– El Traductor -dijo Crántor, interrumpiéndolo.
– ¿Qué?
El enorme rostro de Crántor, iluminado desde abajo por las lámparas, parecía una misteriosa máscara.
– Es una creencia muy extendida en algunos lugares lejos de Grecia -dijo-. Según ella, todo lo que hacemos y decimos son palabras escritas en otro idioma en un inmenso papiro. Y hay Alguien que está leyendo ahora mismo ese papiro y descifra nuestras acciones y pensamientos, descubriendo claves ocultas en el texto de nuestra vida. A ese Alguien lo llaman el Intérprete o el Traductor… Quienes creen en Él piensan que nuestra vida posee un sentido final que nosotros mismos desconocemos, pero que el Traductor puede ir descubriendo conforme nos lee . Al final, el texto terminará y nosotros moriremos sin saber más que antes. Pero el Traductor, que nos ha leído, conocerá por fin el sentido último de nuestra existencia. [28]
Heracles, que había permanecido en silencio hasta entonces, dijo:
– ¿Y de qué les sirve creer en ese estúpido Traductor si al final se van a morir igual de ignorantes?
– Bueno, hay quienes piensan que es posible hablar con el Traductor -Crántor sonrió maliciosamente-. Dicen que podemos dirigirnos a El sabiendo que nos está escuchando, pues lee y traduce todas nuestras palabras.
– Y quienes así opinan, ¿qué le dicen a ese… Traductor? -preguntó Diágoras, a quien aquella creencia le parecía no menos ridícula que a Heracles.
– Depende -dijo Crántor-. Algunos lo alaban o le piden cosas como, por ejemplo, que les diga lo que va a sucederles en capítulos futuros… Otros lo desafían, pues saben, o creen saber, que el Traductor, en realidad, no existe…
– ¿Y cómo lo desafían? -preguntó Diágoras.
– Le gritan -dijo Crántor.
Y de repente levantó la mirada hacia el oscuro techo de la habitación. Parecía buscar algo.
Te buscaba a ti. [29]
– ¡Escucha, Traductor! -gritó con su voz poderosa-. ¡Tú, que tan seguro te sientes de existir! ¡Dime quién soy!… ¡Interpreta mi lenguaje y defíneme!… ¡Te desafío a comprenderme!… ¡Tú, que crees que sólo somos palabras escritas hace mucho tiempo!… ¡Tú, que piensas que nuestra historia oculta una clave final!… ¡Razóname, Traductor!… ¡Dime quién soy… si es que, al leerme, eres capaz también de descifrarme !… -y, recobrando la calma, volvió a mirar a Diágoras y sonrió-. Esto es lo que le gritan al supuesto Traductor. Pero, naturalmente, el Traductor nunca responde, porque no existe. Y si existe, es tan ignorante como nosotros… [30]
Pónsica entró con una crátera repleta y sirvió más vino. Aprovechando la pausa, Crántor dijo:
– Voy a dar un paseo. El aire de la noche me hará bien…
El perro blanco y deforme siguió sus pasos. Un momento después, Heracles comentó:
– No le hagas demasiado caso, buen Diágoras. Siempre fue muy impulsivo y muy extraño, y el tiempo y las experiencias han acentuado esas peculiaridades de su carácter. Nunca tuvo paciencia para sentarse y hablar durante largo rato; le confundían los razonamientos complejos… No parecía ateniense, pero tampoco espartano, pues odiaba la guerra y el ejército. ¿Te conté que se retiró a vivir solo, en una choza que él mismo construyó en la isla de Eubea? Eso ocurrió, poco más o menos, en la época en que se quemó la mano… Pero tampoco se encontraba a gusto como misántropo. No sé qué es lo que le complace y lo que le disgusta, y nunca lo he sabido… Sospecho que no le agrada el papel que Zeus le ha adjudicado en esta gran Obra que es la vida. Te pido disculpas por su comportamiento, Diágoras.
El filósofo le quitó importancia al asunto y se levantó para marcharse.
– ¿Qué haremos mañana? -preguntó.
– Oh, tú nada. Eres mi cliente, y ya has trabajado bastante.
– Quiero seguir colaborando.
– No es necesario. Mañana llevaré a cabo una pequeña investigación solitaria. Si hay novedades, te pondré al tanto.
Diágoras se detuvo en la puerta:
– ¿Has descubierto algo que puedas decirme?
El Descifrador se rascó la cabeza.
– Todo marcha bien -dijo-. Tengo algunas teorías que no me dejarán dormir tranquilo esta noche, pero…
– Sí -lo interrumpió Diágoras-. No hablemos del higo antes de abrirlo.
Se despidieron como amigos. [31]