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– Mire aquí -dijo el hombre alto.

Fue viendo que la cara de la muchacha estaba torcida hacia atrás y que parecía que la cabeza, morada, con manchas de un morado rojizo sobre un delicado morado azulóse tendría que rodar desprendida de un momento a otro, si alguno hablaba fuerte, si alguno golpeaba el suelo con los zapatos, simplemente si el tiempo pasaba.

Pero la cabeza con un pelo endurecido, la nariz achatada, la boca oscura, alargadas las puntas hacia abajo, lacias, goteando, permanecía inmóvil, invariable su volumen en el aire sombrío que olía a sentina, más dura a cada paso de su mirada por los pómulos y la frente y el mentón que no se resolvía a colgar. Le hablaban uno tras otro, el hombre alto y el rubio, como si realizaran un juego, golpeando alternativamente la misma pregunta. Luego el hombre alto soltó la lona, dio un salto y sacudió a Capurro empuñándole las solapas; pero no creía en lo que estaba haciendo -bastaba mirarle los ojos redondos- y en cuanto Capurro hizo una sonrisa de fatiga el otro le mostró rápidamente los dientes, con odio, y abrió la mano.

– Bueno. Ya basta -dijo Capurro y todos se callaron, mientras seguía goteando la esquina de la mesa. Miró al joven rubio que esperaba con el cigarrillo entre los dedos frente al pecho, dirigió la cara hacia la muerta y se detuvo observando las arpilleras que colgaban desde el techo. Sólo tenía para contarles una historia larga, entrecortada, llena de momentos brillantes y místenosos que nada tenía que ver con aquello que interesaba a los hombres de pie en el galpón, mirándole la boca, que acaso tampoco tuviera relación con nada concreto que él pudiera imaginar. Hizo a cada uno un corto gesto de amistad y giró para salir, creyendo que iban a detenerlo en cada paso, pero oyó en seguida que los hombres lo seguían sin tocarlo, sin hacerle ya ninguna pregunta, sin prisa, como si acabara de contarles la larguísima historia y todos marcharan sin propósito, un poco inclinados por el cansancio de escuchar, escuchando ahora el susurro intermitente que la historia sin medida iba haciendo dentro de la cabeza de cada uno.

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