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– No sabrá quizá el nombre de ese capitán.

– Espere un momento… no, no estoy segura. Algo así como Eladio, o Heriberto. No. ¿Herminio? Creo que tampoco.

– ¿Podría ser Héctor?

– Eso es, Héctor. Mira que haber dicho Herminio, aunque algún parecido sí que tienen. Héctor, ése es el nombre, seguro. Lo tenía en la punta de la lengua y al mencionármelo usted me he acordado.

Artetxe pensó que tal vez la mujer le estaba confirmando el nombre tan sólo para quedar bien, para impresionarle con su colaboración, pero se arriesgó a creerla. No tenía más remedio, pero de todos modos la historia era verosímil. Los mismos nombres que había mencionado previamente doña Rosario, si no eran exactamente idénticos, sí eran los que podrían haberle surgido en la mente mientras intentaba recordar el auténtico nombre. Por otra parte, Héctor, aunque no era un nombre desconocido en España, tampoco era de uso muy corriente, por lo que cabía la posibilidad de que perteneciera a un sudamericano. De hecho, a Artetxe el único Héctor que le venía a la cabeza así de repente, aparte del héroe griego, era el ex presidente argentino Héctor J. Cámpora.

Todavía estuvo hablando un cuarto de hora más con la señora, pero no obtuvo ningún dato añadido que le fuera de alguna utilidad. Volviendo a prometerle que indagaría sobre su pensión, se despidió con la sensación de que su visita no había sido baldía. Ahora lo que necesitaba era encontrar al tal Héctor, pero desgraciadamente su dirección no vendría en las páginas amarillas, de eso estaba seguro.

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