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– ¿No hay ningún modo de ponerse en contacto con ellos?

– Imposible, inspector. Aparecen sólo cuando ellos mismos lo desean, nadie sabe dónde encontrarlos.

– ¿Y si algún camello se queda sin mercancía? No parece lógico ese modo de operar.

– Si alguien se queda sin mercancía se jode. Las condiciones son tan buenas y el miedo tan grande que nadie se atreve a dejar de trabajar para ellos. Además, es raro que ocurra; sólo pasó eso los primeros meses. Luego se ve que aprendieron a calcular cuánto le duraba a cada uno el material proporcionado y siempre se adelantan antes de que se les acabe. Parece un cuento de hadas, lo sé, pero tiene que creerme, inspector. Es un sistema bastante extraño, lo admito, y es la primera vez que yo conozca que se ha utilizado, pero funciona, y muy bien además.

– Te creo, Gabacho, ahora sí te creo, lo malo es que a excepción mía y quizá de mi compañero -añadió señalando a Rojas, que había estado mudo hasta ese momento- nadie más se lo va a creer en Jefatura. Así que de verdad existe un nuevo y misterioso grupo distribuidor. Tiene que haber un medio de intentar llegar hasta ellos.

– Imposible, inspector. Los que lo han intentado nunca más repetirán el intento. Y esto es todo lo que sé. Por mucho que insista no le puedo decir nada más.

– Todavía no hemos hablado de Andoni Ferrer, el periodista muerto por sobredosis. Tomó un caballo tan puro que le mató en el acto. Cuéntame lo que sepas y sabré agradecértelo.

– Es muy poco lo que sé. Durante un tiempo algunos colegas hablaban de un tipo raro, un periodista, que estaba incordiándolos para que le introdujeran en el ambiente. Cuando murió se comentó que quizá se había introducido demasiado, pero a nadie le preocupó que un julái que no sabía de la misa la mitad la palmara.

– A nosotros sí nos preocupa, Gabacho. ¿Pudo haber llegado a contactar con el grupo misterioso?

– Eso es lo que se comentaba, inspector, pero nadie sabe nada concreto. No le puedo decir más, porque no sé más.

– De acuerdo, Gabacho; por el momento te dejaré en paz, pero si me entero de que sabes algo más y no vienes a contármelo, te arrancaré la piel a tiras de tal modo que nunca más te volverán a contratar para posar en revistas pornográficas.

– ¿Ha visto las fotos, inspector? -preguntó su interlocutor, más relajado, con un mohín de labios que pretendía ser sexy.

– Tengo toda la colección, cariño, pero me sigue gustando más Robert Redford.

– ¿Y su amigo, inspector? Parece buen mozo, ¿no le gustaría jugar un poquito con el Gabacho?

– Quizá el mes que viene -contestó Rojas-. Cuando empiecen las ofertas.

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