– Sigue trabajando, no quiero molestarte -dijo Yasintra con su voz de hombre.
Heracles no parecía molesto.
– ¿Qué quieres? -dijo. [78]
– No interrumpas tu labor. Parece tan importante…
Heracles no sabía si ella se burlaba (resultaba difícil saberlo, porque, según creía, todas las mujeres eran máscaras). La vio avanzar lentamente, cómoda en la oscuridad.
– ¿Qué quieres? -repitió. [79]
Ella se encogió de hombros. Con lentitud, casi con desgana, acercó su cuerpo al de él.
– ¿Cómo puedes estar tanto tiempo ahí sentado, a oscuras? -preguntó con curiosidad.
– Estoy pensando -dijo Heracles-. La oscuridad me ayuda a pensar. [80]
– ¿Te gustaría que te diera un masaje ? -murmuró ella.
Heracles la miró sin responder. [81]
Ella extendió sus manos hacia él.
– Déjame -dijo Heracles. [82]
– Sólo quiero darte un masaje -murmuró ella, juguetona.
– No. Déjame. [83]
Yasintra se detuvo.
– Me gustaría hacerte disfrutar -musitó.
– ¿Por qué? -pregunto Heracles. [84]
– Te debo un favor -dijo ella-. Quiero pagártelo.
– No es necesario. [85]
– Estoy tan sola como tú. Pero puedo hacerte feliz, te lo aseguro.
Heracles la observó. El rostro de ella no mostraba ninguna expresión.
– Si quieres hacerme feliz, déjame a solas un momento -dijo. [86]
Ella suspiró. Volvió a encogerse de hombros.
– ¿Te apetece comer algo? ¿O beber? -preguntó.
– No quiero nada. [87]
Yasintra dio media vuelta y se detuvo en el umbral.
– Llámame si necesitas algo -le dijo.
– Lo haré. Ahora vete. [88]
– Sólo tienes que llamarme, y vendré.
– ¡Vete ya! [89]
La puerta se cerró. La habitación quedó a oscuras otra vez. [90]