Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Quiero que sepa que no nos sentimos muy contentos con esta solución, señora Díez -me sinceré-. No estoy convencido de lo que le he contado. Sencillamente no encuentro pruebas para poder contarle otra cosa.

La viuda de Trinidad Soler volvió despacio la cara hacia mí. La tenía enrojecida y arrasada de lágrimas. Me pareció ver a Juana de Arco ardiendo en la pira, y no pude evitar que el corazón se me encogiera ante la imagen.

– Viviré con la duda -se resignó-. Algún día lo sabrá, porque tarde o temprano lo sabemos todos. Sabrá lo que es el dolor absoluto, hasta que ya nada puede herirte más. Yo sé ahora lo que es ese dolor, y puedo soportar lo que a usted le incomoda tanto. Le he perdido. Eso es todo, y no tiene remedio. Qué me importa si usted resuelve o no su rompecabezas.

No encontré nada que responderle. A veces, lo mejor que uno puede dar de sí mismo es abstenerse de hacer o decir nada.

– En todo caso -rectificó, enjugándose el llanto-, les doy las gracias por sus desvelos. Parecen profesionales decentes, que no es poco.

De regreso a Madrid, paramos a tomar un café en un lugar que indicaban como el Mirador de la Alcarria. Estaba junto a la carretera, en un promontorio desde el que se ofrecía a la vista una vasta extensión. Nos quedamos un rato contemplando aquel paisaje, cada uno sumido en sus pensamientos.

– Si miras al fondo del todo, la imagen se vuelve borrosa -dijo Chamorro-. De nada te sirve forzar la vista. El ojo no alcanza, es así de simple.

– Ya lo sé, Chamorro. Pero no puedes evitar que te joda.

18
{"b":"87689","o":1}