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– Me temo que ahora va a ser imposible, inspector. Se encontraba en un estado de fuerte agitación nerviosa y he tenido que administrarle un sedante. Pero si no tiene inconveniente, la jueza la ha citado mañana a las doce en su despacho del Juzgado y me ha pedido que le diga que podrá usted estar presente si así lo desea.

– Procuraré asistir. Por favor, ¿puede indicarme dónde está el teléfono?

El médico le acompañó al vestíbulo. Rojas marcó el número de Jefatura y habló durante unos segundos con su superior. Al colgar volvió a cruzar unas palabras con el médico.

– Van a enviar dentro de unos minutos a un par de compañeros del Gabinete de Identificación. No creo que encuentren nada, pero es mejor no dejar ningún rincón sin barrer.

– ¿Se va a quedar a esperarlos?

– Sí.

– De acuerdo. Si le parece bien, cuando baje avisaré a los empleados de la funeraria, que están esperando en una calle cercana, para que suban a recoger el cadáver.

– Por mí no hay ningún inconveniente.

– En ese caso así lo haré. -Estrechó la mano del inspector y añadió-: Perdone que me meta en lo que no me importa, pero como no nos conocíamos he supuesto que es usted algo novato en estas lides, así que le ruego que acepte un consejo dado de buena fe. No se rompa la cabeza. Ya sé que puede llegar a ser frustrante admitirlo, pero cuando un juez y un comisario están de acuerdo en considerar que no hay nada raro en un asunto, suelen tener razón. No siempre, por supuesto, pero sí la mayoría de las veces. Bueno, perdone y hasta luego.

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