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– ¿Conoce algún lugar en el que pudiera haberse refugiado?

– Su padre tiene casas en Marbella, las dos Bayonas, la gallega y la del País Vascofrancés, y en Nueva York, que ahora recuerde. Supongo que tiene algunas más, pero es improbable que haya aparecido por ninguna, ya que en todas tiene gente a su servicio que le hubieran informado. Posiblemente se haya ido lejos, de viaje, o haya alquilado algún apartamento en cualquier sitio.

– Por lo que me dice, su lugar de refugio puede ser el mundo entero.

– Ése es uno de los privilegios de tener dinero, señor Artetxe.

– Ya veo. Lamento tener que hacerle una pregunta delicada, pero creo que puede ser importante. ¿Cómo eran las relaciones entre Begoña y su padre?

– Creo que correctas; aunque vivían en la misma casa (por cierto, ¿se ha dado cuenta de que estamos hablando en pasado?), funcionaban de modo bastante independiente.

– He oído decir que Begoña no era hija, en realidad, del señor González Caballer.

– Escuche, señor Artetxe, no voy a hacerme el mojigato. Ya ha comprobado usted mismo que me permito todos los placeres que puedo, sin recatarme para nada, pero no me ha gustado esa observación. Mi hermana era muy joven cuando se casó y estaba recién salida de un colegio de monjas; me atrevo a decir que su moralidad era irreprochable. No es concebible que hubiera engañado a su marido.

– Tal vez sí en el caso de que no estuviera enamorada de él, sino de otro, y que hubiera tenido que casarse impulsada por las circunstancias. ¿Pondría usted la mano en el fuego por ello?

– En mi caso no pondría mi mano derecha en el fuego ni siquiera por mi mano izquierda, pero aun admitiendo esta hipótesis, ¿qué consecuencias podría haber tenido?

– Hubiera podido ser el detonante de su marcha. Por lo que sé ésta se produjo al cabo de un mes de enterarse de la noticia.

– Pudiera ser como usted dice, pero en ese caso lo lógico hubiera sido separarse tan sólo de su supuesto padre, ¿por qué iba a alejarse también del novio o del resto de la familia?

– Bueno, ésa es una de las cosas que tengo que averiguar.

Acabada la entrevista, el propio dueño de la casa le acompañó hasta el dormitorio de su hija Pilar.

– Pili, éste es el detective del que te hablé. Os dejo solos para que habléis con más comodidad.

Pilar Larrabide no tenía nada que ver con su prima. Divorciada y con cuarenta y dos años, era un exponente perfecto de las mujeres que habían decidido manejar con uñas y dientes su propio destino. Su aspecto parecía conjugar una serena madurez con una belleza que le daba un curioso toque juvenil. Artetxe pensó que posiblemente metía muchas horas en salones de belleza. Todo en ella conspiraba para delatar la clase social a la que pertenecía, incluso su pelo rubio y sus ojos azules parecían indicar que había una diferencia genética entre ricos y pobres. Aunque vestía de un modo informal, no parecía que hubiera nada dejado al azar: ni su apretada minifalda, ni su ceñida blusa blanca en la que se podían vislumbrar bien marcados los pezones de unos pechos que no necesitaban usar sujetador. Estaba tumbada indolentemente sobre un sofá escuchando música.

– Ponte cómodo -dijo a Artetxe una vez desaparecido su padre, palmeando con su mano el cojín del sofá contiguo al suyo, aunque el detective prefirió mantener las distancias y sentarse en una butaca.

– Si prefieres quedarte ahí no me importa, pero te aviso que no te voy a comer -añadió.

– Espero que no pero, por si ha pensado intentarlo, le advierto que soy bastante correoso.

– De tú, hombre, de tú. Si quieres que seamos amigos, debemos dejarnos de ceremonias. Además, no pareces demasiado viejo.

No era ésa precisamente la intención de Artetxe, al que no le gustaba tutear sin más ni más a la gente, pero si quería información no podía permitirse el lujo de enfadar a la prima de Begoña.

– Como quieras -respondió con una sonrisa-. No sé si tu padre te habrá contado algo, pero estoy buscando a tu prima Begoña.

– ¿Y se puede saber por qué la buscas o es un secreto profesional?

– Podría haberlo sido, pero estoy autorizado para desvelar el misterio. La busco por encargo de Carlos.

– ¿Del bueno de Carlos? ¡Pobre idiota!

– ¿Por qué dices eso?

– Menudo detective eres si tienes que hacerme esa pregunta.

– Precisamente haciendo preguntas es como nos enteramos de las cosas.

– Touché -dijo riéndose-. Se nota que eres un tío listo. Me quería referir a que Carlos tenía que estar contento por perderla de vista.

– ¿Por qué? Según él estaban muy enamorados y pensaban en casarse.

– Según él sí, pero según ella no. Le gustaban los hombres más que a mí, y a mí me gustan una barbaridad -añadió en tono insinuante-, y le ha puesto a Carlos más cuernos que los que puede haber en todas las ganaderías de Andalucía juntas. Hombre del que se encaprichaba, hombre con el que se encamaba. Quizá sea la carencia de la madre, porque a mí me pasa prácticamente lo mismo, pero soy feliz así y no pienso ir a consultar a ningún psiquiatra para que me lo aclare, no sea que me cure y entonces sí que la habremos jodido.

– En ese caso, ¿crees que ha podido irse con otro hombre?

– Sinceramente no. Aunque no está enamorada de Carlos dudo mucho que se enconara con otro lo suficiente como para fugarse. Ella es así. Le gusta follar con los tíos, pero sin comprometerse. De hecho, posiblemente acabe casándose con Carlos, aunque cuando se case seguramente no cambiará de vida, pero alguna vez me ha comentado que sí, que se casará con él, ya que le puede dar un toque de estabilidad y seguridad que, aunque no lo necesita, puede hacerla sentir más cómoda en el ambiente en que nos movemos. ¿Te escandaliza lo que estoy contándote?

– Hace tiempo que he superado la edad de los escándalos y sólo me interesan los hechos.

– Me alegra que no te escandalices por nada. Puede ser muy estimulante.

– ¿Has tenido alguna noticia de Begoña en los últimos días?

– Lo siento, pero no.

– ¿Qué tal os lleváis?

– ¿Begoña y yo? Divinamente. Incluso nos intercambiábamos tíos; así que ya ves, es algo francamente estimulante. Ella me pasa jovencitos impetuosos y yo le proporciono maduros experimentados; como verás, muy satisfactorio para ambas, pero no he sabido nada de ella últimamente. Es más, la primera noticia de su desaparición me la dio hace unos días mi padre, que se enteró al hablar contigo.

– ¿Sabes de alguien que pudiera conocer dónde se esconde?

– Quizá, no estoy muy segura. Tenía su grupo de amigos, pero el trato era muy superficial. Se juntaban para ir de vacaciones, a fiestas o de copeo, incluso a veces se iba a la cama con alguno, pero por lo que yo conozco, no creo que haya dicho a ninguno de ellos dónde está. Puede haberles pedido, en algún momento, ayuda si la necesitaba, aunque es dudoso, pero en todo caso no diría a nadie dónde está si quiere esconderse. Es gente que va a lo suyo, nada leal, aunque hago mal en criticarlos, porque yo soy como ellos, tal vez algo peor porque tengo más años. Ya ves que hablo con sinceridad.

– Entonces, ¿no hay nadie con quien tuviera la suficiente confianza?

– Que yo sepa, si excluimos lógicamente a Carlos, sólo una persona, su ama de cría, Karmele Ugarte, que en la actualidad trabaja como cocinera de mi tío. Es la única persona a la que se lo diría, exceptuándome a mí, naturalmente.

– Ya he hablado con ella y dice que no sabe dónde está.

– Podría estar mintiendo.

– Sí, podría estar mintiendo, como todo el mundo.

– Yo no te miento, sobre todo cuando digo que te encuentro muy interesante -respondió, provocadora, Pilar.

– Antes has dicho que aparte de Karmele Ugarte, en ti sería en la única persona que confiaría Begoña -dijo Artetxe pasando por alto el último comentario de su interlocutora.

– Así es. Ya te he dicho antes que nos llevamos divinamente. Además, somos primas, y pese a la diferencia de edad tenemos los mismos gustos, ya me entiendes. Sí, no te miento cuando te digo que ella confía en mí, o eso es lo que he pensado hasta ahora, ya que ni me dijo que pensaba escaparse ni se ha puesto en contacto conmigo después de hacerlo. Si quieres, te avisaré en el caso de que se ponga en contacto conmigo.

– Te estaría infinitamente agradecido.

– Eso de infinitamente agradecido es algo muy etéreo. ¿Por qué no me lo agradeces ahora? -respondió Pilar, quitándose la blusa y dejando al aire libre dos hermosas e insinuantes tetas-. Yo he colaborado en todo lo que me has pedido, ¿qué te parece si tú colaboras conmigo para pasar un rato divertido? Tienes que admitir que, por esperarte para hablar contigo, me he quedado un domingo estupendo sin salir de casa -añadió quitándose la minifalda y demostrando que tampoco usaba bragas, pero sí un coño perfectamente afeitado.

– Creo que no es una idea sensata. Estamos en casa de tu padre…

– Mi padre lleva un rato retozando con una chica que podría ser mi hija, no seas gilipollas. ¿Tan mal estoy?

Artetxe iba a contestar que no, que estaba muy buena, pero que en esos momentos estaba intentando rehacer su vida con la mujer a la que amaba y que había decidido serle fiel, pero le fue imposible articular tan atinadas palabras. Para cuando iba a abrir la boca, Pilar ya le había desabrochado la bragueta y le había empezado a lamer lo que hasta ese momento había intentado esconder. Si no puedes con tu enemigo únete a él, pensó, y se resignó a pasar el resto de la tarde de un modo que no había imaginado. Además, no era cuestión de ir a una comisaría para denunciar que había sido violado por una cuarentona de buen ver, admitió filosóficamente en el momento de cambiar de postura para poder saborear convenientemente los placeres escondidos en el afeitado sexo de la moza.

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