso lo está diciendo el güisqui. Acuérdate de las movidas que tuvimos.
– ¿Qué movidas?
– ¿Qué movidas?, pues no sé si te acordarás pero compartimos piso durante quince días y los pasamos discutiendo. Si nos hubiéramos casado a estas alturas nos detestaríamos. Tú tienes alma de ama de casa a la antigua, por mucho que te rapes el pelo a trasquilones y te lo pintes de colorines. Y yo bebo como un cosaco, me gustan las putas, paso el día durmiendo y me salen granos sólo de pensar en trabajar ocho horas diarias. No hubiéramos durado juntos ni un año.
– No estoy de acuerdo. Para empezar, si nos hubiéramos casado ahora llevarías otra vida.
– ¿Ves?: crees que soy alguien que yo no creo ser en absoluto, me supones aquello que deseas, imaginas en mí algo que sólo existe en ti.
– Ya estás otra vez diciendo cosas raras y complicándote la vida. Sieeempre estás diciendo cosas raras y complicándote la vida.
– ¿Complicándome la vida?, ¿porque no quiero asumir responsabilidades hacia terceros?, yo creo que eso es más bien simplificársela, ¿no?
– Eso parece, pero huir de las responsabilidades no es más que una manera sofisticada de complicarse la vida.
– Ah, ¿sí?: pues yo diría que la que está diciendo cosas raras ahora eres tú.
– Por culpa tuya, que me lías. Si no le dieras tantas vueltas a las cosas más sencillas…
– Pues para tú de darle vueltas. No te casaste conmigo: te casaste con José María, eso no hay quien lo cambie. Y si tienes problemas con él no es porque él no sea como tú necesitas un hombre de su estilo: serio, formal, trabajador; lo que pasa es que José María es tan formal y trabajador que no le queda tiempo que perder contigo, pero eso no lo vas a arreglar liándote con el primer sonao que te haga gracia. Y además, yo tampoco tengo tiempo: ni para ti ni para nadie.