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Heracles miró hacia donde indicaba su compañero. Una procesión de antorchas vagaba por las calles próximas a la Puerta de la Ciudad. Sus integrantes llevaban tamboriles y máscaras. Un soldado se detuvo a hablar con ellos.

– El inicio de las fiestas Leneas -dijo Heracles-. Ya es la fecha.

Diágoras movió la cabeza en ademán desaprobador.

– Mucha prisa se dan siempre a la hora de divertirse.

Atravesaron la Puerta, tras identificarse ante los soldados, y siguieron caminando hacia el interior de la Ciudad. Diágoras dijo:

– ¿Qué vamos a hacer ahora?

– Descansar, por Zeus. Tengo los pies doloridos. Mi cuerpo se hizo para rodar como una esfera de un lugar a otro, no para apoyarse sobre los pies. Mañana hablaremos con Antiso y Eunío. Bueno, hablarás tú y yo escucharé.

– ¿Qué debo preguntarles?

– Déjame pensarlo. Nos veremos mañana, buen Diágoras. Te enviaré a un esclavo con un mensaje. Relájate, descansa tu cuerpo y tu mente. Y que la preocupación no te robe el dulce sueño: recuerda que has contratado al mejor Descifrador de Enigmas de toda la Hélade… [19]

[19] Esta tarde, durante un intervalo entre sus clases (enseña lengua griega a un grupo de treinta alumnos), he podido hablar con Helena. Me hallaba tan nervioso que pasé directamente a referirle mis hallazgos, sin preámbulos:

– En el tercer capítulo, además de la cierva, hay una nueva imagen: una muchacha con un lirio en la mano.

Abrió sus grandes ojos celestes.

– ¿Qué?

Le mostré mi traducción.

– Aparece sobre todo en tres visiones de uno de los protagonistas, un filósofo platónico llamado Diágoras. Pero también el otro personaje principal, Heracles, la menciona. Se trata de una imagen eidética muy fuerte, Helena. Es una muchacha con un lirio que pide ayuda y advierte sobre la existencia de un peligro. Montalo cree que se trata de una metáfora poética, pero la eidesis está clara. El autor, incluso, llega a describirla: cabellos de oro y ojos azules como el mar, cuerpo esbelto, vestida de blanco… Su imagen está repartida en trozos por todo el capítulo… ¿Ves? Aquí se habla de sus cabellos… Aquí se señala su «esbelta figura vestida de blanco»…

– Un momento -me interrumpió Helena-: La «esbelta figura vestida de blanco» en este párrafo es la cordura. Se trata de una metáfora poética al estilo de…

– ¡No! -reconozco que mi voz se elevó varios tonos más de lo que hubiese deseado. Helena me miró asombrada (qué pena me da recordarlo ahora)-. ¡No es una simple metáfora, es una imagen eidética!

– ¿Cómo estás tan seguro?

Lo pensé por un momento. ¡Mi teoría me parecía tan cierta que había olvidado reunir razones para apoyarla!

– La palabra «lirio» está repetida hasta la saciedad -dije-, y el rostro de la muchacha…

– ¿Qué rostro? Acabas de decir que el autor sólo habla de sus ojos y sus cabellos. ¿Te has imaginado el resto? -abrí la boca para replicar, pero de repente no supe qué decir-. ¿No crees que estás llevando la eidesis demasiado lejos? Elio nos lo advirtió, ¿recuerdas? Dijo que los libros eidéticos son traicioneros, y tenía razón. De repente empiezas a creer que todas sus imágenes significan algo por el mero hecho de hallarlas repetidas, lo cual es absurdo: Homero describe minuciosamente la forma de vestirse de muchos de los héroes de su Ilíada , pero eso no significa que esta obra sea, en eidesis, un tratado sobre el vestuario…

– Aquí -señalé mi traducción- se halla la imagen de una muchacha que pide ayuda, Helena, y que habla de un peligro… Léelo tú misma.

Lo hizo. Me mordí las uñas mientras aguardaba. Cuando terminó de leer, volvió a dirigirme su cruel mirada compasiva.

– Bien, yo no entiendo de literatura eidética tanto como tú, ya lo sabes, pero la única imagen oculta que logro ver en este capítulo es la de «rapidez», aludiendo al cuarto Trabajo de Heracles, la Cierva de Cerinia, que era un animal muy veloz. La «muchacha» y el «lirio» son claramente metáforas poéticas que…

– Helena…

– Déjame hablar. Son metáforas poéticas circunscritas a las «visiones» de Diágoras…

– Heracles también las menciona.

– ¡Pero en relación con Diágoras! Mira… Heracles le dice… aquí está… que cuando piensa en él, se lo imagina como «una jovencita de cabellos de oro y alma de lirio blanco, muy hermosa pero muy crédula…». ¡Se refiere a Diágoras! El autor utiliza esas metáforas para describir el espíritu ingenuo y tierno del filósofo.

Yo no estaba convencido.

– ¿Y por qué un «lirio» precisamente? -objeté-. ¿Por qué no cualquier otra flor?

– Confundes la eidesis con las redundancias -sonrió Helena-. A veces, los escritores repiten palabras en un mismo párrafo. En este caso, nuestro autor tenía en mente «lirio», y cada vez que pensaba en una flor escribía la misma palabra… ¿Por qué pones esa cara?

– Helena: estoy seguro de que la muchacha del lirio es una imagen eidética, pero no puedo demostrártelo… Y es horrible…

– ¿Qué es horrible?

– Que tú opines lo contrario después de haber leído el mismo texto. Es horrible que las imágenes, las ideas que forman las palabras en los libros, sean tan frágiles… Yo he visto una cierva mientras leía, y también he visto una muchacha con un lirio en la mano que grita pidiendo ayuda… Tú ves la cierva pero no la muchacha. Si Elio leyera esto, quizá sólo el lirio le llamaría la atención… Otro lector cualquiera, ¿qué vería?… Y Montalo… ¿qué vio Montalo? Únicamente que el capítulo había sido escrito con descuido. Pero -golpeé los papeles durante un instante de increíble pérdida de autocontrol- debe existir una idea final que no dependa de nuestra opinión, ¿no crees? Las palabras… tienen que formar al final una idea concreta , exacta…

– Discutes como un enamorado.

– ¿Qué?

– ¿Te has enamorado de la muchacha del lirio? -los ojos de Helena chispeaban de burla-. Recuerda que ni siquiera es un personaje de la obra: es una idea que tú has recreado con tu traducción… -y, satisfecha de haberme hecho callar, se marchó a sus clases. Sólo se volvió una vez más para añadir-: Un consejo: no te obsesiones.

Ahora, de noche, en la tranquila comodidad de mi escritorio, pienso que Helena tiene razón: yo soy simplemente el traductor . Con toda seguridad, otro traductor elaboraría una versión diferente, con vocablos distintos, y evocaría, por tanto, otras imágenes. ¿Por qué no? Quizá mi afán por seguir el rastro de la «muchacha del lirio» me ha llevado a construirla con mis propias palabras, pues un traductor, en cierto modo, también es autor… o, más bien, una eidesis del autor -me hace gracia pensar así-: Siempre presente y siempre invisible.

Sí, quizá. Pero ¿por qué estoy tan seguro de que la muchacha del lirio es el verdadero mensaje oculto de este capítulo, y que su grito de ayuda y su advertencia de peligro son tan importantes? Sólo sabré la verdad si continúo traduciendo.

Por hoy, me atengo al consejo de Heracles Póntor, el Descifrador de Enigmas: «Relájate… Que la preocupación no te robe el dulce sueño». (N. del T.)


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