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– No será necesario, conozco el camino -respondió, levantándose, Artetxe-. Tome mi tarjeta por si quiere llamarme. Estoy seguro de que cuando reflexione y hable con Begoña comprenderá que mi oferta puede ser muy interesante para ambos.

Artetxe comprobó con alivio cómo los dos servidores de la Luz se quedaban quietos tras pararlos su jefe con un gesto. No había llevado muy bien el asunto; se ve que el ocio forzoso había disminuido sus facultades, y además le había sorprendido toda la parafernalia que le rodeaba. De todos modos, tan sólo había echado la red; era pronto para adivinar qué tipo de pez pescaría. Fuera de la habitación vio a la morenita de ojos verdes que le había conducido hasta allí.

– ¿Ha visto por fin la Luz? -le preguntó dulcemente.

– Me temo que no -contestó educadamente Artetxe.

– Oh, es una pena, un hombre tan simpático como usted… Pero no importa, el Señor de la Eterna Luz sabe cómo llegar al corazón y a los ojos de sus criaturas -replicó mientras de entre los pliegues de su túnica sacaba un aerosol y rociaba los ojos del detective.

Cuando despertó tenía los ojos totalmente enrojecidos y un desagradable picor le hacía lagrimear continuamente. Se encontraba enclaustrado en lo que parecía ser un recinto cerrado y en movimiento que identificó, sin duda alguna, como el maletero de un coche. Buscó en el interior algo que le pudiera servir para salir de allí, pero sus secuestradores eran cuidadosos y no habían dejado ninguna herramienta que pudiera serle útil. Por otra parte, el vehículo parecía desplazarse a una velocidad que desaconsejaba por el momento cualquier intento de fuga en marcha.

No sabía cuánto tiempo llevaba dentro cuando oyó lo que parecía ser una explosión. En ese mismo instante el coche pareció perder el control y empezó a girar sobre sí mismo. Su último recuerdo antes de perder el sentido fue el sonido de un golpe seco y unos escalofriantes alaridos.

Lo primero que vio cuando el dolor le hizo reaccionar fue una masa informe verde que se acercaba hacia él. Según se le fue aclarando la vista comprendió que se trataba de un guardia civil. Un teniente, como señalaban los galones que lucía en el uniforme.

– ¿Cómo se encuentra? -le preguntó solícito.

– Estoy vivo por lo que parece, así que no me puedo quejar. ¿Qué ha sucedido?

– Somos nosotros quienes tendríamos que hacer las preguntas, ¿no le parece? En primer lugar, ¿qué hacía usted dentro del maletero de un coche? Porque me imagino que no será su método habitual de viajar.

«El picoleto [4] nos ha salido irónico», pensó Artetxe, pero se abstuvo de proferir ningún comentario desabrido. Al fin y al cabo quizá le hubieran salvado la vida y, por otra parte, con sus antecedentes y en su actual actividad convenía estar a bien con las fuerzas policiales. Además, no le cabía la menor duda de que a esas alturas el teniente lo conocía todo sobre él y su trabajo.

– Soy abogado y esta mañana acudí a un caserío de Bakio ya que me habían dicho que allí podía conseguir cierta información sobre unos problemas que afectan a un cliente. Parece ser que a las personas que debían darme la información no les gustó mi presencia e, incomprensiblemente, me agredieron. Ya no recuerdo nada hasta este momento.

– Sí, y yo me chupo el dedo. Mire, señor Artetxe, usted y yo sabemos que no se mete a nadie en el maletero de un coche porque moleste la presencia de alguien, ni siquiera aunque esa persona ejerza de abogado, lo cual no es su caso, pero ha tenido suerte porque no tenemos mucho tiempo para perder con usted. Si se compromete a ir mañana a primera hora a la Comandancia de La Salve y prestar declaración, le dejaremos en libertad. Sabemos quién es y dónde encontrarIe, así que mejor que acepte el trato, señor detective sin licencia -pronunció esta última palabra en el tono inequívoco de quien sabe de qué está hablando-. Tiene usted un amigo en Jefatura de Policía, y eso le avala por el momento, pero sólo por el momento.

– Puede usted estar seguro de que acudiré, pero antes de irme me gustaría saber el resto de la historia.

– Bueno, es fácil de explicar. Podríamos decir que la desgracia de otras personas ha labrado su suerte. No hace mucho ha habido un atentado terrorista a consecuencia del cual ha muerto un número de personas todavía sin identificar, entre ellas cuatro compañeros nuestros. -Se le endureció el gesto al decir esto último-. Inmediatamente se han establecido controles en todas las carreteras principales de la zona. El coche en el que usted iba tan cómodamente ubicado no se ha detenido en el control, y el resto lo dejo a su imaginación.

– ¿Qué ha ocurrido con los ocupantes del vehículo?

– Los detalles son innecesarios, pero puedo asegurarle que no secuestrarán a nadie nunca más.

[4] Guardia civil. (N. del E.)


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